Un soneto enumerativo de Lope de Vega, autor al que nunca tuve en estima por su enemistad con Cervantes, pero del cual no puedo sino degustar su talento.
Ir y quedarse, y con quedar partirse;
partir sin alma, y ir con alma ajena;
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;
arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;
hablar entre las mudas soledades;
pedir prestada, sobre fe, paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;
creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma y en la vida infierno.
Palabras que comienzan por F elegidas al albur por el maestro de las incongruencias Isaac Alexander y extraídas del muy venerable Diccionario de Autoridades.
Flagicio: s.m. Pecado grave, maldad enorme, vicio torpe, digno de mucho castigo. Es voz de poco uso y tomada del latino Flagitium, que significa lo mismo. Comen. sob. las 300. Copl. 217. Reformó el número de los senadores, è quitó algunos... entre los quales fué el principal Lucio Quintio Flaminio... por una gran maldad e flaginio que cometió.
Flagrar: v. n. Resplandecer como fuego ù llama. Es voz Poética, y tomada del Latino Flagrare, que significa lo mismo. Villam.Fab. de Phaeton. Oct. 10. Si resplandeces flor, flagras estrella,/ si lumbre enciendes, vivificas rayo.
Flámulas: s. f. Bandéras pequeñas, que por estar cortadas en los remates en forma de llamas torcidas, las dieron este nombre. Estas y los gallardetes sólo se ponen en las embarcaciones para adorno u para demostración de algún regocijo. Tosc. tom. 8. pl. 247. Lat. Vexilla. Cerv. Persil. lib. 1. cap. 2. Adornaron las naves con flámulas y gallardetes. Lop. Circ. f. 6. Que con velas y flámulas tendidas,/ despreciaban el golfo Neréo.
Falcidia. Entre las Amas de los esstudiantes se entiende por lo que desfalcan y hurtan de las porciones. Trahelo Covarrubias en su Thesoro; y aunque dice que en este sentido no trahe esta voz su etimología de Falcidio, sino de Falx, cis; parece más natural que los que la empezaron a usar fuesse por aver oído frequentemente a los estudiantes nombrar la ley Falcidia para expressar lo que se cercena de los legados.
Fótula. s. f. Especie de cucaracha de colór leonado, que se cría en las Indias, y es del tamaño de las que se crían en estos Reinos de color negro. Lat. Multipeda Indica. Ovied. Hist. Ind. lib. 15. cap.5. en el argumento. De las cucarachas, que en el Andalucía llaman Fótulas. Las fótulas son unas cucarachas leonadas, e assí del tamaño de las que hai prietas en el Reino de Toledo.
Foya s. f. La hornada de carbón. Es voz usada en Asturias. Lat. Carbonum fornacula.
Flagrar: v. n. Resplandecer como fuego ù llama. Es voz Poética, y tomada del Latino Flagrare, que significa lo mismo. Villam.Fab. de Phaeton. Oct. 10. Si resplandeces flor, flagras estrella,/ si lumbre enciendes, vivificas rayo.
Flámulas: s. f. Bandéras pequeñas, que por estar cortadas en los remates en forma de llamas torcidas, las dieron este nombre. Estas y los gallardetes sólo se ponen en las embarcaciones para adorno u para demostración de algún regocijo. Tosc. tom. 8. pl. 247. Lat. Vexilla. Cerv. Persil. lib. 1. cap. 2. Adornaron las naves con flámulas y gallardetes. Lop. Circ. f. 6. Que con velas y flámulas tendidas,/ despreciaban el golfo Neréo.
Falcidia. Entre las Amas de los esstudiantes se entiende por lo que desfalcan y hurtan de las porciones. Trahelo Covarrubias en su Thesoro; y aunque dice que en este sentido no trahe esta voz su etimología de Falcidio, sino de Falx, cis; parece más natural que los que la empezaron a usar fuesse por aver oído frequentemente a los estudiantes nombrar la ley Falcidia para expressar lo que se cercena de los legados.
Fótula. s. f. Especie de cucaracha de colór leonado, que se cría en las Indias, y es del tamaño de las que se crían en estos Reinos de color negro. Lat. Multipeda Indica. Ovied. Hist. Ind. lib. 15. cap.5. en el argumento. De las cucarachas, que en el Andalucía llaman Fótulas. Las fótulas son unas cucarachas leonadas, e assí del tamaño de las que hai prietas en el Reino de Toledo.
Foya s. f. La hornada de carbón. Es voz usada en Asturias. Lat. Carbonum fornacula.
