La memoria.
Escucho su voz. Ahora dice: "Y viendo a la gente pasar". Ahora caminamos por su casa y me ofrece unas aceitunas. Ella está haciendo memoria del comisario (de un comisario al que tuvo que acudir en los años cincuenta). Nos sentamos. Seguimos conversando.
Escucho su voz y veo su cara, esa voz de mujer mayor, ya anciana. Me está contando su vida. Ahora estoy digitalizando su voz. Dentro de poco colgaré fragmentos suyos en este Blog y su voz formará parte del amplio mundo del ciberespacio.
La vida con ella. La vida junto a ella. La precisión de su memoria. Su casa de Emio Ortuño.
Me alegra poder digitalizar las cintas, así no se perderá o tendrá menos posibilidades de perderse. Luego pasaré las grabaciones a un disco duro externo. Realmente, ahora, es estar con ella. "Porque las pobrecitas -las criadas- iban con las zapatillas y las rebequitas".
Su vida. La llamaban en un bar donde trabajó La Limpota, de lo limpio que lo dejaba todo.
No siento tristeza. No siento su muerte. No siento su ausencia. Porque siempre está. Julia no se ha ido. La muerte no pudo con ella. Me habla ahora de Justino, el dueño de una freiduría, que la acosaba y se quería acostar con ella. "De lo más formal que se ha visto en en este mundo", dice y sonríe al hablar de otro hombre llamado Domingo. Escucho su sonrisa en la grabación. El tal Justino, casado, le propone que se convierta en su querida. Por supuesto Julia lo rechaza, por respeto a la esposa y a ella misma. La dignidad. Julia fue un ser humano de una dignidad luminosa (limpia).
El primer huesped que tuvieron en los años cincuenta se llamaba Atilano, un hombre mayor.
Por fin ha recordado el nombre del comisario, se llama Aguirre.
Julia. Su vida. Preciosa.
Entonces, años 50, ganaba 30 duros a la semana, 150 pesetas, menos de 1 euro.
Escucho su voz. Ahora dice: "Y viendo a la gente pasar". Ahora caminamos por su casa y me ofrece unas aceitunas. Ella está haciendo memoria del comisario (de un comisario al que tuvo que acudir en los años cincuenta). Nos sentamos. Seguimos conversando.
Escucho su voz y veo su cara, esa voz de mujer mayor, ya anciana. Me está contando su vida. Ahora estoy digitalizando su voz. Dentro de poco colgaré fragmentos suyos en este Blog y su voz formará parte del amplio mundo del ciberespacio.
La vida con ella. La vida junto a ella. La precisión de su memoria. Su casa de Emio Ortuño.
Me alegra poder digitalizar las cintas, así no se perderá o tendrá menos posibilidades de perderse. Luego pasaré las grabaciones a un disco duro externo. Realmente, ahora, es estar con ella. "Porque las pobrecitas -las criadas- iban con las zapatillas y las rebequitas".
Su vida. La llamaban en un bar donde trabajó La Limpota, de lo limpio que lo dejaba todo.
No siento tristeza. No siento su muerte. No siento su ausencia. Porque siempre está. Julia no se ha ido. La muerte no pudo con ella. Me habla ahora de Justino, el dueño de una freiduría, que la acosaba y se quería acostar con ella. "De lo más formal que se ha visto en en este mundo", dice y sonríe al hablar de otro hombre llamado Domingo. Escucho su sonrisa en la grabación. El tal Justino, casado, le propone que se convierta en su querida. Por supuesto Julia lo rechaza, por respeto a la esposa y a ella misma. La dignidad. Julia fue un ser humano de una dignidad luminosa (limpia).
El primer huesped que tuvieron en los años cincuenta se llamaba Atilano, un hombre mayor.
Por fin ha recordado el nombre del comisario, se llama Aguirre.
Julia. Su vida. Preciosa.
Entonces, años 50, ganaba 30 duros a la semana, 150 pesetas, menos de 1 euro.
