Cuando pasee este verano por el sendero seguro que sentiré en algún momento la memoria y que me está venciendo el olvido.
Si llega el verano buscaré en estos dedos y en estos días el alivio necesario para tragar saliva.
El orden del universo me deja frío y los adioses telefónicos no me suelen gustar, me parecen cobardes. Recuerdo a una amiga a la que una vez abandonaron, en una relación sentimental, por teléfono y se dolía de que hubiera sido así; poco tiempo después oí que esta misma mujer había dejado a su nuevo amante por teléfono. Nos suele disgustar de los otros lo que nos disgusta de nosotros mismos.
Cuando pasee este verano, volveré a pensar en el invierno y pensaré en una tarde de enero en la que fui feliz y me sentía tranquilo.
Arriesgarse es la palabra.
Vivir y amar es la clave. Y si no se sabe vivir y si no se sabe amar, intentar aprender -si es que es posible- tales acciones y como para aprenderlas sólo nos queda realizarlas, habrá que intentar vivir mucho y habrá que intentar amar mucho. Y escribo amar cuando en realidad estoy hablando de una idea, o de un ideal que es, para mi gusto, uno de los mayores errores y el más elegante que nos legaron los griegos y de entre todos ellos Platón.
Si llega el verano buscaré en estos dedos y en estos días el alivio necesario para tragar saliva.
El orden del universo me deja frío y los adioses telefónicos no me suelen gustar, me parecen cobardes. Recuerdo a una amiga a la que una vez abandonaron, en una relación sentimental, por teléfono y se dolía de que hubiera sido así; poco tiempo después oí que esta misma mujer había dejado a su nuevo amante por teléfono. Nos suele disgustar de los otros lo que nos disgusta de nosotros mismos.
Cuando pasee este verano, volveré a pensar en el invierno y pensaré en una tarde de enero en la que fui feliz y me sentía tranquilo.
Arriesgarse es la palabra.
Vivir y amar es la clave. Y si no se sabe vivir y si no se sabe amar, intentar aprender -si es que es posible- tales acciones y como para aprenderlas sólo nos queda realizarlas, habrá que intentar vivir mucho y habrá que intentar amar mucho. Y escribo amar cuando en realidad estoy hablando de una idea, o de un ideal que es, para mi gusto, uno de los mayores errores y el más elegante que nos legaron los griegos y de entre todos ellos Platón.
Es larga y ancha la llanura sólo que la rama del único árbol no lo sabe; a lo lejos (de esa observadora que no sabe que observa) las turbulencias del aire, las diferencias que se crean entre lo frío y lo caliente forman el germen del tornado, cuanta más diferencia de presión más violento será. Mientras, cerca de la rama del único árbol, la hierba se peina, el saltamontes no encuentra la cima, el gorrión alza el vuelo una vez más, la lombriz desentraña los misterios de la tierra, la raíz hurga, la hoja a punto de caer ha aguantado el penúltimo embate de un aire, los terrones de tierra seca se desmenuzan como cuentas de un rosario y el sol se eleva con esa apariencia de emperador que enmascara su realidad de enano; la llanura ancha y larga está vacía, ningún sentimiento reconocible la está recorriendo en este momento, ni se escucha cómo remotamente las pisadas de un ejército en formación se acercan, ni hay una carretera cercana, ni una estación de repostaje, ni las aspas de un helicóptero por medio del efecto Doppler se van agudizando y mucho menos se atisba la posibilidad de oleaje o regato; no hay agua en la llanura ancha y larga, quizá, invisible para la rama, aguas freáticas alimenten su ser, pero así a simple vista de rama de único árbol, ni gota de agua; la turbulencia del horizonte se va conformando, pronto las corrientes se unirán y crearán una masa de polvo y aire que comenzará a viajar por la llanura y, según las pasión de las presiones, producirá la devastación a su paso o, quizá menos, sea un alegre vendaval en un día rutinario.