Miscelánea
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/03/2012 a las 18:32 | {0}
Son dos estrellas en linea
la suave tumefacción de la escara
También mirar
También escuchar
Y querer gritar
Callar. Respirar
Fuera la luz se está haciendo oscura y se escuchan los pasos de una aficionada al footing
Un coche parece pasar
Unas luces parecen pasar
mientras dentro se resuelven acontecimientos que van y vienen extrañamente unidos como construcciones de arañas en un bonsai
Abrir los ojos
querer sentir la [ ]
la [ ]
la criba
la savia
la seda
la boca
la noche
la barca
El grito también pasea
y la niña que se estira y revolotea sobre ella la vida infinita, las infinitas rutinas, las odas, las velas, las manos, las muelas, las norias, la mies
Volver
una y otra vez
a la línea de las dos estrellas
ante un cielo negro que ante todo es así
No llegar
es llegar
No saber
es saber
Pequeño todo, vela todo, pábilo todo, derretirse es todo
y quedarse dormido mientras se aparca el coche en un garaje difícil
y en varias ventanas se grita una misma palabra
y en barrios del mundo se respira el miedo
y el miedo es la trampa de los que no quieren saber no saber, llegar sin llegar
El grito. El grito
Al fondo se escucha: mi vida es un caos
el pie al dar el paso cojea
la espalda
la llanura
la cima
la esponja
la enramada
la vid
la siega
la nada
La línea de las dos estrellas ante el cielo oscuro no existe
ni el cielo oscuro
ni las dos estrellas
la suave tumefacción de la escara
También mirar
También escuchar
Y querer gritar
Callar. Respirar
Fuera la luz se está haciendo oscura y se escuchan los pasos de una aficionada al footing
Un coche parece pasar
Unas luces parecen pasar
mientras dentro se resuelven acontecimientos que van y vienen extrañamente unidos como construcciones de arañas en un bonsai
Abrir los ojos
querer sentir la [ ]
la [ ]
la criba
la savia
la seda
la boca
la noche
la barca
El grito también pasea
y la niña que se estira y revolotea sobre ella la vida infinita, las infinitas rutinas, las odas, las velas, las manos, las muelas, las norias, la mies
Volver
una y otra vez
a la línea de las dos estrellas
ante un cielo negro que ante todo es así
No llegar
es llegar
No saber
es saber
Pequeño todo, vela todo, pábilo todo, derretirse es todo
y quedarse dormido mientras se aparca el coche en un garaje difícil
y en varias ventanas se grita una misma palabra
y en barrios del mundo se respira el miedo
y el miedo es la trampa de los que no quieren saber no saber, llegar sin llegar
El grito. El grito
Al fondo se escucha: mi vida es un caos
el pie al dar el paso cojea
la espalda
la llanura
la cima
la esponja
la enramada
la vid
la siega
la nada
La línea de las dos estrellas ante el cielo oscuro no existe
ni el cielo oscuro
ni las dos estrellas
Cartel de My week with Marilyn
Al salir sentía esa inquietud que surge cuando somos conscientes de que una pieza cerámica está a punto de quebrarse.
Hacía calor. Un calor impropio. La maldición de las épocas sin agua.
Salía del trabajo con la sensación de haberlo hecho mal. No servía la frase: la perfección sólo sirve para perseguirla. No fluía la idea de que nada es digno de ser juzgado.
En el coche hacía calor.
En la Plaza hacía calor.
Ella era el mundo. El mundo giraba alrededor suyo. Ella, al ser el mundo, era melancólica e insegura. Él, al no ser de ese mundo, lo miraba con la audacia propia del esquimal que se adentra en la blancura del hielo para olisquear la sangre caliente de un animal.
La melancolía es tristeza sin razón aparente.
La fragilidad es la facilidad que una cosa tiene de quebrarse y también en lo moral se toma por la propensión que la naturaleza humana tiene a caer en lo malo y también la fragilidad se toma normalmente por pecado sensual.
Transcurrió el tiempo con la cadencia de una melodía en escala menor.
Al salir el aire se había entibiado. No hacía el calor de la tarde.
Caminaron. Hablaron. Él habló de más. Ella calló menos.
Se despidieron.
En el camino de vuelta, le vinieron a la mente palabras como audacia, febrero, angosto, quebrada, empeñar, olvido, timidez, mirada, tacón y jara.
