Un folletín cibernético
Capítulo 1 DESPEDIDA Y GUERRA
A las 10 horas y 23 minutos de la mañana los tenientes Alfred Custom y Violet O'Flaherty terminaban su sesión de entrenamiento en la piscina del Cuartel del IV Batallón Aeroespacial de los Ejércitos Aliados; habían nadado a un mismo ritmo 3.000 metros, el crono se había detenido en los 52 minutos 38 segundos. No muy lejos de allí, en las pistas de atletismo, los sargentos Joao Enriques, María Betancourt e Ingrid deVriers habían terminado la distancia de los 10 kilómetros en un tiempo de 32 minutos 16 segundos. En el gimnasio del cuartel los cabos Mittislav Rovirich, Giuletta Orsini, Akane Kami y Gorka Gárate habían realizado 700 abdominales. En el barracón de la tropa los soldados rasos Milena Papasoglou, Hamid Bennasar, Fátima Aydn y Mahan Krishnan lo habían dejado como los chorros del oro en un tiempo récord de 16 minutos y 3 segundos. Todos ellos estaban convocados a una reunión en el despacho de la capitana Julia Bulagua a las 10 horas y 45 minutos.
Cuando Julia les terminó de contar lo que le acababa de informar el coronel Snarsson, se hizo un silencio denso en el que se mezclaba la inquietud de los objetos rodeando la Tierra con la expectación por la misión que habían de emprender. Aunque conocía perfectamente la respuesta, la capitana les hizo saber que si alguno prefería quedarse en tierra lo aceptaría. Por supuesto ninguno aceptó la invitación a salvar el culo. Julia Bulagua había elegido a su equipo con un cuidado exquisito; en cada uno de ellos se mezclaba la destreza y la fuerza física con la destreza y la fuerza mental. Tras un pausa, nada dramática, Julia Bulagua les dijo:
- Tienen hasta esta tarde a las siete para asuntos personales. A partir de ese momento estaremos al 100% concentrados en la misión.
- ¿Tiene ya alguna idea de en qué va a consistir?, preguntó la teniente O'Flaherty.
- He pedido al coronel que tenga preparada una nave de transporte. Vamos a ir al encuentro de esas cosas.
- Sin tener idea de sus intenciones, ni de sus fuerzas, ni..., prosiguió la teniente.
- Eso es lo que vamos a tener que evaluar en este día y medio: cómo minimizar riesgos.
- Con su permiso mi capitán -era la cabo Akane Kami la que hablaba- ¿cómo se puede aventurar lo que se desconoce? Díganos sencillamente que nos enfrentamos a una misión suicida y todos nos preparemos mejor.
- De acuerdo, cabo Kami, nos enfrentamos a una misión suicida. Es muy probable que esas bolas negras estén esperando a atacar y que, como es lógico pensar, su armamento sea mucho más sofisticado que el nuestro. Estoy segura de que cuando quieran nos harán añicos. Sólo espero, y eso es lo que quiero planificar, que podamos mandar información útil antes de morir.
- ¿Con una segunda nave?, aventuró la soldado Papasoglou.
- Olvídense hasta las 19 pm de este asunto. Es una orden. Estoy segura de que todos querremos volver. Hasta esta tarde.
Todos se levantaron sin hacer más preguntas y fueron saliendo excepto el último: el teniente Alfred.
- ¿Me permite un momento?
Alfred cerró la puerta. Se acercó a Julia y ambos se abrazaron y se besaron en las bocas como si aquel fuera el último beso. Julia fue quien se separó un poco. Se quedó mirando los ojos de Alfred y luego bajó los suyos.
- ¿Por qué te envía tu padre a una misión como ésta? Me parece in...
- No ha sido él -le interrumpió Julia- he sido yo. El coronel no quería que pensara que pasaba por encima de mí y me ha dado la opción de delegar en otro. De todas formas sigue en pie la oferta que os he hecho. Nadie tiene la obligación de venir.
- Sabes que no es esa la cuestión. No conozco situación mejor para morir que a tus órdenes.
Julia sonrió.
- ¿No podríamos mandar primero una nave no tripulada?
- Qué cauto has sido siempre, Alfred. ¿Recuerdas lo que tardaste en darme el primer beso?
