Querida Julia:
Hoy cumplirías (¿cumples?) 97 años. Desde hace un tiempo cuando te siento (te pienso) no me vienen las lágrimas, ni una emoción sensiblera me atenaza. Te fuiste bien. Moriste muerta. Y dejaste en mí la sensación de un trabajo bien hecho. Hace unos días digitalicé (palabra que tú airearías con tus manos como haciéndola huir de tu cabeza) tu voz. ¿Recuerdas? Fueron seis horas de entrevista en las que tú desgranabas tu vida mientras hacías la comida en casa de mis padres o me preparabas una cerveza con un aperitivo de aceitunas y jamón en tu casa de Emilio Ortuño.
Mi anciana. Mi sabia. Dice Marina (una mujer a la que me hubiera gustado mucho que conocieras) que el maestro llega cuando el discípulo está preparado para aprender. Yo estaba preparado nada más nacer y así tú, mi maestra, me enseñaste desde la absoluta oscuridad la luz de tus enseñanzas. Luego las olvidé, las olvidé durante muchos, muchos años y tú sufriste ese olvido (que no ignorancia) y seguiste cauta, a la sombra, a la espera que surgiera de nuevo en mí tus largas tardes de plancha, tus caricias en la noche, tu beso en la frente, tu regañina que más te dolía a ti que al que regañabas, tu ayuda material y espiritual (tú que fuiste una atea), tu esperanza siempre en que un día volvería a la senda de la bonhomía.
Julia yo en tus brazos. Julia en el taxi que nos llevaba a Lourdes y a mí al gimnasio. Julia y tu llanto en la sala de espera escuchando los nuestros cuando Paquita la enfermera mala nos estiraba las piernas, nos insultaba, se mofaba y te decía que un día nosotros te abandonaríamos.
Julia y tu pisto manchego. Julia y tus huevos fritos con aquellas inmensas fuentes de patatas fritas. Julia y tus Reyes Magos. Julia acogiéndome una noche de pesadilla en tu cama, en tu abrazo, en tu murmullo tranquilizador. Julia y tus tostadas por la mañana. Julia y mamá. Julia y papá. Julia con Antonio. Julia con Lourdes (sobre todo con ella, ¡claro que sí! bendita seas), Julia con Alfonso. Julia con el tío Carlos. Tus muslos, ¿te acuerdas cómo mi tío Carlos te los alababa? Julia a la salida del colegio. Julia untando los tomates en el pan mientras nosotros aprendíamos a montar en bicicleta en la calle Lista. Julia y tu madre Felisa. Julia y tu hermana Sole. Julia y tu sobrina Marisol que tanto tiene de ti. Julia en la tardes con la señorita Francis aconsejando a las pobres muchachas que no sabían como atemperar sus ardores sexuales en los años 60 del siglo pasado. Julia y mis malas notas. Julia pagando las deudas. Julia medio ciega. Julia aterrada en una residencia donde nadie supo ver su fuerza, su sabiduría, su bondad. Julia y don Quijote.
¡Cuánto te echo de menos! ¡Cuánta felicidad te deseo! ¡Cuánto te quiero!
Fernandoski.
Hoy cumplirías (¿cumples?) 97 años. Desde hace un tiempo cuando te siento (te pienso) no me vienen las lágrimas, ni una emoción sensiblera me atenaza. Te fuiste bien. Moriste muerta. Y dejaste en mí la sensación de un trabajo bien hecho. Hace unos días digitalicé (palabra que tú airearías con tus manos como haciéndola huir de tu cabeza) tu voz. ¿Recuerdas? Fueron seis horas de entrevista en las que tú desgranabas tu vida mientras hacías la comida en casa de mis padres o me preparabas una cerveza con un aperitivo de aceitunas y jamón en tu casa de Emilio Ortuño.
Mi anciana. Mi sabia. Dice Marina (una mujer a la que me hubiera gustado mucho que conocieras) que el maestro llega cuando el discípulo está preparado para aprender. Yo estaba preparado nada más nacer y así tú, mi maestra, me enseñaste desde la absoluta oscuridad la luz de tus enseñanzas. Luego las olvidé, las olvidé durante muchos, muchos años y tú sufriste ese olvido (que no ignorancia) y seguiste cauta, a la sombra, a la espera que surgiera de nuevo en mí tus largas tardes de plancha, tus caricias en la noche, tu beso en la frente, tu regañina que más te dolía a ti que al que regañabas, tu ayuda material y espiritual (tú que fuiste una atea), tu esperanza siempre en que un día volvería a la senda de la bonhomía.
