Quise establecer una relación entre el hilo de plata y las vértebras
Lo quise con una fruición que casi rozó lo parvo
No me desanimé y seguí hablando sobre las ratas y las lunas
y luego caí en un sopor muy largo como de mil años
Me levanté temprano y tracé un recorrido
no me quedé contento
le sugerí al olvido si podía olvidarme
Se negó en redondo y, claro, volvió al principio
Quise establecer la relación entre lo asido y el aire
quise recorrer una piel de toro y se me presentó una vaca con alma de buey
y así no supe qué piel recorría
Me acosté en una nueva noche
y debí soñar porque desperté sonriendo
como si el futuro se hubiera quedado, por fin, dormido
Entonces me dije, Ahora sí, ahora podré establecer
un lugar donde quedarme
y tendí un puente entre mi esperanza y el alba
¡Qué ancha fue la palma!
¡Qué largo el mar!
¡Que caliente esa boca!
Corrí, llegué, me esfumé, volví, amarré, estibé, sugerí, descargué, sucumbí
Quise establecer, es cierto, un sesgo de verdad
y me quedé absorto en el ala.
Lo quise con una fruición que casi rozó lo parvo
No me desanimé y seguí hablando sobre las ratas y las lunas
y luego caí en un sopor muy largo como de mil años
Me levanté temprano y tracé un recorrido
no me quedé contento
le sugerí al olvido si podía olvidarme
Se negó en redondo y, claro, volvió al principio
Quise establecer la relación entre lo asido y el aire
quise recorrer una piel de toro y se me presentó una vaca con alma de buey
y así no supe qué piel recorría
Me acosté en una nueva noche
y debí soñar porque desperté sonriendo
como si el futuro se hubiera quedado, por fin, dormido
Entonces me dije, Ahora sí, ahora podré establecer
un lugar donde quedarme
y tendí un puente entre mi esperanza y el alba
¡Qué ancha fue la palma!
¡Qué largo el mar!
¡Que caliente esa boca!
Corrí, llegué, me esfumé, volví, amarré, estibé, sugerí, descargué, sucumbí
Quise establecer, es cierto, un sesgo de verdad
y me quedé absorto en el ala.
Hospicio de San Fernando.
Portal de Cofreros.
Capilla Evangélica Alemana.
Cementerio Civil.
Palacio del Hielo y el Automóvil.
La Puerta de Dante.
Observatorio central meteorológico.
La Casa dos Portugueses.
El edificio de la Compañía Colonial.
Madrid-París.
Casa Isern.
Eduardo Gras.
Titanic Building.
Antigua mezquita.
Sinagoga nueva.
El palacio del conde O'Reilly.
La posada del Dragón.
La Chimenea del gasómetro.
Estanque de las campanillas.
Casita del Pescador.
Ultramar.
Ahuehuete.
El oratorio de las babosas.
La Asociación de Legionarios.
Portal de Cofreros.
Capilla Evangélica Alemana.
Cementerio Civil.
Palacio del Hielo y el Automóvil.
La Puerta de Dante.
Observatorio central meteorológico.
La Casa dos Portugueses.
El edificio de la Compañía Colonial.
Madrid-París.
Casa Isern.
Eduardo Gras.
Titanic Building.
Antigua mezquita.
Sinagoga nueva.
El palacio del conde O'Reilly.
La posada del Dragón.
La Chimenea del gasómetro.
Estanque de las campanillas.
Casita del Pescador.
Ultramar.
Ahuehuete.
El oratorio de las babosas.
La Asociación de Legionarios.
Tú, su bella amiga, descansas cuando la primavera se acerca.
Tú has visto sus canciones en el mar y las cadencias que, como fugas, argüía en muchas noches, en mucha cama, diría -os diría- si me dejarais uniros en un nuevo amor. Nuevo. Nuevos vosotros también. Como recién nacidos el uno para el otro.
Os diría, entonces, mucha cama en vuestras ternuras y en vuestros descubrimientos.
Tú, su bella amiga, descubrirías un gesto que significa algo, nada importante (y tan importante) en el primer encuentro o más bien en el primer instante.
Creerás que titubeo, sólo será al principio ¡Hablar del exilio cuesta tanto! Si buscara una analogía diría la costa tras un largo viaje. Esa frase tú la hubieras entendido antes de haberte vuelto maldita y después de haberte purificado.
Lo hermoso del exilio es el traslado. Lo terrible la estancia. Más adelante habré de explicarme.
