Hay en el aire
la huella que dejaste.
No es abril
ni la espera.
Protegerse dijo una;
también dijo, Cuidarse.
La noche tiembla
cuando llega a su profundidad.
Hay en el aire,
sólo en el aire.
La huella que dejaste,
la que no se borra.
He de irme,
ya no importa.
Clara viene la mañana
en esta última primavera.
Sobre el cerro la luna se acuesta
tras la larga jornada nocturnal.
En los barrios de Yokohama
la vida no se altera por la luna.
En los barrios de Nagasaki
la vida no se altera con el sol.
En los barrios de Kyoto
suenan, eso sí, una flauta y un cantor.
Clara viene la mañana
por los cielos de Cipango.
Por el cerro descenderá la luna
como antaño lo hacían las aguas del Yang-Tsé.
En los barrios de Osaka
se nombra a los habitantes de Catay.
En los barrios de Tokyo
huele a té.
En los barrios de Takayama
se olvidaron de los sauces.
Dorada llega la tarde
cuando el otoño llega.
Roja la luna se hunde
en el lago Biwa. Arde.
vamos a pasear por el río para mirar las aguas cómo se van yendo es domingo el cielo parece descansar las nubes en cambio se mueven perezosas hacia el sur vamos a pasear al hacerlo también pasearemos nuestras cuitas las nuestras humanas las que deben ser por más que ahora mismo tú sepas que una mujer se acaba de levantar otra mujer camina por una ciudad de más de diez millones de habitantes otra mujer se hace la despistada en un supermercado un hombre se remanga un niño apenas soporta la clase de matemáticas una perdiz alza el vuelo el cielo sobre ella es muy distinto del que nosotros estamos viendo quizá ni sea el mismo día una niña está soñando la madrugada deriva lentamente hacia la aurora una orca atraviesa un estrecho se ha hecho un poco más grande el gran arrecife de coral no todo van a ser pérdidas en el atolón de mururoa se ejercitan tropas francesas un soldado recuerda a su novia la cual se encuentra de maniobras no muy lejos de allí se está haciendo caramelo en una fábrica se limpian los cristales de millones de fachadas vamos a pasear nosotros vamos a cuidarnos nosotros en nuestra parcela bajo este sol en esta estación del año en esta comunidad de hombres casi a punto de entrar en el equinoccio de otoño vamos a pasear por los caminos que en breve se habrán llenado de las hojas de los robles vamos a pasear después tomaremos un café y unas galletas si tú quieres me dirás podemos ver una película ahora ponen muchas en muchas cadenas luego nos dejamos un poco vagamos solos por la casa en australia ocurren cosas semejantes el canguro puede estar en cualquier parte la melodía se escucha en muchos sitios austria no está lejos el almíbar no es difícil de hacer los ingleses despiden a una reina que cambió su apellido para que no se supiera que era de ascendencia alemana la muchacha asiste al rezo de la mezquita el camello envidia al dromedario por las tierras manchegas una bacina puede ser un yelmo en las montañas chinas hay ríos infinitos por eso te aconsejo que nos vayamos a dar un paseo bajo las estrellas bajo este sol si quieres o un poco más tarde cuando el día envidia al bronce y lo copia salgamos entonces si quieres cogidos de la mano yo te contaré tú me contarás nos parecerá el tiempo muy amable ya verás la niña hace un globo con un chicle el perro se sube a la cama de su hombre sabe que la prisa no es buena consejera y hay que esperar a que termine sus tareas sabe que le espera una pelota unas carreras el aire de la montaña los picos de las sierras el vuelo de los buitres el mugido de los chotos solitos en el corral el ladrido de otros perros el temor a ser mordido la pura aventura de vivir vamos a dar un paseo saquemos a pasear nuestras emociones dejemos que vuelen que lloren que rían que se abstengan que desaparezcan vamos a dar un paseo amigo alma mía que tanto añoras olvida te lo ruego no dejes a esos recuerdos ser dueños de la nada sólo la nada es presente a partir del presente todo vamos a pasear se ha levantado la brisa y septiembre no es tan feroz como otros meses mañana todo sería distinto ¿ves como a partir del presente viene todo? vamos a pasear cogidos por el talle pongámosle al día el nombre que queramos le bebé empieza a reconocer rostros el potrillo cae agotado la cigüeña migra quedó vacío el campanario vamos vamos a dar un paseo
A L.
Tus ojos verdes me llagan,
heridas tus ojos verdes;
tus ojos verdes alhajas,
milagros tus ojos verdes.
A Liana.
En la salud y en la enfermedad.
Lo tuvimos todo, lo fuimos todo
aunque nada tuviéramos
ni fuéramos nada.
Tuvimos un principio, tú recuerdas,
era un día de final de primavera
-¿Ocho años han pasado?-
en una plaza donde hubo en su tiempo
una gran casa de muñecas.
Antes de conocerte supe que eras tú.
Luego, esa misma noche, ocurrió
un hecho extraordinario: dormiste por primera
vez a mi lado. Fue en la butaca
de un teatro. En el escenario un islandés
tocaba sus baladas tristes,
extrañas músicas que buscaran la luz.
Ese fue el principio. Más tarde -sería tedioso
para un hombre ya mayor contarlo en pormenor-
vivimos lo que viven dos seres que anhelan,
empujados por los extraños caminos de la química,
comerse las bocas y tocarse los órganos
que tantas vergüenzas nos provocan.