Antes de morir Abel Mendes se dirigió a una iglesia. Estaba al fondo. En una plaza. Nunca había estado en ese pueblo. Era pequeño. Los alrededores eran inmensos secarrales, tierra marrón. Sin la alegría de un verde, siquiera un chopo, un alto y solitario chopo.
Horas antes Abel Mendes había cogido un autobús, el primero que saliera dijo en la ventanilla de la primera empresa de transportes que encontró. Y dijo que el trayecto era hasta el final. Hasta el final del viaje. El autobús apenas si se llenó. No más de siete personas. Entre ellas una niña y un hombre grotesco en todas las proporciones. Cuando el autobús arrancó y salió, Abel Mendes cerró los ojos y se quedó dormido hasta el final del viaje. Descendió y en un barucho de pueblo entró y se pidió una cerveza muy fría, muy fría, por favor, helada si la tiene, recalcó. El tabernero hizo un gesto extraño como si le hubieran hablado en una lengua desconocida y sin responder echó mano en la hielera y le abrió un botellín. No le dejó vaso. Sí le puso unas aceitunas muy verdes de aperitivo. Muchas aceitunas. Demasiadas, pensó Abel Mendes. Demasiadas. La cerveza no estuvo todo lo fría que hubiera deseado. El sitio al que había ido a parar le pareció lo justo. Una bendición. Una bendición de Dios. Una bendición más de Dios. Así iba añadiendo palabras Abel en su cabeza. Sintió ganas de rezar y juntando las manos se recogió y oró en silencio, Dios mío de mi corazón, sustento mío, gracias por haberme traído a este pueblo perdido del mundo cuyo nombre ni siquiera sé; amor mío, alma caritativa, añade algo al favor que ya me has hecho, alienta en mí la intuición y dirígeme hacia el penúltimo lugar; buen Dios, el de mis padres, el que sonríe y ayuda a los niños en sus primeros pasos; y su hijo mi señor Jesucristo, el favorito del Universo, la senda, la huella, Vía Láctea de mis mareas, sostén de mis disturbios, sosiego de mis pesares me acompañe en el camino y no me haga perderme de nuevo y tenga, entonces, que retornar y continuar mi vivir pecaminoso.
Se bebió el botellín casi de un trago y dejó la mayoría de las aceitunas. Salió al sol de la plaza del pueblo y se encaminó hacia la iglesia. Fue allí, en el atrio, donde se pegó el tiro.
Horas antes Abel Mendes había cogido un autobús, el primero que saliera dijo en la ventanilla de la primera empresa de transportes que encontró. Y dijo que el trayecto era hasta el final. Hasta el final del viaje. El autobús apenas si se llenó. No más de siete personas. Entre ellas una niña y un hombre grotesco en todas las proporciones. Cuando el autobús arrancó y salió, Abel Mendes cerró los ojos y se quedó dormido hasta el final del viaje. Descendió y en un barucho de pueblo entró y se pidió una cerveza muy fría, muy fría, por favor, helada si la tiene, recalcó. El tabernero hizo un gesto extraño como si le hubieran hablado en una lengua desconocida y sin responder echó mano en la hielera y le abrió un botellín. No le dejó vaso. Sí le puso unas aceitunas muy verdes de aperitivo. Muchas aceitunas. Demasiadas, pensó Abel Mendes. Demasiadas. La cerveza no estuvo todo lo fría que hubiera deseado. El sitio al que había ido a parar le pareció lo justo. Una bendición. Una bendición de Dios. Una bendición más de Dios. Así iba añadiendo palabras Abel en su cabeza. Sintió ganas de rezar y juntando las manos se recogió y oró en silencio, Dios mío de mi corazón, sustento mío, gracias por haberme traído a este pueblo perdido del mundo cuyo nombre ni siquiera sé; amor mío, alma caritativa, añade algo al favor que ya me has hecho, alienta en mí la intuición y dirígeme hacia el penúltimo lugar; buen Dios, el de mis padres, el que sonríe y ayuda a los niños en sus primeros pasos; y su hijo mi señor Jesucristo, el favorito del Universo, la senda, la huella, Vía Láctea de mis mareas, sostén de mis disturbios, sosiego de mis pesares me acompañe en el camino y no me haga perderme de nuevo y tenga, entonces, que retornar y continuar mi vivir pecaminoso.
Se bebió el botellín casi de un trago y dejó la mayoría de las aceitunas. Salió al sol de la plaza del pueblo y se encaminó hacia la iglesia. Fue allí, en el atrio, donde se pegó el tiro.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/03/2012 a las 19:30 | {0}