La traducción y los datos han sido tomados de la edición de Vicente Cristóbal López para la Editorial Gredos
Los versos que en Blues de Madrugada van en cursiva pertenecen a Ovidio y fueron extraídos de Amores, El Arte de Amar, Sobre la cosmética del rostro femenino y Remedio contra el amor. No sé a qué libro pertenece tal o cual verso porque mientras escribía el Blues... iba abriendo el libro al azar y escribía el verso sobre el que mi mirada se posaba.
Ovidio tuvo un sólo trabajo conocido en la política (ésa era la función a la que estaba destinado por familia) el de triunvir capitalis cuyo cometido era el de inspeccionar las cárceles y vigilar la ejecución de las sentencias. Poco tiempo estuvo desempeñándolo. Descubrió que su verdadera inclinación era la poesía y a ella se dedicó.
Todo podría haber transcurrido dentro de los cauces normales en la vida de un romano de la clase ecuestre pero su obra y su vida le llevaron a sufrir un castigo por orden del emperador Augusto: la relegatio a la ciudad de Tomis, en el país de los getas, en el litoral del Mar Negro. Allí, desterrado, escribiría sus Tristes y Pónticas (no sé si este último se podría traducir por Marinas. Si fuera así, me gustaría más). Allí murió tras ocho años de agonía. Ni Augusto, ni Tiberio, ni Germánico revocaron el castigo.
Según se cree (Ovidio siempre fue oscuro en cuanto a los motivos de su destierro) dos fueron las causas de sus desgracia: haber escrito el Ars amatoria y haber visto algo que nunca debió de ver. Lo que vio es conjetura: unos dicen que vio a Julia, la nieta de Octavio Augusto, en actos sexuales (e incluso que Ovidio prestó su casa a la nieta para recibir a uno de sus amantes); otros que vio desnuda a Livia -la mujer de Octavio- en los rituales de la Bona Dea los cuales estaban reservados a las mujeres y otros -sobre todo J. Carcopino en su texto El destierro de Ovidio, poeta neopitagórico- aventuran la idea de que Ovidio pertenecía a esta secta y que por lo tanto asistía a prácticas adivinatorias -actividad ésta prohibida expresamente por el Emperador- y en ellas había visto algo que nunca debió ver.
Viejo y bárbaro (siendo él romano se sentía bárbaro en la tierra de los getas) el mundo jugó con Ovidio y la metamorfosis le llegó y le convirtió, a lo largo de los ocho años de su destierro -fue desterrado a los 52 y murió a los 60-, en una tortuga de gran caparazón, lenta y vieja, sin apenas armas para defenderse del frío escita.
Él amaba Roma, la amaba por encima de todas las cosas y amaba a su tercera mujer. Augusto supo muy bien qué castigo merecía este poeta que cometió un clásico pecado de juventud: narrar con alegría y pasión lo que se desea. Y pecado sólo en un sentido: que descubre al enemigo la debilidad propia.
Los últimos versos de su primera obra conocida, Amores -escrita aproximadamente 30 años antes de su destierro-, son los siguientes: Delicadas elegías, graciosa Musa, obra que se mantendrá viva aún después de cumplirse mi destino.
Ovidio tuvo un sólo trabajo conocido en la política (ésa era la función a la que estaba destinado por familia) el de triunvir capitalis cuyo cometido era el de inspeccionar las cárceles y vigilar la ejecución de las sentencias. Poco tiempo estuvo desempeñándolo. Descubrió que su verdadera inclinación era la poesía y a ella se dedicó.
Todo podría haber transcurrido dentro de los cauces normales en la vida de un romano de la clase ecuestre pero su obra y su vida le llevaron a sufrir un castigo por orden del emperador Augusto: la relegatio a la ciudad de Tomis, en el país de los getas, en el litoral del Mar Negro. Allí, desterrado, escribiría sus Tristes y Pónticas (no sé si este último se podría traducir por Marinas. Si fuera así, me gustaría más). Allí murió tras ocho años de agonía. Ni Augusto, ni Tiberio, ni Germánico revocaron el castigo.
Según se cree (Ovidio siempre fue oscuro en cuanto a los motivos de su destierro) dos fueron las causas de sus desgracia: haber escrito el Ars amatoria y haber visto algo que nunca debió de ver. Lo que vio es conjetura: unos dicen que vio a Julia, la nieta de Octavio Augusto, en actos sexuales (e incluso que Ovidio prestó su casa a la nieta para recibir a uno de sus amantes); otros que vio desnuda a Livia -la mujer de Octavio- en los rituales de la Bona Dea los cuales estaban reservados a las mujeres y otros -sobre todo J. Carcopino en su texto El destierro de Ovidio, poeta neopitagórico- aventuran la idea de que Ovidio pertenecía a esta secta y que por lo tanto asistía a prácticas adivinatorias -actividad ésta prohibida expresamente por el Emperador- y en ellas había visto algo que nunca debió ver.
Viejo y bárbaro (siendo él romano se sentía bárbaro en la tierra de los getas) el mundo jugó con Ovidio y la metamorfosis le llegó y le convirtió, a lo largo de los ocho años de su destierro -fue desterrado a los 52 y murió a los 60-, en una tortuga de gran caparazón, lenta y vieja, sin apenas armas para defenderse del frío escita.
Él amaba Roma, la amaba por encima de todas las cosas y amaba a su tercera mujer. Augusto supo muy bien qué castigo merecía este poeta que cometió un clásico pecado de juventud: narrar con alegría y pasión lo que se desea. Y pecado sólo en un sentido: que descubre al enemigo la debilidad propia.
Los últimos versos de su primera obra conocida, Amores -escrita aproximadamente 30 años antes de su destierro-, son los siguientes: Delicadas elegías, graciosa Musa, obra que se mantendrá viva aún después de cumplirse mi destino.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/05/2010 a las 22:59 | {0}