Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Cuando era niña me sorprendía que a mi abuela le gustara el jazz. Muchas tardes -mi imaginación me apunta que era todas las tardes. Ya no hago caso a mi imaginación-  al volver del colegio, me la encontraba sentada en la sala, en la butaca que había sido del abuelo, frente al tocadiscos, con un cigarrillo en la mano, los ojos cerrados y escuchando, por ejemplo, Round Midnight en un concierto en Montreal de Charlie Haden. A mí el contrabajo de Haden, la cadencia de las notas y el contrapunto del saxo de Ornette Coleman, me provocaban un estado de hambre que nunca llegué e entender. Recuerdo que en el trecho que mediaba entre la puerta de entrada y la puerta de la sala, cuando la melodía se iba haciendo más y más clara, a mí se me iba abriendo un boquete en el estómago y lo que deseaba era correr a la cocina e hincharme a tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos. Nunca lo hice. Sé que mi abuela no habría permitido la alteración de la rutina que consistía en que yo fuera a la sala, me acercara a ella, la besara en la frente y me dijera, ¿Has tenido buen día? Anda, cámbiate y espérame en la cocina. Y yo lo hacía así. Muerta de hambre, soñando el sonido crujiente de la tostada, iba a mi habitación me quitaba el uniforme y me ponía la ropa de andar por casa. La ropa de andar por casa...  Mi abuela nunca se levantaba antes de que terminara el tema. Esto sí lo puedo asegurar: tan sólo una vez dejó un tema a medio escuchar. Fue cuando el abuelo, muy enfermo ya, tuvo un acceso de flemas. Serían las cinco y cuarto de la tarde. Mi abuela escuchaba el All Blues de Miles Davis -le encantaba Miles Davis; decía que la trompeta de Miles Davis era la antítesis de las trompetas que anunciarán el Juicio Final; decía la abuela que si Dios hubiera escuchado a Miles Davis no habría inculcado en sus hagiógrafos sonidos de trompetas para anunciar el fin del mundo; quizá, decía, lo habría anunciado con el saxofón de John Coltrane en su A Love Supreme- y estaba nerviosa. No era una mujer que temiera la muerte pero sí la despedida. Mi abuela sabía que en cuanto mi abuelo hubiera muerto, ella seguiría en la vida. Haría lo que tenía que hacer. Lo único que mi abuela no supo hacer nunca fue despedirse. O como dicen ahora los modernos psicólogos mercantilistas: gestionar el momento de la despedida. Así es que mi abuela escuchaba All Blues de Miles Davis. Según las versiones el tema dura unos once minutos. Empieza con mucho swing; lentamente la trompeta de Miles Davis, que acaricia el oído, que sosiega el corazón y permite dar caldas lentas al cigarrillo, va entonando su melodía que tiene tanto de nostalgia que casi se diría una oda al adios. A los dos minutos se produce una modulación y las notas ya no se enlazan como si fuera un bajo continuo sino que cada una empieza a tomar cuerpo, como si dijeran aquí estoy, ésta soy yo. El volumen aumenta. Aparecen ligeros gritos -aullidos decía mi abuela- que intentan calmarse, que intentan obedecer a la batería y al piano que van marcando un ritmo constante como ajeno al mundo. Entonces la trompeta calla para que el saxo ejerza su dominio. Fue en ese intercambio de protagonismos -a los cuatro minutos aproximadamente- cuando mi abuelo entonó su último estertor. Mi abuela lo escuchó y tarareó el tema; quería -me contó años más tarde- que la melodía llegara a los pulmones de mi abuelo y le insuflaran el aire que él ya no podía respirar; quería -me dijo con la misma mirada ida que tuvo aquella tarde- que no se fuera todavía; quería que no llegara el momento de la despedida.

