La BBC emitió hace unos años una serie de documentales a los que tituló El Siglo del Yo 1. En ellos se narra la intensa búsqueda de los deseos, frustraciones, miedos y emociones del ser humano no para su conocimiento en sí sino para saber cómo venderles productos. De hecho los mayores inversores en la ciencia de la psicología han sido y son las grandes corporaciones de los mercados.
En un rastreo fascinante por todo el siglo XX vemos en el documental cómo desde los descubrimientos de Freud (descubrimientos que también se podrían denominar interpretaciones... de sus propios sueños) del llamado inconsciente, se genera un interés creciente sobre el individuo y su psique. Es un sobrino de Freud, Edward Berneys quien aplicando las teorías de su tío crea en los Estados Unidos, en los años 20, el oficio de relaciones públicas y las bases de lo que hoy llamamos publicidad y que hasta entonces se llamaba propaganda.
Desde entonces y hasta ahora se ha ido refinando la captación de los individuos como clientes y desde los parámetros del cliente ideal se trasladó -en la época de Reagan y Thatcher- la ciencia al del votante ideal. Porque se llegó a la conclusión de que la política en el llamado sistema democrático debía de concebirse exactamente como lo que es: un negocio. Y en un negocio cuyo fin último (y primero) es la compraventa es fundamental tener contentos a los consumidores.
Consumidores/Compradores/Vendedores/Usuarios/Seres humanos.
Una de los últimos descubrimientos en ese control de las masas, ha sido -¡viva la paradoja!- el hacernos creer que somos individuos únicos (uno de los slóganes que mejor describen esta tendencia es el de Ikea: Bienvenido a la República Independiente de tu casa). Desde los años 90 toda la publicidad/propaganda va dirigida a sectores de población a los que se etiqueta dentro de lo que se denomina en marketing (el marketing no es ni más ni menos que psicología aplicada a la captación de consumidores): target del estilo de vida.
Fueron los conservadores (la derecha para entendernos) quien más alentó y mejores réditos políticos ha sacado de esta manipulación de la conciencia de ser. De hecho la izquierda hubo de adaptarse a estos principios de individualidad para poder arrebatar el poder al partido conservador británico con lo cual, claro, perdió su identidad como garante del bienestar común (de aquellos polvos estos lodos).
Vivimos en occidente imbuidos (convencidos) de que somos seres únicos. Individuos libres, capaces de tomar nuestras propias decisiones. Cuando Alberto Ruiz-Gallardón presenta su anteproyecto de ley de regulación del aborto en el cual se recortan los derechos de las mujeres a tomar la decisión de abortar o no dentro de un plazo -se dice que razonable del embarazo-, lo que está promoviendo es un desafío a la creencia que su propia ideología ha utilizado para detentar el poder: Tú eres única y sabes lo que quieres. Curiosamente ese anteproyecto de ley tiene ribetes de antigua izquierda: es el Estado el garante y poseedor de las normas del bienestar común (sean éstas cuales sean). Es decir: tu casa no es una república independiente (casa, incluso simbólicamente como vientre de la madre; hogar del feto). Y en este sentido es sin dudarlo un anteproyecto de ley retrógrado.
Todas las disquisiciones morales que se argumenten en pro o en contra de un aborto libre, son pura sofistería porque la decisión de cuándo un ente es vivo o no; cuándo jurídicamente se oponen dos intereses (el del feto a vivir y el de la madre a que ese feto no se desarrolle y viva. Porque, ¿cómo sabemos que ese feto quiere vivir? y aún ¿cómo sabemos que esa mujer embarazada no quiere que ese feto viva?) pueden debatirse hasta la aberración; o si argüimos cuestiones religiosas (de creencia metafísica en el alma): ¿por qué no aceptamos que si ese alma ha ido a parar a ese feto que no va a desarrollarse, tendrá la posibilidad de salirse de él -como cuando sale del cuerpo muerto que sí ha vivido- e introducirse en otro? O incluso ¿un alma que se mete en un feto que va a ser abortado, querrá, en esencia, no vivir?
