Texto de Olmo Z. desde su internamiento en el manicomio de Acra que me llega por medio de un enfermero al que soborno.
Yo sé que están ocurriendo hechos
Me dicen que en una ciudad europea (cuyo nombre yo conocía) los muertos han dado un nuevo aviso
Yo sé que podría discutir sobre la conveniencia de que existan Otros que sean el Enemigo para ocultar al verdadero Enemigo de nuestra desventura
Y sin embargo lo único que atesoro, lo único que discurro, lo único que disfruto es mi nombre en tu voz
Aunque para ser precisos debería colocar el verbo en su tiempo imperfecto: era mi nombre en tu voz
Yo sé que también en Irán (creo recordar que Irán es el nombre de un país) han muerto unos muchachos en un campo de fútbol asesinados por otro que esperaba encontrar en el paraíso a las hetairas que le harían gozar toda la eternidad
También he descubierto que en mi muñeca pervive un tendón que ya no sirve para nada
y el otro día ensoñé una lluvia que aquí nunca llega y ese ensueño y el sonido de esa lluvia tan sólo me recordaban mi nombre en tu voz
Adiós, Olmo o Bésame, Olmo u Olmo a secas y rememoro la picardía de mi nombre en tu voz y recuerdo tu voz que a lo mejor pronuncia el nombre de otro hombre mientras ese hombre te abraza y te muerde los labios (como nunca te abrazará ni te morderá los labios como te abrazaba y te los mordía yo)
Sé que la tragedia aparece en una carretera
Sé que la risa se propaga como el fuego
Sé que tras el alto muro del manicomio donde habito existe una gran extensión de desierto y hay noches en las que el viento tiene la gravedad de tu voz, la sensualidad de tu voz cuando pronunciaba mi nombre, mi nombre, mi nombre en tu voz
Era entonces cuando entendía que hechizaras al líquen
Era entonces cuando entendía que el golpe de la nieve sobre el musgo no era más delicado que tú
Mi nombre en tu voz, Olmo ven o Acuéstate Olmo
Yo sé que has muerto para mí
Yo sé que el hombre al que ahora ames sufrirá tu ira pero dile de mi parte que aguante para llegar a escuchar su nombre en tu voz y así descubrirá que a veces el dolor no es sino la capa del miedo y que merece la pena aguantarlo por el sonido de un nombre en una voz
Tu voz humana
Mi nombre humano, humano en Acra, humano loco
Pronuncia aunque yo ya no puedo oírlo una vez más mi nombre en tu voz justo antes del desayuno cuando eras la más fuerte y yo sonreía con el primer despertar
¿Recuerdas? También entonces los canales del miedo ejercían su función pero nosotros jugábamos a llamarnos y yo te decía, Hola [...] (es que ya no puedo escribir tu nombre. Lo escribí un día y fue tal mi exaltación que me tuvieron inmovilizado durante once días con una camisa de fuerza) y tú respondías Hola, Olmo y era tal la risa que me producía mi nombre en tu voz que ya no estaba enfermo ni me importaba mucho la contaminación de las aguas ni los niños desnutridos ni las arengas de los dictadores ni las malas obras de arte ni siquiera me importaba mucho el arte
En Acra nadie me llama por mi nombre
En Acra no creen que me llame Olmo
En Acra han decidido llamarme Expósito sólo que ellos no saben que yo sé convertir ese nombre que no es el mío en mi verdadero nombre en tu voz y así les pido que me llamen Expósito una y otra vez, una y otra vez y a cada vez es tu voz que pronuncia mi nombre, que me dice Olmo ven.