Miles Davis
Miles Davis

Cuento

Tags : Desenlace Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/01/2014 a las 12:04 | Comentarios {2}


08/10/12, 14:56
Mensaje de Él.
Hola […]: quizá sea tu boca o la mirada ligeramente triste de tu foto o el nombre que me recuerda a una película o la sencillez de tus respuestas en el perfil o que hoy me he levantado y me he visto pensando en ti cuando ayer también pensé en ti (aunque en realidad no pensé en ti. No puedo pensar en ti. No sé quién eres), digamos entonces que pensé en la imagen de ti. Y así me he dicho: voy a escribirla y quizás esa sonrisa que nos hemos enviado podamos regalárnosla frente a frente.
Un saludo
[…]

09/10/12, 00:02
Mensaje de Ella.
Hola […], ya veo que no se te da mal escribir, es el mensaje más elaborado que he recibido en lo poco que llevo por aquí. Si realmente puedes vivir de escribir mi enhorabuena, me das un pelín de envidia.
En tu foto tienes una expresión entre seria y que te ríes por dentro y eso añadido a tu mirada que en mi opinión es algo penetrante, la verdad es que en conjunto me resultas inquietante.
Un saludo […]

09/10/12, 11:12
Mensaje de Él.
Hola […]:
Gracias por tu respuesta aunque no sepa a ciencia cierta si en ella cabe la posibilidad de tener una cita. Sí llevo viviendo de escribir muchos años (unas veces mejor y otras peor). Si quisieras leer cosas mías lo puedes hacer en mi Blog www.[...].com
En cuanto a lo de inquietante, no sé, puede ser un halago o un freno para conocerse. Tú me dirás.

10/10/12, 00:26
Mensaje de Ella.
Hola […]:
Gracias por enviarme tu blog. Me voy este puente pero a la vuelta me gustará verlo tranquilamente.
Cuando vi tu perfil iba a rechazarlo porque me surgieron estas tres preguntas:
No me importa que fumes, ni me molesta pero no me gustaría que lo hicieras en mi casa ¿Seria un problema para ti?
Tienes un hijo. Allegados a mi tienen problemas con los hijos de sus parejas ¿Sería un problema para mí?
Vives en […]. No tengo coche y hace un montón que no conduzco ¿Sería un problema para los dos?
Esta preguntas, así, sin más, las tuve aun sin conocerte, antes de decidir si enviarte la sonrisa pero aunque aun sigan ahí no tienen respuesta por lo que no pesaron en la balanza y pudo más la curiosidad de conocerte a causa del conjunto de sensaciones contradictorias que produjo tu foto y el saber que escribías y que el arte y la creatividad eran importantes para ti. Creo que sí que me gustaría conocerte si es que sigues queriendo hacerlo.
[…]

10/10/12, 10:39
Mensaje de Él.
Hola […]:
Me alegra mucho tu mensaje y me provoca más ganas aún de conocerte. Sí, quiero conocerte. En cuanto a la primera parte del mensaje -el de los problemas- yo creo que serían problemas si nosotros los convirtiéramos en tales.
- ¿Puedo no fumar en tu casa? Sí, puedo no fumar en tu casa.
- ¿Sería un problema mi hijo para ti? Yo jamás he considerado a mi hijo un problema para nadie. Además si tú y yo empezáramos una relación de pareja, él lo aceptaría. Lo que no puedo asegurar, evidentemente, es cómo os llevaríais vosotros por la sencilla razón de que eso sólo se sabrá cuando se viva.
- En cuanto a que yo viva en […], no lo veo un problema: estoy dispuesto a llevarte y traerte y además está muy bien comunicado.
En todo caso me ha gustado que en la balanza haya podido más la curiosidad que la previsión de futuros problemas.
Nos podríamos ver la semana que viene, tras el puente, ¿te parece?
Un saludo,
[…].

10/10/12, 22:58
Mensaje de Ella.
Vale […]. Que tengas un lindo puente. Ya vemos a la vuelta como quedar.
Buenas noches.
[…]

15/10/12, 11:05
Mensaje de Él.
Hola […]:
¿Vamos a quedar esta semana? Si te parece podríamos hablar por teléfono. El mío es el […] y también te voy a dar mi correo electrónico: […]
Un beso,
[…].

