Dijo, Siento el mundo dentro de una pesadilla.
Dijo, Deberíamos emprender el vuelo como lo hizo el Che Guevara y también, a su manera, Jesús de Nazaret (aunque no existiera. No hace falta existir para volar).
Dijo, Os amaré con toda mi bondad; os amaré con la alabanza y el tedio de los domingos; os amaré sometido a una indisciplina que reconozco impropia de este mundo (el del interior de la pesadilla).
Dijo, He volado demasiadas veces y he sido un descarado. Cuando me encontré con un canalla se lo dije a la cara; cuando quisieron someterme rugí como una fiera. No me arrepiento. Sólo lo sentiría si tú, mon semblable, mon frère, no lo valoras como un grito y un espaldarazo a tu propia dignidad.
Dijo, He perdido dinero.
Dijo, He perdido la cadena.
Dijo, Ese dios no es luz, no es cobijo. Porque soy bueno te lo digo. Porque escupo fuego te lo digo. Porque soy capaz de saber a partir de la primera frase todo lo que vendrá después, te lo digo. Porque se me acercan siempre personas buenas.
Dijo, No voy a huir. No me vas a echar de menos antes de tiempo. Voy a seguir aquí amarrado a mi elección.
Dijo, Deberías saberlo.
Dijo, Deberías creerlo.
Dijo, Haberme conocido. Haberme tenido cerca. No sabes cuánto bien te he hecho.
Dijo, Me dice una joven, Vives en un mundo demasiado amable. Ese es mi destino. No renuncio a él. ¡Ése, ése es!
Al terminar de hablar se alejó por el sendero. Lentamente se fue hundiendo en el corazón del bosque. Tan sólo la compañía del perro o los sonidos de las aves canoras o el siseo de la maleza y las calladas patas de las hormigas, confluían en sus sentidos otorgando al mundo un atisbo de comunidad. Erguida la cabeza, la congoja le atacaba. Sabía al no saber y al no saber vivía. La noche iba arropándole. Creyó oír muy lejos el aviso del lobo. Pensó en buscar refugio. Una víbora atravesó el camino. ¿Cuánto queda? se preguntó.
Dijo, Deberíamos emprender el vuelo como lo hizo el Che Guevara y también, a su manera, Jesús de Nazaret (aunque no existiera. No hace falta existir para volar).
Dijo, Os amaré con toda mi bondad; os amaré con la alabanza y el tedio de los domingos; os amaré sometido a una indisciplina que reconozco impropia de este mundo (el del interior de la pesadilla).
Dijo, He volado demasiadas veces y he sido un descarado. Cuando me encontré con un canalla se lo dije a la cara; cuando quisieron someterme rugí como una fiera. No me arrepiento. Sólo lo sentiría si tú, mon semblable, mon frère, no lo valoras como un grito y un espaldarazo a tu propia dignidad.
Dijo, He perdido dinero.
Dijo, He perdido la cadena.
Dijo, Ese dios no es luz, no es cobijo. Porque soy bueno te lo digo. Porque escupo fuego te lo digo. Porque soy capaz de saber a partir de la primera frase todo lo que vendrá después, te lo digo. Porque se me acercan siempre personas buenas.
Dijo, No voy a huir. No me vas a echar de menos antes de tiempo. Voy a seguir aquí amarrado a mi elección.
Dijo, Deberías saberlo.
Dijo, Deberías creerlo.
Dijo, Haberme conocido. Haberme tenido cerca. No sabes cuánto bien te he hecho.
Dijo, Me dice una joven, Vives en un mundo demasiado amable. Ese es mi destino. No renuncio a él. ¡Ése, ése es!
Al terminar de hablar se alejó por el sendero. Lentamente se fue hundiendo en el corazón del bosque. Tan sólo la compañía del perro o los sonidos de las aves canoras o el siseo de la maleza y las calladas patas de las hormigas, confluían en sus sentidos otorgando al mundo un atisbo de comunidad. Erguida la cabeza, la congoja le atacaba. Sabía al no saber y al no saber vivía. La noche iba arropándole. Creyó oír muy lejos el aviso del lobo. Pensó en buscar refugio. Una víbora atravesó el camino. ¿Cuánto queda? se preguntó.
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Cuento
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/05/2015 a las 12:38 | {2}