The atrocity exhibition
Lo que escribo es un ensayo (repito que el término ensayo sólo lo utilizo en mis escritos con el sentido de intentar una explicación de algo o una aclaración) sobre el erotismo, la sensación de que el viejo tabú sexual que tantas y tantas teorías evoca, propone y sentencia, tiene para mí a estas alturas de civilización -de la cual ya hemos alcanzado el cenit e iniciamos hace ya bastante tiempo el declive- un algo de inexplicable, anacrónico y moralmente detestable.
Hace unos meses la soledad de mi cuerpo me pesaba (a finales de julio era insoportable). Tras atravesar el desierto uno llega al oasis y lo primero que suele hacer es beber del estanque, luego alimentarse con los dátiles y tras haber saciado las necesidades primeras uno se dedica a descansar, a recomponerse. El desierto vital existe. Incluso me atrevería a afirmar que es necesario, para que una vida sea plena, atravesarlo. El ser humano ha de sentirse en algún momento, durante un largo tiempo, solo, sin recursos, a merced de su propia naturaleza tan sólo para conocerse y para saber hasta dónde llegan sus fuerzas y cuáles son los límites de su esperanza, su creencia o su realidad. Tras el desierto, viene la convalecencia y tras ella la recuperación y tras la recuperación suele llegar el deseo de volver a vivir con plenitud. Sólo que el desierto no termina en el oasis. Tras el desierto muchas cosas quedaron atrás y muchas personas se perdieron y, entre ellas, muchas mujeres. Estar en el desierto y sobrevivir significa también renovarse, renacer. Añadamos a este desierto metafísico la física de que me vine, en septiembre de 2010, a vivir a un pueblo de la sierra donde no conozco a nadie y que antes de separarme de mi penúltima ex-mujer ya me había aislado del mercado sexual, de las ciudades, los bares, los conciertos o los gimnasios donde mujeres y hombres galantean, coquetean, seducen y se enredan. Y así a finales de julio, el deseo de estar con una mujer, de acostarme a su lado, de disfrutar de su cuerpo y de que ella disfrutara del mío, la gana de reír con picardía, de mirar a los ojos con intensas intenciones y de no tener con quién hacerlo, ni dónde buscar, me llevó a apuntarme a una página de contactos para personas solitarias donde ambos sexos delineábamos un perfil absurdo sobre gustos y querencias y los operadores de la página cruzaban los perfiles y te mandaban posibles mujeres, adecuadas a tu gusto, a un correo electrónico establecido.
El erotismo es, en el mejor de los casos, la sabia mezcla entre sensualidad y sexo; tiene un componente de riesgo y aventura, de descubrimiento y sorpresa, de jadeo y entrega; el erotismo tiene una premisa de libertad y una consecuencia de alcance imprevisto; el erotismo, en el mejor de lo casos, es una mezcla bellísima entre animalidad y cultura.
La ultima parte de la serie El Brillante que publiqué hace un par de semanas aquí, tiene como base mis experiencias en dicha página (así se crea la literatura). A lo largo de los meses de agosto, septiembre y este octubre, me he estado carteando con muchas mujeres y con algunas he llegado a quedar. Mis sorpresas han sido varias: la primera es que las mujeres no pagan este servicio y los hombres sí, con lo cual estas páginas -conocedoras de la sociedad en que viven- ofrecen a unas como mercancía y a otros como compradores sin que a ninguno se le avise de su condición. Yo lo supe por una mujer que me lo comentó. La segunda sorpresa es que todas las mujeres con las que he tratado -excepto una- , mujeres que, en su perfil, ponían sus preferencias sexuales, sus detalles físicos, sus intimidades (fueran ciertas o no), a la hora de encontrarse con el hombre, adoptaban la actitud de la mujer que ha de ser conquistada y el hombre -yo- adoptaba la actitud del cazador. Y de repente ambos nos veíamos cumpliendo a rajatabla la resabida moral católica del sexo como culpa y pecado.