Me dicen que en una ciudad europea (cuyo nombre yo conocía) los muertos han dado un nuevo aviso
Yo sé que podría discutir sobre la conveniencia de que existan Otros que sean el Enemigo para ocultar al verdadero Enemigo de nuestra desventura
Y sin embargo lo único que atesoro, lo único que discurro, lo único que disfruto es mi nombre en tu voz
Aunque para ser precisos debería colocar el verbo en su tiempo imperfecto: era mi nombre en tu voz
Yo sé que también en Irán (creo recordar que Irán es el nombre de un país) han muerto unos muchachos en un campo de fútbol asesinados por otro que esperaba encontrar en el paraíso a las hetairas que le harían gozar toda la eternidad
También he descubierto que en mi muñeca pervive un tendón que ya no sirve para nada
y el otro día ensoñé una lluvia que aquí nunca llega y ese ensueño y el sonido de esa lluvia tan sólo me recordaban mi nombre en tu voz
Adiós, Olmo o Bésame, Olmo u Olmo a secas y rememoro la picardía de mi nombre en tu voz y recuerdo tu voz que a lo mejor pronuncia el nombre de otro hombre mientras ese hombre te abraza y te muerde los labios (como nunca te abrazará ni te morderá los labios como te abrazaba y te los mordía yo)
Sé que la tragedia aparece en una carretera
Sé que la risa se propaga como el fuego
Sé que tras el alto muro del manicomio donde habito existe una gran extensión de desierto y hay noches en las que el viento tiene la gravedad de tu voz, la sensualidad de tu voz cuando pronunciaba mi nombre, mi nombre, mi nombre en tu voz
Era entonces cuando entendía que hechizaras al líquen
Era entonces cuando entendía que el golpe de la nieve sobre el musgo no era más delicado que tú
Mi nombre en tu voz, Olmo ven o Acuéstate Olmo
Yo sé que has muerto para mí
Yo sé que el hombre al que ahora ames sufrirá tu ira pero dile de mi parte que aguante para llegar a escuchar su nombre en tu voz y así descubrirá que a veces el dolor no es sino la capa del miedo y que merece la pena aguantarlo por el sonido de un nombre en una voz
Tu voz humana
Mi nombre humano, humano en Acra, humano loco
Pronuncia aunque yo ya no puedo oírlo una vez más mi nombre en tu voz justo antes del desayuno cuando eras la más fuerte y yo sonreía con el primer despertar
¿Recuerdas? También entonces los canales del miedo ejercían su función pero nosotros jugábamos a llamarnos y yo te decía, Hola [...] (es que ya no puedo escribir tu nombre. Lo escribí un día y fue tal mi exaltación que me tuvieron inmovilizado durante once días con una camisa de fuerza) y tú respondías Hola, Olmo y era tal la risa que me producía mi nombre en tu voz que ya no estaba enfermo ni me importaba mucho la contaminación de las aguas ni los niños desnutridos ni las arengas de los dictadores ni las malas obras de arte ni siquiera me importaba mucho el arte
En Acra nadie me llama por mi nombre
En Acra no creen que me llame Olmo
En Acra han decidido llamarme Expósito sólo que ellos no saben que yo sé convertir ese nombre que no es el mío en mi verdadero nombre en tu voz y así les pido que me llamen Expósito una y otra vez, una y otra vez y a cada vez es tu voz que pronuncia mi nombre, que me dice Olmo ven.
Al principio sentí una ecuación (Cielo azul + canto de pato x [trino de pájaro/viento en el quejigo] = x). Me olvidé. Era el cielo simplemente azul y el sol de la última tarde. Supe algo que me acercaba a la Ciudad de Dios y la Peste y se me ocurrió -por culpa de Artaud- que Ciudad de Dios + Peste = Teatro. Subí las cuestas. Bajé los despeñaderos. Bebí en el manantial sonoro. Respiré al compás de la necesidad. Reduje el esfuerzo. Sonreí por la época de las ciudades. Deduje un verso: Lo triste tras de ti. En el segundo bosque la vi. Parecía nueva y pensé: Ha sido la lluvia. Porque anoche cayó la lluvia y yo callé. Porque anoche la farola se detuvo un momento en su constante iluminar. Porque anoche recibí al edredón como si fuera el Paraíso. Estaba allí como recién puesta. Creí que nunca la había visto y posiblemente nunca la había visto. Veo tan poco de todo lo que hay. Era hermosa y tenía vetas de cuarzo. Blanca con requiebros amarillos. Tendía a lo esférico como la felicidad. Pasé de largo. Apenas me detengo. Seguí hasta el confín que yo mismo me he marcado y allí la luz anunciaba ya el verano, también el aire, también un olor de vegetación a punto de explotar. Hice algo novedoso: salté un muro y paseé un rato por el otro lado del mundo con el temor al jabalí y a la serpiente. Y entonces sentí una ecuación (Crepúsculo x cerviz = y). La tarde se pobló de gotas. Cerré los ojos y el universo se hizo más grande. Volví. El agua era alegremente azul. Dos muchachas habían dejado sus mountain bikes en el suelo de la rada y se hacían fotografías. Se las veía felices en sus días de vacaciones. La música de la juventud alentaba entonces la montaña nevada y hacía más hermoso un rayo de luz que entre nubes espolvoreaba su claridad en la ladera de un monte. Me detuve. Pensé en la roca y en la limpieza de los charcos que había ido vadeando, unos al ir, otros al volver; en otros me hundí sólo para ver como los reflejos quedaban convertidos en nada bajo mi paso. Conduje con cierto atrevimiento porque hay veces en las que la curva me llama a acelerar y yo sé que no voy a sobrepasar el límite justo y que entonces sentiré la extraña libertad que encierra en ocasiones la velocidad. Y aún ahora no he despejado las incognitas de las ecuaciones que sentí y se me repite el verso como la blancura de la roca, Lo triste tras de ti.
