Redes. Diccionario combinatorio del español contemporáneo. Dirigido por Ignacio Bosque. Editado por SM, 2004.
destino ◆ aciago, azaroso, caprichoso, ciego, cruel, desolador, fatal, fatídico, fausto, forzoso, frustrado, fulminante, funesto, halagüeño, honroso, humano, implacable, imponderable, impredecible, imprevisible, incierto, ineludible, inevitable, inexorable, infausto, inmediato, inminente, irrenunciable, negro, obligado, providencial, trágico ◆ al borde (de) ◆ fuerza (de), golpe (de), ironía (de) ◆ abandonar(se) (a), acatar, aceptar, adivinar, afrontar, alcanzar, anular, anunciar, aprobar, asumir, atisbar, augurar, burlar, buscar, cerrar los ojos (ante), confirmar, conocer, cumplir, dar, deparar, desafiar, desentenderse (de), desviar(se) (de), detener, dilucidar, dirigir, elegir, encarrilar, enderezar, escapar (a), esclarecer(se), evitar, exigir, forzar, frenar, impedir, justificar, labrar, lamentar, ligar, llegar (a), llevar sobre {los hombros/las espaldas/la conciencia}, luchar (contra), marcar, nublar(se), organizar, pactar, pedir, perseguir, prever, ratificar, rebelarse (contra), recomendar, regir, resignarse (a), revocar, sentenciar, solicitar, sonreír, sugerir, tener, vislumbrar.
Ejemplos que ensueño:
Aciago destino, te miraré de frente hasta que tú arranques mis ojos o yo destruya tu futuro.
Destino ciego como la uva que nunca vio que sería vino.
Deja de sonreír, destino cruel.
Fausto fue que sus brazos tuvieran como destino nuestros abrazos.
Fulminante como el destino, al llegar noviembre se quedó desnudo.
Destino ineludible, me encontrarás a las tres en la azotea de siempre.
Cierra los ojos ante el destino y al perder la visión desaparece el presente.
Al borde del destino, se dio la vuelta y se fue por otro camino.
Desentenderse del destino, dijo mi maestro Isaac Alexander, es lo menos majadero que puede hacerse en esta vida.
La fuerza del destino es tan débil como la gravedad.
Fuerza al destino a que eche el freno y que te vaya bonito con el airbag.
Escapar al destino, decía mi maestro Isaac Alexander, vale tanto como ir a misa los domingos.
Nublarse el destino despeja el presente.
Pido al destino que se olvide de mí.
Alumbra el sol y vislumbrarás tu destino.
Ejemplos que ensueño:
Aciago destino, te miraré de frente hasta que tú arranques mis ojos o yo destruya tu futuro.
Destino ciego como la uva que nunca vio que sería vino.
Deja de sonreír, destino cruel.
Fausto fue que sus brazos tuvieran como destino nuestros abrazos.
Fulminante como el destino, al llegar noviembre se quedó desnudo.
Destino ineludible, me encontrarás a las tres en la azotea de siempre.
Cierra los ojos ante el destino y al perder la visión desaparece el presente.
Al borde del destino, se dio la vuelta y se fue por otro camino.
Desentenderse del destino, dijo mi maestro Isaac Alexander, es lo menos majadero que puede hacerse en esta vida.
La fuerza del destino es tan débil como la gravedad.
Fuerza al destino a que eche el freno y que te vaya bonito con el airbag.
Escapar al destino, decía mi maestro Isaac Alexander, vale tanto como ir a misa los domingos.
Nublarse el destino despeja el presente.
Pido al destino que se olvide de mí.
Alumbra el sol y vislumbrarás tu destino.
Invitados
Tags : Citas del mes de mayo Listas ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/05/2013 a las 23:20 | {0}
Capítulo IV. Transformaciones de la luz. 3. El Advenido. Imagen del mito de Joseph Campbell. Editado por Atalanta, 2012.
A César.
La palabra yoga proviene de la raíz sánscrita yuj, que significa "uncir, sujetar, enganchar", unir una cosa a otra. Lo que el yoga tiene la función de unir es la conciencia a su raíz, de manera que el ser viva en el conocimiento de su propia identidad consigo mismo, de la raíz de la que parte, y no sea meramente el ego limitado de su cotidianidad. [...]
