Ayer me ocurrió un hecho. Los antecedentes son los siguientes: Cuando publiqué Un Descenso al Maelström en mi editorial Audiolibros y Mundo Sonoro Dom & Loy (por cierto te recomiendo que la visites quizá te guste iniciarte en el placer de una lectura distinta. Las descargas en Mp3 son muy baratas y cada audiolibro está editado con mimo), lo acompañé con Estudio sobre los diluvios. En ese momento estaba leyendo un libro de Jean Gebser titulado Origen y presente del cual quería introducir una cita. Me puse en contacto con la editorial Atalanta que dirige Jacobo Siruela y éste me dio permiso para utilizar la cita con la condición de que le enviara un ejemplar del audiolibro. Así lo hice y le envié en formato Mp3 la edición. No me contestó al envío. Cosa que me pareció cuando menos poco cortés. De hecho yo le escribí para preguntarle si había recibido correctamente el audiolibro. Y no recibí respuesta. Esto ocurría en mayo de 2013.
Este verano varios amigos míos, han leído mi última novela Las últimas y me han animado para que la publique cuanto antes. Su empuje, su ánimo, su placer al leer la novela me llevaron a decidir que iba a intentar publicarla por mis propios medios y que iba a empezar por la editorial Atalanta porque me gustan sus ediciones y porque, de alguna manera, creía que Las últimas tenía cierta relación con las novelas que tanto en Siruela (su anterior editorial) como en Atalanta publican.
Así es que me decidí y le llamé. La voz de una señorita me dijo que el señor Siruela no se ponía al teléfono y que le mandara un correo con mi propuesta. Yo no sé, claro está, cuántas llamadas recibe el señor Siruela con la oferta de una novela pero de nuevo me pareció poco cortés ese cortafuegos en que se ha convertido el "Mande usted un correo electrónico" y que sirve para no conversar con una persona sobre el negocio que uno tiene entre manos. Mi deseo era mayor que mis intuiciones así es que le mandé el siguiente correo:
Correo mío
Y él contestó:
Respuesta de Jacobo
No
Ni siquiera ponía el punto final porque el punto y final estaba en la propia palabra y lo absolutamente maleducado de la respuesta. La educación y la elegancia no las dan la cuna. Bien lo sé. Y también sabía (este ejemplo es palmario) que entre la ética y la estética de una persona puede haber abismos brutales como los que canta William Blake en su Matrimonio entre el cielo y el infierno.
Desde hace muchos años recuerdo una sentencia que me dijo cuando yo era joven un hombre ya mayor: Un hombre empieza a ser hombre cuando aprende a decir no. En esta sentencia -que me parece cierta y sabia- descubrí ayer que hay dos aprendizajes: el primero el propio de decir no y el segundo el cómo decir no.
En el rechazo a una propuesta, la educación juega el papel de no herir, más de lo necesario, a la persona a la que se deniega la propuesta. Basta un poco de cuidado para que ese no no dañe y quede todo en un intento más que no fructificó.
Este verano varios amigos míos, han leído mi última novela Las últimas y me han animado para que la publique cuanto antes. Su empuje, su ánimo, su placer al leer la novela me llevaron a decidir que iba a intentar publicarla por mis propios medios y que iba a empezar por la editorial Atalanta porque me gustan sus ediciones y porque, de alguna manera, creía que Las últimas tenía cierta relación con las novelas que tanto en Siruela (su anterior editorial) como en Atalanta publican.
Así es que me decidí y le llamé. La voz de una señorita me dijo que el señor Siruela no se ponía al teléfono y que le mandara un correo con mi propuesta. Yo no sé, claro está, cuántas llamadas recibe el señor Siruela con la oferta de una novela pero de nuevo me pareció poco cortés ese cortafuegos en que se ha convertido el "Mande usted un correo electrónico" y que sirve para no conversar con una persona sobre el negocio que uno tiene entre manos. Mi deseo era mayor que mis intuiciones así es que le mandé el siguiente correo:
Correo mío
Hola Jacobo:
Hace unos meses te pedí permiso para utilizar un fragmento del ensayo que publicasteis de Gebser Origen y Presente. Tú, amablemente, me lo concediste. Luego te envié en Mp3 el audiolibro para el que lo utilicé: Un Descenso al Maelström
Hace unos días quise hablar contigo pero me dijo una voz femenina que no era posible y que mejor que te escribiera un correo.
