Ha llegado al final del sueño. Ha sonado el despertador. La gata ha ensayado sus uñas en la colcha.
Piensa: toda filosofía, toda tendencia metafísica, toda trascendencia tiene como base sine qua non el estómago lleno (abundando en unas palabras que Lorca pronunció).
Ahora va a hacerlo: se pone delante del espejo y se sonríe.
Déjale besarte y que el cielo caiga sobre los hombros del Titán; déjale la ilusión de los hombres que miran las estrellas como si fueran resquicios de luz en el infinito oscuro.
Piensa: verse desnuda es recordar la tierra.
El salmón le dijo al viejo bardo: ¡Pobre de ti, viejo insensato, que no has sabido conocer en mí a esta náyade de las aguas, a la sin par hija del Mar!
Piensa: toda filosofía, toda tendencia metafísica, toda trascendencia tiene como base sine qua non el estómago lleno (abundando en unas palabras que Lorca pronunció).
Ahora va a hacerlo: se pone delante del espejo y se sonríe.
Déjale besarte y que el cielo caiga sobre los hombros del Titán; déjale la ilusión de los hombres que miran las estrellas como si fueran resquicios de luz en el infinito oscuro.
Piensa: verse desnuda es recordar la tierra.
El salmón le dijo al viejo bardo: ¡Pobre de ti, viejo insensato, que no has sabido conocer en mí a esta náyade de las aguas, a la sin par hija del Mar!
...me he dicho. Luego he retirado lo dicho (me lo he retirado) y he mirado a los cielos que se van cubriendo fríamente como si quisieran arroparme. Venía con el perro, tenía una ensoñación tranquila y me he visto en el suelo con la rodilla dolorida. He pensado: no ensueñes mientras andas. Mientras andas, anda. Cuando ensueñes, sueña. Algo así. Luego he leído un poco sobre los cínicos (Diógenes) y los estoicos y no he llegado a sentir la emoción de la ausencia ni el placer de la nada. Tan alienado estoy, he llegado a intuir que pensaba mientras ya otro pensamiento irrumpía y era éste: un dulce libanés una tarde de domingo y a más a más ha seguido la mente (la loca de la casa) haciéndome pensar un mercadillo, los labios de L. anteayer cuando atardecía y el discurso (sin solución de continuidad) de un hombre de negocios hablando sin nombres ni apellidos. He vuelto a la frase que encabeza lo que escribo y he querido hacer una lista y -aunque sea fácil el juego de palabras- me he sentido tonto. Bebo entonces un poco de café, fumo, ya que estamos, una calada del cigarrillo que me lío, escucho la máquina que taladra, el martillo y el punteo de una guitarra y sé que he de destender la ropa y más tarde me sentaré en la otra mesa y haré el papel que vengo haciendo desde hace ya cuarenta años. ¿Porque es noviembre? ¿Porque todo está callado? ¿Porque las montañas a lo lejos se iban disipando y estiraban sus cumbres hasta parecer llanos? ¿Porque la princesa en lo alto del árbol le pedía al muchacho que había llegado a rescatarla que no entrara en la habitación cerrada y el muchacho entraba y se encontraba clavado en la pared con tres clavos a un cuervo que le rogaba que le desenclavara? ¿Porque di con el espejo en la columna? ¿Porque hablé con respeto de la muerte? He de empezar, lo sé. He de empezar como todos. Me lo dice la rodilla dolorida y también el suspiro del perro y las hojas del arce japonés, tan rojas, tan me estoy yendo a dormir apasionadamente.
Si esto es noviembre, aquí me tienes.
Si esto es noviembre, aquí me tienes.
Las citas corresponden a Mircea Eliade de su libro Herreros y Alquimistas. Editado por Alianza Editorial. 1974
La muerte de un minero produce aún en nuestras, supuestamente, avanzadas civilizaciones un estupor y una compasión especial. Véase si no lo ocurrido hoy en el Parlamento español tras la muerte ayer en León de seis mineros. Todas las bancadas puestas en pie y, como en una oración, el murmullo de la música de Santa Bárbara, patrona en España de los mineros. O, sin ir más lejos, ni a más ejemplos, el derrumbe de la mina San José en Chile en el mes de agosto del año 2010.