Porque la moral, en última instancia, es el uso de la costumbre. Y es de costumbre en estos siglos que vivimos el que las mujeres tengan derecho a abortar dentro de un plazo razonable tras muchos siglos en el que tenían la necesidad de hacerlo y el deber de parir (so pena de muerte o privación de su libertad o riesgo de su vida en el intento de evitar otra vida).
En todo caso siento muchas veces (no sé si lo he escrito ya. Son muchos los años escribiendo este Inventario) que cuando me relaciono con personas unas veces me encuentro frente a una que vive en el siglo V a.C., otras lo hacen en la Edad Media, algunas son hijas de su tiempo, otras luchan denodadamente entre dos épocas y la mayoría se deja llevar por una vida que tiene de sagrada lo que la mercancía en un gran almacén.
PD: Pongo a continuación los enlaces de los tres episodios restantes del documental de la BBC: El Siglo del Yo 2, El siglo del Yo 3, El siglo del Yo 4
En un rastreo fascinante por todo el siglo XX vemos en el documental cómo desde los descubrimientos de Freud (descubrimientos que también se podrían denominar interpretaciones... de sus propios sueños) del llamado inconsciente, se genera un interés creciente sobre el individuo y su psique. Es un sobrino de Freud, Edward Berneys quien aplicando las teorías de su tío crea en los Estados Unidos, en los años 20, el oficio de relaciones públicas y las bases de lo que hoy llamamos publicidad y que hasta entonces se llamaba propaganda.
Desde entonces y hasta ahora se ha ido refinando la captación de los individuos como clientes y desde los parámetros del cliente ideal se trasladó -en la época de Reagan y Thatcher- la ciencia al del votante ideal. Porque se llegó a la conclusión de que la política en el llamado sistema democrático debía de concebirse exactamente como lo que es: un negocio. Y en un negocio cuyo fin último (y primero) es la compraventa es fundamental tener contentos a los consumidores.
Consumidores/Compradores/Vendedores/Usuarios/Seres humanos.
Una de los últimos descubrimientos en ese control de las masas, ha sido -¡viva la paradoja!- el hacernos creer que somos individuos únicos (uno de los slóganes que mejor describen esta tendencia es el de Ikea: Bienvenido a la República Independiente de tu casa). Desde los años 90 toda la publicidad/propaganda va dirigida a sectores de población a los que se etiqueta dentro de lo que se denomina en marketing (el marketing no es ni más ni menos que psicología aplicada a la captación de consumidores): target del estilo de vida.
Fueron los conservadores (la derecha para entendernos) quien más alentó y mejores réditos políticos ha sacado de esta manipulación de la conciencia de ser. De hecho la izquierda hubo de adaptarse a estos principios de individualidad para poder arrebatar el poder al partido conservador británico con lo cual, claro, perdió su identidad como garante del bienestar común (de aquellos polvos estos lodos).
Vivimos en occidente imbuidos (convencidos) de que somos seres únicos. Individuos libres, capaces de tomar nuestras propias decisiones. Cuando Alberto Ruiz-Gallardón presenta su anteproyecto de ley de regulación del aborto en el cual se recortan los derechos de las mujeres a tomar la decisión de abortar o no dentro de un plazo -se dice que razonable del embarazo-, lo que está promoviendo es un desafío a la creencia que su propia ideología ha utilizado para detentar el poder: Tú eres única y sabes lo que quieres. Curiosamente ese anteproyecto de ley tiene ribetes de antigua izquierda: es el Estado el garante y poseedor de las normas del bienestar común (sean éstas cuales sean). Es decir: tu casa no es una república independiente (casa, incluso simbólicamente como vientre de la madre; hogar del feto). Y en este sentido es sin dudarlo un anteproyecto de ley retrógrado.
Todas las disquisiciones morales que se argumenten en pro o en contra de un aborto libre, son pura sofistería porque la decisión de cuándo un ente es vivo o no; cuándo jurídicamente se oponen dos intereses (el del feto a vivir y el de la madre a que ese feto no se desarrolle y viva. Porque, ¿cómo sabemos que ese feto quiere vivir? y aún ¿cómo sabemos que esa mujer embarazada no quiere que ese feto viva?) pueden debatirse hasta la aberración; o si argüimos cuestiones religiosas (de creencia metafísica en el alma): ¿por qué no aceptamos que si ese alma ha ido a parar a ese feto que no va a desarrollarse, tendrá la posibilidad de salirse de él -como cuando sale del cuerpo muerto que sí ha vivido- e introducirse en otro? O incluso ¿un alma que se mete en un feto que va a ser abortado, querrá, en esencia, no vivir?