Lo tuvimos todo desde entonces
aunque no tuviéramos nada:
nunca nos vimos mucho,
nunca nos peleamos mucho,
nunca nos arriesgamos mucho,
nunca dormimos más de dos días juntos,
nunca pasamos tres días seguidos juntos,
estuvimos meses y meses sin vernos,
y hablamos, ¡ah, sí! Eso sí que lo hacemos:
hablamos mucho y así nos amamos
con una de las tres formas posibles de amar:
la lengua.
¡Cuánto hemos hablado!
Todos los días desde que nos conocimos
en aquella plaza donde hubo en un tiempo
una gran casa de muñecas.
Nuestras voces han sido los vehículos de nuestro amor
y desde ellas hemos vivido lo que viven
las personas que se aman: hemos follado como bestias,
nos hemos dicho las verdades del barquero,
hemos convivido en un espacio sonoro que bien podría ser
un salón, nuestro salón, el de la casa que nunca tuvimos
(que nunca tendremos)
y en él hemos discutido la educación de nuestros hijos
-los tuyos y la mía, nosotros nunca tuvimos hijos
(y nunca los tendremos)-
y también allí –en ese salón imaginario- me abandonaste por otro
mientras yo sucumbía a una especie de tedio
que me llevó hasta una celestina
la cual me buscó mujeres anodinas
que nunca me gustaron.
Sí, tuvimos crisis matrimoniales
nosotros que jamás nos casaremos
y que tanto, tanto nos queremos.
Es curioso que no habiendo compartido
físicamente apenas nada
seamos dos personas que se aman.
Sólo hay una queja, sólo hay algo
que añoro entre tú y yo,
algo natural entre amantes,
un detalle que parece que incluso con alzheimer
el olvidante recuerda los buenos tiempos
y asoma en sus labios la sonrisa
del que sospecha haber amado mucho.
Y es que a nosotros, querida mía,
nos falta nuestra canción...
tan sólo eso nos reprocho:
no poder cantar la canción
que nos defina enteros
y que en las noches cubiertas de rocío
a solas con mi frío, sintiendo inmensa
tu ausencia, pudiera tararear nuestra canción
y así, entre sus notas y sus silencios,
quedar dormido, sabiendo que quizá tú,
esa misma noche, lejana,
la habrás cantado también
para sentirte junto a mi.
Una canción, tan sólo una canción,
nuestra canción.
aunque nada tuviéramos
ni fuéramos nada.
Tuvimos un principio, tú recuerdas,
era un día de final de primavera
-¿Ocho años han pasado?-
en una plaza donde hubo en su tiempo
una gran casa de muñecas.
Antes de conocerte supe que eras tú.
Luego, esa misma noche, ocurrió
un hecho extraordinario: dormiste por primera
vez a mi lado. Fue en la butaca
de un teatro. En el escenario un islandés
tocaba sus baladas tristes,
extrañas músicas que buscaran la luz.
Ese fue el principio. Más tarde -sería tedioso
para un hombre ya mayor contarlo en pormenor-
vivimos lo que viven dos seres que anhelan,
empujados por los extraños caminos de la química,
comerse las bocas y tocarse los órganos
que tantas vergüenzas nos provocan.
Lo tuvimos todo desde entonces
aunque no tuviéramos nada:
nunca nos vimos mucho,
nunca nos peleamos mucho,
nunca nos arriesgamos mucho,
nunca dormimos más de dos días juntos,
nunca pasamos tres días seguidos juntos,
estuvimos meses y meses sin vernos,
y hablamos, ¡ah, sí! Eso sí que lo hacemos:
hablamos mucho y así nos amamos
con una de las tres formas posibles de amar:
la lengua.
¡Cuánto hemos hablado!
Todos los días desde que nos conocimos
en aquella plaza donde hubo en un tiempo
una gran casa de muñecas.
Nuestras voces han sido los vehículos de nuestro amor
y desde ellas hemos vivido lo que viven
las personas que se aman: hemos follado como bestias,
nos hemos dicho las verdades del barquero,
hemos convivido en un espacio sonoro que bien podría ser
un salón, nuestro salón, el de la casa que nunca tuvimos
(que nunca tendremos)
y en él hemos discutido la educación de nuestros hijos
-los tuyos y la mía, nosotros nunca tuvimos hijos
(y nunca los tendremos)-
y también allí –en ese salón imaginario- me abandonaste por otro
mientras yo sucumbía a una especie de tedio
que me llevó hasta una celestina
la cual me buscó mujeres anodinas
que nunca me gustaron.
Sí, tuvimos crisis matrimoniales
nosotros que jamás nos casaremos
y que tanto, tanto nos queremos.
Es curioso que no habiendo compartido
físicamente apenas nada
seamos dos personas que se aman.
Sólo hay una queja, sólo hay algo
que añoro entre tú y yo,
algo natural entre amantes,
un detalle que parece que incluso con alzheimer
el olvidante recuerda los buenos tiempos
y asoma en sus labios la sonrisa
del que sospecha haber amado mucho.
Y es que a nosotros, querida mía,
nos falta nuestra canción...
tan sólo eso nos reprocho:
no poder cantar la canción
que nos defina enteros
y que en las noches cubiertas de rocío
a solas con mi frío, sintiendo inmensa
tu ausencia, pudiera tararear nuestra canción
y así, entre sus notas y sus silencios,
quedar dormido, sabiendo que quizá tú,
esa misma noche, lejana,
la habrás cantado también
para sentirte junto a mi.
Una canción, tan sólo una canción,
nuestra canción.
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Poesía
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/04/2023 a las 19:45 | {0}