Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

No me he deshecho. Respiro. Hoy mismo he sentido con una intensidad digna de perro el olor de la tierra después de la tormenta. ¡Qué tormenta la de anoche! ¡Cómo eran los rayos luces estroboscópicas que iluminaban las montañas como si buscaran capturar su fisonomía en una fracción de segundo! Yo volaba. Parecía drogada con LSD. Recordaba aquellos años. Recordaba los miedos que pasé y las intuiciones que me regalaron la posibilidad de haber llegado hasta aquí. Ya mayor, en el inicio del fin, cuando la Muerte, en su paseo constante entre los seres con vida, pronto dará conmigo, más bien se tropezará conmigo porque cuando la muerte mata a los viejos no es que vaya a por ellos, es que con ellos se tropieza porque los viejos ya no están ágiles para esquivarla y se dejan coger y se entregan de buena gana porque vivir cansa, vaya que si cansa. Aún no me he deshecho, no soy como el cartón que al contacto con el agua se ablanda, no, soy de carne y hueso. Con los años debe ser. Por lo años, diría más bien. Son ellos los maestros (luego ya que la alumna, en este caso, aprenda, es otra cosa). Son los años los que han sugerido a este cuerpo que ya avanza hacia el tropiezo, No te deshagas -me han dicho-; no por otros; deshazte por ti si quieres pero los otros viven su vida, toman sus decisiones o no las toman sino que a veces se dejan llevar por una pereza que les impide tomarlas; decía el poeta -me siguen diciendo lo años- que sólo hay dos pecados: la pereza y la impaciencia y muy probablemente el poeta tenga razón. No te dejes vencer, querida. Aguanta hasta el final que si la vida cansa también es corta y una. Merece la dicha el cansancio de vivir. Merece el agradecimiento de haber sido autoconsciente y haber acudido a tu trabajo y haber pagado con tu dinero. Lo demás no estaba en tu mano, querida; lo demás son avatares. Tú tan sólo podrías ser responsable del mal que hiciste y ésa es una cuestión moral que, valga la paradoja, en poco te atañe. Sigue entera. Sigue atenta. Sigue viva. Sigue alegre cuando puedas. No duermas si no quieres y cuando quieras échate, cierra los ojos, sueña todos esos mundos que has soñado, casi siempre, por cierto, inquietantes quimeras. Porque la noche está callada, no te deshagas; porque seguro que respira aunque lejos, no te deshagas; porque la aurora boreal volverá a verse en Islandia, no te deshagas; porque la perra corrió una tarde más, no te deshagas; porque conseguiste llegar a  casa, a tu casa, querida, la que pagas con tu medios, modesta y hermosa, la que te acoge, la casa en la que cuando llega la noche surgen por todos los rincones los aromas de las flores. Por tu casa, entonces, no te deshagas; mantén firme la espalda; cuida que el azúcar no te llegue a los ojos; anima a la sangre a que fluya serena por los cauces de tus venas; ama el sexo que tanto te entretiene; cuida la voz que sedujo a veces y si eres inocente, si en lo profundo de tu conocimiento del mundo y de ti misma, te sabes inocente, entonces, querida, no te deshagas; deja que sea el universo quien se encargue de esas gaitas y tú a lo tuyo: aprende un poco más mañana, sé generosa mañana, sonríe en cuanto puedas, que no te huela el cuerpo a mala, cocina tu alimento, ocúpate de los seres que tienes a tu cargo, no hagas esperar si alguien te espera y responde si alguien te llama. Aunque canse, querida, emociónate y deja que las aves vuelvan a cantar el paraíso.
 