Mircea Eliade, el gran antropólogo rumano, escribió un pequeño ensayo titulado como se dice en la entradilla. En él se refiere al particular oficio de minero, metalúrgico y forjador, los tres oficios que logran "intervenir en el proceso de la embriología subterránea" porque "las sustancias minerales participaban del carácter sagrado de la Madre Tierra. No tardamos en encontrarnos con la idea de que los minerales "crecen" en el vientre de la Tierra, ni más ni menos que si fueran embriones. La metalurgia adquiere de este modo un carácter obstétrico. El minero y el metalúrgico precipitan el ritmo de crecimiento de los minerales, colaboran en la obra de la Naturaleza, la ayudan a "parir más pronto".
En el capítulo 5 titulado Ritos y misterios metalúrgicos, escribe el maestro:
No se descubre fácilmente una nueva mina o un nuevo filón: corresponde a los dioses y a los seres divinos el revelar sus emplazamientos o enseñar a los humanos la explotación de su contenido. Estas creencias se han mantenido en Europa hasta un pasado reciente. El viajero griego Nucius Nicandro, que visitó Lieja en el siglo XVI, nos cuenta la leyenda del descubrimiento de las minas de carbón del norte de Francia y Bélgica: un ángel se apareció bajo la forma de un anciano venerable, y mostró la boca de una galería a un herrero que hasta entonces había venido empleando leña para su horno. En el Finisterre fue un hada (groac'k) la que reveló a los hombres la existencia de plomo argentífero. En la leyenda china de Yu el Grande, el perforador de las montañas, se cuenta que fue un minero afortunado que saneó la Tierra en vez de apestarla porque conocía los ritos del Oficio. Y nombres de seres misteriosos como Maese Hoemmerling conocido también como el Monje de la Montaña o la Dama Blanca cuya aparición anuncia los desprendimientos (nuestra Santa Bárbara) [...]
Subrayemos de paso -continúa Eliade en su estudio- el comportamiento "animal" del mineral: está vivo, se mueve a voluntad, se oculta, muestra simpatía o antipatía hacia los humanos, conducta que no deja de parecerse a la de la pieza para con el cazador. En Malasia, en donde el islamismo se ha expandido grandemente, esta religión "extranjera" se manifiesta impotente para asegurar el éxito de las explotaciones mineras. Porque son las antiguas divinidades las que cuidan de las minas, y ellas son quienes disponen de los minerales. Así pues es absolutamente necesario recurrir a la ayuda de un pawang, sacerdote de la vieja religión, suplantada por el islamismo. [...] Estos pawang, por ser quienes conservan las tradiciones religiosas más arcaicas, son capaces de apaciguar a los dioses guardianes del mineral y de conciliarse con los espíritus que pueblan las minas. [...] los mineros malayos musulmanes han de guardarse muy bien de dejar entrever su religión por signos externos u oraciones. [...] Es un fenómeno muy conocido en la historia de las religiones esta tensión entre las creencias importadas y la religión del territorio. Como en todo el mundo, los "dueños del lugar" se dejan sentir en Malasia en los cultos relacionados con la Tierra. Los tesoros de ésta -sus obras, sus "hijos"- pertenecen a los autóctonos, y sólo su religión les permite aproximarse a ellos.
[...]