16/10/12, 00:31
Mensaje de Ella.
Hola […], pues tengo la semana liadilla pero podría buscar un hueco el sábado o el domingo Mi correo es […]
Ya me dices si te viene bien y ya concretamos.
Buenas noches
[…]

16.10.2012
Mensaje de Él.
Hola […]:
Hay dos cuestiones en tu último mensaje que me han llamado la atención:
La primera es que no me hayas dado tu teléfono o mejor dicho: que no me hayas dado explicación ninguna para no dármelo. Porque ¿sabes? a mí me gustaría mucho escuchar tu voz. La voz para mí es un lugar de referencia, una forma de conocer, de empezar a amar. Porque si yo te he escrito y te quiero ver es para empezar a amarte. Ninguna otra razón me persigue. No tengo curiosidad hacia ti ni tampoco quiero beberme un vino y no volver a verte. Yo estoy en esta página porque las modalidades normales de conocer a una mujer me quedan lejos. Por razones que no vienen al caso, de momento, no suelo salir y llevo una vida retirada, dedicado al estudio, el trabajo y la meditación. Y te cuento esto porque de ahí proviene la segunda cuestión que me ha llamado la atención: cuando escribes podría buscar un hueco el sábado. Esa frase me ha sonado a vacío porque el hueco lo está. Esa frase vendría a decir: si encuentro un vacío en mi vida el sábado entonces podría rellenarlo contigo. Y no es eso lo que yo quiero. Yo no quiero ser relleno de nadie y muchos menos de unas horas perdidas un sábado cualquiera; las horas de una mujer de la cual me llamó la atención su fotografía y de su fotografía deduje ternura, melancolía y frescura; y me gustó tu boca y me gustó la conformación de tu ojos: tus cejas, tus cuencas, los arcos superciliares; y quise conocerte y que nuestro encuentro fuera emocionante, nuevo, un encuentro que llenara -no rellenara- las horas en las que estuviéramos juntos.
Desde que estoy en esta página -finales de julio- he quedado con tres mujeres. Sólo con tres. Con ninguna de ellas he pasado de una primera cita. Porque no busco cualquier cosa. No busco pasar el rato. Podría haberlas llamado, escrito, quedado más veces. Muchas mujeres siguen siendo mujeres antiguas - sin que la palabra antigua sea juicio de valor negativo; antiguas en el sentido de que ha de ser el hombre quien las persiga y muestre su deseo con más vehemencia- pero yo no deseo cualquier mujer porque en ese caso el término no sería deseo sino necesidad. Yo no necesito a ninguna mujer pero sí deseo a LA mujer. Te escribo todo esto porque si por lo único que quieres conocerme es porque soy escritor y te pica la curiosidad, te aseguro que te desencantarás; un escritor no es nada como una informática no es nada; un escritor es un hombre con su pelo, sus brazos, sus piernas, su sexo y sus órganos vitales. Ninguna señal llevamos inscrita en la frente. Ninguna particularidad nos adorna. Ni ser escritor es como ser columna. Nada hay que lo defina.
Si quieres conocerme que sea porque hay algo de mí, […], que te atrae; si quieres conocerme que sea para conocerme no para rellenar horas vacías; si quieres conocerme que sea con la misma emoción con la que yo te quiero conocer a ti. Emoción que sería una suma de sentimiento y pensamiento.
Si no te importa, contéstame.
Gracias y un beso,
[…].

17.10.2012
Mensaje de Ella.
Hola […], me has dejado sin palabras. No sé por dónde empezar. Me dices que por qué no te he dado explicaciones de por qué no te dado el teléfono. La verdad es que no se me ocurrió que tuviera que dártelas pero ya que las pides te las doy. Es la primera vez que me he metido en esta historia de conocer a gente por internet y es más: aún no he quedado con nadie, estoy ahí un poco a la expectativa y pensé que me sería más fácil llamarte yo en un momento adecuado para mí para concretar la cita a que me llamaras tú en cualquier momento en el que a lo mejor me pillabas en el curro o en clase y donde no podría hablar y resultaría cortante e inoportuno. En cualquier caso pensaba llamarte y al llamarte tendrías mi teléfono.
Me gusta que te impliques tanto en un correo pero a la vez me siento desbordada ante tu intensidad de lo que escribes. Ciertamente no nos conocemos y aunque oigas mi voz seguirás sin conocerme, quizá un poco más, pero me parece desmedido que ya puedas empezar a amarme. Tu lo pones todo desde el momento 0, me quito el sombrero, a mi me parece muy loable pero también arriesgado y expuesto.
Respecto a lo segundo siento que te hayas sentido un rellena huecos. No busco un rellena huecos. Soy una persona activa con bastantes amigos y siempre estoy liada, pero si me he metido en esta página es porque creo que es enriquecedor compartir la vida con alguien a quien ames y que te ame. Pero para mí de momento tú eres una persona interesante y especial, por lo que me escribes en los mensajes, que me gustaría conocer y sería genial que al hacerlo me dejaras encantada y yo te encantara a ti y que no se quedara en una única cita pero eso aun no lo sé. Si por todo esto ya no quieres conocerme lo lamento. Mi teléfono es el […] de todas formas como te dicho me gustaría llamarte yo en lugar de que me llamaras tú. Si no me lo coges entenderé.
Buenas noches.
[…]