- Besar a un superior puede conllevar pena de prisión.
- Sí, previo consejo de guerra.
- ¿Qué quieres hacer hasta las siete?
- Quiero despedirme de mi hija lo primero y hacer el amor contigo después. ¿Y tú?
- Me despediré de unos cuantos colegas y luego te estaré esperando en mi apartamento. No tardes.
- Ya llego.
La capitana y el teniente volvieron a besarse. Cuando se quedó sola, Julia Bulagua murmuró el nombre de su hija y lloró.
Cuando Julia les terminó de contar lo que le acababa de informar el coronel Snarsson, se hizo un silencio denso en el que se mezclaba la inquietud de los objetos rodeando la Tierra con la expectación por la misión que habían de emprender. Aunque conocía perfectamente la respuesta, la capitana les hizo saber que si alguno prefería quedarse en tierra lo aceptaría. Por supuesto ninguno aceptó la invitación a salvar el culo. Julia Bulagua había elegido a su equipo con un cuidado exquisito; en cada uno de ellos se mezclaba la destreza y la fuerza física con la destreza y la fuerza mental. Tras un pausa, nada dramática, Julia Bulagua les dijo:
- Tienen hasta esta tarde a las siete para asuntos personales. A partir de ese momento estaremos al 100% concentrados en la misión.
- ¿Tiene ya alguna idea de en qué va a consistir?, preguntó la teniente O'Flaherty.
- He pedido al coronel que tenga preparada una nave de transporte. Vamos a ir al encuentro de esas cosas.
- Sin tener idea de sus intenciones, ni de sus fuerzas, ni..., prosiguió la teniente.
- Eso es lo que vamos a tener que evaluar en este día y medio: cómo minimizar riesgos.
- Con su permiso mi capitán -era la cabo Akane Kami la que hablaba- ¿cómo se puede aventurar lo que se desconoce? Díganos sencillamente que nos enfrentamos a una misión suicida y todos nos preparemos mejor.
- De acuerdo, cabo Kami, nos enfrentamos a una misión suicida. Es muy probable que esas bolas negras estén esperando a atacar y que, como es lógico pensar, su armamento sea mucho más sofisticado que el nuestro. Estoy segura de que cuando quieran nos harán añicos. Sólo espero, y eso es lo que quiero planificar, que podamos mandar información útil antes de morir.
- ¿Con una segunda nave?, aventuró la soldado Papasoglou.
- Olvídense hasta las 19 pm de este asunto. Es una orden. Estoy segura de que todos querremos volver. Hasta esta tarde.
Todos se levantaron sin hacer más preguntas y fueron saliendo excepto el último: el teniente Alfred.
- ¿Me permite un momento?
Alfred cerró la puerta. Se acercó a Julia y ambos se abrazaron y se besaron en las bocas como si aquel fuera el último beso. Julia fue quien se separó un poco. Se quedó mirando los ojos de Alfred y luego bajó los suyos.
- ¿Por qué te envía tu padre a una misión como ésta? Me parece in...
- No ha sido él -le interrumpió Julia- he sido yo. El coronel no quería que pensara que pasaba por encima de mí y me ha dado la opción de delegar en otro. De todas formas sigue en pie la oferta que os he hecho. Nadie tiene la obligación de venir.
- Sabes que no es esa la cuestión. No conozco situación mejor para morir que a tus órdenes.
Julia sonrió.
- ¿No podríamos mandar primero una nave no tripulada?
- Qué cauto has sido siempre, Alfred. ¿Recuerdas lo que tardaste en darme el primer beso?
- Besar a un superior puede conllevar pena de prisión.
- Sí, previo consejo de guerra.
- ¿Qué quieres hacer hasta las siete?
- Quiero despedirme de mi hija lo primero y hacer el amor contigo después. ¿Y tú?
- Me despediré de unos cuantos colegas y luego te estaré esperando en mi apartamento. No tardes.
- Ya llego.
La capitana y el teniente volvieron a besarse. Cuando se quedó sola, Julia Bulagua murmuró el nombre de su hija y lloró.
Un folletín cibernético
Capítulo 1 DESPEDIDA Y GUERRA
El coronel Vladimir Snarsson estaba sentado en su despacho del Alto Estado Mayor de los Ejércitos Aliados. El despacho se encontraba en la planta 37 y desde allí se podían ver las pistas de despegue de las aeronaves.
