Principio de un relato
Herido por la belleza del atardecer -el sol dorado de otoño, los lejanos bosques de arces con sus hojas que apenas podrían soportar unos pocos días más sus colores bermellones y naranjas antes de caer al suelo y alfombrar los senderos con su melancólica tendencia a convertirse en tierra; la silueta de la cordillera mordiendo el cielo que al este estaba verde como si no pudiera soportar la belleza áurea de lo que ocurría en su extremo opuesto; las primeras estrellas que titilaban frente a él y que le recordaban el brillo que había visto en la pupila de su amada Leonora justo antes de despedirse hasta la mañana siguiente...- ¡Oh, si fuera cierto! Si fuera cierto que existía ese mañana. No se había atrevido a decirle que esa misma noche, antes del amanecer, su Regimiento de Húsares levantaba el campamento para encaminarse hacia Waterloo; tan sólo la había mirado y había callado con su mano entre las suyas. Como no la soltaba, Leonora se sintió incómoda -iba acompañada por madame de O. y por su hermana Claudine, mucho más pequeña que ella y con un extraño parecido en la forma que ambas tenían de sonreír alterando levemente la comisura derecha de sus labios- e intentó con cierta delicadeza liberarse. Frederick -que así se llamaba el húsar enamorado- reparó en lo inconveniente de su actitud, soltó su mano y enrojeció. Tras tomar aliento le dijo, Lo siento, me había quedado prendado del brillo de sus ojos. Fue ella entonces la que enrojeció y parecieron sus mejillas nubes encendidas por los últimos rayos del sol. Fue entonces cuando ella le dijo, Hasta mañana, mi querido húsar. No deje de venir a visitarnos. Frederick se inclinó graciosamente y Leonora tomó de la mano a su hermana y precedidas por madame O. se dirigieron hacia el cottage. ¡Qué divino le pareció el contraluz que dibujó la silueta de las tres mujeres! ¡Qué leve le pareció el cuerpo de Leonora! y ¡qué hermoso su gesto cuando -justo antes de de confundirse con el horizonte- ella se giró y le sonrió esa sonrisa mínima producida por la apenas perceptible alteración en la comisura derecha de su boca! Frederick quería morir pero no en Waterloo, no en el fragor de una batalla entre enemigos sino que quería morir entre los brazos de Leonora, quería morir en el fragor de la batalla amorosa. Desesperado, con los ojos arrasados en lágrimas, el húsar se encaminó a su regimiento con la seguridad de que no hacía falta la batalla de mañana para saber que ya era hombre muerto.
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Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/11/2024 a las 19:03 | {0}