A veces me importa. A veces me digo, ¡oh, Olmo! Y me importa. Luego suele ocurrir por el camino que esa ansiedad se diluye en una seta que ayer no vi o el removimiento de la tierra que los jabalíes hacen en esta época del año me sugiere una nueva forma de entender el mundo al que ya no llegaré; luego supongo que la soledad con la que juego a ser fuerte se convierte en mujer y me abraza hasta quedarme dormido, sujeto a sus caricias y con un ligero sonido de sus bronquios porque la soledad fuma.
A veces siento impotencia de mí mismo, siento la gravedad de mis actos y más aún la gravedad de mis no actos y cuando repaso lo escrito y veo tanto posesivo me sonrío y me dejo llevar por una ingenuidad pequeña como si de alguna forma hubiera tenido una regresión y no supiera, como cuando niños, que el que está en el espejo es uno mismo y entonces ocurre que si vuelvo a exclamarme, ¡Oh, Olmo! no me veo nombre propio sino árbol deshojado, con poca historia que contar, ya en los umbrales del invierno y soñando que quizá allá por marzo un renuevo verdee una rama y pueda entonces volver.
A veces siento este derroche de tiempo un derroche. A veces también que soy tan vengativo que he negado al mundo mi presencia y me he regalado a mí y solamente yo sé, solo yo...
No llegaré, ya lo sé y también que echo de menos una tarde, una tarde precisa, una tarde con mesa verde, máquina de escribir, un cigarrillo que le había robado a mi madre y uno de los primeros cafés que me tomaba. A mi alrededor se pobló el mundo de posibilidades y elegí una y entonces supe, como sé hoy treinta y nueve años después, que un solo camino, uno solo, es infinito.
No llegaré y a veces me inquieta.
No llegaré y a veces ese sólo pensamiento me delata.
Olmo también piensa en su contrario. Olmo piensa: Ya has llegado.
A veces siento impotencia de mí mismo, siento la gravedad de mis actos y más aún la gravedad de mis no actos y cuando repaso lo escrito y veo tanto posesivo me sonrío y me dejo llevar por una ingenuidad pequeña como si de alguna forma hubiera tenido una regresión y no supiera, como cuando niños, que el que está en el espejo es uno mismo y entonces ocurre que si vuelvo a exclamarme, ¡Oh, Olmo! no me veo nombre propio sino árbol deshojado, con poca historia que contar, ya en los umbrales del invierno y soñando que quizá allá por marzo un renuevo verdee una rama y pueda entonces volver.
A veces siento este derroche de tiempo un derroche. A veces también que soy tan vengativo que he negado al mundo mi presencia y me he regalado a mí y solamente yo sé, solo yo...
No llegaré, ya lo sé y también que echo de menos una tarde, una tarde precisa, una tarde con mesa verde, máquina de escribir, un cigarrillo que le había robado a mi madre y uno de los primeros cafés que me tomaba. A mi alrededor se pobló el mundo de posibilidades y elegí una y entonces supe, como sé hoy treinta y nueve años después, que un solo camino, uno solo, es infinito.
No llegaré y a veces me inquieta.
No llegaré y a veces ese sólo pensamiento me delata.
Olmo también piensa en su contrario. Olmo piensa: Ya has llegado.
Si me doy la vuelta no alcanzo a ver el filo que me ha crecido en la espalda y así sin el peso de la vista puedo establecer sus dimensiones. Hay días en que lo considero una nadería y otros en cambio siento que fuera la aleta de un escualo; lo siento sobre todo en las rugosidades del paladar y en una úlcera que crece y decrece -quiero creer- al ritmo de las mareas, por pensar que el filo que nace en mi espalda tiene algo de lunar.
Engañar nació de una onomatopeya latina gannire... luego derivó. Si antes era ladrar, aullar, ahora es escarnecer. No volaré con el filo que me ha surgido en la espalda. Nunca enfrentaré el filo a un espejo, ni le pediré a nadie que me lo mire y lo describa. No quiero descripciones del filo que me nace en la espalda ni tampoco que alguien sugiera que la inmovilidad de mi cuello se debe a una imposibilidad emocional de saber mirar hacia atrás sin rencor. ¡Oh, si el rencor fuera una palabra de historia mal averiguada y de origen incierto!