Tú la miraste (o la sentiste). Era octubre. Él estaba muy oscuro. Exiliado de tantas cosas. Desterrado de tantas patrias. Quizá tú sentiste el impulso de acogerle y él sintió la gana de quedarse.
El exiliado siempre tiene un aviso de miedo cuando un refugio llama su atención como los faros de un coche atraen la mirada de la liebre. Él desde siempre vagaba de un lado para otro. Creía al llegar a un lugar (o confiaba o anhelaba) que aquél, por fin, se convertiría en su patria. Al mismo tiempo cuando pensaba patria sentía vergüenza. Debía aceptar su condición y agradecer el seguir con vida aunque fuera sobre un suelo sin suelo (desterrado).
Vuelvo a ti: tus cabellos la noche de octubre.
Tú has visto sus canciones en el mar y las cadencias que, como fugas, argüía en muchas noches, en mucha cama, diría -os diría- si me dejarais uniros en un nuevo amor. Nuevo. Nuevos vosotros también. Como recién nacidos el uno para el otro.
Os diría, entonces, mucha cama en vuestras ternuras y en vuestros descubrimientos.
Tú, su bella amiga, descubrirías un gesto que significa algo, nada importante (y tan importante) en el primer encuentro o más bien en el primer instante.
Creerás que titubeo, sólo será al principio ¡Hablar del exilio cuesta tanto! Si buscara una analogía diría la costa tras un largo viaje. Esa frase tú la hubieras entendido antes de haberte vuelto maldita y después de haberte purificado.
Lo hermoso del exilio es el traslado. Lo terrible la estancia. Más adelante habré de explicarme.
Tú la miraste (o la sentiste). Era octubre. Él estaba muy oscuro. Exiliado de tantas cosas. Desterrado de tantas patrias. Quizá tú sentiste el impulso de acogerle y él sintió la gana de quedarse.
El exiliado siempre tiene un aviso de miedo cuando un refugio llama su atención como los faros de un coche atraen la mirada de la liebre. Él desde siempre vagaba de un lado para otro. Creía al llegar a un lugar (o confiaba o anhelaba) que aquél, por fin, se convertiría en su patria. Al mismo tiempo cuando pensaba patria sentía vergüenza. Debía aceptar su condición y agradecer el seguir con vida aunque fuera sobre un suelo sin suelo (desterrado).
Vuelvo a ti: tus cabellos la noche de octubre.
Extracto de mi novela El Inventario
Recorrido: calles Cañaveral, del general Pintos, Mártires de la Ventilla; calle de San Benito, Calle de Ailanto, Calle de San Leopoldo, Calle del Padre Rubio, Calle de la Palmera, calle de las Magnolias y Plaza de Joaquín Dicenta.
En la noche, entre las doce y media y las cinco y cuarto de la madrugada. Cubos de basura, contenedores, papeleras.
Objetos: Ninguno.
Sucesos: No he recogido nada. Nada. La segunda vez en mi vida de basurero en la que no he recogido nada. Y eso que he visto una hoja de acanto, una bandera española, un bolígrafo de seis colores, una caja de condones, unas hermosas bragas blancas de satén, una sábana ajada, una cuerda de tender la ropa, tres bolsas de lona con objetos dentro, un sacacorchos, dos linternas, seis vías de un tren eléctrico, un transformador de corriente, un piano (creo que se llama keyboard) eléctrico, dos maquinillas de afeitar, un cuchillo con mango de plástico, unas gafas de buzo y otras de nadador de largas distancias, un collar de cuero para perro, una pulsera hecha con pelos de elefante, seis relojes digitales, una cartera de cocodrilo con doscientas mil pesetas dentro, unos prismáticos, un monitor, un compact-disc, un callejero de Pozuelo de Alarcón, una fotografía de Abel Ganz, un par de zapatillas de bailarina, tres botellas de licor de avellana, un cajita de costura con cuentahilos, dedal, tres bobinas de hilo, un par de agujas de ganchillo y unos bolillos, una radio medianamente antigua (años cincuenta), una batería de cocina completa de acero oxidado, de nuevo una herradura de ocho clavos, una cabeza de ajos podrida, un camión de juguete con rampa lanzamisiles, una comba, tres espejos con marcos de estaño, un rotulador rollerball, veinticinco folios en blanco numerados, un brazalete de luto, unas guirnaldas, un sombrero cordobés, veintisiete tuercas de distintos tamaños, un escabel, los bajos de una cortina, un ceñidor, seis maderos, una escalera de mano, una tienda de campaña metida en su funda, una caja llena de comida (vegetales), una paloma y un gato muertos, dos consolas de videojuegos, tres somieres, uno de ellos de lamas, los otros dos de muelles, un picardías, tres pelucas de pelo artificial, una caja de vitaminas, un bote de hierbas contra las jaquecas, dos llaveros con el escudo del Real Madrid, un rodillo mellado, un par de sujetadores con ballenas, un remo, seis cabezas de besugo en buen estado, una lata de chipirones en aceite, un breviario, un frasco con formol donde flotaban dos viudas negras, la hoja de un periódico saudí, tres rollos de papel higiénico, una caja con doscientos metros de cinta magnética, tres cuerdas de guitarra (la prima, la cuarta y la quinta), un volante, un cuchillo de obsidiana, un libro donde se trata la vida y obra del falsario Annio de Viterbo, una impresora a chorro a la que se diría la han destrozado a martillazos, a su lado un martillo con el mango partido, la funda de dos películas pornográficas "Adulterio" y "Conejos Calientes", las páginas interiores de un Dumbo (creo que corresponden al volumen titulado Andes lo que andes nunca andes por los Andes), un limpiador para lentes y una lágrima de anís.
