01.- Se exige que los etarras pidan perdón.
02.- ¿Qué es el perdón?
03.- En el fondo lo que se está pidiendo es que los etarras se humillen y pasen por las horcas claudinas de, públicamente, arrepentirse de lo que hicieron.
04.- En sí misma, esa petición es absurda por dos motivos: porque si se pide perdón es porque se reconoce un error y si lo que se hizo fue un error, no tiene sentido tal petición al estar el causante del crimen equivocado. Sólo se podría pedir perdón reivindicando lo hecho, es decir, diciendo más o menos: "Puse esta bomba en aquel sitio con la clara intención de conseguir determinado fin y con la absoluta certeza de que era el camino correcto. Perdón" Pero si fuera así, no cabría el arrepentimiento.
05.- Entonces: o perdón o arrepentimiento. Las dos a la vez son incompatibles.
06: Comentario sobre el comentario 03: No entro a juzgar si está bien o no pedir que alguien se humille. Lo que me parece cobarde (porque en el fondo todo eufemismo es un síntoma de cobardía) es que se utilice el eufemismo pedir perdón cuando lo que se está queriendo pedir es humillación.
07.- El arrepentimiento no tiene sentido ninguno.
08.- El arrepentimiento es un concepto única y exclusivamente religioso monoteista.
09.- En un Estado de Derecho tan sólo hay que aplicar la ley. Y la ley (según se enseña en la escuela de jueces) no trata de personas sino de hechos. Y un hecho no puede pedir perdón ni arrepentirse.
No me enorgullecen los cambios en cuanto tales. La vida transcurre y surgen sin pretensión y sin oposición. Sólo me doy cuenta de ellos y siento que suponen algo que antes hubiera buscado cómo definir (cómo analizar) y que ahora tan sólo los contemplo y me asombran.
Me contaba Julia (me lo contó muchas veces) que cuando era muy niño mi juego favorito consistía en coger el celofán de un caramelo y escuchar el ruido que producía al frotarlo con las manos; me decía que no era un juego que durara un rato sino que me pasaba tardes y tardes escuchando el sonido del celofán de un caramelo.
Desde entonces (yo sí tengo un recuerdo de aquellos momentos, distorsionado, imagino, por las visiones posteriores, en el que me encuentro en una silla muy alta, tan alta que tiene una escalerita para llegar hasta el asiento, y allí estoy mirando desde esa altura el cuarto donde juegan mis hermanos mientras muevo y remuevo el celofán del caramelo) el sonido me ha acompañado siempre. Mi estar solo nunca lo era porque siempre tenía puesta la música o la radio. Era -podría ser una interpretación en exceso sencilla y como tal certera- como si el ruido o el sonido me mantuvieran siempre en conexión con lo exterior y por lo tanto desconectado de mí (o alejado cuando menos).
Gran parte de lo que he escrito, lo escribí oyendo. Incluso recuerdo hacer el amor escuchando un programa deportivo de radio (no una vez, bastantes) y cómo no, escuchando música. La música. Los magazines de radio por las tardes. Con ellos escribí la novela El Inventario y gran parte de Las Últimas y muchas de las entradas de este Blog. Todas las noches durante muchos, muchos años, al meterme en la cama escuchaba El Larguero -un programa deportivo que no me interesaba en absoluto- mientras leía y mientras iba entrando en el sueño.
Sin ser consciente, desde que atravesé el desierto, los sonidos se han ido alejando de mí. Ya no escucho la radio mañanas, tardes y noches y apenas si escucho música mientras escribo. El silencio ha entrado en mí y al entrar tengo la sensación de que me ha abierto las puertas para que me pueda escuchar.
El silencio es apacible. Es como un mar calmo a las cuatro de la tarde sobre el cual el sol espejea sus brillos. El silencio que se hace más intenso con sus contrapuntos de sonido de pasos en el piso de al lado, de la risa alejada de un niño, del motor de un coche que pasa y se aleja, de las teclas del ordenador, del runrún de la nevera que, al detenerse, engrandece el silencio y sosiega la respiración.
Y siento también un gran agradecimiento por seguir descubriendo cosas y por pensar a menudo que no tendría ni con cien vidas para descubrir todo lo que mi curiosidad me aviva.
Me contaba Julia (me lo contó muchas veces) que cuando era muy niño mi juego favorito consistía en coger el celofán de un caramelo y escuchar el ruido que producía al frotarlo con las manos; me decía que no era un juego que durara un rato sino que me pasaba tardes y tardes escuchando el sonido del celofán de un caramelo.