Vuelo ahora, sometido al filo de mi espalda. Me desnudo ahora y sé que no soy un príncipe. Nunca fui un príncipe. O quizá sí, una mañana. Estaba desnudo en una cala de una isla del Mediterráneo. No creo que nadie lo supiera. Nadie, en todo caso, me lo dijo. Yo sabía, en cambio, que aquella mañana, desnudo en la arena, llevé a mis labios una flauta travesera y al surgir, extrañamente limpia, un la me sentí príncipe. Aún no tenía este filo que ahora asoma en el centro de mi espalda. Ni tenía la sensación de dilapidar algo que es la única manera de tenerlo y que es dejarlo ir. Era un príncipe aquella mañana. Un príncipe sin filo.
No pretendo nada más. No pretendo estudiar el filo de mi espalda. Ni pensar siquiera que este filo que ahora me obliga a separarme del respaldo de la silla tiene que ver con la muerte de aquella persona de la cual nunca fui el favorito y a la que tanto amé. Ella sí fue mi favorita. Por eso me soprendió tanto que en su lecho de muerte, con la cabeza ya ida, me dijera, llena de terror, Eres el diablo. Eres el diablo. Quizá fue entonces cuando empezó a surgir este filo en el centro de mi espalda. Quizá fue entonces cuando me di cuenta de que las cuentas muchas veces no salen. Quizá fue entonces cuando me decidí por fin a aceptar este deriva, este filo en el centro de mi espalda, esta posibilidad, nada desdeñable, de que no sea más que un diablo que fue desenmascarado por un ángel en su lecho de muerte.
Si me llamara Afranio o Schultz o Palacios o Maturana o García o Agreda quizás entonces no tendría este filo, que me abre la carne del centro de mi espalda a las horas más intempestivas, sin dejar rastro alguno, como si antes de rasgarme la carne y la piel desecara de sangre la zona, y la dejara sin sensibilidad, ni dormida siquiera, páramo en invierno en el centro de mi espalda, páramo con niebla con filos como escarcha en el centro de mi espalda, nacido en el disco que separa dos vértebras dorsales, donde el dolor llegaría si se tuviera sensibilidad, aún la más mínima.
Ángel que moriste ante mis ojos, no sabes cuánto siento que me vieras diablo en tus últimas horas. Tan sólo me quedó por preguntarte si me viste diablo antes y si fue así por qué no me lo dijiste, por qué no me avisaste que algún día si no me despeñaba o me cortaba las venas o me hundía un cuchillo en el ombligo o me ahorcaba de un árbol un domingo o decidía descender por un viaducto o me dormía con unos simples barbitúricos, me nacería en el centro de la espalda un filo al que no pienso mirar jamás de frente.
Engañar nació de una onomatopeya latina gannire... luego derivó. Si antes era ladrar, aullar, ahora es escarnecer. No volaré con el filo que me ha surgido en la espalda. Nunca enfrentaré el filo a un espejo, ni le pediré a nadie que me lo mire y lo describa. No quiero descripciones del filo que me nace en la espalda ni tampoco que alguien sugiera que la inmovilidad de mi cuello se debe a una imposibilidad emocional de saber mirar hacia atrás sin rencor. ¡Oh, si el rencor fuera una palabra de historia mal averiguada y de origen incierto!
Vuelo ahora, sometido al filo de mi espalda. Me desnudo ahora y sé que no soy un príncipe. Nunca fui un príncipe. O quizá sí, una mañana. Estaba desnudo en una cala de una isla del Mediterráneo. No creo que nadie lo supiera. Nadie, en todo caso, me lo dijo. Yo sabía, en cambio, que aquella mañana, desnudo en la arena, llevé a mis labios una flauta travesera y al surgir, extrañamente limpia, un la me sentí príncipe. Aún no tenía este filo que ahora asoma en el centro de mi espalda. Ni tenía la sensación de dilapidar algo que es la única manera de tenerlo y que es dejarlo ir. Era un príncipe aquella mañana. Un príncipe sin filo.