Ensayo

Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/06/2024 a las 02:01 | Comentarios {0}



Era la última hora de la tarde. Tras las montañas el cielo había adquirido unos tonos bermellones que parecían, de tan bellos, abrirse a los infiernos. Estaba sentado en lo alto de su jardín, en una silla de madera con un cojín que hacía más cómodo el asiento. No bebía nada. No fumaba nada. Respiraba, miraba, escuchaba, sentía en su piel el final del día, la caída en la noche de la tarde. Dejaba que su mente vagara. Había vivido muchos más años de los que él mismo siempre había creído. Desde niño, sí, pensó que moriría pronto, no más allá de los cuarenta, no mucho más allá. Si hubiera muerto a los treinta y ocho no habría tenido la hija. Pensó su nombre una vez más. Recordó la película Testament del director canadiense Denys Arcand. En ella la directora de una residencia de ancianos cuenta que desde hace catorce años no sabe nada de su única hija. Él no sabe nada desde hace cuatro años de la suya. ¡Qué abismo se ha abierto en su vida! ¡Qué agujero negro que absorbe casi toda su energía! Ahora, por lo menos, puede volver a sentir los bermellones del atardecer tras las montañas y cree que quizá llegue a asumir esa idea de los aborígenes australianos que entienden la educación como un acompañamiento y no como un lazo eterno, si no dogal, si no collar. Aún así la echa de menos y recuerda su nombre cada día y siente ese prurito de culpa y luego lo desdeña, lo aparta, como si tuviera materia, con un gesto de la mano, se levanta de la silla con cojín, entra en su casa, va hasta la cocina, se hace una cena, recuerda el rostro de su hija cuando apenas levanta un palmo del suelo y le desea desde lo más sincero de su ser que la vida le sea intensa y le dice en voz muy baja, muy, muy baja, porque ésa es la única manera de que se pueda oír en cualquier parte, que nunca, nunca, aunque su ausencia lo arrase, la dejará de querer.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/06/2024 a las 16:59 | Comentarios {0}


Me declaro libertino (en el sentido que a esta palabra se le daba en el siglo XVIII, es decir, en moderna terminología: librepensador). La reflexiones que voy a ir plasmando a lo largo de las próximas semanas tienen un carácter provisorio y se acogen a una de las características de uno de los métodos científicos: estas reflexiones son falsables. Incluso yo mismo, a lo largo de este periodo que hoy se inicia, podré mostrar la falsabilidad de algunas de ellas.
Estas reflexiones no pertenecen a ningún heterónimo. De cada una de las palabras que escriba en este libro el único responsable soy yo: Fernando García-Loygorri Gazapo. Por supuesto que cuando utilice citas facilitaré el nombre del autor y el título del libro o fuente de donde las haya sacado.



63.- La honestidad de tu hacer ha de bastarte.

64.- Nadie tiene el derecho ha reconvenirte ninguna acción tuya que parta desde la honestidad.

65.- Y porque ocurre has de rebelarte contra ello aún a costa de perder para siempre a la persona deshonesta. Porque deshonesta es la persona que reconviene una acción honesta.

66.- ¡Cuánto cuesta poner en práctica las obviedades!

67.- Honesto, ta: adj. Lo que es en sí bueno, decente, permitido y honroso. Vale también razonable y justo.

68.- Honesto se emparenta con honor y con honra. Porque no se puede vivir con honra si no se es honesto y la honra es la vivencia del honor.

69.- También puede ocurrir que alguna acción honesta tuya sea incomprendida como tal por la persona a la que va dirigida esa acción. Tan sólo a ella habrás de dar explicaciones. Nadie que no sea ella tiene derecho a inmiscuirse. Será obligación tuya hacérselo saber.

70.- Es lícito preguntarse por qué querría alguien inmiscuirse en una acción que no le compete. Las respuestas serán muchas, seguramente, pero podrían quedar reducidas a dos: 1) Porque esa persona no puede reconocer la honestidad. 2) Porque tu acción honesta realizada por ella se convertiría de inmediato en deshonesta.

71.- ¿Cabe entonces que una misma acción pueda ser honesta o deshonesta según la persona que la ejecute? No. Sería más correcto decir según la intención con la que se ejecute.
 