17.10.2012
Mensaje de Él
Hola de nuevo:
Sigo queriendo conocerte. Y discúlpame si me puse ayer un tanto intenso de más (sobre todo en cuanto a lo de pedirte explicaciones por lo del teléfono. No tienes que darme explicaciones de nada). De lo demás ya hablaremos cuando nos veamos. Espero, entonces, tu llamada.
[…].

18.10.2012
Mensaje de Él
Hoy es jueves y he ido a correr. Hay un momento en la carrera en el que el cuerpo y la tierra ya no luchan sino que se produce una ayuda mutua y el cuerpo parece entonces deslizarse sin aparente esfuerzo como si la tierra hubiera decidido en su movimiento -promovido por los brazos y las piernas- aligerar el tiempo. A mí me suele ocurrir entre los kilómetros 17 y 20. En esos momentos los músculos están oxigenados y la cadencia ha encontrado su ritmo. Cuando eso ocurre, el pensamiento se libera, las endorfinas empiezan a llegar al torrente sanguíneo y algo que se podría llamar felicidad surge. En ese lapso de tiempo, he recordado tu voz y he sonreído.

19.10.2012
Mensaje de Ella.
Qué lindo mensaje. La verdad es que cuando escucho mi voz grabada me parece un poco de pija y eso que no lo soy pero bueno, la tuya no era como imaginaba.
Yo he estado pensando en lo que comentaste en tu correo de que eres un hombre más para dentro que un hombre con vida social etc. Yo tengo diversos grupos de amigos distintos entre ellos que no suelo mezclar pero que son importantes para mí y con los que quedo bastante. Aquí no tengo familia y ellos lo son un poco para mí. Tengo la sensación de que nuestras vidas son muy distintas y no sé hasta qué punto compatibles, pero ya lo hablaremos.
[…]

20.10.2012
Mensaje de Ella.
Hola […], lo he estado pensando y no voy a quedar contigo. Te deseo que tengas esa cita super especial con esa mujer a la que amas aun sin conocerla. Te deseo lo mejor.

20.10.2012
Mensaje de Él.
Hola […]:
Ciao y gracias,
[…].



Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/10/2012 a las 20:53 | Comentarios {2}


Miraba con los ojos muy negros. La danza. Los tambores. El anuncio del dios de turno. Estaba embadurnándose el cuerpo con la miel. Tenía la función en breve. El pueblo. La tribu. Quién sea. La parroquia. Inspiró elevando la aleta izquierda de su nariz. Devolvió una oración. Satisfizo una necesidad. No era cuestión de mearse en mitad de la danza. No le gustaba la desnudez pero la aceptaba. No le gustaba el pringue de la miel pero lo aceptaba. Su condición de bailarina del templo tenía sus contrapartidas. Se recogió la larga melena en trenzas. Aceptó el retoque de una de sus acólitas. Se asomó al balcón de su estancia en el Palacio del Sátrapa. Elevó las manos al sol. Estudió las nubes que se acercaban preñadas de agua. Lluvia y danza, mezcla ideal para partirse la cadera. Juró en arameo original. Escuchó el ensayo de los percusionistas. La risa de unas mujeres que se cuchicheaban chismes. Los gorjeos del cantor se convirtieron en gárgaras y mandó a una de sus acólitas a que lo hiciera garguear en otro sitio, cerca del precipio, a las afueras de la fortaleza. Se arrodilló. Sintió como acero el frío de las baldosas. Mármol era. Vestigio de su madre en la forma de sus uñas. Sobrevoló el halcón. Huyó la rata. La gueparda parió dos crías. Las hienas rieron satisfechas. El león se sintió triste. Sonó el tiempo. La bailarina recompuso el gesto como la actriz que va a iniciar su función con una sonrisa y la coloca en la boca nada más alzarse el telón. Separó las puntas de los pies. Juntó los talones. Se dirigió al escenario. El pueblo la aclamó. Los nobles condescendieron. A su alrededor se colocaron los percusionistas. Echando el bofe llegó desde el precipio el cantor. Las nubes iban llegando. Comenzó el canto. Comenzó la danza. Bailó imbuida de sus certezas. La danza mueve el aire. Cada paso. Cada gesto de sus manos. Las contorsiones de su tronco. La exactitud de sus caderas. La longitud de sus piernas. La mandíbula. El ritmo in crescendo de los percusionistas. El trueno entonces. La escondida del sol. El asomo de las gotas. El inicio de la tromba. El público que huye. La nobleza que no acepta mojarse. La miel que se desliza por su cuerpo. El suelo que se convierte en balsa de aceite. El resbalón de la bailarina. El hueso que cruje. El sacrificio de la coja. La nueva bailarina que accede a la estancia en el palacio del Sátrapa. La lluvia que es diluvio. La lluvia disgustada. El halcón con paraguas. Las crías de la gueparda devoradas. Las hienas satisfechas. La rata multiplicada. El león airado.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/03/2012 a las 12:16 | Comentarios {0}