No pretendo nada más. No pretendo estudiar el filo de mi espalda. Ni pensar siquiera que este filo que ahora me obliga a separarme del respaldo de la silla tiene que ver con la muerte de aquella persona de la cual nunca fui el favorito y a la que tanto amé. Ella sí fue mi favorita. Por eso me soprendió tanto que en su lecho de muerte, con la cabeza ya ida, me dijera, llena de terror, Eres el diablo. Eres el diablo. Quizá fue entonces cuando empezó a surgir este filo en el centro de mi espalda. Quizá fue entonces cuando me di cuenta de que las cuentas muchas veces no salen. Quizá fue entonces cuando me decidí por fin a aceptar este deriva, este filo en el centro de mi espalda, esta posibilidad, nada desdeñable, de que no sea más que un diablo que fue desenmascarado por un ángel en su lecho de muerte.
Si me llamara Afranio o Schultz o Palacios o Maturana o García o Agreda quizás entonces no tendría este filo, que me abre la carne del centro de mi espalda a las horas más intempestivas, sin dejar rastro alguno, como si antes de rasgarme la carne y la piel desecara de sangre la zona, y la dejara sin sensibilidad, ni dormida siquiera, páramo en invierno en el centro de mi espalda, páramo con niebla con filos como escarcha en el centro de mi espalda, nacido en el disco que separa dos vértebras dorsales, donde el dolor llegaría si se tuviera sensibilidad, aún la más mínima.
Ángel que moriste ante mis ojos, no sabes cuánto siento que me vieras diablo en tus últimas horas. Tan sólo me quedó por preguntarte si me viste diablo antes y si fue así por qué no me lo dijiste, por qué no me avisaste que algún día si no me despeñaba o me cortaba las venas o me hundía un cuchillo en el ombligo o me ahorcaba de un árbol un domingo o decidía descender por un viaducto o me dormía con unos simples barbitúricos, me nacería en el centro de la espalda un filo al que no pienso mirar jamás de frente.
Hará falta algo más que el derrumbe en una mina para acabar conmigo
Y no iré por el camino donde la seta ha reventado dejando que mi melancolía sea el primer alimento de la bellota (que ahora tapo con tierra fresca, que sabe a humedad y a hombría)
No exclamaré en el sueño en soledad que tanto abarca, Tan sólo una letra distingue a la Hembra del Hombre y tan sólo dos a la Siembra del Hambre
Hay en el soliloquio de la tarde un enfado que roza el esperpento y en la alquimia que se genera en el retortero de la luz y los sonidos surge como espacio nuevo la audacia de entenderlo todo, de entender el mundo entero
Hará falta algo más que el silencio de este domingo para hacerme caer en mi propia guillotina y quien desconfíe de mí -piensa Olmo a lomos de su monólogo interior (Olmo y Lomo idénticos en sus elementos esenciales y tan distintos en su conjunto)- habrá de hacerse el hara-kiri ante un espejo con el vientre descubierto y la mirada baja y deberá, por el bien de todos los suicidas, mantener su dolor callado hasta que el último hálito de su puta vida degenere en derrota, en hilo, en nosustancia
No voy a pedir explicaciones, hace tanto que sé que no tengo derecho a ellas
Volveré, lo sé, a encandilarme con un verso y en las páginas de un libro de cuyo autor prefiriría no saber ni el nombre me emocionaré tanto que creeré que la vida verdadera sólo puede existir cuando se crea
No me daré la espalda
Los pasos son los suficientes
Llevaré tanto como mi cuello lo permita la cabeza alta y aunque me duelan los tobillos volveré a subir la cuesta sin ayuda
Aquí estoy
No lo conseguirás sólo que no lo sabes porque aunque yo te dijera que no lo conseguiste jamás, tú pensarías que es revancha o venganza
Aquí estoy. Soy yo, Olmo Z.