En la noche, entre las doce y media y las cinco y cuarto de la madrugada. Cubos de basura, contenedores, papeleras.
Objetos: Ninguno.
Sucesos: No he recogido nada. Nada. La segunda vez en mi vida de basurero en la que no he recogido nada. Y eso que he visto una hoja de acanto, una bandera española, un bolígrafo de seis colores, una caja de condones, unas hermosas bragas blancas de satén, una sábana ajada, una cuerda de tender la ropa, tres bolsas de lona con objetos dentro, un sacacorchos, dos linternas, seis vías de un tren eléctrico, un transformador de corriente, un piano (creo que se llama keyboard) eléctrico, dos maquinillas de afeitar, un cuchillo con mango de plástico, unas gafas de buzo y otras de nadador de largas distancias, un collar de cuero para perro, una pulsera hecha con pelos de elefante, seis relojes digitales, una cartera de cocodrilo con doscientas mil pesetas dentro, unos prismáticos, un monitor, un compact-disc, un callejero de Pozuelo de Alarcón, una fotografía de Abel Ganz, un par de zapatillas de bailarina, tres botellas de licor de avellana, un cajita de costura con cuentahilos, dedal, tres bobinas de hilo, un par de agujas de ganchillo y unos bolillos, una radio medianamente antigua (años cincuenta), una batería de cocina completa de acero oxidado, de nuevo una herradura de ocho clavos, una cabeza de ajos podrida, un camión de juguete con rampa lanzamisiles, una comba, tres espejos con marcos de estaño, un rotulador rollerball, veinticinco folios en blanco numerados, un brazalete de luto, unas guirnaldas, un sombrero cordobés, veintisiete tuercas de distintos tamaños, un escabel, los bajos de una cortina, un ceñidor, seis maderos, una escalera de mano, una tienda de campaña metida en su funda, una caja llena de comida (vegetales), una paloma y un gato muertos, dos consolas de videojuegos, tres somieres, uno de ellos de lamas, los otros dos de muelles, un picardías, tres pelucas de pelo artificial, una caja de vitaminas, un bote de hierbas contra las jaquecas, dos llaveros con el escudo del Real Madrid, un rodillo mellado, un par de sujetadores con ballenas, un remo, seis cabezas de besugo en buen estado, una lata de chipirones en aceite, un breviario, un frasco con formol donde flotaban dos viudas negras, la hoja de un periódico saudí, tres rollos de papel higiénico, una caja con doscientos metros de cinta magnética, tres cuerdas de guitarra (la prima, la cuarta y la quinta), un volante, un cuchillo de obsidiana, un libro donde se trata la vida y obra del falsario Annio de Viterbo, una impresora a chorro a la que se diría la han destrozado a martillazos, a su lado un martillo con el mango partido, la funda de dos películas pornográficas "Adulterio" y "Conejos Calientes", las páginas interiores de un Dumbo (creo que corresponden al volumen titulado Andes lo que andes nunca andes por los Andes), un limpiador para lentes y una lágrima de anís.
Cuando entra en la cama se duerme pronto. Se hace la oscuridad en la habitación. Sus ojos se hacen oscuros. La mirada permisiva de unos fantasmas se acercan a ella y acarician su cuerpo joven, lleno de posibilidades.