Quizá sea mañana y sin embargo es hoy (he traído a los ángeles conmigo en un libro; podría ser que muchos libros sean en sí mismos ángeles).
Dice Ramón Andrés en su Diccionario de música, mitología, magia y religión muchas cosas de los ángeles, habla páginas y páginas de los ángeles y yo no soy capaz de expurgar el texto y elegir lo que hoy me parezca más hermoso (adjetivo que es homenaje a la primavera).
También cómo se define el ser (Heidegger) podría ser una buena manera de terminar esta noche, de terminar este día que ha sido en todo semejante a un antiguo día de marzo lleno de vientos contrarios, nubes cargadas que en algún momento descargaban; he creído levantarme bien (ángel quiere decir, griegamente, 'mensajero', 'mensajero de dios -pondré a dios siempre con minúscula-' y también 'nuncio' y dice el maestro de lo que suena que el conjunto de los ángeles constituye un todo armónico) pero tras conversar con C. me ha entrado una tristeza inmensa que no tenía nada que ver con C. sino más bien con un estado de ánimo que tiene mucho que ver con la ausencia. Algún día, quizá mañana mismo, rastree etimológicamente ese término 'ausencia' que tanto me ciñe el corazón (no sólo piensa el cerebro, también el corazón piensa y el estómago y el bajo vientre piensan. Me gustaría argüir que también las rodillas piensan; Wittgenstein sabía argüirlo muy enrevesadamente). Decía que esa tristeza no viene de C. pero un poco de C. sí viene, no emana de ella, emana de mí y mi conversación con ella y también emana de una obra de teatro que estoy escribiendo. Yo quiero decir algo que seguramente ya habré dicho: la labor de la escritura es una labor ardua y cuando esa labor tiene un sustrato dramático suele conllevar una vida igualmente dramática mientras se desarrolla el drama escrito. La verdad -que es lo que busca este escritor- duele sobre todo porque la verdad no conoce verdades. (Dice Ramón Andrés que las doctrinas angeleológicas forman parte de diversas concepciones cosmogónicas y religiosas, particularmente instauradas en la antigua cultura persa aunque será en el seno del judaísmo -en el que el ángel es denominado mal'akh, que significa mensajero, por más que originalmente refirió una expresión que podría traducirse como 'el rostro oculto de dios'- y el cristianismo donde alcanzarán un profundo sentido teológico). Después de C. he entrado en un vaivén algo histérico de emociones y he llorado y he gritado un par de veces y me he jugado, obsesivamente, muchos problemas de ajedrez y he acariciado a Nilo con cierta actitud enfermiza y luego he tenido un arranque de sentido común y me he ido a hacer la compra y al volver creía que ya había pasado lo peor y que la ausencia y la obra de teatro y mis propias decisiones vitales no iban a llevarme por el camino de la amargura porque no hay nada por lo que amargarse, me decía, porque todo está bien, me decía, porque no tienes nada que entender, no hay nada que entender, me decía y en esos pensamientos tranquilizadores me he ido quedando dormido en el sofá justo después de comer y he soñado (los iranios