Porque la moral, en última instancia, es el uso de la costumbre. Y es de costumbre en estos siglos que vivimos el que las mujeres tengan derecho a abortar dentro de un plazo razonable tras muchos siglos en el que tenían la necesidad de hacerlo y el deber de parir (so pena de muerte o privación de su libertad o riesgo de su vida en el intento de evitar otra vida).
En todo caso siento muchas veces (no sé si lo he escrito ya. Son muchos los años escribiendo este Inventario) que cuando me relaciono con personas unas veces me encuentro frente a una que vive en el siglo V a.C., otras lo hacen en la Edad Media, algunas son hijas de su tiempo, otras luchan denodadamente entre dos épocas y la mayoría se deja llevar por una vida que tiene de sagrada lo que la mercancía en un gran almacén.
PD: Pongo a continuación los enlaces de los tres episodios restantes del documental de la BBC: El Siglo del Yo 2, El siglo del Yo 3, El siglo del Yo 4
Hastío no es aburrimiento. Hastío es asco, repugnancia.
Sí, sí, sé que no he venido aquí a decirle definiciones de palabras. Sólo que me estoy hastiando. O sea, me estoy llenando de asco. Hastiar. No sé si usted me entiende. Porque llega un momento en el que uno tiene la necesidad de decir: ¡Me cago en la familia Aznar Botella! Es esto lo que necesita decir. Decirlo en alto. Decirlo a voz en grito (otros dicen a voz en cuello que no sé si es un galicismo). Y decirlo como un conjuro. Decirlo como la quintaesencia de este cortijo de mierda que es España. Porque España es un cortijo. Un cortijo cuyos señoritos son los putos caciques de siempre. Perdone, pero esto no sale de aquí ¿verdad? Sé que lo está usted grabando. Ya, ya sé que luego es para estudiar mi neurosis. Pero es que en este caso no es neurosis. Mire, llevo toda mi vida haciendo un trabajo honrado. No aspiro a grandes posesiones porque mi aspiración es el tiempo no el espacio. Y creo que sería de justicia que un hombre que hace su trabajo tuviera siempre como contrapartida el elemento que le permita seguir realizando su trabajo: dinero. ¡Mardito parné! Pero, ¿qué ocurre? De ahí mi hastío, mi asco, mi repugnancia. Resulta que hay hombres, muchos hombres, muchas familias, que deciden quedarse ellos con el dinero que circula por el mundo. Lo amasan. Yo me cago en la familia Aznar Botella por su codicia. Yo sé que no son los únicos codiciosos. Pero son el ejemplo de la codicia. Como lo es la familia Borbón. Como lo es la familia Bárcenas (digo todo esto aunque simbólicamente antes de que entre en vigor la nueva ley de Seguridad Ciudadana que prohibirá cantarle las cuarenta a las autoridades). ¿Me entiende usted? Un día quise hacer una cuenta de los millones de euros que se han ido colando a las cuentas de todos estos codiciosos, y me empecé a marear. Y me mareaba más cuando luego aparecía en la televisión (que es esa ventana denigrada de la realidad) una familia con cinco hijos que vivían de la caridad de un amigo porque ambos padres estaban sin trabajo y el Estado les había denegado incluso el subsidio de desempleo que viene a ser 480 €. O cuando se hace un bodorrio colosal de una familia adinerada de la India en Barcelona mientras el pueblo indio se muere ahogado en la mierda y las ONGs tienen que ir allí para potabilizar el agua. No, no, no voy a poner más ejemplos. La lista sería infame e interminable. Infamia, infamia. Yo me acuesto por las noches con ansiedad, ¿sabe usted? Incluso decidí no informarme. Inútil. Por todas partes se cuela el olor hediondo de la familia Aznar Botella. Entiéndame usted, como símbolo. Porque no puedo dejar de pensar en la muerte de aquellas chiquillas en una macrofiesta en Madrid y cómo la señora Botella que a la sazón era alcadesa de dicha ciudad, se fue de fin de semana a un