Julia yo en tus brazos. Julia en el taxi que nos llevaba a Lourdes y a mí al gimnasio. Julia y tu llanto en la sala de espera escuchando los nuestros cuando Paquita la enfermera mala nos estiraba las piernas, nos insultaba, se mofaba y te decía que un día nosotros te abandonaríamos.
Julia y tu pisto manchego. Julia y tus huevos fritos con aquellas inmensas fuentes de patatas fritas. Julia y tus Reyes Magos. Julia acogiéndome una noche de pesadilla en tu cama, en tu abrazo, en tu murmullo tranquilizador. Julia y tus tostadas por la mañana. Julia y mamá. Julia y papá. Julia con Antonio. Julia con Lourdes (sobre todo con ella, ¡claro que sí! bendita seas), Julia con Alfonso. Julia con el tío Carlos. Tus muslos, ¿te acuerdas cómo mi tío Carlos te los alababa? Julia a la salida del colegio. Julia untando los tomates en el pan mientras nosotros aprendíamos a montar en bicicleta en la calle Lista. Julia y tu madre Felisa. Julia y tu hermana Sole. Julia y tu sobrina Marisol que tanto tiene de ti. Julia en la tardes con la señorita Francis aconsejando a las pobres muchachas que no sabían como atemperar sus ardores sexuales en los años 60 del siglo pasado. Julia y mis malas notas. Julia pagando las deudas. Julia medio ciega. Julia aterrada en una residencia donde nadie supo ver su fuerza, su sabiduría, su bondad. Julia y don Quijote.
¡Cuánto te echo de menos! ¡Cuánta felicidad te deseo! ¡Cuánto te quiero!
Fernandoski.
The atrocity exhibition
la noria que revolotea y la caña de azúcar; también vino la princesa que asomó su rostro una mañana y desde lejos un dragón la vio y quedó prendido de ella y ocurrió entonces una aventura extraordinaria donde se dieron la mano Polifemo y Circe y acudieron a la asamblea de la luna menguante Kali y el Emperador de los orangutanes; ocurrió en un pueblo muy lejano que hubo una epidemia de llantos y más allá las niñas, una mañana, se cortaron los trenzas sin haberlo pactado y los niños lloraron nada más despertar por una tristeza que les llenaba los pulmones de ansias de gritar algo sin sentido; y más allá las burras se rebelaron contras los asnos y las mulas descubrieron, horrorizadas, que no estaban hechas para generar la vida sólo para acarrearla; ocurrió en el tiempo de las lluvias eternas; ocurrió cuando el alba no tenía nombre; ocurrió cuando las raíces no habían suscitado tallos; ocurrió cuando el averno sólo significaba abismo, antes de que las cuevas se llenaran de símbolos, antes de que las manos quedaran impresas en las rocas, antes de la primera estalactita, antes del primer diluvio; ocurrió entonces la separación de la urdimbre, se desgajó entonces la idea del aire, se quejaron en seco el ulular y el viento de una esencia invisible e inmóvil; ocurrió en la actual Sumatra y en la antigua Creta; ocurrió cuando el mar acababa en cascada y los osos se erguían como seres tormentosos que desaparecían en invierno para quedar dormidos; ocurrió que la hiel no cambió su sonido; ocurrió que la tez adquirió nuevos brillos; ocurrió que lo blanco se convirtió en rojizo; ocurrió que la sangre se elevó hasta el mito; ocurrió entonces el descubrimiento del círculo y los ojos sirvieron, por fin, para mirar lo cercano; se inventó la sonrisa y el estrecharse las manos; se anheló lo que hubiera tras el último álamo; se ensalzó lo que estaba más allá de las nubes y las estrellas tomaron el rumbo de la Tierra; se decantó el oro; se nombró a los seres; se dividió el saber; ocurrió la primera batalla; se escucharon los primeros gritos; se descubrió que la cópula era esencial para tener niños; se sacralizó el tiempo fecundo de las bestias; se trasladó al interior el laberinto de la vida; las aves sucumbieron en aras de adivinos; sus intestinos quisieron mostrar el camino y salvaron a muchos la levedad de la envidia; y hubo entonces, sólo entonces, los reyes y un pobre hombre, salteador de las olas, le dijo a uno de aquéllos al que apodaban Magno: a mí me llaman pirata porque sólo tengo un navío, a ti Emperador porque tienes mil; y fue colgado y surgieron las lobas amamantando a humanos y surgieron ciudades que fueron largos templos y surgió la palabra en el ágora de la polis y creyeron los hombres que el mundo ya era suyo.