..., en los mineros comprobamos ritos que implican estado de pureza, ayuno, meditación, oración y actos de culto. Todas estas condiciones están determinadas por la naturaleza de la operación que se va a efectuar. Se trata de introducirse en una zona reputada como sagrada e inviolable; se perturba la vida subterránea y los espíritus que la rigen; se entra en contacto con una sacralidad que no pertenece al universo religioso familiar, sacralidad más profunda y también más peligrosa. Se experimenta la sensación de aventurarse en un terreno que no pertenece al hombre por derecho, siéndole enteramente ajeno ese mundo subterráneo, con sus misterios de la lenta maduración mineralógica que se desarrolla en las entrañas de la Madre Tierra. Se experimenta, sobre todo, la sensación de inmiscuirse en un orden natural regido por una ley superior, de intervenir en un proceso secreto y sacro. Así, se toman todas las precauciones indispensables a los ritos de pasaje. Se siente oscuramente que se trata de un misterio que implica la existencia humana, pues el hombre, efectivamente, ha sido marcado por el descubrimiento de los metales, casi ha cambiado su modo de ser, dejándose arrastrar en la obra minera y metalúrgica. Todas las mitologías de la minas y las montañas, todos esos innumerables genios, hadas, fantasmas, espíritus, son las múltiples epifanías de la presencia sagrada que se afrontan cuando se penetra en los níveles geológicos de la Vida.
El dolor por la muerte de un minero está enraizada, creo yo, en ese inconsciente colectivo que nos une por siempre con nuestros antepasados, que nos une a esa memoria sin memoria, o como con tanto acierto y belleza escribió Luis Cernuda: olvido de ti sí, mas no ignorancia tuya. Memoria olvidada entonces pero memoria, al fin, del principio.
Mircea Eliade, el gran antropólogo rumano, escribió un pequeño ensayo titulado como se dice en la entradilla. En él se refiere al particular oficio de minero, metalúrgico y forjador, los tres oficios que logran "intervenir en el proceso de la embriología subterránea" porque "las sustancias minerales participaban del carácter sagrado de la Madre Tierra. No tardamos en encontrarnos con la idea de que los minerales "crecen" en el vientre de la Tierra, ni más ni menos que si fueran embriones. La metalurgia adquiere de este modo un carácter obstétrico. El minero y el metalúrgico precipitan el ritmo de crecimiento de los minerales, colaboran en la obra de la Naturaleza, la ayudan a "parir más pronto".
En el capítulo 5 titulado Ritos y misterios metalúrgicos, escribe el maestro:
No se descubre fácilmente una nueva mina o un nuevo filón: corresponde a los dioses y a los seres divinos el revelar sus emplazamientos o enseñar a los humanos la explotación de su contenido. Estas creencias se han mantenido en Europa hasta un pasado reciente. El viajero griego Nucius Nicandro, que visitó Lieja en el siglo XVI, nos cuenta la leyenda del descubrimiento de las minas de carbón del norte de Francia y Bélgica: un ángel se apareció bajo la forma de un anciano venerable, y mostró la boca de una galería a un herrero que hasta entonces había venido empleando leña para su horno. En el Finisterre fue un hada (groac'k) la que reveló a los hombres la existencia de plomo argentífero. En la leyenda china de Yu el Grande, el perforador de las montañas, se cuenta que fue un minero afortunado que saneó la Tierra en vez de apestarla porque conocía los ritos del Oficio. Y nombres de seres misteriosos como Maese Hoemmerling conocido también como el Monje de la Montaña o la Dama Blanca cuya aparición anuncia los desprendimientos (nuestra Santa Bárbara) [...]
Subrayemos de paso -continúa Eliade en su estudio- el comportamiento "animal" del mineral: está vivo, se mueve a voluntad, se oculta, muestra simpatía o antipatía hacia los humanos, conducta que no deja de parecerse a la de la pieza para con el cazador. En Malasia, en donde el islamismo se ha expandido grandemente, esta religión "extranjera" se manifiesta impotente para asegurar el éxito de las explotaciones mineras. Porque son las antiguas divinidades las que cuidan de las minas, y ellas son quienes disponen de los minerales. Así pues es absolutamente necesario recurrir a la ayuda de un pawang, sacerdote de la vieja religión, suplantada por el islamismo. [...] Estos pawang, por ser quienes conservan las tradiciones religiosas más arcaicas, son capaces de apaciguar a los dioses guardianes del mineral y de conciliarse con los espíritus que pueblan las minas. [...] los mineros malayos musulmanes han de guardarse muy bien de dejar entrever su religión por signos externos u oraciones. [...] Es un fenómeno muy conocido en la historia de las religiones esta tensión entre las creencias importadas y la religión del territorio. Como en todo el mundo, los "dueños del lugar" se dejan sentir en Malasia en los cultos relacionados con la Tierra. Los tesoros de ésta -sus obras, sus "hijos"- pertenecen a los autóctonos, y sólo su religión les permite aproximarse a ellos.