balneario en Portugal. Como símbolo aquella actitud me parece de mierda (de ahí el olor hediondo). Disculpe la arcada, es que los tengo en el estómago. Voy al baño un momento. No, no, estoy bien, de verdad. Son cinco minutos. (...) Ya. Me siento mucho mejor. Hastiado pero mucho mejor. Si no le importa me voy a tumbar un rato, me voy a quedar callado. Si lloro no se inquiete usted. Aunque usted no se inquieta por nada. Es un llanto relajante. Quizá mi último llanto aquí. Tengo la impresión de que el mes que viene ya no podré seguir pagándole. Con lo bien que me viene esta confesión laica semanal. Si lloro es porque tengo la certeza de que el dinero que me cuesta usted yo lo podría haber ganado si no se lo hubieran llevado los codiciosos como la familia ¡Aaggg!... es que ya no puedo ni pronunciar su nombre. Sí, sí, me voy a callar. Voy a cerrar los ojos si no le importa. Si me duermo despiérteme cuando se cumpla el tiempo. Sólo hay una cosa que me hubiera gustado: haber oído alguna vez su voz. Es usted tan callado. Se diría que está usted muerto como tantos de nosotros, muertos en vida, arrebatada nuestra vida, arrebatados nuestros medios para vivirla, vivir, vivir... ay....
Sí, sí, sé que no he venido aquí a decirle definiciones de palabras. Sólo que me estoy hastiando. O sea, me estoy llenando de asco. Hastiar. No sé si usted me entiende. Porque llega un momento en el que uno tiene la necesidad de decir: ¡Me cago en la familia Aznar Botella! Es esto lo que necesita decir. Decirlo en alto. Decirlo a voz en grito (otros dicen a voz en cuello que no sé si es un galicismo). Y decirlo como un conjuro. Decirlo como la quintaesencia de este cortijo de mierda que es España. Porque España es un cortijo. Un cortijo cuyos señoritos son los putos caciques de siempre. Perdone, pero esto no sale de aquí ¿verdad? Sé que lo está usted grabando. Ya, ya sé que luego es para estudiar mi neurosis. Pero es que en este caso no es neurosis. Mire, llevo toda mi vida haciendo un trabajo honrado. No aspiro a grandes posesiones porque mi aspiración es el tiempo no el espacio. Y creo que sería de justicia que un hombre que hace su trabajo tuviera siempre como contrapartida el elemento que le permita seguir realizando su trabajo: dinero. ¡Mardito parné! Pero, ¿qué ocurre? De ahí mi hastío, mi asco, mi repugnancia. Resulta que hay hombres, muchos hombres, muchas familias, que deciden quedarse ellos con el dinero que circula por el mundo. Lo amasan. Yo me cago en la familia Aznar Botella por su codicia. Yo sé que no son los únicos codiciosos. Pero son el ejemplo de la codicia. Como lo es la familia Borbón. Como lo es la familia Bárcenas (digo todo esto aunque simbólicamente antes de que entre en vigor la nueva ley de Seguridad Ciudadana que prohibirá cantarle las cuarenta a las autoridades). ¿Me entiende usted? Un día quise hacer una cuenta de los millones de euros que se han ido colando a las cuentas de todos estos codiciosos, y me empecé a marear. Y me mareaba más cuando luego aparecía en la televisión (que es esa ventana denigrada de la realidad) una familia con cinco hijos que vivían de la caridad de un amigo porque ambos padres estaban sin trabajo y el Estado les había denegado incluso el subsidio de desempleo que viene a ser 480 €. O cuando se hace un bodorrio colosal de una familia adinerada de la India en Barcelona mientras el pueblo indio se muere ahogado en la mierda y las ONGs tienen que ir allí para potabilizar el agua. No, no, no voy a poner más ejemplos. La lista sería infame e interminable. Infamia, infamia. Yo me acuesto por las noches con ansiedad, ¿sabe usted? Incluso decidí no informarme. Inútil. Por todas partes se cuela el olor hediondo de la familia Aznar Botella. Entiéndame usted, como símbolo. Porque