Aquí, en esta intimidad que comparto contigo, te digo que siento el sexo como goce, que no atisbo en él mácula o culpa y también te reconozco que si una mujer me hace ver que lo de ir a la cama me va a costar lo que me tiene que costar, en ese momento el sexo se convierte, de golpe, en algo morboso y sucio y pecaminoso porque lo que te incrustan en la mollera de niño, es muy difícil arrancárselo del hígado (la imagen de este sentimiento no la pudo dar mejor Ingmar Bergman en la película Fany y Alexander cuando, tras haber muerto el obispo en un incendio -provocado por Alexander-, se le aparece su espectro al chico, le zancadillea y le dice, Siempre apareceré, No te dejaré).
Por fin, hace unos días, me encontré con una mujer y mantuvimos durante unas horas lo que nos anunciábamos; fue un erotismo torpe (dos cuerpos que no se entregan del todo) y precioso que ha dejado, a lo largo de todo el fin de semana, la dulzura de dos cuerpos que en una noche se tocaron y luego se vistieron y se despidieron y quedaron en volver a encontrarse para repetir lo mismo y si fuera posible, nos dijimos, un poco mejor.
El erotismo sigue siendo censurado en nuestras mentes ultramodernas. Seguimos con los mismos prejuicios y con actitudes serviles para con una moral que no es más que eso: sentencia de una costumbre.
Espero encontrarme con mi amante esta semana y hurgarnos nuestras cosquillas sin más... pero por encima de todo sin menos.
Hace unos meses la soledad de mi cuerpo me pesaba (a finales de julio era insoportable). Tras atravesar el desierto uno llega al oasis y lo primero que suele hacer es beber del estanque, luego alimentarse con los dátiles y tras haber saciado las necesidades primeras uno se dedica a descansar, a recomponerse. El desierto vital existe. Incluso me atrevería a afirmar que es necesario, para que una vida sea plena, atravesarlo. El ser humano ha de sentirse en algún momento, durante un largo tiempo, solo, sin recursos, a merced de su propia naturaleza tan sólo para conocerse y para saber hasta dónde llegan sus fuerzas y cuáles son los límites de su esperanza, su creencia o su realidad. Tras el desierto, viene la convalecencia y tras ella la recuperación y tras la recuperación suele llegar el deseo de volver a vivir con plenitud. Sólo que el desierto no termina en el oasis. Tras el desierto muchas cosas quedaron atrás y muchas personas se perdieron y, entre ellas, muchas mujeres. Estar en el desierto y sobrevivir significa también renovarse, renacer. Añadamos a este desierto metafísico la física de que me vine, en septiembre de 2010, a vivir a un pueblo de la sierra donde no conozco a nadie y que antes de separarme de mi penúltima ex-mujer ya me había aislado del mercado sexual, de las ciudades, los bares, los conciertos o los gimnasios donde mujeres y hombres galantean, coquetean, seducen y se enredan. Y así a finales de julio, el deseo de estar con una mujer, de acostarme a su lado, de disfrutar de su cuerpo y de que ella disfrutara del mío, la gana de reír con picardía, de mirar a los ojos con intensas intenciones y de no tener con quién hacerlo, ni dónde buscar, me llevó a apuntarme a una página de contactos para personas solitarias donde ambos sexos delineábamos un perfil absurdo sobre gustos y querencias y los operadores de la página cruzaban los perfiles y te mandaban posibles mujeres, adecuadas a tu gusto, a un correo electrónico establecido.
El erotismo es, en el mejor de los casos, la sabia mezcla entre sensualidad y sexo; tiene un componente de riesgo y aventura, de descubrimiento y sorpresa, de jadeo y entrega; el erotismo tiene una premisa de libertad y una consecuencia de alcance imprevisto; el erotismo, en el mejor de lo casos, es una mezcla bellísima entre animalidad y cultura.