Soñamos el eslabón perdido y vivimos el eslabón encadenado; nos sumergimos en aguas dulces con sus dosis de sequedad y cloro; y hay algo enigmático en eso que llamamos comportarnos que guarda en sí una ingenuidad digna de estudio.
Os vanagloriais de la cadera, ¡ay, mujeres frías como la yesca! Y luego miráis con la dulzura propia de las calaveras. Hay en vosotras, mujeres altivas, la quintaesencia de la impostura y supura en vosotras la catástrofe venidera.
Ellos llegarán y, a modo de bandera, ondearan caracolas y enredaderas y sus cabellos, revividos en la angostura de la cueva, brillarán eternos y suaves como las primeras caricias; y sabrán dormir y quedarán sus manos al aire del trazo de un dibujo y el chamán romperá la cáscara de un huevo y en el revoltijo posterior les hará sentir la altura de sus almas.
Tú quisiste abrazarle despacio y luego lloraste con honda pena; tú sufriste el frío del lago y navegaste ausente de sus olas férreas; tú te encumbraste hasta la más alta esfera y rodaste, vieja, hasta el Averno; tú pusiste la punta de tu pie izquierdo sobre el fluir del Leteo y acabaste sorda de tus propios consejos; luego volviste muda y desdichada y te acercaste a él que ya no te esperaba y te acercaste a él que ensayaba hallar en tu ausencia la veracidad del plomo que llegara a ser oro. No pudiste posar tu manos en su hombro y te alejaste dejando a tu paso un reguerito de dientes.
Él, querido germen de la nueva patria; él en la ladera del norte acaricia el musgo; él con la vista fija en el ocaso fiero; él con el hierro, con la fragua, con el molde; él arrepentido quizá de haberse dormido; él que nunca entendió de números ni signos; él que se alimenta a base de palabras viejas tal corazón, pubis, tortura o caverna; él que apenas si sabe lo que es sombra o luz; él que se derrota a cada tanto sin importale apenas; él que se duerme y despierta y se lava y se azora y se alimenta y esputa y se alivia y se ciega; él que nunca sueña con el infierno ni alardea ante los suyos de cielo alguno; él calibrando la bala que llegará a su destino; él admirando la ausencia de terror en su amigo...
Yo no hollé huella ninguna.
Os vanagloriais de la cadera, ¡ay, mujeres frías como la yesca! Y luego miráis con la dulzura propia de las calaveras. Hay en vosotras, mujeres altivas, la quintaesencia de la impostura y supura en vosotras la catástrofe venidera.
Ellos llegarán y, a modo de bandera, ondearan caracolas y enredaderas y sus cabellos, revividos en la angostura de la cueva, brillarán eternos y suaves como las primeras caricias; y sabrán dormir y quedarán sus manos al aire del trazo de un dibujo y el chamán romperá la cáscara de un huevo y en el revoltijo posterior les hará sentir la altura de sus almas.
Tú quisiste abrazarle despacio y luego lloraste con honda pena; tú sufriste el frío del lago y navegaste ausente de sus olas férreas; tú te encumbraste hasta la más alta esfera y rodaste, vieja, hasta el Averno; tú pusiste la punta de tu pie izquierdo sobre el fluir del Leteo y acabaste sorda de tus propios consejos; luego volviste muda y desdichada y te acercaste a él que ya no te esperaba y te acercaste a él que ensayaba hallar en tu ausencia la veracidad del plomo que llegara a ser oro. No pudiste posar tu manos en su hombro y te alejaste dejando a tu paso un reguerito de dientes.
Él, querido germen de la nueva patria; él en la ladera del norte acaricia el musgo; él con la vista fija en el ocaso fiero; él con el hierro, con la fragua, con el molde; él arrepentido quizá de haberse dormido; él que nunca entendió de números ni signos; él que se alimenta a base de palabras viejas tal corazón, pubis, tortura o caverna; él que apenas si sabe lo que es sombra o luz; él que se derrota a cada tanto sin importale apenas; él que se duerme y despierta y se lava y se azora y se alimenta y esputa y se alivia y se ciega; él que nunca sueña con el infierno ni alardea ante los suyos de cielo alguno; él calibrando la bala que llegará a su destino; él admirando la ausencia de terror en su amigo...
Yo no hollé huella ninguna.