no puedo dejar de pensar en la muerte de aquellas chiquillas en una macrofiesta en Madrid y cómo la señora Botella que a la sazón era alcadesa de dicha ciudad, se fue de fin de semana a un balneario en Portugal. Como símbolo aquella actitud me parece de mierda (de ahí el olor hediondo). Disculpe la arcada, es que los tengo en el estómago. Voy al baño un momento. No, no, estoy bien, de verdad. Son cinco minutos. (...) Ya. Me siento mucho mejor. Hastiado pero mucho mejor. Si no le importa me voy a tumbar un rato, me voy a quedar callado. Si lloro no se inquiete usted. Aunque usted no se inquieta por nada. Es un llanto relajante. Quizá mi último llanto aquí. Tengo la impresión de que el mes que viene ya no podré seguir pagándole. Con lo bien que me viene esta confesión laica semanal. Si lloro es porque tengo la certeza de que el dinero que me cuesta usted yo lo podría haber ganado si no se lo hubieran llevado los codiciosos como la familia ¡Aaggg!... es que ya no puedo ni pronunciar su nombre. Sí, sí, me voy a callar. Voy a cerrar los ojos si no le importa. Si me duermo despiérteme cuando se cumpla el tiempo. Sólo hay una cosa que me hubiera gustado: haber oído alguna vez su voz. Es usted tan callado. Se diría que está usted muerto como tantos de nosotros, muertos en vida, arrebatada nuestra vida, arrebatados nuestros medios para vivirla, vivir, vivir... ay....
La niña cogió su cubo y su pala y se acercó a la orilla. Con cuidado se sentó y vio llegar la primera ola hasta diluirse en sus pies. La ola trajo una valva con el nácar bruñido. La tomó en la mano y la dejó con cuidado en el cubo.
La niña estuvo un tiempo cogiendo conchas y mirando, muy seria, la llegada de las olas. Las veía llegar y fruncía el ceño. Una vez se levantó, se metió con extraordinaria cautela tres pasos en el mar, salió de nuevo y se volvió a sentar. Entonces se rascó la frente y sonrió. Se levantó deprisa. Dejó el cubo y la pala en la orilla. Corrió hacia su padre y le dijo con el orgullo del primer descubrimiento:
- El mar se mueve porque hay gente dentro.
La niña estuvo un tiempo cogiendo conchas y mirando, muy seria, la llegada de las olas. Las veía llegar y fruncía el ceño. Una vez se levantó, se metió con extraordinaria cautela tres pasos en el mar, salió de nuevo y se volvió a sentar. Entonces se rascó la frente y sonrió. Se levantó deprisa. Dejó el cubo y la pala en la orilla. Corrió hacia su padre y le dijo con el orgullo del primer descubrimiento:
- El mar se mueve porque hay gente dentro.
Me envía ayer mi primo Ricardo -que se dedica todas las mañanas a dar una vuelta por la internet y elige determinadas páginas para su solaz y supuestamente el nuestro- este enlace La Transición española. Versión Original. Con Antonio G.Trevijano y Diego Camacho en mp3 (18/06 a las 20:53:43) 01:21:46 2143276 - iVoox sobre la verdad de la transición española.
Esta verdad no es, por supuesto, la verdad oficial. Y resulta que todo es un fabuloso montaje cuya intención es que todo cambie para que todo siga igual.
Todo sigue igual. La verdad es que todo sigue igual siempre. Y la verdad es que suele ocurrir que si un hombre es ninguneado (como le ocurre a Trevijano) suele sentir rencor y el rencor es una ira envejecida y una ira envejecida lo es sin fuerza y una ira sin fuerza puede resultar hasta ridícula. (El rencor suele ser ridículo).
Durante la entrevista, Trevijano y Diego Camacho parecen estar descubriendo la Piedra Filosofal; parecen estar descubriéndonos la esencia de la mentira y las alcantarillas del Poder. Seamos claros, señores, el Poder es el Poder (lo diga Agamenón o su Porquero -porque también el Porquero merece una mayúscula-) y tonto hubiera sido que el Poder hubiera renunciado al Poder por la muerte de un señor.
