Al volver ha vuelto. Era la caída de la tarde por un camino llano y sombreado. Hacía calor pero la umbría lo hacía soportable. Estaba atento al ritmo de su azúcar. Estaba en el límite de una hipoglucemia. Ya empezaba a sentir ese nerviosismo interior como si las células se pusieran a dar saltos exigiendo un poco de glucosa. Apenas pudo saludar a una mujer y ésta se sintió ofendida. No quería -pensaba- andar dando explicaciones de sus carencias. Llegó hasta su casa. Comió y se repuso. Fue entonces cuando volvió: su hija tenía ocho años; rodaban -como juego de fin de semana- una escena en la que ella y su amiga hacían como que se acababan de conocer. A ambas les faltaban varios dientes. Su hija llevaba el pelo recogido en una coleta. La amiga lo llevaba suelto. Tenía un gran cariño a aquella amiga de su hija. Se lo sigue teniendo aunque haga tanto que ya nada sabe de ella. Hicieron varias tomas de la llegada de su hija -que interpretaba el papel de una niña que va a visitar por primera vez a la nueva vecina para proponerle que se hagan amigas- a la casa. Siempre se equivocaban. Siempre miraban a la cámara. Demasiada ternura, se dijo. Así es que puso la televisión y vio el resumen de un torneo de ajedrez.
Reconoce que se dio cuenta de haber perdido la risa al cuarto día de haberla perdido. Recuerda que la mañana era nublada y quiso quedarse un rato más en la cama pero tenía no sabe muy bien qué compromiso en el trabajo y se tuvo que levantar. A la pregunta de si le ocurrió algún contratiempo aquel día, responde que no especialmente y de forma minuciosa relata en qué consistió la jornada: se levantó, un poco a regañadientes como ya ha contado, se duchó, desayunó un poco de queso fresco en tostadas untadas con tomate y aceite y un café bien cargado con leche desnatada, fue caminando hasta el lugar de trabajo, a las tres salió, comió en un restaurante de menú porque no le apetecía cocinar, volvió a su casa hacia las cuatro y cuarto, se echó una siesta de veinte minutos, habló por teléfono con un par de personas, terminó un dossier que debía entregar al día siguiente, salió a dar un paseo al caer la tarde, volvió, se desnudó, se hizo una cena ligera, vio la tele, hizo sus abluciones nocturnas, leyó un poco ya en la cama y se durmió. Eso fue todo. Así transcurrió el día en que perdió la risa. Comenta que eso es lo que le fastidia, no el haber perdido la risa sino que el día en que ocurrió fuera un día como otro cualquiera. Al decirlo intenta sonreír pero no aparece gesto ninguno en su cara, nada se mueve en su boca. Al darse cuenta insiste: le fastidia la monotonía de ese día. ¡Perder la risa, bueno, para lo que sirve!
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/07/2023 a las 18:28 | {0}¿Cómo harán si uno no sabe? La inquietud aumenta por la tarde. El torbellino lo llama. La sensación áspera de no haber hecho. ¿Qué maletas? ¿Qué equipaje era el necesario? Sobre todo por la tarde, piensa el que no sabe, el que tiene una tendencia a dejarse llevar, el que ha acometido (con demasiado ímpetu) la soledad. ¿A espuertas? ¿En este soliloquio sin faro, sin mar, sin puesta de sol ni amanecida, sin lucero del alba, sin brazos, sin cama deshecha, sin halagos, sin sonrisas, sin canto de los pájaros, sin entusiasmo, sin desayuno fresco, sin brisa, sin adiós? La muchacha se pierde de vista por el camino que baja hasta el pueblo. Ha quedado con sus amigos. Pasarán el día en el campo, se tumbarán en la hierba que aún verdea. Algunos se besarán, se cogerán por los talles, se bañarán en las aguas frías de una poza. Volverán al atardecer, hambrientos, morenos, excitados, dispuestos a reponer fuerzas para las fiestas de la noche en las que las promesas de la tarde se harán realidad
¿Cómo hará si no sabe? ¿Cómo evocará en la vejez lo que nunca fue? ¿Cómo vivirá la ausencia de recuerdos compartidos? ¿Cómo se explicará antes de morir que no supo poner fin a esa situación? Probablemente se llame cobarde y volverá a confirmar que veinte años atrás era tan necio como sentía que lo era cuando repasaba los veinte años anteriores y sabía que nunca, que nunca, alcanzaría un grado mínimo de sabiduría, de conocimiento sin crueldad. Esas tardes de verano que han huido para siempre o un día de otoño que ella volviera apesadumbrada y al fin, tras un poco de insistencia, le contara su pena, la que todos hemos tenido, aquélla que de vez en cuando se sabe aliviar.