El coronel Snarsson contaba sesenta años de edad aunque su aspecto fuera el de un hombre mucho más joven; tenía el cabello negro y sus ojos azules, pequeños y burlones, le daban a su gesto un aire de travesura que lo rejuvenecían aún más. Ninguna arruga surcaba su rostro. Las patas de gallo se habían ido tras otras gallinas. Su cuerpo se mantenía atlético. Era robusto y ligero. Si a las ocho de la mañana de aquel día 21 de junio de 2013, su mujer se hubiera encontrado a su lado, le habría sorprendido ver un gesto de preocupación en aquel rostro que siempre se mantenía tranquilo. El sonido del teléfono le sacó de su ensimismamiento.
- ¿Sí?... Buenos días, general... No, aún no he podido hablar con el mariscal Ming Chou... Las visiones que tenemos son las mismas que ayer... no se han acercado... Sí, mi general: la única diferencia es que la visionaria Ulka, en Islandia, empezó a escuchar ayer por la noche un tipo de onda de baja frecuencia que repite una secuencia. Nada más. Los criptógrafos de la base de Noruega están en ello, señor. Gracias, mi general. En cuanto hable con el mariscal se lo haré saber. Adiós, adiós.
El coronel se levantó y miró hacia el cielo desde el ventanal. Entre dientes, como mascullando una amenaza, dijo: ¿Qué queréis, hijos de puta? ¿Por qué nos hacéis esperar? Luego el pensamiento se le quedó en blanco y miró aquel cielo y pensó que parecía el mismo de todos los días desde que el mundo era mundo y sin embargo, ahi fuera, extramuros de la atmósfera, unos cuerpos extraños, inmensos y silenciosos habían rodeado el planeta. Sonó el interfono.
- Dígame.
- Mi coronel, la capitana Bulagua acaba de llegar.
- Hágala pasar.
El ayudante la hizo pasar y cerró la puerta. Julia se quedó junto a ella mirando el despacho.
- Todo sigue igual, dijo.
- Ya sabes: soy un hombre de costumbres. Pasa y siéntate.
Julia se demoró hasta llegar a la silla. Se quedó mirando las estanterías donde se acumulaban los recuerdos del coronel: fotos con personajes importantes; trofeos de ajedrez; vasijas de cerámica tradicional y una colección de lanzas y dagas. Apartada de ellos, en una mesita, seguía la foto del día en que ella recibió sus primeros galones. Se dirigió hacia ella y la tomó entre sus manos.
- ¿Cuándo te desharás de ella?
- Nunca. Siéntate, por favor. Hace tres días recibimos un mensaje desde la nave Shu-In 1. En él se nos comunicaba que unos objetos de un tamaño descomunal se acercaban a la tierra. Ayer nos rodearon. Se encuentran a tres mil kilómetros de nuestra atmósfera.
- ¿Se han comunicado con nosotros?
- No.
- ¿Vestigios de vida?
- Conocida no. No sabemos qué albergan si es que albergan algo.
- Reuniré a mis hombres. Ten preparada una nave para dentro de dos días.
- No he dicho que quiera que seas tú quien vaya al encuentro de lo que quiera que sea eso.
- ¿Entonces para qué me has llamado?
- Porque quería que fueras la primera en saberlo. Eres la mejor. Y no quería que pensaras que por... por cuestiones personales, pasaba por encima de ti.
- Coronel, dejémonos de sentimentalismos. Ten esa nave preparada para dentro de dos días. Tengo que organizarlo todo.
Julia se levantó, saludó a su superior y se giró para dirigirse a la puerta.
- ¿Cómo está mi nieta?
La capitana Bulagua se giró de nuevo y miró de frente a su padre.
- Te lo dije hace dos años: dejaste de tener una hija y por lo tanto no tienes ninguna nieta. Y ahora si me disculpa, mi coronel, buenos días.