La ultima parte de la serie El Brillante que publiqué hace un par de semanas aquí, tiene como base mis experiencias en dicha página (así se crea la literatura). A lo largo de los meses de agosto, septiembre y este octubre, me he estado carteando con muchas mujeres y con algunas he llegado a quedar. Mis sorpresas han sido varias: la primera es que las mujeres no pagan este servicio y los hombres sí, con lo cual estas páginas -conocedoras de la sociedad en que viven- ofrecen a unas como mercancía y a otros como compradores sin que a ninguno se le avise de su condición. Yo lo supe por una mujer que me lo comentó. La segunda sorpresa es que todas las mujeres con las que he tratado -excepto una- , mujeres que, en su perfil, ponían sus preferencias sexuales, sus detalles físicos, sus intimidades (fueran ciertas o no), a la hora de encontrarse con el hombre, adoptaban la actitud de la mujer que ha de ser conquistada y el hombre -yo- adoptaba la actitud del cazador. Y de repente ambos nos veíamos cumpliendo a rajatabla la resabida moral católica del sexo como culpa y pecado.
Aquí, en esta intimidad que comparto contigo, te digo que siento el sexo como goce, que no atisbo en él mácula o culpa y también te reconozco que si una mujer me hace ver que lo de ir a la cama me va a costar lo que me tiene que costar, en ese momento el sexo se convierte, de golpe, en algo morboso y sucio y pecaminoso porque lo que te incrustan en la mollera de niño, es muy difícil arrancárselo del hígado (la imagen de este sentimiento no la pudo dar mejor Ingmar Bergman en la película Fany y Alexander cuando, tras haber muerto el obispo en un incendio -provocado por Alexander-, se le aparece su espectro al chico, le zancadillea y le dice, Siempre apareceré, No te dejaré).
Por fin, hace unos días, me encontré con una mujer y mantuvimos durante unas horas lo que nos anunciábamos; fue un erotismo torpe (dos cuerpos que no se entregan del todo) y precioso que ha dejado, a lo largo de todo el fin de semana, la dulzura de dos cuerpos que en una noche se tocaron y luego se vistieron y se despidieron y quedaron en volver a encontrarse para repetir lo mismo y si fuera posible, nos dijimos, un poco mejor.
El erotismo sigue siendo censurado en nuestras mentes ultramodernas. Seguimos con los mismos prejuicios y con actitudes serviles para con una moral que no es más que eso: sentencia de una costumbre.
Espero encontrarme con mi amante esta semana y hurgarnos nuestras cosquillas sin más... pero por encima de todo sin menos.
Proclama de Isaac Alexander
The atrocity exhibition
¡Perros viejos! ¡Hideputas! Seguís siendo los mismos incultos vergonzantes. ¡Cuándo admitiréis que Fernando el Católico era descendiente de judíos! Queréis como los antiguos cristianos viejos negar la educación. Porque en aquellos tiempos (y en estos tiempos) todo lo que estuviera relacionado con el saber (ya fuera saber manual, ya fuera saber intelectual) pertenecía a los moros o a los judíos, dignos hijos de este suelo que se llama España, cuyo gentilicio, españoles, no fue concebido hasta bien pasado el siglo XII y además fue concebido por hombres de las tierras de Provenza. ¿Cuándo un pueblo recibió su nombre de extranjeros? ¿Dónde se ha visto sino en una tierra que no tuvo dueñas hasta que una casta aplastó a las otras y erigió a un símbolo Cristo -por lo demás inventado por alguien que ni siquiera lo conoció, el rencoroso Pablo de Tarso- como martillo pilón de los herejes?
¡Vencisteis, casta cristiana! Y aplastasteis a las otras dos y desde entonces España se vio sumida en una ignorancia, en un cerrilismo, en una sumisión a los valores de los vencedores que nos ha traído hasta aquí.
Y ahora queréis hacer -gentes de la derecha, herederos de los cristianos viejos- que nuestros hijos se vuelvan de nuevo ignorantes; queréis quitarle la educación a los más humildes y guardárosla para vosotros (porque habéis descubierto, cabrones, que la educación es útil y sobre todo porque os habéis quedado sin tierra; porque la tierra no compra un Ipod. Ya no podéis ser sólo labriegos. Y aunque os joda, malditos incultos de salón, habéis tenido que aprender oficios y números para intentar mantener vuestras prebendas de casta).