Y no iré por el camino donde la seta ha reventado dejando que mi melancolía sea el primer alimento de la bellota (que ahora tapo con tierra fresca, que sabe a humedad y a hombría)
No exclamaré en el sueño en soledad que tanto abarca, Tan sólo una letra distingue a la Hembra del Hombre y tan sólo dos a la Siembra del Hambre
Hay en el soliloquio de la tarde un enfado que roza el esperpento y en la alquimia que se genera en el retortero de la luz y los sonidos surge como espacio nuevo la audacia de entenderlo todo, de entender el mundo entero
Hará falta algo más que el silencio de este domingo para hacerme caer en mi propia guillotina y quien desconfíe de mí -piensa Olmo a lomos de su monólogo interior (Olmo y Lomo idénticos en sus elementos esenciales y tan distintos en su conjunto)- habrá de hacerse el hara-kiri ante un espejo con el vientre descubierto y la mirada baja y deberá, por el bien de todos los suicidas, mantener su dolor callado hasta que el último hálito de su puta vida degenere en derrota, en hilo, en nosustancia
No voy a pedir explicaciones, hace tanto que sé que no tengo derecho a ellas
Volveré, lo sé, a encandilarme con un verso y en las páginas de un libro de cuyo autor prefiriría no saber ni el nombre me emocionaré tanto que creeré que la vida verdadera sólo puede existir cuando se crea
No me daré la espalda
Los pasos son los suficientes
Llevaré tanto como mi cuello lo permita la cabeza alta y aunque me duelan los tobillos volveré a subir la cuesta sin ayuda
Aquí estoy
No lo conseguirás sólo que no lo sabes porque aunque yo te dijera que no lo conseguiste jamás, tú pensarías que es revancha o venganza
Aquí estoy. Soy yo, Olmo Z.
A Caroline
Hablo con madame L. del vacío fértil y luego yo mismo me asombro. Ella sugiere si esa idea me viene de mis meditaciones y a mí me gustaría decirle que sí, que de ahí viene, de esos instantes en los que la mente quedó libre para que hiciera lo que le viniera en gana; me hubiera gustado sentir que era así. No voy a afirmarlo. No puedo afirmarlo. El oximoron me viene de un viejo amigo el cual aludía con frecuencia a él cuando su imaginación y sus ganas se habían detenido y se dedicaba a un dolce far niente. Quizá nada y vacío no sean la misma cosa. Y aunque sea sincero no digo la verdad porque la verdad es tan sólo lo que más nos conviene (o satisface) de un hecho. Por eso tampoco diré que es verdad si esa expresión viene dada por la vacuidad de mi propia vida y por esta soledad tan testaruda que según dicen no hace más que marchitar a quien la vive. Me estaré marchitando entonces. Estaré aceptando la decepción y me estaré acercando a paso quedo a Cioran cuando dice no corremos hacia la muerte, huimos de la catástrofe del nacimiento.
Hablo con madame L. y arguyo y califico la palabra amor y cuando dejamos de hablar y ella se va con unos amigos por las calles de su querida Granada (llena de tormentas y presagios) me desdigo de todos y cada uno de los calificativos y oraciones más o menos acertadas que he pronunciado al calor de una amistad que ciega la razón porque -querida madame L.- no se puede hablar de amor y por eso el tema amoroso ha sido tema principal de la poesía porque el tema de la poesía es lo inefable. Creo que esto que digo me hace ser muy moderno porque según escuché el otro día este no tener asidero ninguno en ningún área de la condición humana es lo más genuinamente postmoderno aunque tengo para mí que si hubiera nacido en la época de Hroswitha de Gandersheim no andarían muy lejos mis sensaciones del mundo de las que ahora tengo.
No sé así si existe el vacío fértil, no me atrevo a negar el amor ni a afirmarlo, ni tampoco sé si la soledad necesariamente marchita. Sólo sé sensaciones físicas y sí me atrevo a afirmar que todo aquello que cause dolor anula el placer y si alguien adujera que el masoquismo o el sadismo generan placer yo argüiría que la emoción que generan esas actitudes no son placer sino sentir, exaltación del sentir si se quiere, éxtasis de sentirse vivo pero no más.