El coronel Snarsson contaba sesenta años de edad aunque su aspecto fuera el de un hombre mucho más joven; tenía el cabello negro y sus ojos azules, pequeños y burlones, le daban a su gesto un aire de travesura que lo rejuvenecían aún más. Ninguna arruga surcaba su rostro. Las patas de gallo se habían ido tras otras gallinas. Su cuerpo se mantenía atlético. Era robusto y ligero. Si a las ocho de la mañana de aquel día 21 de junio de 2013, su mujer se hubiera encontrado a su lado, le habría sorprendido ver un gesto de preocupación en aquel rostro que siempre se mantenía tranquilo. El sonido del teléfono le sacó de su ensimismamiento.
- ¿Sí?... Buenos días, general... No, aún no he podido hablar con el mariscal Ming Chou... Las visiones que tenemos son las mismas que ayer... no se han acercado... Sí, mi general: la única diferencia es que la visionaria Ulka, en Islandia, empezó a escuchar ayer por la noche un tipo de onda de baja frecuencia que repite una secuencia. Nada más. Los criptógrafos de la base de Noruega están en ello, señor. Gracias, mi general. En cuanto hable con el mariscal se lo haré saber. Adiós, adiós.
El coronel se levantó y miró hacia el cielo desde el ventanal. Entre dientes, como mascullando una amenaza, dijo: ¿Qué queréis, hijos de puta? ¿Por qué nos hacéis esperar? Luego el pensamiento se le quedó en blanco y miró aquel cielo y pensó que parecía el mismo de todos los días desde que el mundo era mundo y sin embargo, ahi fuera, extramuros de la atmósfera, unos cuerpos extraños, inmensos y silenciosos habían rodeado el planeta. Sonó el interfono.
- Dígame.
- Mi coronel, la capitana Bulagua acaba de llegar.
- Hágala pasar.
El ayudante la hizo pasar y cerró la puerta. Julia se quedó junto a ella mirando el despacho.
- Todo sigue igual, dijo.
- Ya sabes: soy un hombre de costumbres. Pasa y siéntate.
Julia se demoró hasta llegar a la silla. Se quedó mirando las estanterías donde se acumulaban los recuerdos del coronel: fotos con personajes importantes; trofeos de ajedrez; vasijas de cerámica tradicional y una colección de lanzas y dagas. Apartada de ellos, en una mesita, seguía la foto del día en que ella recibió sus primeros galones. Se dirigió hacia ella y la tomó entre sus manos.
- ¿Cuándo te desharás de ella?
- Nunca. Siéntate, por favor. Hace tres días recibimos un mensaje desde la nave Shu-In 1. En él se nos comunicaba que unos objetos de un tamaño descomunal se acercaban a la tierra. Ayer nos rodearon. Se encuentran a tres mil kilómetros de nuestra atmósfera.
- ¿Se han comunicado con nosotros?
- No.
- ¿Vestigios de vida?
- Conocida no. No sabemos qué albergan si es que albergan algo.
- Reuniré a mis hombres. Ten preparada una nave para dentro de dos días.
- No he dicho que quiera que seas tú quien vaya al encuentro de lo que quiera que sea eso.
- ¿Entonces para qué me has llamado?
- Porque quería que fueras la primera en saberlo. Eres la mejor. Y no quería que pensaras que por... por cuestiones personales, pasaba por encima de ti.
- Coronel, dejémonos de sentimentalismos. Ten esa nave preparada para dentro de dos días. Tengo que organizarlo todo.
Julia se levantó, saludó a su superior y se giró para dirigirse a la puerta.
- ¿Cómo está mi nieta?
La capitana Bulagua se giró de nuevo y miró de frente a su padre.
- Te lo dije hace dos años: dejaste de tener una hija y por lo tanto no tienes ninguna nieta. Y ahora si me disculpa, mi coronel, buenos días.