[...]
..., en los mineros comprobamos ritos que implican estado de pureza, ayuno, meditación, oración y actos de culto. Todas estas condiciones están determinadas por la naturaleza de la operación que se va a efectuar. Se trata de introducirse en una zona reputada como sagrada e inviolable; se perturba la vida subterránea y los espíritus que la rigen; se entra en contacto con una sacralidad que no pertenece al universo religioso familiar, sacralidad más profunda y también más peligrosa. Se experimenta la sensación de aventurarse en un terreno que no pertenece al hombre por derecho, siéndole enteramente ajeno ese mundo subterráneo, con sus misterios de la lenta maduración mineralógica que se desarrolla en las entrañas de la Madre Tierra. Se experimenta, sobre todo, la sensación de inmiscuirse en un orden natural regido por una ley superior, de intervenir en un proceso secreto y sacro. Así, se toman todas las precauciones indispensables a los ritos de pasaje. Se siente oscuramente que se trata de un misterio que implica la existencia humana, pues el hombre, efectivamente, ha sido marcado por el descubrimiento de los metales, casi ha cambiado su modo de ser, dejándose arrastrar en la obra minera y metalúrgica. Todas las mitologías de la minas y las montañas, todos esos innumerables genios, hadas, fantasmas, espíritus, son las múltiples epifanías de la presencia sagrada que se afrontan cuando se penetra en los níveles geológicos de la Vida.
El dolor por la muerte de un minero está enraizada, creo yo, en ese inconsciente colectivo que nos une por siempre con nuestros antepasados, que nos une a esa memoria sin memoria, o como con tanto acierto y belleza escribió Luis Cernuda: olvido de ti sí, mas no ignorancia tuya. Memoria olvidada entonces pero memoria, al fin, del principio.
TRECE MINUTOS EUROPEOS DESERTAN A KAZAJISTÁN.
A Julia Maestre Alarcón, una de las últimas Campera.
Querida Julia:
Dicen algunos que todo está mejor. Que el mundo es mejor. Leo y veo y escucho y siento (ya sabes; me sabías). No sé muy bien qué decirte. No sé muy bien cómo explicarte que a mí no me parece el mundo mejor ni peor, me parece igual que siempre. Lo que siento es que hay una necesidad de decir que todo cambia para que en realidad todo siga igual. Es lo que tiene haber sido curioso (digo haber sido porque ya no sé si lo soy con respecto a esto de lo que te escribo) que tienes la sensación de que esta propaganda - el progreso, la mejora. La evolución como mejora- se inició cuando al hombre le entró la necesidad de contar las ovejas que había en su rebaño.
Porque en realidad ha pasado muy poco tiempo. Muy poco. Establecían una comparación no sé dónde ni cuándo en la que se decía que el tiempo de vida del hombre en la tierra sería como la altura de una moneda de cinco centavos en relación a la altura del Empire State (sí, claro, un edificio yankee). Es realmente pequeña nuestra estadía en esta Tierra.
Y me acuerdo mucho de ti cuando Violeta, que ya está muy mayor, me comenta que ella está convencida de que en el Universo hay muchísimas civilizaciones que se relacionan unas con otras excepto nosotros que somos tan ignorantes que no sabemos salir de nuestra bola de mierda y aquí estamos solos y aislados. E imagina que una chica de un planeta- llamémosle Marion- le dice a su padre que el fin de semana se va con una basca del planeta Sionai que se encuentra a tres millones de años de luz de distancia y que han quedado a medio camino, en la constelación de Luaris, donde van a dar un concierto los interestelares Monfri. Cosas así me cuenta mientras bajamos los fines de semana desde Galapagar a Madrid. Y a mí esas conversaciones me emocionan mucho, me llenan de un extraño placer mientras veo a lo lejos las luces de ese poblachón manchego que te vio vivir y morir. Y hay veces en que cuando nos detenemos en un semáforo de la calle José Abascal, yo me acuerdo de ti -me acuerdo tantas veces de ti. Te echo tanto, tantísimo de menos- y creo sentirte en el asiento trasero, sonriendo con las ideas de Violeta y pensando, seguro que pensando, Esta niña es una de las nuestras.