Quizá sea esta soledad terca la que me hace dudar en cada conversación que mantengo -escasas conversaciones, alguna alguna mañana, alguna al caer alguna tarde, alguna sorprendente por la hora y por la excepcionalidad- de lo justo de mis respuestas y de si realmente escuché lo que mi interlocutor decía o ya mi cerebro, acostumbrado a soliloquios, respondía más sobre la interpretación que sobre el original.
Al final, madame L., me parece que la animo desde mi propia decepción. Por eso yo le rogaría que no me hiciera ni puñetero caso porque soy un asno que rebuzna palabras ante la zanahoria que un palo me hace inalcanzable de que un día acierte a rebuznar algo inocente.
Hablo con madame L. y arguyo y califico la palabra amor y cuando dejamos de hablar y ella se va con unos amigos por las calles de su querida Granada (llena de tormentas y presagios) me desdigo de todos y cada uno de los calificativos y oraciones más o menos acertadas que he pronunciado al calor de una amistad que ciega la razón porque -querida madame L.- no se puede hablar de amor y por eso el tema amoroso ha sido tema principal de la poesía porque el tema de la poesía es lo inefable. Creo que esto que digo me hace ser muy moderno porque según escuché el otro día este no tener asidero ninguno en ningún área de la condición humana es lo más genuinamente postmoderno aunque tengo para mí que si hubiera nacido en la época de Hroswitha de Gandersheim no andarían muy lejos mis sensaciones del mundo de las que ahora tengo.
No sé así si existe el vacío fértil, no me atrevo a negar el amor ni a afirmarlo, ni tampoco sé si la soledad necesariamente marchita. Sólo sé sensaciones físicas y sí me atrevo a afirmar que todo aquello que cause dolor anula el placer y si alguien adujera que el masoquismo o el sadismo generan placer yo argüiría que la emoción que generan esas actitudes no son placer sino sentir, exaltación del sentir si se quiere, éxtasis de sentirse vivo pero no más.
Quizá sea esta soledad terca la que me hace dudar en cada conversación que mantengo -escasas conversaciones, alguna alguna mañana, alguna al caer alguna tarde, alguna sorprendente por la hora y por la excepcionalidad- de lo justo de mis respuestas y de si realmente escuché lo que mi interlocutor decía o ya mi cerebro, acostumbrado a soliloquios, respondía más sobre la interpretación que sobre el original.
Al final, madame L., me parece que la animo desde mi propia decepción. Por eso yo le rogaría que no me hiciera ni puñetero caso porque soy un asno que rebuzna palabras ante la zanahoria que un palo me hace inalcanzable de que un día acierte a rebuznar algo inocente.
Siempre suyo, ya lo sabe. Siempre atento.
Entonces, ese día (ni el latido, ni aunque se lo hubieran puesto en bandeja y hubiera decidido escribir -como lo hizo Matute- cuando se van a servir los emparedados se colocan en una bandeja o plato con servilleta, dejaría que la verdad, la sensación de estar equivocado... como si un almotacén hubiera decidido su valor, Tanto valen sus ojos. Tanto valen sus ideas, Tanto valen sus razones y su impiedad pesa más que el guijarro que se deja pulir en el lecho del arroyo) hubo la solemnidad de la lluvia y todo lo que le rodeaba se quedó quieto como si el giro de la Tierra con la lentitud de la Tortuga Cósmica se hubiera ido frenando a lo largo de miles de años y hubiera llegado por fin el instante de la absoluta inmovilidad.
Ese día fue, desengañado.