Narrativa
Tags : Velocidad de escape Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/06/2011 a las 22:58 | {1}
Un folletín cibernético
Capítulo 1 DESPEDIDA Y GUERRA
Rompió la muñeca y no lloró. Abrió las ventanas de su casa y miró el paisaje que desde hacía siete años contemplaba cada despertar: frente a ella una gran extensión de edificios horizontales y en cada uno de ellos multitud de ventanas, millones en total; tras cada una, pensaba, vidas, vidas que no sabían que iban a desaparecer. A su izquierda la base militar, vallada con reja electrificada. Los tanques, los coches todo terreno, los hangares donde se custodiaban helicópteros y cazas. A su derecha el puerto y tras él el océano. Fondeados se recortaban las siluetas de tres portaviones, seis fragatas y ocho corbetas. Respiró hondo y se dijo, para darse ánimos: "Vamos, eres la capitana Julia Bulagua. Te vas a duchar. Vas a meter las últimas cosas en la maleta y te vas a presentar ante el coronel Vladimir Snarsson. Te entregará tus instrucciones. Irás al lugar indicado. Lucharás y morirás al mando de tus hombres. Eso es todo".
La capitana Julia Bulagua se separó de la ventana y se dirigió al cuarto de baño. No pudo evitar detenerse un instante ante la muñeca rota. Acariciando la cabeza desgajada del cuerpo, susurró: "Ya no me sirves, querida. He alcanzado mis treinta años". Cerró el baño con pestillo y se desnudó delante del espejo de cuerpo entero. Julia siempre se había sentido orgullosa de su cuerpo. Medía 179 centímetros, era delgada y atlética, de proporciones ajustadas a su peso y estatura. Pero esta vez no se inspeccionó -como hacía todoas las mañanas- sino que se quedó mirando su mirada. Era triste como si ya no hubiera ninguna esperanza y entonces, desde lo más hondo de su cerebro surgió la canción que le cantaba su padre cada despertar, Raindrops keep falling on my head, y surgió en la comisura de sus labios una pequeña sonrisa infantil y al entrar en la ducha quiso sentir que el agua de la ducha eran gotas de lluvia y con los ojos cerrados recordó a su padre y una tarde de viento en lo alto de una montaña en la que ella salió volando y él consiguió agarrarla antes de que cayera por la ladera. Reaccionó y abrió los ojos. No tenía tiempo para sentimentalismos. Se enjabonó. Se frotó con fuerza. Se lavó el pelo. Se enjuagó. Se secó con rapidez y se dirigió a su habitación casi con paso militar. Junto a su cama aún dormía su bebé. Estaba bocarriba, con la cabeza ladeada hacia su derecha. Respiraba con una tranquilidad impresionante. Julia se agachó y besó su frente: "Niña mía, duerme, corazón".
Sonó el timbre de la puerta cuando la capitana Julia Bulagua ya estaba vestida y se tomaba un café solo y sin azúcar. Abrió. Y dejó pasar al hombre que se encontraba en el umbral.
-Hola, Olmo. Pasa.
Olmo pasó. Era un hombre de unos treinta y cinco años, un poco más bajo que Julia, delgado también y con una larga melena rubia recogida en un moño.
- ¿Quieres un café? Le preguntó Julia.
- Sí gracias con un poco de...
- ... leche fría y dos cucharadas de azúcar. No me he olvidado.
Olmo no contestó. Echó una mirada por el salón mientras Julia le servía el café y se fijó en la muñeca rota. Cuando volvió Julia le preguntó:
- ¿Se ha roto?
- La he roto. No me preguntes por qué.
- No pensaba hacerlo.
- La niña duerme aún. Si no te importa deja que se despierte. Ha dormido mal esta noche. Le están saliendo los dientes y...
- También es mi hija, Juila, ya sé que le están saliendo los dientes.
- Perdona...
- Perdona tú. Yo también estoy un poco nervioso ¿Le estás dando algo?
- No.
Julia miró su reloj.
- Me tengo que ir.
Olmo y Julia se miraron. Hubo en ambos el impulso de darse un abrazo. No lo hicieron.
- Suerte, le dijo Olmo.
- Háblale de mí.
- Eso lo harás tú cuando vuelvas.
- Entonces háblale de mí si no vuelvo.
La capitana Julia Bulagua cogió su maleta. No fue a la habitación para ver a su hija.
