
Érase una vez la luz y la Montaña
Érase una vez la división y el nacimiento del aire
Érase una vez la construcción y el infinito
Érase una vez la mona y su herida
Érase una vez Eva y la Virgen Maria
Érase una vez la niebla y sus prodigios
Érase una vez tu voz y la tarde
Érase una vez el sueño dormido y los ángeles custodios
Érase una vez el camino y el río
Érase una vez la mano y el ombligo
Érase una vez el once y el domingo

Futuro
Bea formaba parte de ese pasillo
Margen de beneficio
Los precios
Mandar correo
En el desierto el único color es el del sol
Le Monde
¿Hará huelga general mi nacimiento?
Agarrándome
Campo de golf
Quien propone ya ha estado y sobre su experiencia se vende
Bicicleta
¡Es tanto tiempo quince días!
¡Qué torpes trazos para tan alto afán!
Los que nos dejaron murieron
El mundo es el fin
A veces muerde (tiene un gesto que muerde)
Desde ahora mismo
¿Qué pasa si desaparece el cuarteto?
¿Qué sucede si alguien tiene un cortafuegos?
Guardia Civil
Esta es la historia de una enemistad antigua, de una ira envejecida
El suceso
El ojo podrido
El exterior
¿La contraseña?
Bea formaba parte de ese pasillo
Margen de beneficio
Los precios
Mandar correo
En el desierto el único color es el del sol
Le Monde
¿Hará huelga general mi nacimiento?
Agarrándome
Campo de golf
Quien propone ya ha estado y sobre su experiencia se vende
Bicicleta
¡Es tanto tiempo quince días!
¡Qué torpes trazos para tan alto afán!
Los que nos dejaron murieron
El mundo es el fin
A veces muerde (tiene un gesto que muerde)
Desde ahora mismo
¿Qué pasa si desaparece el cuarteto?
¿Qué sucede si alguien tiene un cortafuegos?
Guardia Civil
Esta es la historia de una enemistad antigua, de una ira envejecida
El suceso
El ojo podrido
El exterior
¿La contraseña?
Al volver a sentir, escuchó una composición en escala menor; una composición donde el violonchelo y las violas entraron en su corazón y en su sangre y le permitieron arrebatarse por ese sentimiento siempre nuevo, siempre grácil.
Al volver a sentir, se distrajo en la noche de vuelta y se preguntó: ¿qué ha pasado? ¿cómo ha sido? ¿será otra vez?
Al volver a sentir, sonrió en el peaje a la barrera que se alzaba. Es la noche -se dijo- de un día nuevo. ¿Dónde he estado todo este tiempo? ¿Cuánto ha sido todo este tiempo? ¿Estoy despertando?, se preguntaba.
Al volver a sentir recordó unas palabras: No pienses. No pienses. Entonces era el violonchelo, la escala menor, el sentir propio de la música, el canto por lo bajo. Y dejó de pensar y cantó.
Querida Julia:
Hoy cumples 98 años. Ya sé que estás muerta (¡vaya que si lo sé). No importa. Hoy cumples 98 años. No recuerdo ahora el año que moriste. Probablemente en 2008 y sí recuerdo el año que naciste, 1914.
Sabes cuánto te echo de menos. Recuerdo tu número de teléfono 552 31 95 y la calle donde viviste Emilio Ortuño (este señor nacido en Orán fue ministro de Fomento durante el reinado de Alfonso XIII).
Esta mañana me he levantado inquieto, revuelto y no por ti que eres luz de la infancia, belleza de las personas sabias sino por mí. Ya sabes. Sí, tú sabes. Hoy es uno de esos días en los que te llamaría, tú cogerías y me dirías, Hombre Fernandoski, ¿qué tal estás hijo? y yo quizás hoy te contaría algunas cuitas, esas pequeñas cosas de las que un hombre no tiene derecho a quejarse pero que un niño sí puede expresar e incluso merece el mimo y el abrazo. Y tú me dirías, Anda, venga. Eso no es nada. Mira, vamos a hacer una cosa: vente a casa que estoy preparando un pisto y así charlamos un rato. Quizá fuera o quizá no. Si fuera, tú estarías vestida con tu bata de guata y tus zapatillas de andar por casa; tendrías tus uñas pintadas de rojo y la permanente que ondula tus cabellos grises como olitas de un mar pequeño. Entonces nos sentaríamos. Me pondrías una cerveza con aceitunas y hablaríamos del pasado, de aquello que nos ocurrió mientras vivimos juntos y en esa conversación larga y briosa, con tu castellano limpio de La Mancha y tu innnato sentido del humor, yo me iría sintiendo mejor y miraría tus ojos castaños que emanan toda la dulzura de una mujer que entregó su vida a una causa que quizá ni ella misma supo cuál era. Comeríamos en tu comedorcito y yo volvería a fijarme en los víveres que siempre almacenabas -arroz, alubias, café, azúcar, lentejas y tomate en conserva- por si otro general loco tenía la peregrina idea de iniciar otra matanza. Luego me harías un café y no me dejarías que fregase los platos, sí que te echara una mano recogiendo la mesa. Y entonces te entraría el sueño de la digestión y nos quedaríamos callados y yo te observaría dormitar en tu sillón con el radiador pequeñito que te regaló Antonio puesto en la tripa y arropada con tu vieja manta. Seguro que fuera llueve. Seguro que me levanto. Te beso despacio en la mejilla y te digo, Julia, me voy. Duerme. Mañana te llamo. Y tú te quedarías quietecita, escuchando la telenovela como antaño hacías mientras planchabas y escuchabas la radionovela. Porque siempre supiste escuchar. Porque siempre te gustó escuchar.