También pienso en los últimos descubrimientos acerca del Universo cuando te recuerdo sentada en el sofá de tu casa, tu casita de la calle Emilio Ortuño, con tus uñas pintadas de rojo y la permanente recién hecha y espero que esa luz que emanaba ese momento viaje hasta el confín del espacio/tiempo para que quizá algún colgado de alguna de las constelaciones que imagina Violeta, la atrape y la esté reproduciendo ahora para toda la eternidad. Me gusta que el único corto que dirigí en mi vida ocurriera todo en tu casa. Tengo tu casa tal y como era. Tú ya habías muerto y tu sobrina Marisol me dio permiso para que rodáramos allí. Los últimos descubrimientos de los que te hablaba dicen que el Universo se está expandiendo y que las galaxias se están alejando unas de otras y que llegará un momento en que desde cualquier parte del universo que un observador mire no podrá ver nada, absolutamente nada, todo será una profunda y brutal ausencia: no estrellas, no soles, no galaxias... y al fin tenderemos a la melancólica idea de cero. El universo será cero.
Estas cosas te escribo. No recuerdo muy bien en qué año moriste, ni qué día (si fue hoy o mañana) y sí recuerdo bien el día, el mes y el año en que naciste: el 8 de noviembre de 1914. ¿Sabes? Mañana voy a cocinar un pisto manchego. Se lo he comentado a Liana y a Raúl (te gustarían mucho Liana y Raúl. Tú les gustas mucho a ellos) y Liana ha sonreído por el teléfono, hablamos mucho por teléfono, no sabes cuánto hablamos por teléfono y me ha dicho que era muy curioso y muy hermoso (y si no me lo ha dicho, yo he sentido que me lo decía) porque me he dado cuenta de que iba a hacer mi primer pisto manchego mañana, el día en que tú moriste, mi querida manchega, hija de Argamasilla de Calatrava. Sé que no tendrá la textura ni el sabor de los tuyos pero seguro que cuando vea su color y su hervor en la sartén, me acordaré de ti en aquellas tardes en la cocina de la casa de mis padres cuando planchabas y escuchabas a la señorita Francis mientras asentías con la cabeza por los dramas de las mujeres engañadas por hombres maliciosos.
Viaja, viejecita mía, por los espacios universales y que tu luz ilumine al extraterrestre que disponga de la tecnología para conocerte al igual que iluminaste mi vida en unos tiempos que a ratos fueron oscuros y dolorosos. Un beso con abrazo y después risa.
Dicen algunos que todo está mejor. Que el mundo es mejor. Leo y veo y escucho y siento (ya sabes; me sabías). No sé muy bien qué decirte. No sé muy bien cómo explicarte que a mí no me parece el mundo mejor ni peor, me parece igual que siempre. Lo que siento es que hay una necesidad de decir que todo cambia para que en realidad todo siga igual. Es lo que tiene haber sido curioso (digo haber sido porque ya no sé si lo soy con respecto a esto de lo que te escribo) que tienes la sensación de que esta propaganda - el progreso, la mejora. La evolución como mejora- se inició cuando al hombre le entró la necesidad de contar las ovejas que había en su rebaño.
Porque en realidad ha pasado muy poco tiempo. Muy poco. Establecían una comparación no sé dónde ni cuándo en la que se decía que el tiempo de vida del hombre en la tierra sería como la altura de una moneda de cinco centavos en relación a la altura del Empire State (sí, claro, un edificio yankee). Es realmente pequeña nuestra estadía en esta Tierra.
