Undécima Hora
Dejé de mirarme las manos. El corte era profundo. La sangre se había derramado sobre algunos aros de cebolla. El coreano corrió a apartar los manchados con sus guantes de látex. La encargada del día, una mujer gorda que tanto me recordaba a un globo aerostático, con su voz de piccolo elevada siempre hasta la extenuación, me dijo que me fuera a lavar y descansara un rato, sentado en una de las mesas vacías (que en aquella hora y en aquel día eran casi todas), hasta que dejara de sangrar. Quizá -aventuró- sería necesario ponerme algunos puntos. Yo sabía que iba a ser necesario. Por el hilo musical se escuchaba en ese momento Starman de Bowie. Recordé entonces una noche en lo alto de la montaña. Me había cortado por la tarde con el filo de un guijarro. Había perdido mucha sangre. Me sentí débil. No me importó morirme desangrado. No fue así. Me quedé dormido en la madrugada y al despertar las plaquetas habían actuado y habían detenido la hemorragia. Me he sentado en la mesa más cercana a la puerta, de espaldas al mostrador. Me hubiera gustado poder fumarme un cigarrillo. He palpado el paquete en mi bolsillo. He cerrado los ojos. Me dolía el corte. Al abrirlos he visto a la mujer que me comparaba con Andreas Kartak. Entraba en ese momento. Al verme sentado se ha detenido. Ha dudado un instante entre seguir al mostrador o venir hacia mi mesa. Al final ha venido a mi mesa.
- ¿Me puedo sentar?, me ha dicho sonriendo apenas.
- Claro.
Ha mirado mi mano. Por debajo de la tirita volvía a asomar la sangre.
- ¿Qué le ha pasado?
- Un corte.
- Eso ya lo veo.
- Estaba cortando aros de cebolla y al mismo tiempo pensaba en un nocturno de Chopin...
- Dos acciones incompatibles.
- Desde luego. Y a usted ¿qué le ha pasado?
- ¿A mí? Nada, ¿por?
- Se ha sentado aquí.
- Sí.
- No es normal.
- No.
Nos hemos quedado callados. Nos hemos mirado a los ojos. He respirado hondo antes de proseguir.
- Haría usted mal en interesarse por mí.
- Ya lo sé.
- Estoy herido.
- También lo sé (y miró mi mano ensagrentada)
- Las personas heridas somos peligrosas.
- No amo el peligro.
- Lo imaginaba.
- Pero me gusta curar heridas.
Fue tan rotunda esa verdad que un largo sollozo me acudió a la garganta. A duras penas lo pude contener. Bajé la mirada.
- Se cerraría antes si fuera a un hospital y le pusieran unas grapas.
- No sé si quiero que se cierre antes. Seguro que me darán unos días de baja.
- Yo le acompaño.
- No soy buena persona. De verdad. No lo soy.
- Yo no soy un alma caritativa. Ni me detengo a pensar porque una persona me atrae. A veces mis curaciones son traumáticas. A veces no llego a curar sino que hago más grande la herida. Es algo que también debe saber.
- ¿Cómo se curan mis heridas?
La voz aflautada de la encargada gorda se oyó tras de mí.
- ¡Milos! ¿Cómo va eso?
Me giré y la miré.
- Sigue sangrando, señora.
- Vete al hospital. Ya te cubro yo. Si el médico te da la baja, me la traes mañana.
- Sí, señora.
Me levanté.
- Me voy al hospital.
- Le acompaño.
- No diga que no se lo advertí.
- No diga que no lo intenté.
He entrado a coger mis cosas. Al salir la mujer me esperaba fuera. He sentido algo parecido a la esperanza y se me ha abierto un poco más la herida. He cubierto mi mano con un trapo de cocina. Me he despedido de mis compañeros.
- Vamos, tengo el coche aquí al lado. Por cierto mi nombre es Eva.
- Milos Amós.
Hemos caminado uno al lado del otro como si fuéramos dos personas que se conocen desde hace tiempo.
Me ha vuelto a doler el corte.
He sentido escalofríos al prever la aguja y el hilo.
Si tenéis 1 hora y diez minutos más o menos, escuchad a Julio Anguita - no tenéis más que cliquear sobre su nombre resaltado en verde- en esta conferencia que impartió en junio de 2011 en el pueblo de Baena. Ya no sólo por lo que dice sino por cómo un hombre se puede llegar a expresar.