Expresado en términos algebraicos, si x es el misterio que ha de ser desvelado más allá de las categorías, y a es "tú" entonces el mensaje de la enseñanza de Aruni (que identifica el misterio que ha de ser desvelado con uno mismo: tat tvam asi, "eres tú mismo") parece ser que a = x. No obstante, en un segundo enfoque -ya que parece evidente que el "tú" al que hace referencia Aruni no puede ser la apariencia temporal, nominable, efímera con la que nos identificamos en nuestra conciencia cotidiana-, la meditación apropiada a la contemplación de ese mero efecto de maya sería más bien neti, neti, "esto no, esto no", cuya fórmula algebraica sería propiamente ésta: a ≠ x, "no eres tú mismo". Con lo que finalmente llegamos a la formulación, aparentemente absurda, a ≠ = x (a no es igual, en el aspecto temporal, pero sí es igual, en el aspecto trascendental a x), como la clave del secreto del misticismo.
Pensamiento que, además, no se aplica sólo a uno mismo, sino a todo cuanto existe, ya sea en la tierra, el cielo o el infierno. Porque el yogui ha de penetrar para apartarse de sí, como la serpiente se deshace de su piel, todo el teatro de la fenomenalidad: formas, nombres, relaciones..., dejando que sólo permanezca en su contemplación aquello que brilla a través de todas las cosas como una conciencia indiferenciada.
Tómese, por ejemplo, un objeto cualquiera. Mentalmente, tracemos a su alrededor una barrera que lo separe del mundo. Olvidemos su uso, su nombre, tratemos de olvidar de qué está hecho y cómo, además de las partes que lo componen; ignoremos qué es, concentrándonos sólo en que es, en contemplarlo simplemente. Y entonces planteémonos qué es.
Cualquier cosa con la que practiquemos este ejercicio, ya sea un palo, una piedra, un pájaro o un gato, una vez que lo hayamos disociado de todo concepto e idea, se aparecerá ante nosotros como una maravilla sin "significado" alguno, como un comienzo y un fin en sí mismo; como el propio universo así "llegado a ser" (tathagata). El Buda es llamado El Advenido, "el que ha llegado a ser", Tathagata, con el que "todas las cosas son Buda". O como lo expresa James Joyce en el Ulises: "Todo objeto, cuando se contempla intensamente, se convierte en una puerta de acceso a la intemporalidad incorruptible de los dioses". Porque en la contemplación pura regresamos a nuestro estado más puro, como sujeto del objeto, donde ambos son aspectos del misterio "que ha llegado a ser":
Enciende el fuego,
que te enseñaré algo grandioso:
¡Una gran bola de nieve!
Expresado en términos algebraicos, si x es el misterio que ha de ser desvelado más allá de las categorías, y a es "tú" entonces el mensaje de la enseñanza de Aruni (que identifica el misterio que ha de ser desvelado con uno mismo: tat tvam asi, "eres tú mismo") parece ser que a = x. No obstante, en un segundo enfoque -ya que parece evidente que el "tú" al que hace referencia Aruni no puede ser la apariencia temporal, nominable, efímera con la que nos identificamos en nuestra conciencia cotidiana-, la meditación apropiada a la contemplación de ese mero efecto de maya sería más bien neti, neti, "esto no, esto no", cuya fórmula algebraica sería propiamente ésta: a ≠ x, "no eres tú mismo". Con lo que finalmente llegamos a la formulación, aparentemente absurda, a ≠ = x (a no es igual, en el aspecto temporal, pero sí es igual, en el aspecto trascendental a x), como la clave del secreto del misticismo.
Pensamiento que, además, no se aplica sólo a uno mismo, sino a todo cuanto existe, ya sea en la tierra, el cielo o el infierno. Porque el yogui ha de penetrar para apartarse de sí, como la serpiente se deshace de su piel, todo el teatro de la fenomenalidad: formas, nombres, relaciones..., dejando que sólo permanezca en su contemplación aquello que brilla a través de todas las cosas como una conciencia indiferenciada.
Tómese, por ejemplo, un objeto cualquiera. Mentalmente, tracemos a su alrededor una barrera que lo separe del mundo. Olvidemos su uso, su nombre, tratemos de olvidar de qué está hecho y cómo, además de las partes que lo componen; ignoremos qué es, concentrándonos sólo en que es, en contemplarlo simplemente. Y entonces planteémonos qué es.