Te voy a contar un secreto:
me araña el alma la carne
Te voy a contar un secreto:
la tarde
Te voy a contar un secreto:
era un hombre caminando con el violonchelo a la espalda por un paisaje de primavera y parecía que acababa de escampar
Te voy a contar un secreto:
nunca me pierdo desde que, en la alta infancia, me perdí una vez y para siempre
Te voy a contar un secreto:
tengo aspiraciones
Te voy a contar un secreto:
me dan miedo los despachos
Te voy a contar un secreto:
cuando la música queda en alto, sostenida en la dominante, cojo la manta y me envuelvo en ella
Te voy a contar un secreto:
anhelé la simetría
Te voy a contar un secreto:
he echado cuentas con un rotulador verde y entre los números ha nacido la idea de que la luz no la da la bombilla sino la forma de la lámpara
Te voy a contar un secreto:
he vuelto a ver Fresas salvajes
Te voy a contar un secreto:
me gusta estar en movimiento
Te voy a contar un secreto:
jamás he tenido el complejo de Acteón
Te voy a contar un secreto:
he visto en la pintura de Hopper esa soledad de las cosas que no necesita a nadie
Te voy a contar un secreto:
en el cuadro que va a acompañar este poema que no es un poema voy a poner un pie de página que diga: Modelo a contraluz cuando en realidad el título del cuadro es Le cabinet de toilette au canapé rose (Nu a contre-jour)
Te voy a contar un secreto:
echo de menos
Te voy a contar un secreto:
Soy Hugo soy Camila soy Marianela soy Natalia soy Lucas soy Edvard
Te voy a contar un secreto:
las flemas son verdes y el otro día creí ver un puntito rojo, apenas nada
Te voy a contar un secreto:
es cierto que paso más tiempo bajo el chorro caliente del agua
Te voy a contar un secreto:
escucho risas de una niña y el mecanismo oxidado de un columpio
Te voy a contar un secreto:
se mantiene la imagen
Te voy a contar un secreto:
me araña el alma la carne
Te voy a contar un secreto:
la tarde
Te voy a contar un secreto:
era un hombre caminando con el violonchelo a la espalda por un paisaje de primavera y parecía que acababa de escampar
Te voy a contar un secreto:
nunca me pierdo desde que, en la alta infancia, me perdí una vez y para siempre
Te voy a contar un secreto:
tengo aspiraciones
Te voy a contar un secreto:
me dan miedo los despachos
Te voy a contar un secreto:
cuando la música queda en alto, sostenida en la dominante, cojo la manta y me envuelvo en ella
Te voy a contar un secreto:
anhelé la simetría
Te voy a contar un secreto:
he echado cuentas con un rotulador verde y entre los números ha nacido la idea de que la luz no la da la bombilla sino la forma de la lámpara
Te voy a contar un secreto:
he vuelto a ver Fresas salvajes
Te voy a contar un secreto:
me gusta estar en movimiento
Te voy a contar un secreto:
jamás he tenido el complejo de Acteón
Te voy a contar un secreto:
he visto en la pintura de Hopper esa soledad de las cosas que no necesita a nadie
Te voy a contar un secreto:
en el cuadro que va a acompañar este poema que no es un poema voy a poner un pie de página que diga: Modelo a contraluz cuando en realidad el título del cuadro es Le cabinet de toilette au canapé rose (Nu a contre-jour)
Te voy a contar un secreto:
echo de menos
Te voy a contar un secreto:
Soy Hugo soy Camila soy Marianela soy Natalia soy Lucas soy Edvard
Te voy a contar un secreto:
las flemas son verdes y el otro día creí ver un puntito rojo, apenas nada
Te voy a contar un secreto:
es cierto que paso más tiempo bajo el chorro caliente del agua
Te voy a contar un secreto:
escucho risas de una niña y el mecanismo oxidado de un columpio
Te voy a contar un secreto:
se mantiene la imagen
Te voy a contar un secreto:
Texto inspirado por la fotografía de Joan Vilatobà del mismo título.
Con la sobriedad propia de los pobres intentará preguntar, ¿En qué lugar te encontraré? Por lo alto de la montaña en la que se mantiene el nevero y, si las temperaturas no se vuelven extrañas, así será durante todo el verano o si habrá de bajar al valle y recorrer la ribera junto al río que ahora corre caudaloso y que al avanzar hacia agosto se irá quedando seco con pozas como oasis.
¿En qué lugar? exclama con la mirada clavada en el cielo como siempre hacen los que dejaron de creer en los dioses totémicos y comenzaron a ver en lo etéreo y cambiante del aire la mano -o la llaga- de un dios; ¿en qué lugar? se repite mientras mira: la nube que pasa, el ave que cruza, el polen que viaja, la abeja que zumba, la luz; ¿en qué lugar, niña, en qué lugar podré tomar tu mano y mirarte, como hacíamos al caer la tarde, los ojos glaucos como los de la diosa MInerva, mientras contábamos las almendras en el almendro y el perro negro y blanco movía el rabo lleno de vida y amistad?
Con la sobriedad propia del triste intentará adivinar la dirección y dejará como inútil, encima del viejo escritorio, la Rosa de los Vientos o la brújula que sólo sirven para marcar direcciones del espacio y nada más; "y nada más. Tú que ya no estás, que por algún sedimento humano te has escurrido para ver, por primera vez, el Infierno y su pasaje, ese túnel de paredes húmedas que huele a lejanía y a olvido; tú y tu melena undosa; tú y el mar".
Preciso apoyará el cayado en la tierra hasta ayer seca; no se sacudirá los restos de cal que han quedado en sus pantalones ni evitará que una mariquita se traslade en su hombro hasta no se sabe dónde; mirará al frente y es muy posible que se otorgue -aunque él crea que es un dios quien lo concede- el vacío en su mente y así durante un largo trecho nada piense, sólo mire la flor de la jara y del dondiego, sólo huela lo que esas flores regalan, sólo escuche el canto del mirlo y el de la paloma torcaz y la bronca voz que el dios del que hablamos le puso a la urraca, sólo sienta en su piel el frío que sí hace, sólo guste en su boca el sabor de la última almendra y así -sólo sentidos- se irá alejando por el camino que le llevará hasta la bifurcación donde habrá de decidir si sube a la montaña o desciende al valle, sabiendo, eso sí, que la pregunta no tendrá respuesta en ninguno de los dos paisajes.