No me gustan los correos porque, de alguna forma, se aleja la verdad de lo que se quiere y además permite no saber la reacción primera del otro ante la propuesta, cuestión que a mí me parece de interés.
Pero, si esta es la única vía, no voy a a dejar de intentar lo que deseo y es que tuvieras a bien leer mi última novela con la idea de que pudiera ser publicada en tu editorial.
Me he planteado si enviarte mi curriculum, si enviarte la dirección de mi blog, si ponerte en antecedentes de toda mi trayectoria literaria, los honores recibidos para dar lustre a lo que, realmente no lo necesita. Porque el lustre está en la novela que quisiera que leyeras.
Sería para mí un honor.
Espero que te interese. Si es así éste es mi correo (...)
Te sigo desde El Paseante y siempre quise trabajar contigo.
Ojalá haya llegado el momento.
Un saludo y gracias por tu atención
Fernando Gª-Loygorri Gazapo
Al día siguiente recibí la siguiente respuesta:
Respuesta de Jacobo:
Hola Fernando, lo siento, pero no publicamos novelas. Nuestra colección Ars brevis es de relatos, y sólo publicamos novelas clásicas de recuperación en nuestra otra colección memoria mundo.
Te deseo mucha suerte. Un saludo cordial,
Jacobo
Esa respuesta no me desanimó sino que me abrió (o quise yo que me abriera) una puerta: la posibilidad de publicar relatos. Así es que le escribí:
Correo mío
Hola Jacobo, gracias por tu respuesta.
¿Podría enviarte, entonces, relatos?
Un saludo,
Fernando.
Hace unos meses te pedí permiso para utilizar un fragmento del ensayo que publicasteis de Gebser Origen y Presente. Tú, amablemente, me lo concediste. Luego te envié en Mp3 el audiolibro para el que lo utilicé: Un Descenso al Maelström
Hace unos días quise hablar contigo pero me dijo una voz femenina que no era posible y que mejor que te escribiera un correo.
No me gustan los correos porque, de alguna forma, se aleja la verdad de lo que se quiere y además permite no saber la reacción primera del otro ante la propuesta, cuestión que a mí me parece de interés.
Pero, si esta es la única vía, no voy a a dejar de intentar lo que deseo y es que tuvieras a bien leer mi última novela con la idea de que pudiera ser publicada en tu editorial.
Me he planteado si enviarte mi curriculum, si enviarte la dirección de mi blog, si ponerte en antecedentes de toda mi trayectoria literaria, los honores recibidos para dar lustre a lo que, realmente no lo necesita. Porque el lustre está en la novela que quisiera que leyeras.
Sería para mí un honor.
Espero que te interese. Si es así éste es mi correo (...)
Te sigo desde El Paseante y siempre quise trabajar contigo.
Ojalá haya llegado el momento.
Un saludo y gracias por tu atención
Fernando Gª-Loygorri Gazapo
Al día siguiente recibí la siguiente respuesta:
Respuesta de Jacobo:
Hola Fernando, lo siento, pero no publicamos novelas. Nuestra colección Ars brevis es de relatos, y sólo publicamos novelas clásicas de recuperación en nuestra otra colección memoria mundo.
Te deseo mucha suerte. Un saludo cordial,
Jacobo
Esa respuesta no me desanimó sino que me abrió (o quise yo que me abriera) una puerta: la posibilidad de publicar relatos. Así es que le escribí:
Correo mío
Hola Jacobo, gracias por tu respuesta.
¿Podría enviarte, entonces, relatos?
Un saludo,
Fernando.
Y él contestó:
Respuesta de Jacobo
No
Ni siquiera ponía el punto final porque el punto y final estaba en la propia palabra y lo absolutamente maleducado de la respuesta. La educación y la elegancia no las dan la cuna. Bien lo sé. Y también sabía (este ejemplo es palmario) que entre la ética y la estética de una persona puede haber abismos brutales como los que canta William Blake en su Matrimonio entre el cielo y el infierno.
Desde hace muchos años recuerdo una sentencia que me dijo cuando yo era joven un hombre ya mayor: Un hombre empieza a ser hombre cuando aprende a decir no. En esta sentencia -que me parece cierta y sabia- descubrí ayer que hay dos aprendizajes: el primero el propio de decir no y el segundo el cómo decir no.
En el rechazo a una propuesta, la educación juega el papel de no herir, más de lo necesario, a la persona a la que se deniega la propuesta. Basta un poco de cuidado para que ese no no dañe y quede todo en un intento más que no fructificó.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/10/2013 a las 10:32 | {0}