Toma la carretera. Cuando ya ha amanecido.
Pudiera ser el silencio al principio. Decide que no. Sería algo impostado.
Impostado, piensa.
¿Qué es meditar? ¿Por qué?
Medida/Masa tienen un misma raíz indoeuropea. Etimológica.
Desprenderse de la oposición para alcanzar la unidad de las raíces en las palabras. Ya veremos. El cielo está despejado. Pasan los kilómetros. Abre la ventanilla. Finales de octubre (The dark fall beguins at the end of october -es su primer verso creado en inglés-). Camino hacia un lugar confuso en su mente. Confuso en su mente, se repite mientras, ahora sí, ha quitado la radio y escucha el silencio con motor del espacio.
Ir hacia...
Encontrarse con...
Motilla del Palancar, las gargantas. Las gargantas.
La garganta que se ha de cuidar con un canto que enfatiza el cuello. Hammmmm. Esa unión, esa integración con todas las posibles formas de conciencia.
Las nubes, a lo lejos todavía, ya asoman. Los hombres del tiempo avisaban días antes de una gota fría sobre Valencia. Extraño será volver a un lugar de la infancia en verano cuando es otoño y una gran tormenta se anuncia. Aunque recuerda los finales de agosto de sus quince años, cuando caían esas fuertes tormentas que anunciaban el final del verano. Y la vuelta. La vuelta...
Siempre se llega a los sitios.
Valencia. Plaza de toros.
Ella y su hijo están allí.
Ella.
Ahora quiere tomarse un café. Un café caliente. Cuando las horas son más largas y escucha a un tipo que pensaba que le iba a gustar y que le está decepcionando. De hecho decide cambiar la música. Decide cambiar.
Etimologías. El origen (el poso) de las palabras. Y la serie In treatment. Sería demasiado prolijo de contar.
Entonces empieza a llover. Y llega a la ciudad de Valencia. Y busca a ella y a su hijo. Los encuentra. Montan en su coche. Salen de la ciudad. Se dirigen al lugar donde se conocieron. El tiempo es algo furioso. Llegan. La desolación del otoño en la estación veraniega. La humedad. La incomodidad. Cuando tenían los diecisiete. Chelsea Bar. Sigue allí. Han plantado palmeras en la arena de la playa. El niño se aburre. Él se enfada con ella por un menosprecio (no enfada sólo por eso y él lo sabe). Pasean por el paseo marítimo. Llueve. Ni siquiera el mar está hermoso. Él se va insistiendo con angustia, una especie de corazón que palpita, de extraña pesadilla, de colores vagos, de desilusión.
Luego llegará la calma. Y una explicación que no es más que un mecanismo de defensa (racionalización se llama).
Deciden volver a Valencia. Antes un café en un bar que regenta una mujer llamada Lola. Allí ella le regala un libro cuyo título es Et si l'amour durait. Él la ha mirado entonces y...
Hablan de volver a Valencia. La desolación de Cullera alcanza sus ánimos y los del hijo de ella que mantiene una courtoisie no exenta de cierta impaciencia. Vuelven. Se equivocan de carretera. Llueve con fuerza. Un camión delante.
Llegan a Valencia. Ella le dice que no pueden estar juntos esa noche. Él le responde que ya lo sabía. Ella le dice que en cuanto terminen de cenar ella se meterá en la habitación del hotel con su hijo hasta el día siguiente. Él decide volver a Madrid. No sabría qué hacer en la ciudad de Valencia desde la diez y media de la noche. Tan sólo le pide si le podría dejar media hora en la habitación del hotel para meditar.
Ella se sorprende, ¿Meditar? Él vuelve a utilizar la racionalización. ¿Por qué? se preguntará más tarde si meditar le ha...
Llegan al hotel. Piden permiso al conserje para que él pueda estar media hora en la habitación. El conserje accede. Suben.
Él medita. Él termina la meditación.
Ella le acompaña hasta la puerta del hotel, le dice: No te acompaño hasta el coche porque podría atropellarme un coche u ocurrir cualquier cosa y mi hijo, aquí, solo... Él le responde: Te entiendo. No hace falta que me digas nada. Se abrazan. Él le dice: Je t'aime. Ella le responde: Je sais.