Tumulto y silencio. El viento se ha levantado. En poco saldrá a la tarde y al sol. Mirará de nuevo las montañas. Tendrá algún pensamiento ad hoc. Caminará hacia ninguna parte. Volverá hacia ninguna parte. Sabe que el piso en el que habita ha dejado de ser su hogar. Sabe que se encuentra en proceso de desapego. Un desapego más. Una vez más, hasta que un día -si llegara- se quede desnudo, última capa de cebolla, tras ella la nada ni siquiera este túnel que se abre tras los ojos y que algunos llaman Yo.
Caminan por el borde del acantilado. La música celta anima los sentidos del amor. Están borrachos y fumados. Una mezcla grata si el equilibrio es el justo. Se han cogido de las manos. Ella ha pensado un instante en él. Lo recuerda cuando era muy niña, él se acercaba y se sentaba a su lado, en el borde de la cama, le acariciaba la frente, sonreía y creaba un personaje con dos de sus dedos, una hormiga era, una hormiga que siempre quería dormir con ella, una hormiga bastante pesada. Lo recuerda y ríe. Su acompañante le pregunta por qué se ha puesto a reír de repente. Ella se lo cuenta. Siguen caminando. De nuevo se quedan callados. Antes de que él la atraiga hacia sí, ella recuerda un sonido que oía muchos días antes de dormir: su padre teclea en una vieja máquina de escribir. Ha dejado abierta la ventana. Se escuchan a lo lejos los sonidos de una gran arteria de la ciudad. Se besan.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/06/2023 a las 18:52 | {0}Como la sal se siente que lo seca todo. Como los que hablan mal. Como lo que no saben expresar. Como extranjero se siente, como extranjero es. Sin casa. Sin alma gemela. Sin perro. Sin cadenas. Y no entiende porque ni siquiera lo piensa que ese estar sin casa, sin alma gemela, sin perro, sin cadena, ese conjunto de nadas es la esencia de la felicidad.
(Ahora -le diría si le tuviera frente a frente- sólo has de disimular hasta el final, hasta que la muerte -compañera íntima de toda vida- te visite, te invada y puedas al fin ser sin pensar).
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/06/2023 a las 12:07 | {0}La tarde noche del trece de junio de xxxx el Ateneo estaba a rebosar. Todos los socios del club estaban presentes y junto a ellos habían acudido sus maridos y sus mujeres y algún cuñado y algún suegro que se había colado de rondón. Las invitaciones se habían dejado al arbitrio de la suerte (relativa, todo hay que decirlo. En los corrillos no paraba de pronunciarse la palabra pucherazo a no ser que la suerte fuera tan caprichosa que hizo que todas las invitaciones fueran a parar a gente principal de la comarca y ni una cayó, ponemos por caso, en la casa de una fregona -ni tan siquiera ilustre- o de un técnico optometrista). Olía en la biblioteca del Ateneo a fragancias caras y licores; se escuchaba en la Biblioteca del Ateneo un constante murmullo de voces graves y agudas y el ladrido -hiriente como sonido de cristal contra pizarra- del chihuahua de la señora alcaldesa. Pronto darían las nueve, se apagarían las luces y un foco se dirigiría sobre el estante de los incunables; todos los asistentes retendrían la respiración, se escucharían algunos corazones latir con ansiedad y algún ligero carraspeo recorrería la biblioteca. Cuando el silencio hubiera alcanzado su cenit surgiría -como espectro de un tiempo que ya dejó de existir- La Desnuda y ahí te querríamos ver describiendo los gestos de los asistentes, los ataques de histeria, los desmayos fulminantes, las arcadas olorosas, los éxtasis, los impulsos, las masturbaciones, los orgasmos, las oraciones, las imprecaciones, los delirios, los espantos, las plegarias, las injurias, los espasmos, las lujurias, la callada somnolencia de las horas, las condensación del vaho de los alientos, la muerte no anunciada, el parto prematuro, la escala de Jacob, el grito primero, la razón última, el deseo...
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/06/2023 a las 17:42 | {0}
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones para antes de morir
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/07/2023 a las 13:08 | {0}