Querida Julia:
Hoy cumplirías (¿cumples?) 97 años. Desde hace un tiempo cuando te siento (te pienso) no me vienen las lágrimas, ni una emoción sensiblera me atenaza. Te fuiste bien. Moriste muerta. Y dejaste en mí la sensación de un trabajo bien hecho. Hace unos días digitalicé (palabra que tú airearías con tus manos como haciéndola huir de tu cabeza) tu voz. ¿Recuerdas? Fueron seis horas de entrevista en las que tú desgranabas tu vida mientras hacías la comida en casa de mis padres o me preparabas una cerveza con un aperitivo de aceitunas y jamón en tu casa de Emilio Ortuño.
Mi anciana. Mi sabia. Dice Marina (una mujer a la que me hubiera gustado mucho que conocieras) que el maestro llega cuando el discípulo está preparado para aprender. Yo estaba preparado nada más nacer y así tú, mi maestra, me enseñaste desde la absoluta oscuridad la luz de tus enseñanzas. Luego las olvidé, las olvidé durante muchos, muchos años y tú sufriste ese olvido (que no ignorancia) y seguiste cauta, a la sombra, a la espera que surgiera de nuevo en mí tus largas tardes de plancha, tus caricias en la noche, tu beso en la frente, tu regañina que más te dolía a ti que al que regañabas, tu ayuda material y espiritual (tú que fuiste una atea), tu esperanza siempre en que un día volvería a la senda de la bonhomía.
Julia yo en tus brazos. Julia en el taxi que nos llevaba a Lourdes y a mí al gimnasio. Julia y tu llanto en la sala de espera escuchando los nuestros cuando Paquita la enfermera mala nos estiraba las piernas, nos insultaba, se mofaba y te decía que un día nosotros te abandonaríamos.
Julia y tu pisto manchego. Julia y tus huevos fritos con aquellas inmensas fuentes de patatas fritas. Julia y tus Reyes Magos. Julia acogiéndome una noche de pesadilla en tu cama, en tu abrazo, en tu murmullo tranquilizador. Julia y tus tostadas por la mañana. Julia y mamá. Julia y papá. Julia con Antonio. Julia con Lourdes (sobre todo con ella, ¡claro que sí! bendita seas), Julia con Alfonso. Julia con el tío Carlos. Tus muslos, ¿te acuerdas cómo mi tío Carlos te los alababa? Julia a la salida del colegio. Julia untando los tomates en el pan mientras nosotros aprendíamos a montar en bicicleta en la calle Lista. Julia y tu madre Felisa. Julia y tu hermana Sole. Julia y tu sobrina Marisol que tanto tiene de ti. Julia en la tardes con la señorita Francis aconsejando a las pobres muchachas que no sabían como atemperar sus ardores sexuales en los años 60 del siglo pasado. Julia y mis malas notas. Julia pagando las deudas. Julia medio ciega. Julia aterrada en una residencia donde nadie supo ver su fuerza, su sabiduría, su bondad. Julia y don Quijote.
¡Cuánto te echo de menos! ¡Cuánta felicidad te deseo! ¡Cuánto te quiero!
Fernandoski.
Hoy cumplirías (¿cumples?) 97 años. Desde hace un tiempo cuando te siento (te pienso) no me vienen las lágrimas, ni una emoción sensiblera me atenaza. Te fuiste bien. Moriste muerta. Y dejaste en mí la sensación de un trabajo bien hecho. Hace unos días digitalicé (palabra que tú airearías con tus manos como haciéndola huir de tu cabeza) tu voz. ¿Recuerdas? Fueron seis horas de entrevista en las que tú desgranabas tu vida mientras hacías la comida en casa de mis padres o me preparabas una cerveza con un aperitivo de aceitunas y jamón en tu casa de Emilio Ortuño.
Mi anciana. Mi sabia. Dice Marina (una mujer a la que me hubiera gustado mucho que conocieras) que el maestro llega cuando el discípulo está preparado para aprender. Yo estaba preparado nada más nacer y así tú, mi maestra, me enseñaste desde la absoluta oscuridad la luz de tus enseñanzas. Luego las olvidé, las olvidé durante muchos, muchos años y tú sufriste ese olvido (que no ignorancia) y seguiste cauta, a la sombra, a la espera que surgiera de nuevo en mí tus largas tardes de plancha, tus caricias en la noche, tu beso en la frente, tu regañina que más te dolía a ti que al que regañabas, tu ayuda material y espiritual (tú que fuiste una atea), tu esperanza siempre en que un día volvería a la senda de la bonhomía.
Julia yo en tus brazos. Julia en el taxi que nos llevaba a Lourdes y a mí al gimnasio. Julia y tu llanto en la sala de espera escuchando los nuestros cuando Paquita la enfermera mala nos estiraba las piernas, nos insultaba, se mofaba y te decía que un día nosotros te abandonaríamos.
Julia y tu pisto manchego. Julia y tus huevos fritos con aquellas inmensas fuentes de patatas fritas. Julia y tus Reyes Magos. Julia acogiéndome una noche de pesadilla en tu cama, en tu abrazo, en tu murmullo tranquilizador. Julia y tus tostadas por la mañana. Julia y mamá. Julia y papá. Julia con Antonio. Julia con Lourdes (sobre todo con ella, ¡claro que sí! bendita seas), Julia con Alfonso. Julia con el tío Carlos. Tus muslos, ¿te acuerdas cómo mi tío Carlos te los alababa? Julia a la salida del colegio. Julia untando los tomates en el pan mientras nosotros aprendíamos a montar en bicicleta en la calle Lista. Julia y tu madre Felisa. Julia y tu hermana Sole. Julia y tu sobrina Marisol que tanto tiene de ti. Julia en la tardes con la señorita Francis aconsejando a las pobres muchachas que no sabían como atemperar sus ardores sexuales en los años 60 del siglo pasado. Julia y mis malas notas. Julia pagando las deudas. Julia medio ciega. Julia aterrada en una residencia donde nadie supo ver su fuerza, su sabiduría, su bondad. Julia y don Quijote.
¡Cuánto te echo de menos! ¡Cuánta felicidad te deseo! ¡Cuánto te quiero!
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2011 a las 13:02 | {1}