Película escrita y ditigida por Richard Linklater
Antigua maldición china: ¡Ojalá y tengas una vida interesante!
La última escapada. El último aliento. La visión primera. Vivir es ver y someterse (de ahí la grandeza simbólica del toreo), humillar, humillar. Darse de bruces contra un hombre despojado de razón, atenerse a las decisiones de otros, ver cómo tu cabello cae bajo la rasuradora de un hombre al que otro le paga por humillarte. Vivir es también aprender a vadear estos sometimientos, estas humillaciones.
No hay épica en la vida (la épica es la sublimación de lo cotidiano). He visto fotografías de mi hija a lo largo de muchos años por mor de la casualidad; fotografías en las que yo no estoy porque no estaba. Siempre que las veo asoma un pensamiento cruel -para mí- y es que pienso toda la cotidianeidad que no he vivido junto a ella, nuestro vernos ha sido siempre un estado de excepción (excepto el mes de julio que pasamos siempre juntos y justo cuando lo cotidiano ya empieza a ser, termina el mes y ella se va).
Esas decisiones. Incluso esa cotidianeidad de la decisión.
Y al final crecemos, rodeados de hijos de puta. Porque todos hemos tenido a varios hijos de puta cerca cuando éramos niños (de ahí la eficacia de los antiguos cuentos maravillosos) y son ellos los que más van a marcar nuestra existencia y son ellos los fantasmas que vamos a tener que vencer -si es que los vencemos- aunque la mayor parte de las veces nos volvemos nosotros también unos hijos de puta. Y los que no se convierten en canallas, en represores, en detentadores de su pequeña parcela de poder, tendrán una maldita vida interesante -como dice la antigua maldición China- y ahí te quiero ver con el corazón en carne viva, con el terror de tu propia cotidianeidad, campando la estulticia a sus anchas y con unos carroñeros que te dicen que la vida es bella, ya verás. Menos mal que también es muy posible que te encuentres al que te diga, La belleza no es felicidad. La belleza puede ser terrible y no por eso dejará de ser bella; sí, tú que te has apartado de ser un hijo de puta, encontrarás algún maestro que no querrá serlo, porque no puede serlo, porque le va la vida en no serlo y sin embargo de él aprenderás a vivir sin juzgar -si es que está en ti el aprender semejante cenit de la existencia- o cuando menos -seamos cautos- emprenderás ese camino. Y yo te digo, ¡qué bello camino!
Y sí, es cierto, si has pasado la infancia que es una cárcel con unos carceleros y unos barrotes en las ventanas y unos patios grises y unos corredores iluminados con neones blancos y unos urinarios que huelen siempre mal y unos luces que se apagan cuando aún tienes miedo y unas comidas que te hacen vomitar y unos castigos que sacuden tu alma y te dejan extenuado, con ganas de morir, de morir para siempre, en aquel lago, en aquella colina, en aquel avión, en aquella estela; te digo entonces que si superas esa cárcel (que es la única de la que no puedes escapar) no habiendo aprendido a ser un hijo de puta, entonces te espera una vida terrible e interesante, una vida que se te irá vaciando de contenido, una vida que se irá aligerando hasta ser remolino de viento, pelusa de flor o menos aún sueño, sueño de haber sido y aún así vivirás ese último plano -que es el primero de la vida- con una persona que te atrae a tu lado, ante el paisaje más hermoso que puedas imaginar y habiendo ingerido una droga que te hará volar. Y te sentirás dichoso y te sentirás libre y agradecerás a este milagro que ocurre en este planeta, el que te haya permitido ser parte de él y cogerás la mano de la persona que te gusta y la brisa de la tarde se colará entre vuestros labios que ya se están besando y que es, el beso, el preludio de una nueva tempestad, de una vida nueva, de una nueva cárcel, de un nuevo lamento, de una nueva espera, de una pena nueva y del descubrimiento, claro, si es que no has aprendido a ser hijo de puta, de la belleza, de la belleza... y surgirá por enésima vez una maldita vida interesante.
No hay épica en la vida (la épica es la sublimación de lo cotidiano). He visto fotografías de mi hija a lo largo de muchos años por mor de la casualidad; fotografías en las que yo no estoy porque no estaba. Siempre que las veo asoma un pensamiento cruel -para mí- y es que pienso toda la cotidianeidad que no he vivido junto a ella, nuestro vernos ha sido siempre un estado de excepción (excepto el mes de julio que pasamos siempre juntos y justo cuando lo cotidiano ya empieza a ser, termina el mes y ella se va).
Esas decisiones. Incluso esa cotidianeidad de la decisión.
Y al final crecemos, rodeados de hijos de puta. Porque todos hemos tenido a varios hijos de puta cerca cuando éramos niños (de ahí la eficacia de los antiguos cuentos maravillosos) y son ellos los que más van a marcar nuestra existencia y son ellos los fantasmas que vamos a tener que vencer -si es que los vencemos- aunque la mayor parte de las veces nos volvemos nosotros también unos hijos de puta. Y los que no se convierten en canallas, en represores, en detentadores de su pequeña parcela de poder, tendrán una maldita vida interesante -como dice la antigua maldición China- y ahí te quiero ver con el corazón en carne viva, con el terror de tu propia cotidianeidad, campando la estulticia a sus anchas y con unos carroñeros que te dicen que la vida es bella, ya verás. Menos mal que también es muy posible que te encuentres al que te diga, La belleza no es felicidad. La belleza puede ser terrible y no por eso dejará de ser bella; sí, tú que te has apartado de ser un hijo de puta, encontrarás algún maestro que no querrá serlo, porque no puede serlo, porque le va la vida en no serlo y sin embargo de él aprenderás a vivir sin juzgar -si es que está en ti el aprender semejante cenit de la existencia- o cuando menos -seamos cautos- emprenderás ese camino. Y yo te digo, ¡qué bello camino!
Y sí, es cierto, si has pasado la infancia que es una cárcel con unos carceleros y unos barrotes en las ventanas y unos patios grises y unos corredores iluminados con neones blancos y unos urinarios que huelen siempre mal y unos luces que se apagan cuando aún tienes miedo y unas comidas que te hacen vomitar y unos castigos que sacuden tu alma y te dejan extenuado, con ganas de morir, de morir para siempre, en aquel lago, en aquella colina, en aquel avión, en aquella estela; te digo entonces que si superas esa cárcel (que es la única de la que no puedes escapar) no habiendo aprendido a ser un hijo de puta, entonces te espera una vida terrible e interesante, una vida que se te irá vaciando de contenido, una vida que se irá aligerando hasta ser remolino de viento, pelusa de flor o menos aún sueño, sueño de haber sido y aún así vivirás ese último plano -que es el primero de la vida- con una persona que te atrae a tu lado, ante el paisaje más hermoso que puedas imaginar y habiendo ingerido una droga que te hará volar. Y te sentirás dichoso y te sentirás libre y agradecerás a este milagro que ocurre en este planeta, el que te haya permitido ser parte de él y cogerás la mano de la persona que te gusta y la brisa de la tarde se colará entre vuestros labios que ya se están besando y que es, el beso, el preludio de una nueva tempestad, de una vida nueva, de una nueva cárcel, de un nuevo lamento, de una nueva espera, de una pena nueva y del descubrimiento, claro, si es que no has aprendido a ser hijo de puta, de la belleza, de la belleza... y surgirá por enésima vez una maldita vida interesante.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/05/2015 a las 13:54 | {0}