Llega hasta el coche. Inicia el camino de vuelta. 350 kilómetros. Ha caído la noche. Ahora sí el silencio es bienvenido. Al principio se siente inquieto con la oscuridad de los kilómetros. Luego se relaja. No fuma. Tan sólo mira hacia delante, hacia donde la luz de los faros llega. Ha de parar. Se detiene tras haber recorrido 130 kilómetros. Justo al aparcar se le funde una de las luces de cruce. Se preocupa algo. Entra en un lugar de carretera. Hay muy poca gente. Se fija en una niña de nos más de tres años que quiere una pelota. Es tan bonita esa niña. Se echa a llorar al mirarla. Llora sin poder evitarlo (sin querer en realidad). En la televisión retransmiten un partido de fútbol. Paga. Se va. Tiene dificultades para seguir la carretera. Piensa: Si no supiera que un faro se ha fundido, iría más seguro. Se coloca tras un coche que lleva un ritmo adecuado al suyo. Durante muchos kilómetros se serena. Al final el coche acelera y se pierde. La carretera tiene muchos tramos en obras. Se concentra. Está cansado. Decelera. A lo largo de los kilómetros, siempre que puede, se coloca detrás de un coche. Las luces rojas del coche delantero le allanan el camino.
LLega hasta Madrid. Ya sólo queda: el tramo de la carretera de La Coruña, la carretera de El Escorial, el puerto, su pueblo, la verja verde, la maniobra en el garaje, tomar la maleta, subir en el ascensor, su casa, un vino, un cigarrillo, desnudarse (frío), meterse en la cama, apagar la luz sin leer, quedarse dormido.
Pudiera ser el silencio al principio. Decide que no. Sería algo impostado.
Impostado, piensa.
¿Qué es meditar? ¿Por qué?
Medida/Masa tienen un misma raíz indoeuropea. Etimológica.
Desprenderse de la oposición para alcanzar la unidad de las raíces en las palabras. Ya veremos. El cielo está despejado. Pasan los kilómetros. Abre la ventanilla. Finales de octubre (The dark fall beguins at the end of october -es su primer verso creado en inglés-). Camino hacia un lugar confuso en su mente. Confuso en su mente, se repite mientras, ahora sí, ha quitado la radio y escucha el silencio con motor del espacio.
Ir hacia...
Encontrarse con...
Motilla del Palancar, las gargantas. Las gargantas.
La garganta que se ha de cuidar con un canto que enfatiza el cuello. Hammmmm. Esa unión, esa integración con todas las posibles formas de conciencia.
Las nubes, a lo lejos todavía, ya asoman. Los hombres del tiempo avisaban días antes de una gota fría sobre Valencia. Extraño será volver a un lugar de la infancia en verano cuando es otoño y una gran tormenta se anuncia. Aunque recuerda los finales de agosto de sus quince años, cuando caían esas fuertes tormentas que anunciaban el final del verano. Y la vuelta. La vuelta...
Siempre se llega a los sitios.
Valencia. Plaza de toros.
Ella y su hijo están allí.
Ella.
Ahora quiere tomarse un café. Un café caliente. Cuando las horas son más largas y escucha a un tipo que pensaba que le iba a gustar y que le está decepcionando. De hecho decide cambiar la música. Decide cambiar.
Etimologías. El origen (el poso) de las palabras. Y la serie In treatment. Sería demasiado prolijo de contar.
Entonces empieza a llover. Y llega a la ciudad de Valencia. Y busca a ella y a su hijo. Los encuentra. Montan en su coche. Salen de la ciudad. Se dirigen al lugar donde se conocieron. El tiempo es algo furioso. Llegan. La desolación del otoño en la estación veraniega. La humedad. La incomodidad. Cuando tenían los diecisiete. Chelsea Bar. Sigue allí. Han plantado palmeras en la arena de la playa. El niño se aburre. Él se enfada con ella por un menosprecio (no enfada sólo por eso y él lo sabe). Pasean por el paseo marítimo. Llueve. Ni siquiera el mar está hermoso. Él se va insistiendo con angustia, una especie de corazón que palpita, de extraña pesadilla, de colores vagos, de desilusión.
Luego llegará la calma. Y una explicación que no es más que un mecanismo de defensa (racionalización se llama).
Deciden volver a Valencia. Antes un café en un bar que regenta una mujer llamada Lola. Allí ella le regala un libro cuyo título es Et si l'amour durait. Él la ha mirado entonces y...
Hablan de volver a Valencia. La desolación de Cullera alcanza sus ánimos y los del hijo de ella que mantiene una courtoisie no exenta de cierta impaciencia. Vuelven. Se equivocan de carretera. Llueve con fuerza. Un camión delante.