Cualquier cosa con la que practiquemos este ejercicio, ya sea un palo, una piedra, un pájaro o un gato, una vez que lo hayamos disociado de todo concepto e idea, se aparecerá ante nosotros como una maravilla sin "significado" alguno, como un comienzo y un fin en sí mismo; como el propio universo así "llegado a ser" (tathagata). El Buda es llamado El Advenido, "el que ha llegado a ser", Tathagata, con el que "todas las cosas son Buda". O como lo expresa James Joyce en el Ulises: "Todo objeto, cuando se contempla intensamente, se convierte en una puerta de acceso a la intemporalidad incorruptible de los dioses". Porque en la contemplación pura regresamos a nuestro estado más puro, como sujeto del objeto, donde ambos son aspectos del misterio "que ha llegado a ser":
Enciende el fuego,
que te enseñaré algo grandioso:
¡Una gran bola de nieve!
Un par de zapatos viejos. Vicent van Gogh
Invitados
Tags : Citas del mes de mayo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/05/2013 a las 17:35 | {0}Escuchado cuando he ido a por el pan (hace diez minutos). Una mujer vieja, pintarrajeada como una puerta.
Mujer vieja:
¡Mierda de sol que no me deja ver el móvil!
Glosa:
¿No sería más sensato (incluso sabio) decir: mierda de móvil que no se ve con el sol?
Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación. Libro Tercero. Del mundo como representación. Segunda consideración. La representación independientemente del principio de razón: la idea platónica: el objeto del arte. Editado por Akal, 2011. Traducido por Rafael-José Díaz Fernández y Mª Montserrat Armas Concepción
Laocoonte y sus hijos (detalle)
La angustia de Laocoonte se produce cuando las serpientes Caribea y Porce emergen de las aguas y devoran a sus hijos. Laocoonte se lanza a luchar contras las serpientes y también resulta devorado. Este hecho luctuoso ocurre durante la guerra de Troya y lo cuenta Virgilio en la Eneida.
§ 46
Es evidente que Laocoonte, en el célebre grupo escultórico, no grita, y la sorpresa general, siempre recurrente, que esto causa proviene de que, en su situación, todos gritaríamos. Así lo exige también la naturaleza, pues en el dolor físico más agudo y en la angustia corporal más intensa, cuando ésta se presenta de manera súbita, toda reflexión, que en otras circunstancias podría aconsejarnos una resignación silenciosa, queda enteramente suprimida de la conciencia, y la naturaleza se desahoga gritando; con los gritos expresa a la vez el dolor y la angustia, llama a quien pueda salvarla y espanta al agresor. Ya Winckelmann echó en falta la expresión del grito, pero en su deseo de justificar al artista hizo realmente de Laocoonte un estoico que no consideraba acorde con su dignidad gritar secundum natura, añadiendo al dolor la inútil coacción de reprimir su exteriorización. Por eso, Winckelmann ve en Laocoonte el espíritu probado de un gran hombre que se enfrenta a su martirio y trata de reprimir la expresión de sus sensaciones y ahogarla dentro de sí; no prorrumpe en grandes gritos, como ocurre en Virgilio, sino que sólo se le escapan suspiros de angustia. Lessing criticó esta opinión de Winckelmann en su Laocoonte: sustituyó la razón psicológica por la puramente estética: la belleza, es decir, el principio del arte antiguo, no admite la expresión del grito. Lessing añade otro argumento: un estado totalmente pasajero e incapaz de prolongarse no debe ser representado en una obra de arte inmutable. [...]
No puedo menos de sorprenderme de ver cómo hombres tan reflexivos y perspicaces se han esforzado tan penosamente y han ido a buscar tan lejos razones insuficientes, argumentos psicológicos y hasta fisiológicos para explicar un asunto cuya razón está muy próxima y es evidente para el espectador imparcial. [...]