Felicidades, viejita.
Hoy cumples 98 años. Ya sé que estás muerta (¡vaya que si lo sé). No importa. Hoy cumples 98 años. No recuerdo ahora el año que moriste. Probablemente en 2008 y sí recuerdo el año que naciste, 1914.
Sabes cuánto te echo de menos. Recuerdo tu número de teléfono 552 31 95 y la calle donde viviste Emilio Ortuño (este señor nacido en Orán fue ministro de Fomento durante el reinado de Alfonso XIII).
Esta mañana me he levantado inquieto, revuelto y no por ti que eres luz de la infancia, belleza de las personas sabias sino por mí. Ya sabes. Sí, tú sabes. Hoy es uno de esos días en los que te llamaría, tú cogerías y me dirías, Hombre Fernandoski, ¿qué tal estás hijo? y yo quizás hoy te contaría algunas cuitas, esas pequeñas cosas de las que un hombre no tiene derecho a quejarse pero que un niño sí puede expresar e incluso merece el mimo y el abrazo. Y tú me dirías, Anda, venga. Eso no es nada. Mira, vamos a hacer una cosa: vente a casa que estoy preparando un pisto y así charlamos un rato. Quizá fuera o quizá no. Si fuera, tú estarías vestida con tu bata de guata y tus zapatillas de andar por casa; tendrías tus uñas pintadas de rojo y la permanente que ondula tus cabellos grises como olitas de un mar pequeño. Entonces nos sentaríamos. Me pondrías una cerveza con aceitunas y hablaríamos del pasado, de aquello que nos ocurrió mientras vivimos juntos y en esa conversación larga y briosa, con tu castellano limpio de La Mancha y tu innnato sentido del humor, yo me iría sintiendo mejor y miraría tus ojos castaños que emanan toda la dulzura de una mujer que entregó su vida a una causa que quizá ni ella misma supo cuál era. Comeríamos en tu comedorcito y yo volvería a fijarme en los víveres que siempre almacenabas -arroz, alubias, café, azúcar, lentejas y tomate en conserva- por si otro general loco tenía la peregrina idea de iniciar otra matanza. Luego me harías un café y no me dejarías que fregase los platos, sí que te echara una mano recogiendo la mesa. Y entonces te entraría el sueño de la digestión y nos quedaríamos callados y yo te observaría dormitar en tu sillón con el radiador pequeñito que te regaló Antonio puesto en la tripa y arropada con tu vieja manta. Seguro que fuera llueve. Seguro que me levanto. Te beso despacio en la mejilla y te digo, Julia, me voy. Duerme. Mañana te llamo. Y tú te quedarías quietecita, escuchando la telenovela como antaño hacías mientras planchabas y escuchabas la radionovela. Porque siempre supiste escuchar. Porque siempre te gustó escuchar.
Felicidades, viejita.

Ha estado ahí nadie podrá decirlo estuvo oculto y miró las largas filas rojas el flujo rojo en una especie de arteria al aire libre estuvo ahí a los mandos de su anatomía estuvo moviendo los brazos apretando con sus piernas la piedra y la ceniza estuvo dieciocho horas estuvo toda una vida mientras por algún lugar fuera de su cubículo sonaban en sordina otras vidas ajenas en todo a él como la luz de neón de una clase los botines en el escaparate la mancha en el cristal la larga agonía a miles de kilómetros del flujo rojo del que formaba parte supo que aunque tomara una desviación a la derecha o subiera una larga cordillera hasta su cima y luego descendiera o incluso si fuera a una terapia para personas mancas supo digo que formaría parte de ese flujo rojo de esas intermitencias de los espejos de los humos de las maderas y los cueros y los barnices que todo aquello las bombillas las largas tardes sin sol la rojez del árbol la persiana echada del grupo de moros la puerta verde la cuesta hasta la calle ancha la miseria y la opulencia todo supo que estaría allí para acompañarle hasta sus últimas consecuencias hasta el cambio de rasante la curva ciega la espalda el olor la pólvora el gemido la cueva el lago la copa el beso la mano el ojo la calma la risa la oración la mañana la estúpida somnolencia de una riña la niña el mazo la coraza la cúpula las oraciones festivas en los muros de la Alhambra la angina la mirada vieja de la madre la foto el libro las voces la estantería los regalos el regalo en todo caso el feliz cumpleaños el bulto en el bulbo la nueva arma del médico la vieja filosofía de un conservador supo que todo eso estaría junto a él hasta sus últimas consecuencias y entonces soltó las manos, las soltó, las soltó
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/11/2012 a las 10:35 |