Llegan a Valencia. Ella le dice que no pueden estar juntos esa noche. Él le responde que ya lo sabía. Ella le dice que en cuanto terminen de cenar ella se meterá en la habitación del hotel con su hijo hasta el día siguiente. Él decide volver a Madrid. No sabría qué hacer en la ciudad de Valencia desde la diez y media de la noche. Tan sólo le pide si le podría dejar media hora en la habitación del hotel para meditar.
Ella se sorprende, ¿Meditar? Él vuelve a utilizar la racionalización. ¿Por qué? se preguntará más tarde si meditar le ha...
Llegan al hotel. Piden permiso al conserje para que él pueda estar media hora en la habitación. El conserje accede. Suben.
Él medita. Él termina la meditación.
Ella le acompaña hasta la puerta del hotel, le dice: No te acompaño hasta el coche porque podría atropellarme un coche u ocurrir cualquier cosa y mi hijo, aquí, solo... Él le responde: Te entiendo. No hace falta que me digas nada. Se abrazan. Él le dice: Je t'aime. Ella le responde: Je sais.
Llega hasta el coche. Inicia el camino de vuelta. 350 kilómetros. Ha caído la noche. Ahora sí el silencio es bienvenido. Al principio se siente inquieto con la oscuridad de los kilómetros. Luego se relaja. No fuma. Tan sólo mira hacia delante, hacia donde la luz de los faros llega. Ha de parar. Se detiene tras haber recorrido 130 kilómetros. Justo al aparcar se le funde una de las luces de cruce. Se preocupa algo. Entra en un lugar de carretera. Hay muy poca gente. Se fija en una niña de nos más de tres años que quiere una pelota. Es tan bonita esa niña. Se echa a llorar al mirarla. Llora sin poder evitarlo (sin querer en realidad). En la televisión retransmiten un partido de fútbol. Paga. Se va. Tiene dificultades para seguir la carretera. Piensa: Si no supiera que un faro se ha fundido, iría más seguro. Se coloca tras un coche que lleva un ritmo adecuado al suyo. Durante muchos kilómetros se serena. Al final el coche acelera y se pierde. La carretera tiene muchos tramos en obras. Se concentra. Está cansado. Decelera. A lo largo de los kilómetros, siempre que puede, se coloca detrás de un coche. Las luces rojas del coche delantero le allanan el camino.
LLega hasta Madrid. Ya sólo queda: el tramo de la carretera de La Coruña, la carretera de El Escorial, el puerto, su pueblo, la verja verde, la maniobra en el garaje, tomar la maleta, subir en el ascensor, su casa, un vino, un cigarrillo, desnudarse (frío), meterse en la cama, apagar la luz sin leer, quedarse dormido.
Meditación en blanco por Kisilev
Miscelánea
Tags : No fabularé Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/10/2011 a las 13:18 | {1}Párrafo 3º de la pag. 178 de Origen y Presente escrito por Jean Gebser. Editado por Atalanta
Jean Gebser
[...]Aquí nos remitiremos a una de sus obras tardías [de Mozart] que quedó incompleta, a la Fantasía en do menor para piano, así como a sus Variaciones sobre un tema de Glück, de su ópera El peregrino de la Meca. Especialmente en la Fantasía en do menor, domina una "relajación" tanto armónica como rítmica y melódica que apenas recuerda el rigor jerárquico y la sujeción clásica. Con objeto de dar una idea de lo que nos proponemos decir, antes hemos de aclarar el sentido de una de las reglas fundamentales de la música clásica. La exigencia de que en una pieza todo movimiento ha de finalizar en la misma tonalidad con que comenzó nos indica claramente la relación que esta música guarda con el transcurso cósmico-naturalista del tiempo. El círculo ha de cerrarse, y el tema principal une en la misma clave el principio y el final. Así, cada movimiento de una sonata era el reflejo del día creado por Dios, o del año, o de la imagen de un planeta que retornó en su órbita, o del sendero de otro cuerpo celestial creado por Dios. Esta regularidad naturalista, que responde plenamente a la ley del Dios creador al que los sonidos han de alabar, este aspecto meramente natural del tiempo, es el que Mozart rompe con su música tanto en la estructura interna como también en su carácter inconcluso lleno de dolor (está escrito en tono menor). ¿Entra aquí Mozart, alejándose aparentemente de Dios, del Dios personificado y fijado de manera perspectívica, en el ámbito de lo divino? ¿Se encuentra aquí la clave de su muerte temprana?.
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Miscelánea
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2011 a las 13:02 | {1}