conocieron un ángel portador de la virtud llamado Vohu Manah -Espíritu del Bien- que reveló su mensaje a Zoroastro. Seres similares aunque con caracteres propios, se hallan en el universo budista y en el hinduismo, caso de los gandharvas...) algo que me ha devuelto al tormento como ocurre en los antiguos días de marzo que tras la aparente limpieza del cielo se oculta el chaparrón que está a punto de llegar junto con un descenso abrupto de la temperatura. No me daba tiempo a hacerme un café. Había dormido demasiado. Tenía que venirme a trabajar y prepararlo todo: la comida, los trastos de Nilo, mis libros, mis plumas y lápices y libros -hoy me he traído libros muy sesudos que apenas he mirado-, la obra de teatro -cuyo realismo me aterra y lo rompo de las mejores maneras posibles que soy capaz de idear- y los tabacos, mecheros, papelillos y filtros. Y he salido de casa con una tristeza inmensa como si todo el cielo fuera la tristeza mía y los campos fueran mis cuitas y las nubes fueran mis quejas y el horizonte fuera la muerte y la carretera pedazos de asfalto sin continuidad ninguna. He llegado a la Fundación. (la lectura bíblica los muestra -a los ángeles- como un enlace entre el cielo y la tierra unidos por una escala, la de Betel, la que vio Jacob en sueños, y por la cual, formando un orden y equilibrio divinos, ascienden y descienden). En algún lugar de este extenso lugar puse la imagen de la escala de Betel representada en la fachada de una iglesia -creo que centroeuropea- de cuyo nombre no me acuerdo. Ha sido bueno poner en orden mi rutina en la Fundación y también que mientras escribía pudiera ver los Campeonatos de Atletismo de pista cubierta de Portland, Oregon, Estados Unidos. Me gusta el atletismo. Me gusta escribir mientras veo a jóvenes corriendo, saltando y lanzando que es en lo que consiste el atletismo. Esa mezcla de esfuerzo físico ajeno y esfuerzo mental propio -también he seguido haciendo problemas de ajedrez- me ha ido equilibrando, sosegando y así puedo decir que en las últimas seis horas y media tan sólo me he fumado tres cigarrillos y no he llorado ni una sola lágrima y no he pegado ni un solo grito y no he vuelto a sentir que la vida pierde una gran parte de su gracia si no existe alguien a quien hacerle partícipe de ese placer de vivir. Quizá los querubines sean de oro, de oro macizo. Y el ánimo tenga que ver con el inconsciente que al contrario que el consciente -según Jung- abarca miles de años y no está ceñido a las estrecheces del presente como le ocurre -y así ha de ser- al consciente. Y así en estas digresiones me va entrando el sueño. Voy a beber un poco de vino. Comeré una mandarina. Fumaré un cigarrillo. Y dormiré hasta mañana cuando temprano me levante y sepa que es domingo y que la ausencia tiene seguro una historia llena de interés.
Dice Ramón Andrés en su Diccionario de música, mitología, magia y religión muchas cosas de los ángeles, habla páginas y páginas de los ángeles y yo no soy capaz de expurgar el texto y elegir lo que hoy me parezca más hermoso (adjetivo que es homenaje a la primavera).