Atrio
Antes de morir Abel Mendes se dirigió a una iglesia. Estaba al fondo. En una plaza. Nunca había estado en ese pueblo. Era pequeño. Los alrededores eran inmensos secarrales, tierra marrón. Sin la alegría de un verde, siquiera un chopo, un alto y solitario chopo.
Horas antes Abel Mendes había cogido un autobús, el primero que saliera dijo en la ventanilla de la primera empresa de transportes que encontró. Y dijo que el trayecto era hasta el final. Hasta el final del viaje. El autobús apenas si se llenó. No más de siete personas. Entre ellas una niña y un hombre grotesco en todas las proporciones. Cuando el autobús arrancó y salió, Abel Mendes cerró los ojos y se quedó dormido hasta el final del viaje. Descendió y en un barucho de pueblo entró y se pidió una cerveza muy fría, muy fría, por favor, helada si la tiene, recalcó. El tabernero hizo un gesto extraño como si le hubieran hablado en una lengua desconocida y sin responder echó mano en la hielera y le abrió un botellín. No le dejó vaso. Sí le puso unas aceitunas muy verdes de aperitivo. Muchas aceitunas. Demasiadas, pensó Abel Mendes. Demasiadas. La cerveza no estuvo todo lo fría que hubiera deseado. El sitio al que había ido a parar le pareció lo justo. Una bendición. Una bendición de Dios. Una bendición más de Dios. Así iba añadiendo palabras Abel en su cabeza. Sintió ganas de rezar y juntando las manos se recogió y oró en silencio, Dios mío de mi corazón, sustento mío, gracias por haberme traído a este pueblo perdido del mundo cuyo nombre ni siquiera sé; amor mío, alma caritativa, añade algo al favor que ya me has hecho, alienta en mí la intuición y dirígeme hacia el penúltimo lugar; buen Dios, el de mis padres, el que sonríe y ayuda a los niños en sus primeros pasos; y su hijo mi señor Jesucristo, el favorito del Universo, la senda, la huella, Vía Láctea de mis mareas, sostén de mis disturbios, sosiego de mis pesares me acompañe en el camino y no me haga perderme de nuevo y tenga, entonces, que retornar y continuar mi vivir pecaminoso.
Se bebió el botellín casi de un trago y dejó la mayoría de las aceitunas. Salió al sol de la plaza del pueblo y se encaminó hacia la iglesia. Fue allí, en el atrio, donde se pegó el tiro.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/02/2012 a las 13:51 | Comentarios {0}