¿En qué lugar? exclama con la mirada clavada en el cielo como siempre hacen los que dejaron de creer en los dioses totémicos y comenzaron a ver en lo etéreo y cambiante del aire la mano -o la llaga- de un dios; ¿en qué lugar? se repite mientras mira: la nube que pasa, el ave que cruza, el polen que viaja, la abeja que zumba, la luz; ¿en qué lugar, niña, en qué lugar podré tomar tu mano y mirarte, como hacíamos al caer la tarde, los ojos glaucos como los de la diosa MInerva, mientras contábamos las almendras en el almendro y el perro negro y blanco movía el rabo lleno de vida y amistad?
Con la sobriedad propia del triste intentará adivinar la dirección y dejará como inútil, encima del viejo escritorio, la Rosa de los Vientos o la brújula que sólo sirven para marcar direcciones del espacio y nada más; "y nada más. Tú que ya no estás, que por algún sedimento humano te has escurrido para ver, por primera vez, el Infierno y su pasaje, ese túnel de paredes húmedas que huele a lejanía y a olvido; tú y tu melena undosa; tú y el mar".
Preciso apoyará el cayado en la tierra hasta ayer seca; no se sacudirá los restos de cal que han quedado en sus pantalones ni evitará que una mariquita se traslade en su hombro hasta no se sabe dónde; mirará al frente y es muy posible que se otorgue -aunque él crea que es un dios quien lo concede- el vacío en su mente y así durante un largo trecho nada piense, sólo mire la flor de la jara y del dondiego, sólo huela lo que esas flores regalan, sólo escuche el canto del mirlo y el de la paloma torcaz y la bronca voz que el dios del que hablamos le puso a la urraca, sólo sienta en su piel el frío que sí hace, sólo guste en su boca el sabor de la última almendra y así -sólo sentidos- se irá alejando por el camino que le llevará hasta la bifurcación donde habrá de decidir si sube a la montaña o desciende al valle, sabiendo, eso sí, que la pregunta no tendrá respuesta en ninguno de los dos paisajes.
Tengo en la espalda un ala rota (como deben de romperse las ilusiones una mañana de domingo aunque parezca que nada se ha roto y que el aire sigue cristalino y entra y sale y oxigena y calma) y me sangra; he intentado volar y ha sido imposible. Nunca gritaré. No, no voy a gritar. Hay un esquema en la garganta que me impide gritar (como debe de ocurrir un domingo por la mañana cuando grazna la cuerva con ínfulas de rana y exige croar cuando todos escuchan que grazna y grazna rabia y grazna quimera y grazna leve cadencia de mortaja y grazna por represiones viejas y grazna como las cuervas graznan aunque ella exija que se escuche que croa como croa la alegre rana en su charca con su piel verde moteada y sus patas ágiles y blandas) la tristeza que la noche no me calma porque el ala sangra y deja al aire sus tendones que no están hechos para ser vistos...
Tú sabes tantas cosas y yo sé tan pocas. Hay días, te confieso, que esta ignorancia apenas me señala, se suele ir por otros lugares, más al norte creo, más, más al norte; hay otros días como el de hoy en el que la ignorancia me fustiga las entrañas, me aprieta las tripas y la esencia del corazón, atosiga mis venas, cierra mis bronquios y produce espamos estomacales en mi abdomen, retiene líquidos y deja para más tarde cualquier atisbo de goce; no es que quisiera estar muerto, sólo quisiera ser listo y agarrar la justicia por las solapas y elevarla por encima de los tejados de mi pueblo y colgado de sus patas hacerla visible ante quien sintiera vergüenza de haber sido tan ciega...
Perdóname si no sé defender tu ilusión de quince años, si estoy lejos cuando debiera estar cerca perdóname, si en mí aletea la codicia bárbara del cobarde o si soy el estado intermedio entre la furia y el ruido; perdóname por no apretar los puños; perdóname por la nostalgia que siento y el hervor de mis sesos; perdóname por ir tan lento, siempre tan lento, no cauto, sólo lento y que sepas que no lo achaco al ala rota que cuelga en mi espalda como el primer verso suelto; cuando mi ala rota estaba entera también zanganeaba y le costaba emprender el vuelo hasta la octava esfera donde dicen la armonía es más sutil y más ligera...
A veces pienso si soy un personaje de novela, por ejemplo entre las páginas 236-423, y deseo que el lector me cierre o llegue al final de mi historia y me vaya alejando sobre un cielo abierto cerca de la frontera entre Madrid y Segovia; a veces pienso esas cosas (hasta que llega un domingo que avisa como filo de espada que rasgara la cara de certero estoque) tan del gusto de los petimetres (¡que palabra colosal! viene petimetre del francés petit maître, es decir, maestrillo) y me siento ante esta noche, con el sonido de un acordeón y quisiera abrazarte por si estás triste...
Instante...
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/06/2014 a las 17:58 | {0}