Dice Trevijano que el fin de una dictadura deviene en oligarquía y que esto es lo que ha ocurrido en España. Pero, ¿dónde no ha ocurrido? ¿En qué país del mundo existe un sistema realmente democrático? ¿Dónde se promueven las sociedades abiertas? ¿Cuál es la definición exacta de democracia?
La verdad es un pozo sin fondo. O, para ponerme estupendo (no sé por qué hoy me apetece ponerme estupendo quizá porque durante dos días el cuerpo me ha estado doliendo y he sentido nostalgia de no sentir el cuerpo, de no sentir el estómago, de no sentir el frío por la columna vertebral, de no sentir las manos trémulas, de no sentir los pies inútiles y la cabeza ida y el corazón anhelante de nada. Quizá me pongo estupendo porque la verdad del cuerpo es su ignorancia. Un cuerpo ignorado es un cuerpo perfecto. Llevar un cuerpo sin notarlo es la esencia de la buena vida como cuando te dicen que un zapato no se nota o que aquella prenda te queda como un guante -de cabritilla-. La verdad es siempre la ignorancia) la verdad es el sueño de los profetas.
¿Es cierto que Santiago Carrillo fue un traidor? ¿Es cierto que Felipe González (Isidoro) era, casi, casi, el ojito derecho de Franco? Se non è vero è ben trovato. Una cualidad inherente a la verdad revelada es que siempre debe ser escandalosa. Y ¿qué hubiera sido de nosotros si Trevijano hubiera vencido con sus tesis? ¿Seríamos un país modélico? ¿Viviríamos en una auténtica democracia?
A los que tienen en sus manos la Verdad les recomiendo que se las laven.
Esta verdad no es, por supuesto, la verdad oficial. Y resulta que todo es un fabuloso montaje cuya intención es que todo cambie para que todo siga igual.
Todo sigue igual. La verdad es que todo sigue igual siempre. Y la verdad es que suele ocurrir que si un hombre es ninguneado (como le ocurre a Trevijano) suele sentir rencor y el rencor es una ira envejecida y una ira envejecida lo es sin fuerza y una ira sin fuerza puede resultar hasta ridícula. (El rencor suele ser ridículo).
Durante la entrevista, Trevijano y Diego Camacho parecen estar descubriendo la Piedra Filosofal; parecen estar descubriéndonos la esencia de la mentira y las alcantarillas del Poder. Seamos claros, señores, el Poder es el Poder (lo diga Agamenón o su Porquero -porque también el Porquero merece una mayúscula-) y tonto hubiera sido que el Poder hubiera renunciado al Poder por la muerte de un señor.
Dice Trevijano que el fin de una dictadura deviene en oligarquía y que esto es lo que ha ocurrido en España. Pero, ¿dónde no ha ocurrido? ¿En qué país del mundo existe un sistema realmente democrático? ¿Dónde se promueven las sociedades abiertas? ¿Cuál es la definición exacta de democracia?
La verdad es un pozo sin fondo. O, para ponerme estupendo (no sé por qué hoy me apetece ponerme estupendo quizá porque durante dos días el cuerpo me ha estado doliendo y he sentido nostalgia de no sentir el cuerpo, de no sentir el estómago, de no sentir el frío por la columna vertebral, de no sentir las manos trémulas, de no sentir los pies inútiles y la cabeza ida y el corazón anhelante de nada. Quizá me pongo estupendo porque la verdad del cuerpo es su ignorancia. Un cuerpo ignorado es un cuerpo perfecto. Llevar un cuerpo sin notarlo es la esencia de la buena vida como cuando te dicen que un zapato no se nota o que aquella prenda te queda como un guante -de cabritilla-. La verdad es siempre la ignorancia) la verdad es el sueño de los profetas.
¿Es cierto que Santiago Carrillo fue un traidor? ¿Es cierto que Felipe González (Isidoro) era, casi, casi, el ojito derecho de Franco? Se non è vero è ben trovato. Una cualidad inherente a la verdad revelada es que siempre debe ser escandalosa. Y ¿qué hubiera sido de nosotros si Trevijano hubiera vencido con sus tesis? ¿Seríamos un país modélico? ¿Viviríamos en una auténtica democracia?