The atrocity exhibition
Es aquí en [...]
Después llegará
Llegará
La melena se hunde
canto a Ofelia
No sabía si [...]
Aunque quizá
También
Desde entonces
canto a Ofelia
Luego
Mucho más tarde
Dirás
Jamás
Nunca
Siempre
Arde tu [...]
canto a Ofelia
Lía
Urde
Teje
Duerme
Canta ¡oh, Cólera!
canto a Ofelia
canto a Ofelia
Canta tú también
Así
Despacio
La ubre
La siega
La miés
El labio
Los ojos [...]
de Ofelia
Ambos
Juntos
Cuando el ámbar
gris de las ballenas
entona
el canto a Ofelia
y se expande
hasta las costas indonesias
y vuelve
en ola
hasta la orilla
de este verso
Surge
Poderosa
Levita
lenta
hasta
la desembocadura
de mi boca
Ofelia, Ofelia, Ofelia
La almohada
sangra
¡Oh, Cólera, aventa
el trigo
Desencaja mandíbulas
Destroza tibias
Amputa penes
Diserta grata
la violencia
mientras
canto a Ofelia
su navegación [...]
Bajo ella el limo
la maduración del ala
Algas verdes
Verdes lanzas
¡Déjame!
¡Huye, loca!
canto a Ofelia
La Sin alma
La Sin voz
La estrangulada.
Después llegará
Llegará
La melena se hunde
canto a Ofelia
No sabía si [...]
Aunque quizá
También
Desde entonces
canto a Ofelia
Luego
Mucho más tarde
Dirás
Jamás
Nunca
Siempre
Arde tu [...]
canto a Ofelia
Lía
Urde
Teje
Duerme
Canta ¡oh, Cólera!
canto a Ofelia
canto a Ofelia
Canta tú también
Así
Despacio
La ubre
La siega
La miés
El labio
Los ojos [...]
de Ofelia
Ambos
Juntos
Cuando el ámbar
gris de las ballenas
entona
el canto a Ofelia
y se expande
hasta las costas indonesias
y vuelve
en ola
hasta la orilla
de este verso
Surge
Poderosa
Levita
lenta
hasta
la desembocadura
de mi boca
Ofelia, Ofelia, Ofelia
La almohada
sangra
¡Oh, Cólera, aventa
el trigo
Desencaja mandíbulas
Destroza tibias
Amputa penes
Diserta grata
la violencia
mientras
canto a Ofelia
su navegación [...]
Bajo ella el limo
la maduración del ala
Algas verdes
Verdes lanzas
¡Déjame!
¡Huye, loca!
canto a Ofelia
La Sin alma
La Sin voz
La estrangulada.
Déjame abrazarte. Lo he pensado por la carretera. Los kilómetros que se hacen largos. El tiempo que parece que se acaba. Las proporciones. ¿Qué está pasando? ¿Qué nos espera? ¿Por qué tanto miedo?
Casi todos hemos comido hoy en España. Las gentes, las que han decidido participar de este sistema, casi todas (si no todas) en esta parte del mundo, han comido hoy. ¿Qué no sabes tú para poder hablar de lo que está ocurriendo? ¿Qué oscuros arcanos no controlas? ¿Por qué no puedes decir con tan sólo tu sentido común que hay algunos a los que les está haciendo mucho bien esta generación constante de miedo?
Pensémoslo a largo plazo (o medio) porque ese debe de ser uno de los arcanos: la medida de los plazos. Desde el 11 de septiembre de 2011 el miedo es el gran generador de noticias del mundo occidental. El miedo genera insatisfacción. La insatisfacción es buena para controlar a las masas (esto que escribo se sabe, al menos, desde el año 1925). El miedo paraliza. Durante los ocho primeros años del siglo XXI el terror a unos locos sanguinarios árabes, distintos, que vivían en unas montañas en un país escabroso y que tenían entre sus manos las destrucción de nuestro descansado mundo, llenó las páginas y las portadas de todos los medios de comunicación; recuerdo que el miedo era constante; recuerdo una tarde en que iba con mi hija en el metro en el año 2004 tras los atentados de Madrid, en que me entraron sudores fríos ante un paquete que un moro había dejado a su lado; fue tanto mi terror que me bajé antes de la parada. El miedo. El miedo. Siempre el miedo. Siempre la inseguridad. Siempre un enemigo externo, sin rostro y con rostro. Curiosamente ese terror no ha doblegado al mundo occidental. De esto nos empezamos a dar cuenta cuando los atentados ocurrían siempre con armas convencionales (¿dónde está el ántrax? ¿dónde la bomba atómica casera?) y cuando ya el tema recurrente del terror islámico se convirtió en tedio y por lo tanto este Satanás ya no causaba el efecto deseado, llegaron los valientes muchachos de las Fuerzas Especiales americanas y se cargaron sin contemplaciones a ese Demonio horrible que tanto había costado encontrar -viviendo como vivía en un chalet en las afueras de una ciudad de Pakistán (vamos, imposible encontrarlo)- llamado Bin Laden en este año de 2011 (justo en el décimo aniversario de la matanza en New York).