La ignorancia es arma poderosa de las élites. Porque Esperanza Aguirre puede ser vulgar e implacable mientras encarga a su consejera de educación que lance los balones fuera y juegue con las palabras como si la vida de los hombres fuera una cuestión de sofística. Y no ocurre sólo en la Comunidad de Madrid. Ved si no la proclama de la diputada de Les Corts Valenciana Ana Noguera sobre el estado de la educación pública en dicha ¿comunidad o país? Y sí, sí, es del PSOE y parece ser que es de las auténticas.
Pasóseme el calentón.
O quizá me guarde fuerzas porque la que nos viene encima con tanto hideputa cristiano viejo de derechas tras el 20-N, va a ser de órdago.
¡Vencisteis, casta cristiana! Y aplastasteis a las otras dos y desde entonces España se vio sumida en una ignorancia, en un cerrilismo, en una sumisión a los valores de los vencedores que nos ha traído hasta aquí.
Y ahora queréis hacer -gentes de la derecha, herederos de los cristianos viejos- que nuestros hijos se vuelvan de nuevo ignorantes; queréis quitarle la educación a los más humildes y guardárosla para vosotros (porque habéis descubierto, cabrones, que la educación es útil y sobre todo porque os habéis quedado sin tierra; porque la tierra no compra un Ipod. Ya no podéis ser sólo labriegos. Y aunque os joda, malditos incultos de salón, habéis tenido que aprender oficios y números para intentar mantener vuestras prebendas de casta).
La ignorancia es arma poderosa de las élites. Porque Esperanza Aguirre puede ser vulgar e implacable mientras encarga a su consejera de educación que lance los balones fuera y juegue con las palabras como si la vida de los hombres fuera una cuestión de sofística. Y no ocurre sólo en la Comunidad de Madrid. Ved si no la proclama de la diputada de Les Corts Valenciana Ana Noguera sobre el estado de la educación pública en dicha ¿comunidad o país? Y sí, sí, es del PSOE y parece ser que es de las auténticas.
Pasóseme el calentón.
O quizá me guarde fuerzas porque la que nos viene encima con tanto hideputa cristiano viejo de derechas tras el 20-N, va a ser de órdago.
Ensayo
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/10/2011 a las 17:28 | {1}
Ivan Zulueta a la izquierda y Will More durante el rodaje de Arrebato
Esta noche ponen en la 2 de Televisión Española Arrebato de Iván Zulueta, una de las películas emblemáticas de los años 80 en Madrid. La veré sobre todo porque Will More -el actor que interpreta el papel de Pedro- es mi primo Joaquín y Carmen, su hermana, la mujer a la que, según dicen, Antonio Vega dedicó La Chica de Ayer, es mi prima.
Yo recuerdo a Joaquín y Carmen en los años sesenta cuando pasaron alguna vez por casa de mis padres. Yo debía tener unos ocho años y ellos rondaban los veinte. Lo que más me llamaba la atención es que ambos iban vestidos con la moda hippie (tengo la imagen de Joaquín con un amplio sombrero y un abrigo tres cuartos de mujer. Ellos vivían entonces, si no me equivoco, en Londres)) -algo totalmente desconocido en el Barrio de Salamanca de Madrid en aquella década-. Ambos eran hijos de mi tía Carmen, hermana de mi padre.
Es una pena -o no- que en mi casa se hablara nada de ellos y así supe por casualidad, mucho después de ver por primera vez la película, que aquel actor (que tanto se parecía a mi padre) era el Joaquinito que nos visitaba de vez en cuando y del que si no recuerdo mal nuestra madre (o padre) nos advertía: Y no les hagáis (a él y a Carmen) mucho caso que están un poco locos. Y digo una pena porque yo que también me he dedicado al cine -desde el guión- quizás hubiera podido conocerle a él, hablar sobre nuestro mundo, e incluso de su mano llegar a conocer a Iván Zulueta o a Eusebio Poncela o Cecilia Roth.