Desde entonces (yo sí tengo un recuerdo de aquellos momentos, distorsionado, imagino, por las visiones posteriores, en el que me encuentro en una silla muy alta, tan alta que tiene una escalerita para llegar hasta el asiento, y allí estoy mirando desde esa altura el cuarto donde juegan mis hermanos mientras muevo y remuevo el celofán del caramelo) el sonido me ha acompañado siempre. Mi estar solo nunca lo era porque siempre tenía puesta la música o la radio. Era -podría ser una interpretación en exceso sencilla y como tal certera- como si el ruido o el sonido me mantuvieran siempre en conexión con lo exterior y por lo tanto desconectado de mí (o alejado cuando menos).
Gran parte de lo que he escrito, lo escribí oyendo. Incluso recuerdo hacer el amor escuchando un programa deportivo de radio (no una vez, bastantes) y cómo no, escuchando música. La música. Los magazines de radio por las tardes. Con ellos escribí la novela El Inventario y gran parte de Las Últimas y muchas de las entradas de este Blog. Todas las noches durante muchos, muchos años, al meterme en la cama escuchaba El Larguero -un programa deportivo que no me interesaba en absoluto- mientras leía y mientras iba entrando en el sueño.
Sin ser consciente, desde que atravesé el desierto, los sonidos se han ido alejando de mí. Ya no escucho la radio mañanas, tardes y noches y apenas si escucho música mientras escribo. El silencio ha entrado en mí y al entrar tengo la sensación de que me ha abierto las puertas para que me pueda escuchar.
El silencio es apacible. Es como un mar calmo a las cuatro de la tarde sobre el cual el sol espejea sus brillos. El silencio que se hace más intenso con sus contrapuntos de sonido de pasos en el piso de al lado, de la risa alejada de un niño, del motor de un coche que pasa y se aleja, de las teclas del ordenador, del runrún de la nevera que, al detenerse, engrandece el silencio y sosiega la respiración.
Y siento también un gran agradecimiento por seguir descubriendo cosas y por pensar a menudo que no tendría ni con cien vidas para descubrir todo lo que mi curiosidad me aviva.
Una diferencia -esencial- entre un estado democrático y uno totalitario es que cuando se vence al enemigo, los demócratas (los verdaderamente demócratas) empiezan a utilizar de inmediato el término generosidad; en un estado totalitario, vencido el enemigo, se ejecuta, sin piedad, la victoria.
Sobrevuela y es en sí una inspiración.
Algo del aire, piensa. Leve, siente.
La savia y las palabras. Cómo se encadenan. Cómo urden en su unión la quintaesencia de estos cuerpos que vagan por el mundo con una aparente finalidad.
Finalidad.
Aparente.
Un sólo sonido, piensa.
Y también: la época en la que las figuras humanas no tenían boca.
La época sin tiempo ni espacio.
Los descubrimientos, sueña. Y luego cae rendida y duerme.
Es tan sólo eso: una vaga alegoría, un estremecimiento de hojas (ya en otoño), la fruslería de intuir que hubo otra época con otro saber.
La emoción también. Seguir. Sin fin. Sin meta. Sin alarde. Seguir y disfrutar esta vida que tiene algo de arcaica junto a su absoluta novedad. Nunca más, se dice, volveré a tener este número de días; gracias, ora, por tener la conciencia de la consciencia. No huye ahora. No rehuye. Sabe que está todo por hacer y que todo se hace cada día y cada día se derrumba para al día siguiente volver a hacer. Como sonaron las campanas la primera vez, como aturdió a la selva el sonido original de los tambores, como elevó hasta la mística la mutación del tiempo en alma. Sabe y se excita ante el abismo caudaloso y sin azufre del conocer, del intuir, del abarcar.
Zeugma piensa.
Magia piensa.
Mente racional piensa.
Y navega entre judíos, asirios, cherokees, islandeses, britanos, iberos, quechuas, birmanos, kukuyus, innuis, rapsodas, ventiscas, arboledas, la raíz indoeuropea mu, los vientos alisios y el Céfiro helador, el nacimiento de Atenea o el pequeño lago del bosque de Nemi.
La Rama Dorada William Turner
Inicio esta nueva sección: Sonidos.
Serán fragmentos de palabras, de composiciones sonoras, de reflexiones, de lluvias, de montañas o ecos.
Espero que os guste.
Serán fragmentos de palabras, de composiciones sonoras, de reflexiones, de lluvias, de montañas o ecos.
Espero que os guste.
Fragmento 1 Violeta y Gebser.mp3 (9.04 Mb)
Sonidos
Tags : Fragmentos sonoros Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/10/2011 a las 20:03 | {0}
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/10/2011 a las 10:46 | {0}