La capitana Julia Bulagua se separó de la ventana y se dirigió al cuarto de baño. No pudo evitar detenerse un instante ante la muñeca rota. Acariciando la cabeza desgajada del cuerpo, susurró: "Ya no me sirves, querida. He alcanzado mis treinta años". Cerró el baño con pestillo y se desnudó delante del espejo de cuerpo entero. Julia siempre se había sentido orgullosa de su cuerpo. Medía 179 centímetros, era delgada y atlética, de proporciones ajustadas a su peso y estatura. Pero esta vez no se inspeccionó -como hacía todoas las mañanas- sino que se quedó mirando su mirada. Era triste como si ya no hubiera ninguna esperanza y entonces, desde lo más hondo de su cerebro surgió la canción que le cantaba su padre cada despertar, Raindrops keep falling on my head, y surgió en la comisura de sus labios una pequeña sonrisa infantil y al entrar en la ducha quiso sentir que el agua de la ducha eran gotas de lluvia y con los ojos cerrados recordó a su padre y una tarde de viento en lo alto de una montaña en la que ella salió volando y él consiguió agarrarla antes de que cayera por la ladera. Reaccionó y abrió los ojos. No tenía tiempo para sentimentalismos. Se enjabonó. Se frotó con fuerza. Se lavó el pelo. Se enjuagó. Se secó con rapidez y se dirigió a su habitación casi con paso militar. Junto a su cama aún dormía su bebé. Estaba bocarriba, con la cabeza ladeada hacia su derecha. Respiraba con una tranquilidad impresionante. Julia se agachó y besó su frente: "Niña mía, duerme, corazón".
Sonó el timbre de la puerta cuando la capitana Julia Bulagua ya estaba vestida y se tomaba un café solo y sin azúcar. Abrió. Y dejó pasar al hombre que se encontraba en el umbral.
-Hola, Olmo. Pasa.
Olmo pasó. Era un hombre de unos treinta y cinco años, un poco más bajo que Julia, delgado también y con una larga melena rubia recogida en un moño.
- ¿Quieres un café? Le preguntó Julia.
- Sí gracias con un poco de...
- ... leche fría y dos cucharadas de azúcar. No me he olvidado.
Olmo no contestó. Echó una mirada por el salón mientras Julia le servía el café y se fijó en la muñeca rota. Cuando volvió Julia le preguntó:
- ¿Se ha roto?
- La he roto. No me preguntes por qué.
- No pensaba hacerlo.
- La niña duerme aún. Si no te importa deja que se despierte. Ha dormido mal esta noche. Le están saliendo los dientes y...
- También es mi hija, Juila, ya sé que le están saliendo los dientes.
- Perdona...
- Perdona tú. Yo también estoy un poco nervioso ¿Le estás dando algo?
- No.
Julia miró su reloj.
- Me tengo que ir.
Olmo y Julia se miraron. Hubo en ambos el impulso de darse un abrazo. No lo hicieron.
- Suerte, le dijo Olmo.
- Háblale de mí.
- Eso lo harás tú cuando vuelvas.
- Entonces háblale de mí si no vuelvo.
La capitana Julia Bulagua cogió su maleta. No fue a la habitación para ver a su hija.
Narrativa
Tags : Velocidad de escape Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/06/2011 a las 11:25 | {1}
Escucho en la radio que se ha erigido un monumento en el Parque Juan Carlos I de la ciudad de Madrid en homenaje a los muertos en el Vuelo JK5022 que ocurrió en agosto de 2008 en el aeropuerto de Barajas. Al acto ha asistido el alcalde de la ciudad Alberto Ruiz Gallardón.
¿Por qué se erige un monumento a unos muertos en un accidente de aviación? ¿Por qué asiste una autoridad política al hecho? ¿Por qué en un parque público? ¿Nos hemos vuelto locos?
¿Qué se homenajea? ¿La mala suerte de 151 personas? ¿La falibilidad de la técnica? ¿Por qué no se erige un monumento a los muertos en accidente de tráfico? ¿Y otro a los que mueren cuando se le cae el alero de un tejado al pasar por una calle poco transitada en un día ventoso?
En el discurso se dice que es para que no se olvide la tragedia. ¿Y por qué no voy a olvidar la tragedia? Entiendo que no la olviden -aunque tampoco lo entienda mucho- los deudos de los muertos pero un señor que pasea por el parque por la mañana ¿por qué no puede olvidarse de lo que ocurrió en un accidente?
O quizá los motivos sean otros. ¿Atraerá votos al señor Gallardón la escultura? Más claramente: hoy se homanajea hasta al gato siempre y cuando se obtenga un rédito político.