Ese día iba a pasar la sangre una vez más aunque en algún meandro de alguna arteria (probablemente una cercana al cuello, una que uniera pulmón y cerebro) sintiera el desencanto tras el olor de la higuera (y podría recordar lo escrito, en esta ocasión por Navarro, Sus ojos no acusaban ni ira ni desencanto). Escarcha era el tacto y una gran humedad, una gran humedad en todo que marcaba el tempo de la vida como tras lo agudo lo marca el bajo en los cuartetos de jazz; escarcha y humedad y lo viscoso que asomaba como la cara en el culo del diablo que tanto atrae la natural fantasía de los hombres; viscosidad en la última flexión de una voz que había escuchado a unos quinientos metros justo donde -tituló una vez Torrente Ballester- da la vuelta el aire para no volver. Y allí, en ese extremo de su ser, se sintió desencarnado y le vino al recuerdo la voz de su padre esgrimiendo como argumento la catadura moral de un sinvergüenza y sonaron en los recuerdos sonoros de su existencia un entrechocar de vasos en la barra de un bar y la risa alegre de un señor que acababa de hacer un chiste afortunado y apreció en su cuello un mordisco de una mujer apasionada que le dejó una marca como si él fuera, por fin, res de su ganadería.
Entonces, ese día aporreó las teclas de un piano y dejó que la risa se fuera al pairo y arguyó excelentes razones para sus lágrimas y se desquitó de tantos años de vergüenza y vomitó unos cuantos alardes y descansó a hora intempestiva sin saber que todo aquello, todo aquel desenfreno tenía su base en un cabás y en un cabello porque ni ese día fue capaz de someterse, rendirse para siempre, acuñar algún principio que fuera deseable y quedar así dormido como hacen los niños cuando aprenden lo que debían del cuento repetido. El exaltamiento tuvo algo de vergonzoso (quizá porque todo exaltamiento lo es e iba a someter a crítica la sociedad en la que vivía cuando un freno le impuso el silencio suave, ése que se lleva a cabo para no arriesgarse) porque consistió en atreverse al entorno y dejar que las garras, los retorcimientos, los insultos, las miradas cruzadas, la bondad a raudales, la saña, la esperanza, la llaga, la llama, la vanidad, la ironía, la gracia, la espuma, el sortilegio, la comida, la esponja, la llave, el cuaderno, la pared, el libro, la letra, la lámpara, la mano, la angina, el compás, la astucia, la medicina, la ortopedia, las capas pluviales, la atmósfera, la siega, el oleaje, el firmamento, el estado de la luna, el giro de la libélula, la mostaza, la batería, la ausencia, el colchón, la idiosincrasia, el fascismo, la alternativa, el tragaluz, la aspirina, el arce, la gana, la rabia, la madre, la muerte, el alma, la ensoñación, la agrimensura, el escolar, la bata, el altillo, la mojama, la almadraba, el aceite, el colon, la menstruación, el toro, el muérdago, la escolástica, el simposio, el ensayo, la filosofía, la máquina, el telar, el vapor, las albondiguillas, enero, la hora y el autobús se hicieran cargo de él para lo que tuvieran a bien disponer.
Entonces, ese día tuvo miedo por si alguna vez...
Entonces, ese día entorpeció los abusos y se volvió austero.
Entonces, ese día, al anochecer, se rindió por penúltima vez y pensó al socaire de su mente cosas deshilvadas como De tono elevado o formal o Mueve los fuelles del órgano o Bordado que llevan en las mangas como distintivo los militares o algunos altos funcionarios o Hacer torpe o Medio ambiente o Deslumbramiento o Acción que implica exceso o Desmadejada o Bastante líquidas o Sobre la cola de la válvula o El padre murió en la cárcel o Cometer un error o Que hace bien o Roma no paga traidores o En buena armonía o A costa de emplear sus privilegios y dineros o Raro o Con elegancia u Honrada o Aunque o Introduce una pregunta acerca de las consecuencias o Tiene buen humor o Algo de juego o Ramírez o Aletargamiento... esas cosas pensaba al socaire de su mente.
Entonces, ese día, comprendió que aleteaba y que al acto de hacer no podía añadirle juicio alguno.
Ese día fue, desengañado.