Así son los secretos de familia: a veces se descubren demasiado tarde y yo lo descubrí cuando Will More había desaparecido del mundo y se había convertido, entre los de su medio, en una leyenda viva que vivía allende los mares.
Buceando un poco he encontrado este artículo escrito por Céfiro y algunas fotos:
...El cineasta vasco [Iván Zulueta] nos ha dejado también este año pasado (murió en 2009). Como tantos otros. Como Antonio Vega. Su película más famosa, Arrebato, estaba interpretada por un actor muy joven, Will More (Pedro en la película) y por Eusebio Poncela. Arrebato es la película del caballo de los ochenta por antonomasia. Zulueta era heroinómano y lo fue hasta su muerte. Como Will More, como Eusebio Poncela y como Antonio Vega. ¿Y qué tiene que ver Antonio Vega con todo esto aparte del común vicio de la heroína? Will More era un esquelético hombre de piel transparente, rostro anguloso y cara de ángel caido. Como Antonio Vega, aunque la historia que vengo a contar tiene más que ver con la hermana de Will More que con el propio Will. Que por cierto no se llama Will More sino Joaquín Alonso Colmenares-Navascúes García Loygorri de los Ríos. Ahí es nada. Su hermana se llamaba Carmen (María del Carmen) y era una de las chicas más guapas que frecuentaba la movida madrileña. Según Alaska, Carmen era como su hermano, blanca, alta y con unos tacones de impresión. Eso lo contaba Rafa Cervera en “Alaska y otras historias de la movida”. Alaska estaba enamorada de Carmen pero Carmen se lió con Antonio Vega (fue un rollo juvenil, un par de meses a lo sumo) y según cuentan fue ella la que inició a Antonio en el peligroso juego de la heroína. Luis Antonio de Villena cuenta algo de todo esto en su fabuloso “Madrid ha muerto”. Para el que quiera una crónica de lo que fue aquello, se lo recomiendo. Se cuenta también que la famosa canción de Antonio, “Chica de ayer” fue inspirada por la hermana de More. Que Carmen fue en realidad la chica de ayer de Antonio. Casi ná. Los More (Will y Carmen) provenían de una familia de alta alcurnia de San Sebastián (de ahí los apellidos). Su familia (sobre todo la de su madre Mari Carmen, muerta a los cuarenta y cuatro años, los García Loygorri de los Ríos) era una de las más adineradas de Donosti pero a los hijos Will y Carmen les tocó vivir los ochenta. Will era por aquel entonces un joven muy atractivo que hizo amistad con Iván Zulueta convirtiéndose en su actor fetiche. Protagonizó varios cortos con él antes de “Arrebato” y también uno con Julio Medem y otro con Almodóvar. A partir de ahí poco, muy poco de Will. La heroína fue devastando al símbolo sexual dejándolo en cenizas e impidiéndole trabajar. Su último trabajo fue en el noventa a las órdenes de Miguel Ángel Toledo. De su paradero poco se sabe. Desapareció sin dejar rastro. Unos dicen que se fue a vivir a Sudamérica y que allí sigue. Otros dicen que lo han visto por Madrid (2008). Y otros que murió. Poco se sabe. Y de su hermana aún menos. Fue un ángel que pasó por Madrid a principios de los ochenta, que enamoró a hombres y mujeres, que fue musa de la canción más importante de la época y que después desapareció. Se la tragó la tierra. Como a su hermano. Como a tantos otros.
Yo recuerdo a Joaquín y Carmen en los años sesenta cuando pasaron alguna vez por casa de mis padres. Yo debía tener unos ocho años y ellos rondaban los veinte. Lo que más me llamaba la atención es que ambos iban vestidos con la moda hippie (tengo la imagen de Joaquín con un amplio sombrero y un abrigo tres cuartos de mujer. Ellos vivían entonces, si no me equivoco, en Londres)) -algo totalmente desconocido en el Barrio de Salamanca de Madrid en aquella década-. Ambos eran hijos de mi tía Carmen, hermana de mi padre.