Monumentos espúreos, diría. Monumentos que no tienen sentido ninguno (si es que algún sentido tienen los monumentos a parte del legítimo derecho de los escultores a vivir de su trabajo). Porque, ya puestos, tan sólo tendría sentido levantar un monumento cuando un hecho cuya trascendencia social es decisiva, se preserva del olvido mediante la memoria monolítica de la piedra. ¿Qué trascendencia tiene un accidente? Si el propio término habla por sí solo de su fatum. ¿Desde cuándo se monumentaliza lo inexorable?
Ya digo, perplejo me tiene porque además, en el fondo, subyace -en mí- una suerte de parangón con otros monumentos que sí tienen sentido desde la perspectiva descrita un poco más arriba, como por ejemplo el monumento a los muertos en el atentado del 11-M. Porque aquéllos no murieron en un accidente, murieron en un acto de guerra y la guerra, ya se sabe, nunca es accidental. No deberían compararse muertes pero puestos a ello, desde luego que algunas sí merecen ser recordadas y otras, la mayoría, sencillamente y por el bien de todos, han de ser olvidadas.
¿Por qué se erige un monumento a unos muertos en un accidente de aviación? ¿Por qué asiste una autoridad política al hecho? ¿Por qué en un parque público? ¿Nos hemos vuelto locos?
¿Qué se homenajea? ¿La mala suerte de 151 personas? ¿La falibilidad de la técnica? ¿Por qué no se erige un monumento a los muertos en accidente de tráfico? ¿Y otro a los que mueren cuando se le cae el alero de un tejado al pasar por una calle poco transitada en un día ventoso?
En el discurso se dice que es para que no se olvide la tragedia. ¿Y por qué no voy a olvidar la tragedia? Entiendo que no la olviden -aunque tampoco lo entienda mucho- los deudos de los muertos pero un señor que pasea por el parque por la mañana ¿por qué no puede olvidarse de lo que ocurrió en un accidente?
O quizá los motivos sean otros. ¿Atraerá votos al señor Gallardón la escultura? Más claramente: hoy se homanajea hasta al gato siempre y cuando se obtenga un rédito político.
Monumentos espúreos, diría. Monumentos que no tienen sentido ninguno (si es que algún sentido tienen los monumentos a parte del legítimo derecho de los escultores a vivir de su trabajo). Porque, ya puestos, tan sólo tendría sentido levantar un monumento cuando un hecho cuya trascendencia social es decisiva, se preserva del olvido mediante la memoria monolítica de la piedra. ¿Qué trascendencia tiene un accidente? Si el propio término habla por sí solo de su fatum. ¿Desde cuándo se monumentaliza lo inexorable?
Ya digo, perplejo me tiene porque además, en el fondo, subyace -en mí- una suerte de parangón con otros monumentos que sí tienen sentido desde la perspectiva descrita un poco más arriba, como por ejemplo el monumento a los muertos en el atentado del 11-M. Porque aquéllos no murieron en un accidente, murieron en un acto de guerra y la guerra, ya se sabe, nunca es accidental. No deberían compararse muertes pero puestos a ello, desde luego que algunas sí merecen ser recordadas y otras, la mayoría, sencillamente y por el bien de todos, han de ser olvidadas.
Detalle de la fuente de la Place Igor Stravinsky en Paris
¿Cuando el agujero negro se come la estrella, digiere fuego?
¿Besaste la orilla del mundo?
¿Ves lo que es?
Ese susurro, esa lenta caricia, ese desdoblarse en espuma, ¿muestra la huella y la arena?
¿Los monosílabos se dividen?
¿Volveremos a pensar el Mundo?
¿La caída libre se sumergió en el estanque y nos devolvió un geiser?
¿Cogerás mis manos?
¿Vino desde tan lejos el aroma que apenas entendimos su significado?
¿Mesa es mesa?
¿Pendientes de los pendientes derivamos por las pendientes?
¿Por qué reconstruiste la ceniza?
¿Cumpleaños?
¿Porque los senos tienden a la esfera, la felicidad se tiende redonda?
¿Fue?
¿...?
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones para antes de morir
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
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Carta a una desconocida
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Narrativa
Tags : Velocidad de escape Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/06/2011 a las 11:03 | {0}