Ensayo

Tags : Reflexiones para antes de morir Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/06/2024 a las 01:43 | Comentarios {0}



No ha llegado la luna [...] desnuda queda [...] ni estrellas, ni tan siquiera estrellas [...] buscaba ayer un ropaje que cubriera sus espaldas [...] ni fuego, ni aire, ni agua, ni tierra [...] se queda desnuda entera, un fantasma en una concha, una perla sin materia [...] Subió hasta la pradera donde los caballos pastan. Un potrillo canela cerca de su madre estaba, canela era [...] ¡Enciende la luna Mundo! ¡Que los vendavales vengan! ¡Que se ahoguen los maizales! ¡Que los trigales perezcan! Y tú baila hasta que la noche avance y resbale la oscuridad húmeda y serena  por tu desnudez [...] ¡Calla, loco, calla! Sabes que ya nunca tendrás paz. Sabes que vendrá y te asaltará y te dejará agotado y lo pagarás con cualquiera  [...] como la tierra desnuda, una especie de páramo interior donde nadie puede entrar, de lo que no puedes hablar, terreno yermo, poesía pura [...]
 

Narrativa

Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/06/2024 a las 00:43 | Comentarios {0}


Me declaro libertino (en el sentido que a esta palabra se le daba en el siglo XVIII, es decir, en moderna terminología: librepensador). La reflexiones que voy a ir plasmando a lo largo de las próximas semanas tienen un carácter provisorio y se acogen a una de las características de uno de los métodos científicos: estas reflexiones son falsables. Incluso yo mismo, a lo largo de este periodo que hoy se inicia, podré mostrar la falsabilidad de algunas de ellas.
Estas reflexiones no pertenecen a ningún heterónimo. De cada una de las palabras que escriba en este libro el único responsable soy yo: Fernando García-Loygorri Gazapo. Por supuesto que cuando utilice citas facilitaré el nombre del autor y el título del libro o fuente de donde las haya sacado.



55.- Desde hace un tiempo -no sé si un poco tarde, sea lo que sea tarde en la vida de cada persona- mantengo una sana inclinación por la limpieza en mi casa. Nada exagerado -de  nuevo los adjetivos ¡qué poco dicen! ¡Cuidaos de los adjetivos escritores primerizos!-. En mi devenir establezco un clara relación, casi un paralelismo, entre la limpieza del lugar que habito y la limpieza interior.

56.- Me siento más limpio. A largo de mi vida ha ocurrido lo contrario: me he solido sentir sucio como si la idea del pecado original -concepto cristiano que anula la pureza por el mismo hecho de nacer- hubiera adquirido en mí unas proporciones pantagruélicas.

57.- Los seres que sentimos desde la infancia una gran culpa solemos alimentarla durante años. En mi caso uno de los alimentos de mi culpa fue el haschís. Sufre esta droga en mi organismo una curiosa esquizofrenia: por una parte satura mis sentidos, provoca momentos de una gran excitación sensual y al mismo tiempo corroe mis entrañas con una ominosa, mórbida culpa.

58.- Lo primero que sentí cuando tomé la decisión de dejar de drogarme fue zozobra, incluso me invadió la certeza de que no sería capaz de abandonar aquello que me hacía daño y me procuraba placer a un mismo tiempo y no a partes iguales. Dejé el haschís y el alcohol hace más de diez años. Apenas me costó. Como suele ocurrir, cuesta más arrancar que seguir lo emprendido.

59.- A lo largo de estos más de diez años de vez en cuando he tomado una cerveza y en dos temporadas volví a fumar haschís. En ambos periodos la evolución fue la misma: exaltación sensual al inicio de la ingesta, aumento del sentido de culpa de seguido. En ambas ocasiones lo volví a dejar sin demasiado esfuerzo.

60.- Sí, relaciono la limpieza con la serenidad y la serenidad con un estado no alterado de conciencia. Entiendo por conciencia la percepción activa del mundo (la percepción pasiva es contemplación y en la contemplación se intenta anular la conciencia).

61.- Al mismo tiempo -sin que busque la paradoja- me parece necesario y rico vitalmente alterar el estado de conciencia. Y no es paradójico porque he llegado a la conclusión de que una alteración constante del estado de conciencia, pervierte la expresión en sí. Por decirlo en román paladino: si tenemos constantemente alterada la conciencia, la conciencia adquiere en esa alteración constante su normalidad y de ahí se sigue que ya no está alterada.

62.- La alteración implica la excepcionalidad.
 

Ensayo

Tags : Reflexiones para antes de morir Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/06/2024 a las 17:54 | Comentarios {0}


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