También cómo se define el ser (Heidegger) podría ser una buena manera de terminar esta noche, de terminar este día que ha sido en todo semejante a un antiguo día de marzo lleno de vientos contrarios, nubes cargadas que en algún momento descargaban; he creído levantarme bien (ángel quiere decir, griegamente, 'mensajero', 'mensajero de dios -pondré a dios siempre con minúscula-' y también 'nuncio' y dice el maestro de lo que suena que el conjunto de los ángeles constituye un todo armónico) pero tras conversar con C. me ha entrado una tristeza inmensa que no tenía nada que ver con C. sino más bien con un estado de ánimo que tiene mucho que ver con la ausencia. Algún día, quizá mañana mismo, rastree etimológicamente ese término 'ausencia' que tanto me ciñe el corazón (no sólo piensa el cerebro, también el corazón piensa y el estómago y el bajo vientre piensan. Me gustaría argüir que también las rodillas piensan; Wittgenstein sabía argüirlo muy enrevesadamente). Decía que esa tristeza no viene de C. pero un poco de C. sí viene, no emana de ella, emana de mí y mi conversación con ella y también emana de una obra de teatro que estoy escribiendo. Yo quiero decir algo que seguramente ya habré dicho: la labor de la escritura es una labor ardua y cuando esa labor tiene un sustrato dramático suele conllevar una vida igualmente dramática mientras se desarrolla el drama escrito. La verdad -que es lo que busca este escritor- duele sobre todo porque la verdad no conoce verdades. (Dice Ramón Andrés que las doctrinas angeleológicas forman parte de diversas concepciones cosmogónicas y religiosas, particularmente instauradas en la antigua cultura persa aunque será en el seno del judaísmo -en el que el ángel es denominado mal'akh, que significa mensajero, por más que originalmente refirió una expresión que podría traducirse como 'el rostro oculto de dios'- y el cristianismo donde alcanzarán un profundo sentido teológico). Después de C. he entrado en un vaivén algo histérico de emociones y he llorado y he gritado un par de veces y me he jugado, obsesivamente, muchos problemas de ajedrez y he acariciado a Nilo con cierta actitud enfermiza y luego he tenido un arranque de sentido común y me he ido a hacer la compra y al volver creía que ya había pasado lo peor y que la ausencia y la obra de teatro y mis propias decisiones vitales no iban a llevarme por el camino de la amargura porque no hay nada por lo que amargarse, me decía, porque todo está bien, me decía, porque no tienes nada que entender, no hay nada que entender, me decía y en esos pensamientos tranquilizadores me he ido quedando dormido en el sofá justo después de comer y he soñado (los iranios conocieron un ángel portador de la virtud llamado Vohu Manah -Espíritu del Bien- que reveló su mensaje a Zoroastro. Seres similares aunque con caracteres propios, se hallan en el universo budista y en el hinduismo, caso de los gandharvas...) algo que me ha devuelto al tormento como ocurre en los antiguos días de marzo que tras la aparente limpieza del cielo se oculta el chaparrón que está a punto de llegar junto con un descenso abrupto de la temperatura. No me daba tiempo a hacerme un café. Había dormido demasiado. Tenía que venirme a trabajar y prepararlo todo: la comida, los trastos de Nilo, mis libros, mis plumas y lápices y libros -hoy me he traído libros muy sesudos que apenas he mirado-, la obra de teatro -cuyo realismo me aterra y lo rompo de las mejores maneras posibles que soy capaz de idear- y los tabacos, mecheros, papelillos y filtros. Y he salido de casa con una tristeza inmensa como si todo el cielo fuera la tristeza mía y los campos fueran mis cuitas y las nubes fueran mis quejas y el horizonte fuera la muerte y la carretera pedazos de asfalto sin continuidad ninguna. He llegado a la Fundación. (la lectura bíblica los muestra -a los ángeles- como un enlace entre el cielo y la tierra unidos por una escala, la de Betel, la que vio Jacob en sueños, y por la cual, formando un orden y equilibrio divinos, ascienden y descienden). En algún lugar de este extenso lugar puse la imagen de la escala de Betel representada en la fachada de una iglesia -creo que centroeuropea- de cuyo nombre no me acuerdo. Ha sido bueno poner en orden mi rutina en la Fundación y también que mientras escribía pudiera ver los Campeonatos de Atletismo de pista cubierta de Portland, Oregon, Estados Unidos. Me gusta el atletismo. Me gusta escribir mientras veo a jóvenes corriendo, saltando y lanzando que es en lo que consiste el atletismo. Esa mezcla de esfuerzo físico ajeno y esfuerzo mental propio -también he seguido haciendo problemas de ajedrez- me ha ido equilibrando, sosegando y así puedo decir que en las últimas seis horas y media tan sólo me he fumado tres cigarrillos y no he llorado ni una sola lágrima y no he pegado ni un solo grito y no he vuelto a sentir que la vida pierde una gran parte de su gracia si no existe alguien a quien hacerle partícipe de ese placer de vivir. Quizá los querubines sean de oro, de oro macizo. Y el ánimo tenga que ver con el inconsciente que al contrario que el consciente -según Jung- abarca miles de años y no está ceñido a las estrecheces del presente como le ocurre -y así ha de ser- al consciente. Y así en estas digresiones me va entrando el sueño. Voy a beber un poco de vino. Comeré una mandarina. Fumaré un cigarrillo. Y dormiré hasta mañana cuando temprano me levante y sepa que es domingo y que la ausencia tiene seguro una historia llena de interés.