A los que tienen en sus manos la Verdad les recomiendo que se las laven.
Isaac Alexander escribe a una muchacha y un muchacho que defendían su derecho a intentar ser artistas frente a un hombre viejo que les aconsejaba asegurarse antes el salario
Jóvenes artistas:
Ante todo perseverad. Yo sé que esto que os digo va en contra de toda la lógica en una sociedad que ya no sólo santifica el trabajo sino que lo eleva (gracias a las crisis provocadas por los amos) a deseo místico, a culmen de la realización del hombre en la tierra.
Yo os confirmo que hay otra vida y que el trabajo amansa a las fieras. La costumbre, la rutina, la exaltación de los horarios, el reconocimiento de las caras, la asunción de la jerarquía, el admitir como inevitable que en tu lugar de trabajo haga frío (o calor excesivo), todas esas cosas provocan en el hombre una tendencia a la mansedumbre porque somos mansos, esencialmente lo somos.
¿Qué ofrece el arte que no tiene el trabajo asalariado? La fiereza. Ser artista es ser, necesariamente, fiero. Fiero ¿en qué sentido? Escuchad: vivir sin red es vivir y al vivir asoma, sin descanso, el miedo y ante el miedo tienes muy pocas opciones, quizá sólo dos: sumergirte en el miedo o enfrentarlo. Si te sumerges en él, dejas de ser artista.
¿Qué es ser artista? En esencia, ser artista es ser el primer hombre. Y al serlo estáis en la obligación de descubrir el mundo. Descubrir el mundo es probar los frutos de la tierra sin saber si son o no ponzoña; descubrir el mundo es retar a la gravedad y subir al árbol; descubrir el mundo es haceros vuestro vestido, dormir en las ruinas como si fueran lo que ya no son, amar con toda la pasión que también habeis de descubrir, desesperaros por no encontraros, mirar el mundo con vuestra mirada no con la mirada de los otros; ser artista es no saber, no saber nunca, no conocer ni siquiera el sentido de la palabra límite; ser artista es mantenerse siempre perplejo mientras lentamente (¡descubrid, jóvenes artistas, la lentitud!) ejecutáis vuestro arte, ya sea frente al lienzo o cuando el oído descubre el sonido justo o si la palabra se aposenta en el texto como si no hubiera podido existir jamás otra o si cumplís el personaje en el escenario y llegáis a ese momento en que actor y personaje se encuentran en un mundo intermedio, en el Alma del Mundo porque ser artista es llegar a vivir de vez en cuando ahí: en el Alma del Mundo.
No cejéis, jóvenes artistas, mientras tengáis fuerzas. No escuchéis, por muy buena que sea la intención, al hombre viejo que os advierte tan sólo de los peligrosos y del más que problable fracaso. No es optimismo. Yo os digo: el fracaso no existe en el arte. Y os digo más: sólo si el arte es verdadero, el fracaso no existe porque en el arte que se vive el éxito es la vida. En el arte el éxito es únicamente el proceso. ¿Veis como es imposible fracasar? ¿Fracasa quien vive?
Jóvenes artistas, ayer me gustó vuestro gesto cuando defendíais vuestra intención de seguir adelante contra viento y marea y aún así, con respeto, escuchabais al viejo que os pormenorizaba las etapas que habríais de sufrir. Porque creí entrever que habíais asimilado ya un componente de la vida que se nos quiere hurtar constantemente: el sacrificio en su sentido lato de sacer facere, hacer sagrado.
Y una de las formas más hermosas de hacer sagrada la vida es por medio del arte.
Ahora os dejo, queridos, me espera la mar a la que abrazo cada mañana con mis brazos viejos pero fuertes y que me acoge como el calor del cuerpo de la mujer dormida cuando en las noches frías entro en la cama y me acurruco junto a ella.
¡Benditos seáis!
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Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/12/2013 a las 09:21 | {0}
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/12/2013 a las 10:39 | {0}