También estas emociones forman parte del festín. La cordura no tiene freno, se precipita, ansía asirse a la raíz que ha surgido de la tierra que es la pared del abismo. También los sueños con gusanos forman parte del festín. Hay que cocinarlo todo. Hay que presentarlo bien todo. Por eso, cuando me miro y quiero suicidarme, sé que esta emoción tan intensa forma parte del festín de la vida. No podré decir. No llegaré a expresar -no con mis palabras- este querer asomarse y dejarse caer. No sé cómo transmitir que sólo me falta audacia para seguir camino. También que hay algo en la densidad de las nubes, en los fotones del mundo, en la ondas que navegan invisibles por el aire, hay algo en ellas, escribo, que me atan a este mundo de sensaciones y consciencias. Voy a seguir cocinando mi festín. Siento que queda poco para llegar a la sobremesa.
Por algún lugar anda cojitranca la verdad. No todo será interpretar, se dice la chelista mientras afina el instrumento justo antes de salir a escena. Aquello pasó y aquello y aquello otro. Luego será el recuerdo quien tropiece, quien se rompa las piernas (metafóricamente pensando). La chelista se jira en el espejo del camerino. Nunca fue guapa, desde niña lleva la cara disfrazada por culpa de una que le rajó la mejilla de arriba abajo por una cuestión de chucherías; con los filos de una botella de cristal la marcó para siempre y también marcó su destino porque fue entonces, con la sangre chorreando por su mejilla -la izquierda para ser más precisa- cuando supo que sólo podría vivir siendo chelista. Siempre salía a escena con un velo cubriendo el tajo y exigía al encargado de las luces que rodeara su rostro con un halo de misterio. Así se escucha mejor la sonata para violonchelo de Cesar Frank, argumentaba cuando algún quisquilloso preguntaba el por qué de esa tenuidad en la iluminación de escena. Siempre tocaba la sonata para violonchelo de Frank ya fuera en un bis o en el programa. Necesitaba escuchar su melodía y mientras lo hacía rememorar la tarde en la que su vida tomó un rumbo del todo inesperado y decidió dedicarse a la música como habría podido decidirse por el esquí de fondo. Fue la sangre en su mejilla, lo rojo líquido en su manos, el pavor que sintió, el escozor en la cara y esa primera imagen que le acudió a la cabeza y que no se le quitó hasta que le pusieron el último punto de sutura: un violonchelo entre sus piernas y un arco en su mano diestra quien marcó también su destino; si la imagen hubiera sido un bosque nevado, un par de esquís y unos bastones allá la veríais hoy compitiendo, luchando a brazo partido, dejándose el alma por vencer como ahora se deja el alma y las articulaciones de los dedos recorriendo el mástil del chelo. Esa es la verdad, cojitranca, sí, pero sin interpretación que valga.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/05/2023 a las 19:26 | {0}Se paseaba de arriba a abajo de la calle. Esperaba. Había dejado abierta la puerta de la casa. De vez en en cuando entraba y miraba al animal. Volvía a salir. Encendía un cigarrillo. Llegó un vecino. Le preguntó por el animal. De esta no sale, le respondió. Volvió a mirar calle abajo. El vecino le preguntó a quién esperaba. A Cosme, dijo. ¿Cosme el del taller? pregunto de nuevo el vecino. Sí, dijo el hombre. De repente se calló; salió corriendo hacia su casa; entró. Pasó un tiempo. Volvió a salir. El vecino se había sentado en un poyete. Pensé que se había muerto, dijo el hombre. Se sentó también. Masculló, No me jodas que hoy no va a venir. Insistió el vecino, Pero ¿tú para qué quieres a Cosme? El hombre se encendió un truja. Dio una calada honda. Escupió. Para que me deje un azadón, dijo al fin. Porque la otra vez, con la pala, no sabes lo que me costó hacerle el hoyo al otro bicho. Ahora que la tierra está tan seca, será más fácil con un azadón. Jodío Cosme como hoy no venga. El hombre siguió fumando. El vecino se levantó y le dijo, Voy a seguir un rato con lo mío y lo dejó allí esperando el azadón con el que cavar el hoyo donde enterrar al animal que agonizaba desde hacía tres días en la sala de su casa.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/05/2023 a las 23:40 | {0}Eso es lo que dijo. Luego se calló y anduvo rumiando un buen rato. A veces escuchábamos que repetía la frase y luego volvía a rumiar y vuelta a vomitar la frase y vuelta a rumiarla. Todos sabíamos que era un hombre bueno, de ésos que parecen ausentes pero en el momento en que había que dar el callo allí estaba él, el primero, sin alardes, al tajo, lo que fuera, para lo que se le necesitara. Alguno dijo que tenía un gran secreto. El que lo dijo afirmó que era un secreto familiar, una hija quizá, una madre. Cuando le preguntamos que cómo decía saber ese secreto y cómo sabía que se trataba de una mujer, el que afirmaba contestaba que porque hablaba en femenino, mejor dicho, mascullaba en femenino, él lo había oído, una noche en la taberna, ya muy tarde, estaba cerca de él y lo oyó y luego se quedó callado, con los ojos vidriosos, aguantado el llanto como le habían enseñado que debían hacer los hombres. ¡Y vaya si lo aguantaba! Nos apenó verlo muerto en lo alto del monte Gris. Alguna dijo que se fue a morir allá arriba igual que hacen los elefantes porque se sentía viejo y pronto sería un estorbo. Se había cortado las venas de los brazos a lo largo. Junto a él había una carta metida en un sobre y en el sobre había escrito unas señas. Era una mujer a quien se la enviaba. Llevaba como primer apellido uno distinto al suyo. Alguien la cogió. Seguramente la enviaría.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/04/2023 a las 21:49 | {0}Desnudo salió a la calle para gritar: Se me quebró la vida como el color se quiebra. Las fuerzas del orden lo detuvieron, lo cubrieron y se lo llevaron a una comisaría. Allí el poeta se negó a dar su nombre, su dirección o cosa ninguna por la que se le pudiera identificar. El comisario decidió meterlo en una celda para ver si volvía a la cordura en unas horas y si así no fuera enviarlo a un centro psiquiátrico. No había ninguna vacía. Lo encerraron con un joven de aspecto gitano, orgulloso y desafiante como sólo la juventud puede serlo. El poeta se sentó en un banco corrido y agachó la cabeza. Era un poeta mayor, frisaría los cincuenta años; tenía el pelo cano, las manos trémulas y unos ojos oscuros que miraban más allá de las tinieblas. El joven se sentó a su lado y le ofreció de fumar. El poeta aceptó el convite. El joven llamó a un guarda para le diera fuego. El guarda acudió y le prendió el cigarrillo y luego él se lo prendió al poeta. Tras dar un par de caladas le preguntó: ¿Quiebros de amor? El poeta levantó la cabeza admirado y le preguntó a su vez: ¿Quiebros has dicho? El joven asintió. El poeta volvió a agachar la cabeza y musitó: Sí, sí, quiebros de amor. El joven gitano le pasó el brazo por los hombros. Lo atrajo hacia así. Lo protegió como si fuera un buen padre y terminó de fumar su cigarrillo. El poeta también lo terminó y como si hubiera encontrado un lugar donde reposar su mal, se quedó dormido en su regazo.
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Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/04/2023 a las 19:27 | {0}
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Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/06/2023 a las 13:07 | {0}