Fantasmas, piensa ella o ya lo sueña. Fantasmas que pasean por el agua. Piscinas con grandes escualos que muestran sus fauces como si fueran falos. El sueño no es cruel ni piadoso. El sueño no tiene juicio moral ninguno en sí. Sólo la mañana y la vigilia introducen la moral (que no es sino el uso de la costumbre) en lo dormido. Porque el sueño no se vive. El sueño se duerme y en ese dormir y en ese consciente no hacer, todo es posible porque nada se hace sino que ocurre ajeno a nuestra voluntad o a nuestra realidad. Así, ahora, ella duerme. Puede que desde el exterior una luminaria altere su visión y eso la lleve a una pradera o a una playa de mediodía en agosto y en esa playa haya un perro que ladra en lo alto de un montículo de arena y sus pies se mojen por una ola que apareció de pronto y el agua del mar le produzca una sensación viscosa como de semen o de ostra.
Entonces el cuerpo de ella –que ha bajado sus constantes vitales- se revuelve y su tono muscular se eleva un poco para permitir que su cadera se ponga en movimiento para cambiar de postura y de esta forma cambiar también de sensación. El cuerpo ayuda al sueño a seguir siendo. Y así este movimiento de las caderas le puede acarrear saltar de la playa a un gran edificio en las costas pacíficas de la China donde ella nunca ha estado en la vigilia y a donde vuelve en los sueños con una puntualidad sorprendente casi maniática (pensará esto al despertar cuando entre puntualidad sorprendente y manía existe una distancia que no la une un puente) y allí espera a un hombre europeo al que nunca ha visto pero sabe que reconocerá. La espera se hace larga. Pasan varias soles y varias lunas en el mismo sueño, en la misma azotea, en la misma postura, mientras desde abajo (muy, muy abajo) se eleva el sonido de la multitud y las máquinas. Desde la azotea ve el afán de los hombres por construir, por derribar, por arrimar, por vencer, sin participar de ello porque ella duerme su sueño y su sueño unifica su deseo más íntimo: esperar, esperar al hombre europeo como una esfinge de granito que sabe que el sol, el viento, el agua y el fuego acabarán con ella pero muy tarde, tras miles de años, tras millones de años.
Fantasmas, piensa ella o ya lo sueña. Fantasmas que pasean por el agua. Piscinas con grandes escualos que muestran sus fauces como si fueran falos. El sueño no es cruel ni piadoso. El sueño no tiene juicio moral ninguno en sí. Sólo la mañana y la vigilia introducen la moral (que no es sino el uso de la costumbre) en lo dormido. Porque el sueño no se vive. El sueño se duerme y en ese dormir y en ese consciente no hacer, todo es posible porque nada se hace sino que ocurre ajeno a nuestra voluntad o a nuestra realidad. Así, ahora, ella duerme. Puede que desde el exterior una luminaria altere su visión y eso la lleve a una pradera o a una playa de mediodía en agosto y en esa playa haya un perro que ladra en lo alto de un montículo de arena y sus pies se mojen por una ola que apareció de pronto y el agua del mar le produzca una sensación viscosa como de semen o de ostra.
Entonces el cuerpo de ella –que ha bajado sus constantes vitales- se revuelve y su tono muscular se eleva un poco para permitir que su cadera se ponga en movimiento para cambiar de postura y de esta forma cambiar también de sensación. El cuerpo ayuda al sueño a seguir siendo. Y así este movimiento de las caderas le puede acarrear saltar de la playa a un gran edificio en las costas pacíficas de la China donde ella nunca ha estado en la vigilia y a donde vuelve en los sueños con una puntualidad sorprendente casi maniática (pensará esto al despertar cuando entre puntualidad sorprendente y manía existe una distancia que no la une un puente) y allí espera a un hombre europeo al que nunca ha visto pero sabe que reconocerá. La espera se hace larga. Pasan varias soles y varias lunas en el mismo sueño, en la misma azotea, en la misma postura, mientras desde abajo (muy, muy abajo) se eleva el sonido de la multitud y las máquinas. Desde la azotea ve el afán de los hombres por construir, por derribar, por arrimar, por vencer, sin participar de ello porque ella duerme su sueño y su sueño unifica su deseo más íntimo: esperar, esperar al hombre europeo como una esfinge de granito que sabe que el sol, el viento, el agua y el fuego acabarán con ella pero muy tarde, tras miles de años, tras millones de años.
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Poesía
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/04/2010 a las 12:07 | {0}