Había por lo tanto que inventar un nuevo miedo. Un terror profundo. Una forma de mantener a las gentes en sus puestos de trabajo. De callar ante el jefe. De ahorrar lo suficiente y comprar también que así ayudamos a nuestro mundo. De detener de forma tajante los grandes movimientos migratorios. De volver a la quietud de los países quietos y ricos. Había que crear un miedo igual al terrorismo islámico pero distinto en sus contenidos (los Masa necesitamos estímulos nuevos). Si antes era que tu hijo saliera volando en pedazos en un centro comercial; ahora va a ser que tu hijo no pueda ir a ese centro comercial porque tú eres un puto miserable que se ha quedado sin trabajo. Había que meter en las mentes del hombre corriente el terror a la pérdida de su statu quo (que si lo analizamos bien era exactamente la misma amenaza latente en el terrorismo islámico). Había que crear una enorme burbuja de terror planetario. Una crisis que llegara a oleadas y que esas olas fueran cada vez más grandes, cada vez más altas, cada más seguidas. Inseguridad. Inseguridad. Inseguridad. Siempre latiendo. Siempre fortaleciéndose. Y lógico será que la catarsis de esta terrible y espantosa crisis no sea lo que han solido ser: una GUERRA. ¡Ah, sí, una buena guerra! Que como toda persona con dos dedos de frente y un poco de cultura sabe, es el gran negocio de los negociantes. Y de paso nos deja extenuados. Y de paso nos recuerda lo que nos va a pasar como nos portemos mal. Y así tras la limpieza catártica a base de bombas y soflamas, volverá un presidio transitorio de calma (perdón, quería escribir periodo transitorio de calma), donde se irán haciendo los negocios y se irán preparando los nuevos terrores con los que mantener controladas a las Masas, que somos fáciles de convencer pero algo tercas, hay que darnos palo para que entremos en el corral y engaño para que entremos por el corredor que nos lleva al matadero.
Acordémonos: la información actual sólo cuenta sucesos cuando lo verdaderamente importante son los procesos (Ryszard Kapuscinski).
He visto el mar (la mer, la mer, toujours recommencée). Me he sentado ante él. Lo he escuchado. En tierras mediterráneas. Con el sol de septiembre que tan bien supo plasmar Sorolla. El sábado por la tarde estaba inmenso y me fui a él y nadé largo, mucho, hacia el horizonte y cuando estaba en ese lugar donde la playa ya se ha hecho pequeña y los hombres son siluetas y el sol enrojecido se iba a descansar y yo flotaba, he pensado que el mar jamás tiene miedo.
Escuchaba el mar y sentía dentro de él que iba a morir; sentía que un día este cuerpo que aún teclea, no iba a ser nada; ni ese cielo iba a poder ser visto por mis ojos; pensaba el mar y pensaba el miedo que generan los hombres sobre los hombres y sabía que las sociedades no tienen como premisa (¡Ay, utópico artículo primero de la declaración de los derechos humanos, zanahoria para el burro) primera la libertad y fraternidad de sus miembros.
Casi todos hemos comido hoy en España. Las gentes, las que han decidido participar de este sistema, casi todas (si no todas) en esta parte del mundo, han comido hoy. ¿Qué no sabes tú para poder hablar de lo que está ocurriendo? ¿Qué oscuros arcanos no controlas? ¿Por qué no puedes decir con tan sólo tu sentido común que hay algunos a los que les está haciendo mucho bien esta generación constante de miedo?