Ese día iba a pasar la sangre una vez más aunque en algún meandro de alguna arteria (probablemente una cercana al cuello, una que uniera pulmón y cerebro) sintiera el desencanto tras el olor de la higuera (y podría recordar lo escrito, en esta ocasión por Navarro, Sus ojos no acusaban ni ira ni desencanto). Escarcha era el tacto y una gran humedad, una gran humedad en todo que marcaba el tempo de la vida como tras lo agudo lo marca el bajo en los cuartetos de jazz; escarcha y humedad y lo viscoso que asomaba como la cara en el culo del diablo que tanto atrae la natural fantasía de los hombres; viscosidad en la última flexión de una voz que había escuchado a unos quinientos metros justo donde -tituló una vez Torrente Ballester- da la vuelta el aire para no volver. Y allí, en ese extremo de su ser, se sintió desencarnado y le vino al recuerdo la voz de su padre esgrimiendo como argumento la catadura moral de un sinvergüenza y sonaron en los recuerdos sonoros de su existencia un entrechocar de vasos en la barra de un bar y la risa alegre de un señor que acababa de hacer un chiste afortunado y apreció en su cuello un mordisco de una mujer apasionada que le dejó una marca como si él fuera, por fin, res de su ganadería.
Entonces, ese día aporreó las teclas de un piano y dejó que la risa se fuera al pairo y arguyó excelentes razones para sus lágrimas y se desquitó de tantos años de vergüenza y vomitó unos cuantos alardes y descansó a hora intempestiva sin saber que todo aquello, todo aquel desenfreno tenía su base en un cabás y en un cabello porque ni ese día fue capaz de someterse, rendirse para siempre, acuñar algún principio que fuera deseable y quedar así dormido como hacen los niños cuando aprenden lo que debían del cuento repetido. El exaltamiento tuvo algo de vergonzoso (quizá porque todo exaltamiento lo es e iba a someter a crítica la sociedad en la que vivía cuando un freno le impuso el silencio suave, ése que se lleva a cabo para no arriesgarse) porque consistió en atreverse al entorno y dejar que las garras, los retorcimientos, los insultos, las miradas cruzadas, la bondad a raudales, la saña, la esperanza, la llaga, la llama, la vanidad, la ironía, la gracia, la espuma, el sortilegio, la comida, la esponja, la llave, el cuaderno, la pared, el libro, la letra, la lámpara, la mano, la angina, el compás, la astucia, la medicina, la ortopedia, las capas pluviales, la atmósfera, la siega, el oleaje, el firmamento, el estado de la luna, el giro de la libélula, la mostaza, la batería, la ausencia, el colchón, la idiosincrasia, el fascismo, la alternativa, el tragaluz, la aspirina, el arce, la gana, la rabia, la madre, la muerte, el alma, la ensoñación, la agrimensura, el escolar, la bata, el altillo, la mojama, la almadraba, el aceite, el colon, la menstruación, el toro, el muérdago, la escolástica, el simposio, el ensayo, la filosofía, la máquina, el telar, el vapor, las albondiguillas, enero, la hora y el autobús se hicieran cargo de él para lo que tuvieran a bien disponer.
Entonces, ese día tuvo miedo por si alguna vez...
Entonces, ese día entorpeció los abusos y se volvió austero.
Entonces, ese día, al anochecer, se rindió por penúltima vez y pensó al socaire de su mente cosas deshilvadas como De tono elevado o formal o Mueve los fuelles del órgano o Bordado que llevan en las mangas como distintivo los militares o algunos altos funcionarios o Hacer torpe o Medio ambiente o Deslumbramiento o Acción que implica exceso o Desmadejada o Bastante líquidas o Sobre la cola de la válvula o El padre murió en la cárcel o Cometer un error o Que hace bien o Roma no paga traidores o En buena armonía o A costa de emplear sus privilegios y dineros o Raro o Con elegancia u Honrada o Aunque o Introduce una pregunta acerca de las consecuencias o Tiene buen humor o Algo de juego o Ramírez o Aletargamiento... esas cosas pensaba al socaire de su mente.
Entonces, ese día, comprendió que aleteaba y que al acto de hacer no podía añadirle juicio alguno.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/10/2015 a las 21:38 | {0}