Y me acuerdo mucho de ti cuando Violeta, que ya está muy mayor, me comenta que ella está convencida de que en el Universo hay muchísimas civilizaciones que se relacionan unas con otras excepto nosotros que somos tan ignorantes que no sabemos salir de nuestra bola de mierda y aquí estamos solos y aislados. E imagina que una chica de un planeta- llamémosle Marion- le dice a su padre que el fin de semana se va con una basca del planeta Sionai que se encuentra a tres millones de años de luz de distancia y que han quedado a medio camino, en la constelación de Luaris, donde van a dar un concierto los interestelares Monfri. Cosas así me cuenta mientras bajamos los fines de semana desde Galapagar a Madrid. Y a mí esas conversaciones me emocionan mucho, me llenan de un extraño placer mientras veo a lo lejos las luces de ese poblachón manchego que te vio vivir y morir. Y hay veces en que cuando nos detenemos en un semáforo de la calle José Abascal, yo me acuerdo de ti -me acuerdo tantas veces de ti. Te echo tanto, tantísimo de menos- y creo sentirte en el asiento trasero, sonriendo con las ideas de Violeta y pensando, seguro que pensando, Esta niña es una de las nuestras.
También pienso en los últimos descubrimientos acerca del Universo cuando te recuerdo sentada en el sofá de tu casa, tu casita de la calle Emilio Ortuño, con tus uñas pintadas de rojo y la permanente recién hecha y espero que esa luz que emanaba ese momento viaje hasta el confín del espacio/tiempo para que quizá algún colgado de alguna de las constelaciones que imagina Violeta, la atrape y la esté reproduciendo ahora para toda la eternidad. Me gusta que el único corto que dirigí en mi vida ocurriera todo en tu casa. Tengo tu casa tal y como era. Tú ya habías muerto y tu sobrina Marisol me dio permiso para que rodáramos allí. Los últimos descubrimientos de los que te hablaba dicen que el Universo se está expandiendo y que las galaxias se están alejando unas de otras y que llegará un momento en que desde cualquier parte del universo que un observador mire no podrá ver nada, absolutamente nada, todo será una profunda y brutal ausencia: no estrellas, no soles, no galaxias... y al fin tenderemos a la melancólica idea de cero. El universo será cero.
Estas cosas te escribo. No recuerdo muy bien en qué año moriste, ni qué día (si fue hoy o mañana) y sí recuerdo bien el día, el mes y el año en que naciste: el 8 de noviembre de 1914. ¿Sabes? Mañana voy a cocinar un pisto manchego. Se lo he comentado a Liana y a Raúl (te gustarían mucho Liana y Raúl. Tú les gustas mucho a ellos) y Liana ha sonreído por el teléfono, hablamos mucho por teléfono, no sabes cuánto hablamos por teléfono y me ha dicho que era muy curioso y muy hermoso (y si no me lo ha dicho, yo he sentido que me lo decía) porque me he dado cuenta de que iba a hacer mi primer pisto manchego mañana, el día en que tú moriste, mi querida manchega, hija de Argamasilla de Calatrava. Sé que no tendrá la textura ni el sabor de los tuyos pero seguro que cuando vea su color y su hervor en la sartén, me acordaré de ti en aquellas tardes en la cocina de la casa de mis padres cuando planchabas y escuchabas a la señorita Francis mientras asentías con la cabeza por los dramas de las mujeres engañadas por hombres maliciosos.
Viaja, viejecita mía, por los espacios universales y que tu luz ilumine al extraterrestre que disponga de la tecnología para conocerte al igual que iluminaste mi vida en unos tiempos que a ratos fueron oscuros y dolorosos. Un beso con abrazo y después risa.
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
Meditación sobre las formas de interpretar
Cuentecillos
¿De Isaac Alexander?
Libro de las soledades
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Reflexiones para antes de morir
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
Listas
El mes de noviembre
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Saturnales
Agosto 2013
Citas del mes de mayo
Marea
Sincerada
Reflexiones
Mosquita muerta
El viaje
Sobre la verdad
Sinonimias
El Brillante
No fabularé
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
Desenlace
El espejo
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Sobre la música
Biopolítica
Asturias
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Las homilías de un orate bancario
Las putas de Storyville
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023, 2024 y 2025 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Miscelánea
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/11/2013 a las 10:21 |