Pensémoslo a largo plazo (o medio) porque ese debe de ser uno de los arcanos: la medida de los plazos. Desde el 11 de septiembre de 2011 el miedo es el gran generador de noticias del mundo occidental. El miedo genera insatisfacción. La insatisfacción es buena para controlar a las masas (esto que escribo se sabe, al menos, desde el año 1925). El miedo paraliza. Durante los ocho primeros años del siglo XXI el terror a unos locos sanguinarios árabes, distintos, que vivían en unas montañas en un país escabroso y que tenían entre sus manos las destrucción de nuestro descansado mundo, llenó las páginas y las portadas de todos los medios de comunicación; recuerdo que el miedo era constante; recuerdo una tarde en que iba con mi hija en el metro en el año 2004 tras los atentados de Madrid, en que me entraron sudores fríos ante un paquete que un moro había dejado a su lado; fue tanto mi terror que me bajé antes de la parada. El miedo. El miedo. Siempre el miedo. Siempre la inseguridad. Siempre un enemigo externo, sin rostro y con rostro. Curiosamente ese terror no ha doblegado al mundo occidental. De esto nos empezamos a dar cuenta cuando los atentados ocurrían siempre con armas convencionales (¿dónde está el ántrax? ¿dónde la bomba atómica casera?) y cuando ya el tema recurrente del terror islámico se convirtió en tedio y por lo tanto este Satanás ya no causaba el efecto deseado, llegaron los valientes muchachos de las Fuerzas Especiales americanas y se cargaron sin contemplaciones a ese Demonio horrible que tanto había costado encontrar -viviendo como vivía en un chalet en las afueras de una ciudad de Pakistán (vamos, imposible encontrarlo)- llamado Bin Laden en este año de 2011 (justo en el décimo aniversario de la matanza en New York).
Había por lo tanto que inventar un nuevo miedo. Un terror profundo. Una forma de mantener a las gentes en sus puestos de trabajo. De callar ante el jefe. De ahorrar lo suficiente y comprar también que así ayudamos a nuestro mundo. De detener de forma tajante los grandes movimientos migratorios. De volver a la quietud de los países quietos y ricos. Había que crear un miedo igual al terrorismo islámico pero distinto en sus contenidos (los Masa necesitamos estímulos nuevos). Si antes era que tu hijo saliera volando en pedazos en un centro comercial; ahora va a ser que tu hijo no pueda ir a ese centro comercial porque tú eres un puto miserable que se ha quedado sin trabajo. Había que meter en las mentes del hombre corriente el terror a la pérdida de su statu quo (que si lo analizamos bien era exactamente la misma amenaza latente en el terrorismo islámico). Había que crear una enorme burbuja de terror planetario. Una crisis que llegara a oleadas y que esas olas fueran cada vez más grandes, cada vez más altas, cada más seguidas. Inseguridad. Inseguridad. Inseguridad. Siempre latiendo. Siempre fortaleciéndose. Y lógico será que la catarsis de esta terrible y espantosa crisis no sea lo que han solido ser: una GUERRA. ¡Ah, sí, una buena guerra! Que como toda persona con dos dedos de frente y un poco de cultura sabe, es el gran negocio de los negociantes. Y de paso nos deja extenuados. Y de paso nos recuerda lo que nos va a pasar como nos portemos mal. Y así tras la limpieza catártica a base de bombas y soflamas, volverá un presidio transitorio de calma (perdón, quería escribir periodo transitorio de calma), donde se irán haciendo los negocios y se irán preparando los nuevos terrores con los que mantener controladas a las Masas, que somos fáciles de convencer pero algo tercas, hay que darnos palo para que entremos en el corral y engaño para que entremos por el corredor que nos lleva al matadero.
Acordémonos: la información actual sólo cuenta sucesos cuando lo verdaderamente importante son los procesos (Ryszard Kapuscinski).
He visto el mar (la mer, la mer, toujours recommencée). Me he sentado ante él. Lo he escuchado. En tierras mediterráneas. Con el sol de septiembre que tan bien supo plasmar Sorolla. El sábado por la tarde estaba inmenso y me fui a él y nadé largo, mucho, hacia el horizonte y cuando estaba en ese lugar donde la playa ya se ha hecho pequeña y los hombres son siluetas y el sol enrojecido se iba a descansar y yo flotaba, he pensado que el mar jamás tiene miedo.
Escuchaba el mar y sentía dentro de él que iba a morir; sentía que un día este cuerpo que aún teclea, no iba a ser nada; ni ese cielo iba a poder ser visto por mis ojos; pensaba el mar y pensaba el miedo que generan los hombres sobre los hombres y sabía que las sociedades no tienen como premisa (¡Ay, utópico artículo primero de la declaración de los derechos humanos, zanahoria para el burro) primera la libertad y fraternidad de sus miembros.