Es una pena -o no- que en mi casa se hablara nada de ellos y así supe por casualidad, mucho después de ver por primera vez la película, que aquel actor (que tanto se parecía a mi padre) era el Joaquinito que nos visitaba de vez en cuando y del que si no recuerdo mal nuestra madre (o padre) nos advertía: Y no les hagáis (a él y a Carmen) mucho caso que están un poco locos. Y digo una pena porque yo que también me he dedicado al cine -desde el guión- quizás hubiera podido conocerle a él, hablar sobre nuestro mundo, e incluso de su mano llegar a conocer a Iván Zulueta o a Eusebio Poncela o Cecilia Roth.
Así son los secretos de familia: a veces se descubren demasiado tarde y yo lo descubrí cuando Will More había desaparecido del mundo y se había convertido, entre los de su medio, en una leyenda viva que vivía allende los mares.
Buceando un poco he encontrado este artículo escrito por Céfiro y algunas fotos:
...El cineasta vasco [Iván Zulueta] nos ha dejado también este año pasado (murió en 2009). Como tantos otros. Como Antonio Vega. Su película más famosa, Arrebato, estaba interpretada por un actor muy joven, Will More (Pedro en la película) y por Eusebio Poncela. Arrebato es la película del caballo de los ochenta por antonomasia. Zulueta era heroinómano y lo fue hasta su muerte. Como Will More, como Eusebio Poncela y como Antonio Vega. ¿Y qué tiene que ver Antonio Vega con todo esto aparte del común vicio de la heroína? Will More era un esquelético hombre de piel transparente, rostro anguloso y cara de ángel caido. Como Antonio Vega, aunque la historia que vengo a contar tiene más que ver con la hermana de Will More que con el propio Will. Que por cierto no se llama Will More sino Joaquín Alonso Colmenares-Navascúes García Loygorri de los Ríos. Ahí es nada. Su hermana se llamaba Carmen (María del Carmen) y era una de las chicas más guapas que frecuentaba la movida madrileña. Según Alaska, Carmen era como su hermano, blanca, alta y con unos tacones de impresión. Eso lo contaba Rafa Cervera en “Alaska y otras historias de la movida”. Alaska estaba enamorada de Carmen pero Carmen se lió con Antonio Vega (fue un rollo juvenil, un par de meses a lo sumo) y según cuentan fue ella la que inició a Antonio en el peligroso juego de la heroína. Luis Antonio de Villena cuenta algo de todo esto en su fabuloso “Madrid ha muerto”. Para el que quiera una crónica de lo que fue aquello, se lo recomiendo. Se cuenta también que la famosa canción de Antonio, “Chica de ayer” fue inspirada por la hermana de More. Que Carmen fue en realidad la chica de ayer de Antonio. Casi ná. Los More (Will y Carmen) provenían de una familia de alta alcurnia de San Sebastián (de ahí los apellidos). Su familia (sobre todo la de su madre Mari Carmen, muerta a los cuarenta y cuatro años, los García Loygorri de los Ríos) era una de las más adineradas de Donosti pero a los hijos Will y Carmen les tocó vivir los ochenta. Will era por aquel entonces un joven muy atractivo que hizo amistad con Iván Zulueta convirtiéndose en su actor fetiche. Protagonizó varios cortos con él antes de “Arrebato” y también uno con Julio Medem y otro con Almodóvar. A partir de ahí poco, muy poco de Will. La heroína fue devastando al símbolo sexual dejándolo en cenizas e impidiéndole trabajar. Su último trabajo fue en el noventa a las órdenes de Miguel Ángel Toledo. De su paradero poco se sabe. Desapareció sin dejar rastro. Unos dicen que se fue a vivir a Sudamérica y que allí sigue. Otros dicen que lo han visto por Madrid (2008). Y otros que murió. Poco se sabe. Y de su hermana aún menos. Fue un ángel que pasó por Madrid a principios de los ochenta, que enamoró a hombres y mujeres, que fue musa de la canción más importante de la época y que después desapareció. Se la tragó la tierra. Como a su hermano. Como a tantos otros.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/10/2011 a las 19:04 | {0}