Capítulo 5. Ana


Cuando llega la hora de ir, Ana se pone nerviosa. Los ojos de Ana a sus cincuenta años. Los brackets de Ana a sus cincuenta años. Su piel tan cuidada. Los liftings de Ana. Las medias de Ana siempre sorprendentes. Los abrigos de Ana. Los labios con botox de Ana. Los términos ingleses en el cuerpo de Ana.
Cuando entra, Ana se coloca en la silla que se podría determinar como el centro de la habitación. Frente al espejo. Exquisitamente maquillada. Exquisitamente vestida. Exquisitamente peinada. Saca un cuaderno de marca y un bolígrafo de plata y esparce entre todos una sonrisa bien estudiada. Luego se coloca muy recta para que el sweater ceñido realce los implantes en el pecho de Ana. El perfume caro de Ana... su insondable verdad, sus anillos, sus complementos, sus collares de perlas salvajes, sus zarcillos de esmeraldas.
Ana: Bueno, es que tampoco tengo nada especial que contar. Para mí la vida es una ensalada, ya sabéis: de vez en cuando te encuentras un trozo de algo que no sabes qué narices es. Yo soy feliz. He venido a aprender algunas cosas. Creo que el camino espiritual, la comprensión de una misma, es algo excitante. Quiero saber. Me muero por saber. Quiero decir que por ejemplo cuando me puse los brackets, le pregunté de todo al dentista antes de hacerlo, bueno al ortodoncista, que menuda palabrita. Tengo menos de cincuenta de años y aparento menos de cuarenta porque para mí el escaparate del espíritu está en el cuerpo. Los demás te tienen que ver con un cuerpo juvenil, con una tersura de la piel que muestre que por debajo todo está bien prieto, que hay donde agarrarse con la seguridad de que no se te va a escurrir entre las manos. Soy muy deportista. Soy muy intelectual. Soy decidida defensora de la autoayuda y creo que todo el poder reside en una misma. Por eso a mí, desde hace muchos años, nada ni nadie me hace daño. Estoy casada con un hombre encantador que se pasa el día viajando y al que apenas veo. Creo que esa particularidad hace que nos queramos más. Cuando estamos juntos lo apuramos al máximo, ya me entendéis ¿no? Él también es fuerte, apasionado, detallista y romántico. Tenemos dos hijos que están estudiando en Princeton y me comunico con ellos por Skype. Sé que están bien. Los están preparando bien. Su padre y yo les hemos dado siempre lo mejor. Son unos buenos chicos. Así es que en general, puedo decir que vivo sola y muy acompañada. Bueno sola del todo no. Tengo a mi perrro Niles que es un encanto y que me hace mucha compañía. Y luego me paso el día de compromiso en compromiso, que si el gimnasio, que si una presentación, que si un mercadillo, que si un cóctel, que si una partidita de cartas, que si el dentista, que si la esteticien. La verdad es que no me aburro. Por eso digo que si estoy aquí no es porque tenga un problema o me sienta desorientada -no quiero decir por supuesto que ese sea vuestro caso- sino por ese afán de aprender, de saber de todo, de tener en forma el alma. Para mí estas sesiones son como la cinta en el gimnasio: una buena gimnasia espiritual. Siento no poder contar ningún conflicto, ningún trauma porque realmente no los tengo, ni los he tenido nunca. Mi vida es casi perfecta y añado el casi por no parecer arrogante. Sus cosillas tiene. Pero pequeñas. Insignificantes. Y bueno como estamos aquí para eso ¿no? (Ana mira a la Profesora y la profesora mantiene su gesto quieto sin asentir ni disentir) pues aunque he tenido que pensármelo mucho, sí que algunas cosillas no funcionan como debieran y quizá la que más me preocupe sea si Dios existe. Desde hace un tiempo, todas las mañanas mientras desayuno y miro a mi criada trajinando en la casa, sobre todo cuando enchufa el aspirador, me viene ese pensamiento a la cabeza, ¿Existe Dios? Y ése es el mayor problema que tengo ahora mismo. Todo lo demás es perfecto. Me siento muy afortunada. Mucho.
Y sonríe Ana y sus brackets brillan con las luces indirectas de la habitación y su mirada se pasea nerviosa entre nosotros como si esperara advertir reproche o duda o -quizá peor- cierto tipo de conmiseración. Se ha hecho el silencio. Se alarga. Ana enlaza sus manos. Mira a la profesora. Baja la vista. Se rasca con sus uñas largas y pintadas del color de las esmeraldas la parte superior izquierda de su labio, justo donde tiene un gracioso lunar. Todos escuchamos la lágrima al golpear contra su bolso de cuero. Todos vemos su sonrisa aniñada.
Ana: Es que a mí esa duda que os digo que tengo, me entristece mucho, mucho, de verdad...
Y durante un largo tiempo, muy largo, continuamos callados, escuchando la vida de los otros, hasta que la profesora habla.

Cuento

Tags : El espejo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/02/2012 a las 13:06 | Comentarios {0}


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