The atrocity exhibition
La física me ha cuchicheado un par de evidencias;
la materia las ha puesto en marcha con la lentitud de un motor del principio de los tiempos;
el átomo ha sobrevenido, dulzón, en mi auxilio como si le hubiera llamado a gritos;
la dureza se ha aposentado en mí y me ha regañado;
la elasticidad, al convertirse en curva, ha llegado a unir sus extremos;
la cohesión ha intentado adherirme al sosiego de las rocas
en un rasgo de inmaterialidad, con algo de blandura, a las puertas de la fragilidad, en la raridad de la luz azul de la noche y me ha cubierto con esponjosidad, cual velo:
lo sólido se ha mantenido;
el polvo se ha vuelto cobarde;
el líquido, fluido, se ha hecho evidente al caer la tarde cuando el gas, condensado en vapor, ha humedecido la turbia masa y a una pasta, con burbujas, la ha metido como espuma en una ampolla;
nada era entonces sequedad;
la fusión me llamaba;
la evoparación me esquivaba;
la explosión ardía en mis entrañas
solidificándose en hielo,
dejándome débil.
Hube de llamar a la fuerza
y la intensidad de mi llamada,
sabiamente graduada,
llenó de gravedad el peso de las horas
como si una tensión atirantada
pusiera en movimiento mis glándulas
-rompiendo así todo equilibrio- y husmeara en una estabilidad nueva
que tuviera como principio la firmeza
y una mecánica en todo parecida a la previsibilidad de la máquina;
fui cuña,
fui tarugo,
me sentí palanca,
recto como barra,
exacto como tornillo
despiadado como tuerca.
La rueda-terca- giró sobre su eje;
la polea aligeró el esfuerzo;
la cabria se llamó grúa y el cabrestante, colocado verticalmente, al girar, arrolló la maroma y me elevó hasta conseguir acoplarme a un escudo y unas armas;
¿Dónde queda la levedad?
¿Dónde el aflojamiento?
¿Y la inestabilidad?
¿Y el desacoplamiento?
Pregunté;
la hidraúlica se encargo de empujarme,
el agua ahogó mis preguntas y la inmersión produjo la absorción, a la fuerza, de quimeras y náyades y la filtración en mis venas de un desesperado deseo de amar y el derramamiento de largos insomnios; el chorro de un calamar me rocío con la negrura propia de las gotas. Floté entonces y me volví impermeable a las bombas y a las norias; el estanque me auguró un tiempo nuevo y colocó en mis ideas la idea de cisterna;
presa de un embalse me sentí dique o más bellamente fui malecón y luego canal o menos aún, acequia, hasta llegar a sentirme conducto o tubo que desemboca en un grifo unido, sin remedio a un desagüe, a un sumidero;
y así me veo, sin aire
cual soplo de un invierno frigio que se hubiera actualizado y ayudado por un fuelle hubiera aumentado la presión sobre las calles y hubiera dejado sin función a los barómetros, vacíos de mercurio, sin calor ni frío ni tibieza;
¡ruego un encendimiento, una combustión! ¡ruego al fuego el origen de la llama, la manifestación de la hoguera! Aunque luego no quede más que humo y el hollín afee las aceras; ¡ruego una chispa! o tan sólo pavesa, o ceniza que recuerde el tacto de mi mano, el fragor de mi estupidez; ¡Dadme carbón! ¡A mí la turba! ¡Arrimad la leña! Que encienda el horno de las apetencias y cree, así, un hogar con chimenea; un hogar con cocina donde la calefacción asienta la espera, incombustible;
porque temo el apagamiento, ruego luz y si no el reflejo del lustre que fue brillo; ruego la transparecia del color y su blancura ¡fuera la oscuridad! ¡abajo la sombra! La matidez me sume en una soledad sin nombre, opaca o pálida.
Negrura, ¡no! Que los alumbrados de todas las ciudades se unan en batalla y que los grandes faros y las velas como cirios y las mechas y los pábilos y los candelabros y la óptica y la lente sean anteojos que nos muestren en el espejo la luz sin biombos ni pantallas.