Porque nací en las grandes ciudades de occidente
mi corazón vuela hacia la tribu
Porque nací en el gran mundo que es el mundo
y donde mires y donde vayas el grupo
Esa mujer que se abraza a ese hombre
ese compañero que ayuda a su compañero
ese hermano, ¡ay, ese hermano! que consuela
en la noche tibia de un septiembre que ya empieza a agostar
Porque nací entre los hombres
mes semblables, mes fréres
agradezco el saludo del muchacho joven que camina todas las tardes con su perra
agradezco el saludo del hombre que monta a un caballo cuyo nombre es Turan
agradezco la conversación tras el trabajo
la risa con alguien que empieza a sufrir los rigores de la edad
Esta tribu que es el mundo
Esta tribu llena de colores y perfumes
Esta tribu que gira vertiginosamente alrededor de una estrella que muy pronto morirá
Esta tribu soñolienta que abona la tierra
cuyas ceniza se ventean al aire
Esta tribu que hace la vendimia y hornea el pan
y se besa bajo la tenue luz del lucero del alba
Esta tribu inmensa y laboriosa
Esta tribu que gira y gira y gira
en el espacio universal donde el ciclo habrá de renovarse una vez más
Esta tribu de artesanos, esta tribu de paisanos, esta tribu de bailarines, esta tribu de hechiceros, esta tribu de sacerdotes, esta tribu de placeres, esta tribu de vagabundos
Yo miro y me ahogo entre la multitud
y los ropajes y los tocados y las sandalias y las espuelas y los almedros y las encinas y las torres y lo campanarios y la mangosta y el astrolabio y el ladrido y el barrito y la laguna y la hechicera y la estación y la campana y el hogar y la azada y la mañana y el último día
Esta tribu
Estos perros que acompañan y sueñan una pelota que vuela y que rueda y que rueda y que vuela
Y los gatos con su afán de cura
Y los pájaros que alientan el aire con sus trinos
Y los peces que nos hacen soñar
Esta tribu de seres vivos en un planeta vivo que apenas importa lo que un segundo
Tribu de vida en este planeta de vida
Solitarios desde hace miles de años
Enclaustrados en este tierra mínima en un espacio ilimitado
es una tierra infinita llena de seres laboriosos que luchan tan sólo por vivir un rato más
Montañas y valles
ríos y regatos
ciénagas y lagos
mares y océanos
flores y hierbas
retratos y hartazgos
como una inmensa rueda cósmica
sometidos a nuestra particular forma de representarnos el mundo
Tribu en el planeta de vida
Tribu en el planeta de muerte
adornado con el sombrero blanco de luna
arropado por el manto oscuro jalonado de lucecitas de estrellas
Tribu solemne
Tribu ancestral
Tribu
mi amada gente
mi corazón vuela hacia la tribu
Porque nací en el gran mundo que es el mundo
y donde mires y donde vayas el grupo
Esa mujer que se abraza a ese hombre
ese compañero que ayuda a su compañero
ese hermano, ¡ay, ese hermano! que consuela
en la noche tibia de un septiembre que ya empieza a agostar
Porque nací entre los hombres
mes semblables, mes fréres
agradezco el saludo del muchacho joven que camina todas las tardes con su perra
agradezco el saludo del hombre que monta a un caballo cuyo nombre es Turan
agradezco la conversación tras el trabajo
la risa con alguien que empieza a sufrir los rigores de la edad
Esta tribu que es el mundo
Esta tribu llena de colores y perfumes
Esta tribu que gira vertiginosamente alrededor de una estrella que muy pronto morirá
Esta tribu soñolienta que abona la tierra
cuyas ceniza se ventean al aire
Esta tribu que hace la vendimia y hornea el pan
y se besa bajo la tenue luz del lucero del alba
Esta tribu inmensa y laboriosa
Esta tribu que gira y gira y gira
en el espacio universal donde el ciclo habrá de renovarse una vez más
Esta tribu de artesanos, esta tribu de paisanos, esta tribu de bailarines, esta tribu de hechiceros, esta tribu de sacerdotes, esta tribu de placeres, esta tribu de vagabundos
Yo miro y me ahogo entre la multitud
