Hastío no es aburrimiento. Hastío es asco, repugnancia.
Sí, sí, sé que no he venido aquí a decirle definiciones de palabras. Sólo que me estoy hastiando. O sea, me estoy llenando de asco. Hastiar. No sé si usted me entiende. Porque llega un momento en el que uno tiene la necesidad de decir: ¡Me cago en la familia Aznar Botella! Es esto lo que necesita decir. Decirlo en alto. Decirlo a voz en grito (otros dicen a voz en cuello que no sé si es un galicismo). Y decirlo como un conjuro. Decirlo como la quintaesencia de este cortijo de mierda que es España. Porque España es un cortijo. Un cortijo cuyos señoritos son los putos caciques de siempre. Perdone, pero esto no sale de aquí ¿verdad? Sé que lo está usted grabando. Ya, ya sé que luego es para estudiar mi neurosis. Pero es que en este caso no es neurosis. Mire, llevo toda mi vida haciendo un trabajo honrado. No aspiro a grandes posesiones porque mi aspiración es el tiempo no el espacio. Y creo que sería de justicia que un hombre que hace su trabajo tuviera siempre como contrapartida el elemento que le permita seguir realizando su trabajo: dinero. ¡Mardito parné! Pero, ¿qué ocurre? De ahí mi hastío, mi asco, mi repugnancia. Resulta que hay hombres, muchos hombres, muchas familias, que deciden quedarse ellos con el dinero que circula por el mundo. Lo amasan. Yo me cago en la familia Aznar Botella por su codicia. Yo sé que no son los únicos codiciosos. Pero son el ejemplo de la codicia. Como lo es la familia Borbón. Como lo es la familia Bárcenas (digo todo esto aunque simbólicamente antes de que entre en vigor la nueva ley de Seguridad Ciudadana que prohibirá cantarle las cuarenta a las autoridades). ¿Me entiende usted? Un día quise hacer una cuenta de los millones de euros que se han ido colando a las cuentas de todos estos codiciosos, y me empecé a marear. Y me mareaba más cuando luego aparecía en la televisión (que es esa ventana denigrada de la realidad) una familia con cinco hijos que vivían de la caridad de un amigo porque ambos padres estaban sin trabajo y el Estado les había denegado incluso el subsidio de desempleo que viene a ser 480 €. O cuando se hace un bodorrio colosal de una familia adinerada de la India en Barcelona mientras el pueblo indio se muere ahogado en la mierda y las ONGs tienen que ir allí para potabilizar el agua. No, no, no voy a poner más ejemplos. La lista sería infame e interminable. Infamia, infamia. Yo me acuesto por las noches con ansiedad, ¿sabe usted? Incluso decidí no informarme. Inútil. Por todas partes se cuela el olor hediondo de la familia Aznar Botella. Entiéndame usted, como símbolo. Porque no puedo dejar de pensar en la muerte de aquellas chiquillas en una macrofiesta en Madrid y cómo la señora Botella que a la sazón era alcadesa de dicha ciudad, se fue de fin de semana a un balneario en Portugal. Como símbolo aquella actitud me parece de mierda (de ahí el olor hediondo). Disculpe la arcada, es que los tengo en el estómago. Voy al baño un momento. No, no, estoy bien, de verdad. Son cinco minutos. (...) Ya. Me siento mucho mejor. Hastiado pero mucho mejor. Si no le importa me voy a tumbar un rato, me voy a quedar callado. Si lloro no se inquiete usted. Aunque usted no se inquieta por nada. Es un llanto relajante. Quizá mi último llanto aquí. Tengo la impresión de que el mes que viene ya no podré seguir pagándole. Con lo bien que me viene esta confesión laica semanal. Si lloro es porque tengo la certeza de que el dinero que me cuesta usted yo lo podría haber ganado si no se lo hubieran llevado los codiciosos como la familia ¡Aaggg!... es que ya no puedo ni pronunciar su nombre. Sí, sí, me voy a callar. Voy a cerrar los ojos si no le importa. Si me duermo despiérteme cuando se cumpla el tiempo. Sólo hay una cosa que me hubiera gustado: haber oído alguna vez su voz. Es usted tan callado. Se diría que está usted muerto como tantos de nosotros, muertos en vida, arrebatada nuestra vida, arrebatados nuestros medios para vivirla, vivir, vivir... ay....