Antes de cualquier investigación psicológica y fisiológica sobre si Laocoonte en su situación gritaría o no (cuestión a la que yo respondería de manera absolutamente afirmativa), hay que empezar declarando que la acción del grito no puede ser representada en el grupo [escultórico] que nos ocupa por la sencilla razón de que su representación cae fuera del dominio de la escultura. No se puede representar en mármol a un Laocoonte que grita; a lo sumo se le podría haber representado abriendo la boca e intentando gritar sin resultado, un Laocoonte cuya voz se ahoga en su garganta, vox faucibus haesit (Virgilio, Eneida, 2, 774). La esencia, y por consiguiente, también el efecto del grito en el espectador consiste exclusivamente en el sonido, y no en estar con la boca abierta. Este último fenómeno, inseparable del grito, ha de estar motivado y justificado por el sonido que lo ha producido; entonces es aceptable y hasta necesario como característica de la acción, aunque perjudique la belleza. Pero sucede que en las artes plásticas la representación del grito es totalmente extraña e imposible; además, la condición del grito, esa abertura violenta de la boca que trastorna las facciones y el resto de la expresión, sería realmente incomprensible; pues entonces, y al precio de muchos sacrificios, tendríamos ante nosotros el medio, mientras que el fin, es decir, el grito mismo, junto con su efecto en el ánimo, quedaría inexpresado. Es más: se produciría de este modo el espectáculo siempre ridículo de un esfuerzo fracasado.
§ 46
Es evidente que Laocoonte, en el célebre grupo escultórico, no grita, y la sorpresa general, siempre recurrente, que esto causa proviene de que, en su situación, todos gritaríamos. Así lo exige también la naturaleza, pues en el dolor físico más agudo y en la angustia corporal más intensa, cuando ésta se presenta de manera súbita, toda reflexión, que en otras circunstancias podría aconsejarnos una resignación silenciosa, queda enteramente suprimida de la conciencia, y la naturaleza se desahoga gritando; con los gritos expresa a la vez el dolor y la angustia, llama a quien pueda salvarla y espanta al agresor. Ya Winckelmann echó en falta la expresión del grito, pero en su deseo de justificar al artista hizo realmente de Laocoonte un estoico que no consideraba acorde con su dignidad gritar secundum natura, añadiendo al dolor la inútil coacción de reprimir su exteriorización. Por eso, Winckelmann ve en Laocoonte el espíritu probado de un gran hombre que se enfrenta a su martirio y trata de reprimir la expresión de sus sensaciones y ahogarla dentro de sí; no prorrumpe en grandes gritos, como ocurre en Virgilio, sino que sólo se le escapan suspiros de angustia. Lessing criticó esta opinión de Winckelmann en su Laocoonte: sustituyó la razón psicológica por la puramente estética: la belleza, es decir, el principio del arte antiguo, no admite la expresión del grito. Lessing añade otro argumento: un estado totalmente pasajero e incapaz de prolongarse no debe ser representado en una obra de arte inmutable. [...]
No puedo menos de sorprenderme de ver cómo hombres tan reflexivos y perspicaces se han esforzado tan penosamente y han ido a buscar tan lejos razones insuficientes, argumentos psicológicos y hasta fisiológicos para explicar un asunto cuya razón está muy próxima y es evidente para el espectador imparcial. [...]
Antes de cualquier investigación psicológica y fisiológica sobre si Laocoonte en su situación gritaría o no (cuestión a la que yo respondería de manera absolutamente afirmativa), hay que empezar declarando que la acción del grito no puede ser representada en el grupo [escultórico] que nos ocupa por la sencilla razón de que su representación cae fuera del dominio de la escultura. No se puede representar en mármol a un Laocoonte que grita; a lo sumo se le podría haber representado abriendo la boca e intentando gritar sin resultado, un Laocoonte cuya voz se ahoga en su garganta, vox faucibus haesit (Virgilio, Eneida, 2, 774). La esencia, y por consiguiente, también el efecto del grito en el espectador consiste exclusivamente en el sonido, y no en estar con la boca abierta. Este último fenómeno, inseparable del grito, ha de estar motivado y justificado por el sonido que lo ha producido; entonces es aceptable y hasta necesario como característica de la acción, aunque perjudique la belleza. Pero sucede que en las artes plásticas la representación del grito es totalmente extraña e imposible; además, la condición del grito, esa abertura violenta de la boca que trastorna las facciones y el resto de la expresión, sería realmente incomprensible; pues entonces, y al precio de muchos sacrificios, tendríamos ante nosotros el medio, mientras que el fin, es decir, el grito mismo, junto con su efecto en el ánimo, quedaría inexpresado. Es más: se produciría de este modo el espectáculo siempre ridículo de un esfuerzo fracasado.
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Tags : Citas del mes de mayo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/05/2013 a las 11:47 | {0}
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Tags : Citas del mes de mayo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/05/2013 a las 20:31 | {0}