y los ropajes y los tocados y las sandalias y las espuelas y los almedros y las encinas y las torres y lo campanarios y la mangosta y el astrolabio y el ladrido y el barrito y la laguna y la hechicera y la estación y la campana y el hogar y la azada y la mañana y el último día
Esta tribu
Estos perros que acompañan y sueñan una pelota que vuela y que rueda y que rueda y que vuela
Y los gatos con su afán de cura
Y los pájaros que alientan el aire con sus trinos
Y los peces que nos hacen soñar
Esta tribu de seres vivos en un planeta vivo que apenas importa lo que un segundo
Tribu de vida en este planeta de vida
Solitarios desde hace miles de años
Enclaustrados en este tierra mínima en un espacio ilimitado
es una tierra infinita llena de seres laboriosos que luchan tan sólo por vivir un rato más
Montañas y valles
ríos y regatos
ciénagas y lagos
mares y océanos
flores y hierbas
retratos y hartazgos
como una inmensa rueda cósmica
sometidos a nuestra particular forma de representarnos el mundo
Tribu en el planeta de vida
Tribu en el planeta de muerte
adornado con el sombrero blanco de luna
arropado por el manto oscuro jalonado de lucecitas de estrellas
Tribu solemne
Tribu ancestral
Tribu
mi amada gente
Tras la lectura de Ébano de Ryszard Kapuszinscki me queda la sensación de haber asistido durante trescientas y tantas páginas a un espectáculo bellísimo de la crueldad y más bello aún porque no hay juicio de valor del autor sobre esa crueldad que describe con una maestría que me confirma de nuevo -y una vez más- en que una imagen NO, NO y NO vale más que mil palabras (o no necesariamente). De su mano y de su pluma he recorrido el continente africano tanto en su historia (breve, África en sí, es un continente sin historia) como en su geografía y he sentido constantemente un calor asfixiante, unos olores intensísimos, el color amarillo roto de repente por un verde colosal, la indolencia del hambre, el dolor de la sed, la locura de la malaria, la importancia del clan, la dependencia de la sombra (todo en el hombre es sombra. Siempre seremos sombra. No vemos más que sombras. Nuestros sentimientos son sombras de nuestro sentir. Sombra en los corazones. Sombras en las palabras. Sombra hueca muchas veces, tantas veces. Sombra densa que casi se convierte en materialidad. Sombra que quizá se desvanece si somos capaces de escuchar el corazón de las tinieblas, nuestro propio corazón), la sombra de un mango sin la cual una tribu desaparecería, sólo una tribu sobrevive si tiene cerca la sombra de un árbol. Esa crueldad digo, esa crueldad sin adjetivos, esa crueldad a la que asistimos cada día y cuya culpa limpiamos ahora en los confesionarios de las redes sociales, como si tuviéramos culpa, (jamás sirvieron para nada los confesionarios). Ideas preconcebidas del occidente. He descubierto con este autor polaco, maravilloso en su economía de medios a la hora de contar, que hay algunos pueblos del mundo que no saben lo que es el pecado, para los cuales el pecado es algo inconcebible y por eso las iglesias cristianas o musulmanas se las ven y se las desean para poder introducirse en sus mentes que ya están hechas que no son tan maleables como las de los niños, ¡ay, los niños! Y yo vivo aquí en este mundo occidental cuya crueldad, cuya castración, cuya ablación mental genera en nosotros la culpa, la culpa que no existe como no existe lo Perfecto, lo Ideal, lo Sublime, lo Bello, lo Pecaminoso, lo Infernal. Sólo existen dos conceptos para intuir el mundo en el que vivimos: crueldad e inocencia. Y esto dicho desde mi propia sombra, mi densa sombra a la que a veces miro de frente, de la que a veces huyo sin recordar que la sombra siempre te persigue y ¡ay del día en el que la sombra ya no te persiga! Mi propia sombra. Sombra amparo. Sombra refugio. Sombra canto. Sombra ignorancia. Sombra fe.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/03/2016 a las 20:15 | {0}