Sí, sí, sé que no he venido aquí a decirle definiciones de palabras. Sólo que me estoy hastiando. O sea, me estoy llenando de asco. Hastiar. No sé si usted me entiende. Porque llega un momento en el que uno tiene la necesidad de decir: ¡Me cago en la familia Aznar Botella! Es esto lo que necesita decir. Decirlo en alto. Decirlo a voz en grito (otros dicen a voz en cuello que no sé si es un galicismo). Y decirlo como un conjuro. Decirlo como la quintaesencia de este cortijo de mierda que es España. Porque España es un cortijo. Un cortijo cuyos señoritos son los putos caciques de siempre. Perdone, pero esto no sale de aquí ¿verdad? Sé que lo está usted grabando. Ya, ya sé que luego es para estudiar mi neurosis. Pero es que en este caso no es neurosis. Mire, llevo toda mi vida haciendo un trabajo honrado. No aspiro a grandes posesiones porque mi aspiración es el tiempo no el espacio. Y creo que sería de justicia que un hombre que hace su trabajo tuviera siempre como contrapartida el elemento que le permita seguir realizando su trabajo: dinero. ¡Mardito parné! Pero, ¿qué ocurre? De ahí mi hastío, mi asco, mi repugnancia. Resulta que hay hombres, muchos hombres, muchas familias, que deciden quedarse ellos con el dinero que circula por el mundo. Lo amasan. Yo me cago en la familia Aznar Botella por su codicia. Yo sé que no son los únicos codiciosos. Pero son el ejemplo de la codicia. Como lo es la familia Borbón. Como lo es la familia Bárcenas (digo todo esto aunque simbólicamente antes de que entre en vigor la nueva ley de Seguridad Ciudadana que prohibirá cantarle las cuarenta a las autoridades). ¿Me entiende usted? Un día quise hacer una cuenta de los millones de euros que se han ido colando a las cuentas de todos estos codiciosos, y me empecé a marear. Y me mareaba más cuando luego aparecía en la televisión (que es esa ventana denigrada de la realidad) una familia con cinco hijos que vivían de la caridad de un amigo porque ambos padres estaban sin trabajo y el Estado les había denegado incluso el subsidio de desempleo que viene a ser 480 €. O cuando se hace un bodorrio colosal de una familia adinerada de la India en Barcelona mientras el pueblo indio se muere ahogado en la mierda y las ONGs tienen que ir allí para potabilizar el agua. No, no, no voy a poner más ejemplos. La lista sería infame e interminable. Infamia, infamia. Yo me acuesto por las noches con ansiedad, ¿sabe usted? Incluso decidí no informarme. Inútil. Por todas partes se cuela el olor hediondo de la familia Aznar Botella. Entiéndame usted, como símbolo. Porque no puedo dejar de pensar en la muerte de aquellas chiquillas en una macrofiesta en Madrid y cómo la señora Botella que a la sazón era alcadesa de dicha ciudad, se fue de fin de semana a un balneario en Portugal. Como símbolo aquella actitud me parece de mierda (de ahí el olor hediondo). Disculpe la arcada, es que los tengo en el estómago. Voy al baño un momento. No, no, estoy bien, de verdad. Son cinco minutos. (...) Ya. Me siento mucho mejor. Hastiado pero mucho mejor. Si no le importa me voy a tumbar un rato, me voy a quedar callado. Si lloro no se inquiete usted. Aunque usted no se inquieta por nada. Es un llanto relajante. Quizá mi último llanto aquí. Tengo la impresión de que el mes que viene ya no podré seguir pagándole. Con lo bien que me viene esta confesión laica semanal. Si lloro es porque tengo la certeza de que el dinero que me cuesta usted yo lo podría haber ganado si no se lo hubieran llevado los codiciosos como la familia ¡Aaggg!... es que ya no puedo ni pronunciar su nombre. Sí, sí, me voy a callar. Voy a cerrar los ojos si no le importa. Si me duermo despiérteme cuando se cumpla el tiempo. Sólo hay una cosa que me hubiera gustado: haber oído alguna vez su voz. Es usted tan callado. Se diría que está usted muerto como tantos de nosotros, muertos en vida, arrebatada nuestra vida, arrebatados nuestros medios para vivirla, vivir, vivir... ay....
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/12/2013 a las 10:39 | {0}