Sonido ven porque el silencio, eléctrico, telegrafía la tristeza en un radio demasiado ancho y el magnetismo de ese sentimiento es un imán que anula la brújula, nos deja ciegos, sin rumbo a mí.
la materia las ha puesto en marcha con la lentitud de un motor del principio de los tiempos;
el átomo ha sobrevenido, dulzón, en mi auxilio como si le hubiera llamado a gritos;
la dureza se ha aposentado en mí y me ha regañado;
la elasticidad, al convertirse en curva, ha llegado a unir sus extremos;
la cohesión ha intentado adherirme al sosiego de las rocas
en un rasgo de inmaterialidad, con algo de blandura, a las puertas de la fragilidad, en la raridad de la luz azul de la noche y me ha cubierto con esponjosidad, cual velo:
lo sólido se ha mantenido;
el polvo se ha vuelto cobarde;
el líquido, fluido, se ha hecho evidente al caer la tarde cuando el gas, condensado en vapor, ha humedecido la turbia masa y a una pasta, con burbujas, la ha metido como espuma en una ampolla;
nada era entonces sequedad;
la fusión me llamaba;
la evoparación me esquivaba;
la explosión ardía en mis entrañas
solidificándose en hielo,
dejándome débil.
Hube de llamar a la fuerza
y la intensidad de mi llamada,
sabiamente graduada,
llenó de gravedad el peso de las horas
como si una tensión atirantada
pusiera en movimiento mis glándulas
-rompiendo así todo equilibrio- y husmeara en una estabilidad nueva
que tuviera como principio la firmeza
y una mecánica en todo parecida a la previsibilidad de la máquina;
fui cuña,
fui tarugo,
me sentí palanca,
recto como barra,
exacto como tornillo
despiadado como tuerca.
La rueda-terca- giró sobre su eje;
la polea aligeró el esfuerzo;
la cabria se llamó grúa y el cabrestante, colocado verticalmente, al girar, arrolló la maroma y me elevó hasta conseguir acoplarme a un escudo y unas armas;
¿Dónde queda la levedad?
¿Dónde el aflojamiento?
¿Y la inestabilidad?
¿Y el desacoplamiento?
Pregunté;
la hidraúlica se encargo de empujarme,
el agua ahogó mis preguntas y la inmersión produjo la absorción, a la fuerza, de quimeras y náyades y la filtración en mis venas de un desesperado deseo de amar y el derramamiento de largos insomnios; el chorro de un calamar me rocío con la negrura propia de las gotas. Floté entonces y me volví impermeable a las bombas y a las norias; el estanque me auguró un tiempo nuevo y colocó en mis ideas la idea de cisterna;
presa de un embalse me sentí dique o más bellamente fui malecón y luego canal o menos aún, acequia, hasta llegar a sentirme conducto o tubo que desemboca en un grifo unido, sin remedio a un desagüe, a un sumidero;
y así me veo, sin aire
cual soplo de un invierno frigio que se hubiera actualizado y ayudado por un fuelle hubiera aumentado la presión sobre las calles y hubiera dejado sin función a los barómetros, vacíos de mercurio, sin calor ni frío ni tibieza;
¡ruego un encendimiento, una combustión! ¡ruego al fuego el origen de la llama, la manifestación de la hoguera! Aunque luego no quede más que humo y el hollín afee las aceras; ¡ruego una chispa! o tan sólo pavesa, o ceniza que recuerde el tacto de mi mano, el fragor de mi estupidez; ¡Dadme carbón! ¡A mí la turba! ¡Arrimad la leña! Que encienda el horno de las apetencias y cree, así, un hogar con chimenea; un hogar con cocina donde la calefacción asienta la espera, incombustible;
porque temo el apagamiento, ruego luz y si no el reflejo del lustre que fue brillo; ruego la transparecia del color y su blancura ¡fuera la oscuridad! ¡abajo la sombra! La matidez me sume en una soledad sin nombre, opaca o pálida.
Negrura, ¡no! Que los alumbrados de todas las ciudades se unan en batalla y que los grandes faros y las velas como cirios y las mechas y los pábilos y los candelabros y la óptica y la lente sean anteojos que nos muestren en el espejo la luz sin biombos ni pantallas.
Sonido ven porque el silencio, eléctrico, telegrafía la tristeza en un radio demasiado ancho y el magnetismo de ese sentimiento es un imán que anula la brújula, nos deja ciegos, sin rumbo a mí.
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Tags : No fabularé Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/09/2011 a las 13:18 | {0}
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/09/2011 a las 13:30 | {0}