Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Vamos caminando por la calle. Nos llama un amigo común y nos dice que el Rey nos dará audiencia. Ninguno habíamos pedido audiencia al rey. Es un rey, además, que ya no es rey; es un rey abdicado, un rey muy viejo y muy alto. Aceptamos. Entramos en el zaguán de un edificio de la calle Ortega y Gasset en el barrio de Salamanca de la ciudad de Madrid en España. La casa parece estar distribuida alrededor de un patio central -al verla me recuerda a una casa de mi infancia, la casa del torero Antonio Bienvenida, a la que fuimos un día mi madre y yo con nuestra perra Pocholita, una pekinesa negra, a la que la madre del torero quería cruzar con su pekinés negro- . Al entrar nos topamos con el viejo rey apoyado en la baranda que rodea el patio. Nos encontramos en un primer piso, en una especie de galería; el patio abajo tiene ecos de un jardín francés en miniatura. El rey nos saluda. Nosotros -como si fuéramos cortesanos de toda la vida- inclinamos la cabeza en señal de respeto. Él nos ofrece la mano y al estrechármela la siento flácida y sudorosa. Desaparece el Rey. Nos dicen que en un momento seremos recibidos, parece que su majestad va a hacer un anuncio importante. Me doy cuenta de que mi amigo ha desaparecido. Me doy cuenta de que la aparente sencillez de la distribución de la casa alrededor de un patio central, no era tanta. Me he perdido. Deambulo por habitaciones, pasillos, gabinetes, estancias que no sé a qué están destinadas; la casa se empieza a llenar de gente, cientos y cientos de personas que vagan de un sitio para otro seguramente buscando lo mismo que yo; hay un momento en el que buscando a mi amigo y la sala de audiencias acabo en la cocina y allí veo un ejército de cocineros y pinches y una cantidad pantagruélica de comida. Alguien comenta que el rey renuncia a ser emérito. Por fin veo al rey a través de la rendija de una puerta, está inclinado sobre una mesa iluminada por una lámpara y parece estar absorto en la lectura de un documento mientras en su mano izquierda tiembla, trémula, una pluma.

Es un pueblo hermoso y pequeño, de casas blancas. Estoy acompañando a una muchacha a su casa. Yo también soy un muchacho. Estoy nervioso. Siento que le gusto. A mí ella me gusta mucho. Llegamos a la puerta de su casa. Me dice, Ya hemos llegado. Le pregunto si no podemos estar un poco más juntos. Me dice que sí pero que no haga ruido que su madre está en casa. Entramos. Vamos a su habitación. Me encanta esa muchacha. Tengo unos deseos ardientes de besarla, de tocarla. Entramos en su habitación. Nos sentamos en su cama. Es la habitación de una chica que no ha llegado a los veinte años. Nos besamos. Nos acaloramos. Nos acariciamos. Cuando toco sus senos siento una erección como nunca jamás la había sentido, es la pura flecha de Cupido entre mis piernas. Suavemente, como si me matara con una canción, acerco mi mano al botón de su pantalón; ella detiene mi mano cuando la punta de mi dedo corazón empieza a sentir el vello de su pubis. Me dice, No hasta que no conozcas a mi madre. Saco la mano. Le pregunto si no sería posible conocerla ahora y por un motivo que no acierto a recordar pero que hila esa pregunta con lo que sigue a continuación, me responde que sí pero que ese pueblo fue durante muchos años como el cortijo de una familia llamada Puertas. A mí me sorprende, porque yo conozco a esa familia, le digo, de hecho esa familia es la familia de una novia que tuve (en realidad le digo que yo fui yerno en esa familia. Que estuve casado con la hija de uno de los miembros de esa familia). Entonces ella me enseña una fotografía de esa familia y, en efecto, resultan ser ellos. Me llama la atención en la foto sus dentaduras, las de todos, unos dientes grandes, blancos, casi agresivos en su risotada (parece que en la foto se carcajean). Me presenta la muchacha a su madre que resulta ser A. -la madre real de la mujer con la que estuve casado- y comenta, mirando la fotografía que me había enseñado su hija, que en efecto esa es la familia que durante años se creyó la dueña del pueblo. La madre me devuelve la foto. Me mira con una mirada terrible y dice,  Pero hace muchos años que ya no viven. 
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/06/2024 a las 12:52 | Comentarios {0}








Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile