Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Capítulo 5. Ana


Cuando llega la hora de ir, Ana se pone nerviosa. Los ojos de Ana a sus cincuenta años. Los brackets de Ana a sus cincuenta años. Su piel tan cuidada. Los liftings de Ana. Las medias de Ana siempre sorprendentes. Los abrigos de Ana. Los labios con botox de Ana. Los términos ingleses en el cuerpo de Ana.
Cuando entra, Ana se coloca en la silla que se podría determinar como el centro de la habitación. Frente al espejo. Exquisitamente maquillada. Exquisitamente vestida. Exquisitamente peinada. Saca un cuaderno de marca y un bolígrafo de plata y esparce entre todos una sonrisa bien estudiada. Luego se coloca muy recta para que el sweater ceñido realce los implantes en el pecho de Ana. El perfume caro de Ana... su insondable verdad, sus anillos, sus complementos, sus collares de perlas salvajes, sus zarcillos de esmeraldas.
Ana: Bueno, es que tampoco tengo nada especial que contar. Para mí la vida es una ensalada, ya sabéis: de vez en cuando te encuentras un trozo de algo que no sabes qué narices es. Yo soy feliz. He venido a aprender algunas cosas. Creo que el camino espiritual, la comprensión de una misma, es algo excitante. Quiero saber. Me muero por saber. Quiero decir que por ejemplo cuando me puse los brackets, le pregunté de todo al dentista antes de hacerlo, bueno al ortodoncista, que menuda palabrita. Tengo menos de cincuenta de años y aparento menos de cuarenta porque para mí el escaparate del espíritu está en el cuerpo. Los demás te tienen que ver con un cuerpo juvenil, con una tersura de la piel que muestre que por debajo todo está bien prieto, que hay donde agarrarse con la seguridad de que no se te va a escurrir entre las manos. Soy muy deportista. Soy muy intelectual. Soy decidida defensora de la autoayuda y creo que todo el poder reside en una misma. Por eso a mí, desde hace muchos años, nada ni nadie me hace daño. Estoy casada con un hombre encantador que se pasa el día viajando y al que apenas veo. Creo que esa particularidad hace que nos queramos más. Cuando estamos juntos lo apuramos al máximo, ya me entendéis ¿no? Él también es fuerte, apasionado, detallista y romántico. Tenemos dos hijos que están estudiando en Princeton y me comunico con ellos por Skype. Sé que están bien. Los están preparando bien. Su padre y yo les hemos dado siempre lo mejor. Son unos buenos chicos. Así es que en general, puedo decir que vivo sola y muy acompañada. Bueno sola del todo no. Tengo a mi perrro Niles que es un encanto y que me hace mucha compañía. Y luego me paso el día de compromiso en compromiso, que si el gimnasio, que si una presentación, que si un mercadillo, que si un cóctel, que si una partidita de cartas, que si el dentista, que si la esteticien. La verdad es que no me aburro. Por eso digo que si estoy aquí no es porque tenga un problema o me sienta desorientada -no quiero decir por supuesto que ese sea vuestro caso- sino por ese afán de aprender, de saber de todo, de tener en forma el alma. Para mí estas sesiones son como la cinta en el gimnasio: una buena gimnasia espiritual. Siento no poder contar ningún conflicto, ningún trauma porque realmente no los tengo, ni los he tenido nunca. Mi vida es casi perfecta y añado el casi por no parecer arrogante. Sus cosillas tiene. Pero pequeñas. Insignificantes. Y bueno como estamos aquí para eso ¿no? (Ana mira a la Profesora y la profesora mantiene su gesto quieto sin asentir ni disentir) pues aunque he tenido que pensármelo mucho, sí que algunas cosillas no funcionan como debieran y quizá la que más me preocupe sea si Dios existe. Desde hace un tiempo, todas las mañanas mientras desayuno y miro a mi criada trajinando en la casa, sobre todo cuando enchufa el aspirador, me viene ese pensamiento a la cabeza, ¿Existe Dios? Y ése es el mayor problema que tengo ahora mismo. Todo lo demás es perfecto. Me siento muy afortunada. Mucho.
Y sonríe Ana y sus brackets brillan con las luces indirectas de la habitación y su mirada se pasea nerviosa entre nosotros como si esperara advertir reproche o duda o -quizá peor- cierto tipo de conmiseración. Se ha hecho el silencio. Se alarga. Ana enlaza sus manos. Mira a la profesora. Baja la vista. Se rasca con sus uñas largas y pintadas del color de las esmeraldas la parte superior izquierda de su labio, justo donde tiene un gracioso lunar. Todos escuchamos la lágrima al golpear contra su bolso de cuero. Todos vemos su sonrisa aniñada.
Ana: Es que a mí esa duda que os digo que tengo, me entristece mucho, mucho, de verdad...
Y durante un largo tiempo, muy largo, continuamos callados, escuchando la vida de los otros, hasta que la profesora habla.

Cuento

Tags : El espejo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/02/2012 a las 13:06 | Comentarios {0}








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