La cueva lacustre
Mis ojos entonces. Mis ojos se hacen a la luz amarilla de la luna que se filtra al interior de la montaña por grietas que deben herir la cima en su exterior.
Mis ojos entonces. Mis pulmones. Mi ansia de vida. El sonido que resuena en la amplia cavidad donde me encuentro.
Pienso, Es curioso no saber por dónde pisamos. ¿Cuántos seres vivos habrán subido y bajado por el acantilado sin saber que sus entrañas están huecas?
Poco a poco voy viendo los contornos y descubro en el centro de la laguna una gran piedra. Un altar, me digo. Su fuste es más delgado que su parte superior, la cual parece lisa y suave; su base se hunde en las aguas del mar.
Mil sonidos. Un millón de sonidos. Mil millones de sonidos. Casi todos líquidos. Y el maullido de Lilith desde las alturas, en alguna parte de la cueva. Otra cueva, me digo. Siempre en una cueva, me digo. Condenado a las cuevas, me digo.
Establezco una referencia para saber dónde se encuentra el túnel. Luego empiezo a nadar rodeando el perímetro de la cueva. Busco un lugar seco. Una cala en miniatura. Algo de arena. Nado a braza y el eco de la braza me recuerda al paso de una manada de búfalos por un río. Maúlla de nuevo Lilith. ¿Por qué ha entrado en la gruta? Me detengo. Consigo ver la silueta de una repisa a media altura entre el lago y la cima. Una repisa de piedra. No podría llegar hasta allí. O sí. Tengo frío. Necesito salir del agua. Vuelvo al punto de partida. No hay cala. Las dimensiones de la gruta. No sabría decirlas. Nado hasta el ara de piedra en el centro de la laguna. Es más alta de lo que había calculado. Intento escalar por su fuste. Me escurro. Decido ir hasta la zona donde vi la repisa e intentar subir. Me estoy cansando. En ninguna zona he hecho pie. Llego hasta la pared y empiezo a subir. La luna ilumina lo justo para que pueda ir agarrándome a la piedra. Una piedra que parece pómez, esponjosa, áspera. Subo lentamente. Me pregunto, ¿Qué habrá? Alcanzo la repisa y me encaramo a ella sin problemas. Antes de dejarme ir saco las velas de la bolsa y las enciendo. El foco de luz de las velas hace que el espacio de la gruta se oscurezca. No hay signos de vida en la repisa. Pensé mientras subía si habría una colonia de murciélagos. Inspecciono el suelo. No parece haber restos de excrementos. Apago las velas. Me tumbo. Descanso.
¿He dormido? ¿He soñado con Caín y las posibles muertes de Abel? Abro los ojos. Aún es la noche. Vislumbro primero una variedad de luz verde que se refleja en el techo de la cueva y que juega con las rugosidades de la roca y parece conformar ángeles y demonios sobre mi cabeza. Pienso, Una capilla sixtina sin amor. Me siento y me asomo al borde de la repisa y mi corazón sufre un golpe, una excitación estética. La luz verde emana de las aguas. Toda la masa de agua despide lo que mi mente científica quiere llamar flúor y mi mente mística asocia con almas vagabundas ahogadas en el mar.
Sobre el ara está Lilith. Y Lilith danza. Pienso, ¿Cómo ha llegado hasta ahí? ¿Por qué danza? ¿Está seca?
Recuerdo, Paredes de cristal, vigas de cedro; plata y oro, finas vasijas de cristal, aceites costosísimos, lechos, escabeles, baldaquines, candelabros de oro, perlas; vigas de madera de olivo; plata, cristal, oro puro, vidrio, fragancias de Líbano, lechos de plata, lechos de oro, dulces especias, paños rojos y púrpuras hilados por hábiles hilanderas y trenzados por ángeles urdidos.
Escucho a Lilith que canta mientras danza,
Mis ojos entonces. Mis pulmones. Mi ansia de vida. El sonido que resuena en la amplia cavidad donde me encuentro.
Pienso, Es curioso no saber por dónde pisamos. ¿Cuántos seres vivos habrán subido y bajado por el acantilado sin saber que sus entrañas están huecas?
Poco a poco voy viendo los contornos y descubro en el centro de la laguna una gran piedra. Un altar, me digo. Su fuste es más delgado que su parte superior, la cual parece lisa y suave; su base se hunde en las aguas del mar.
Mil sonidos. Un millón de sonidos. Mil millones de sonidos. Casi todos líquidos. Y el maullido de Lilith desde las alturas, en alguna parte de la cueva. Otra cueva, me digo. Siempre en una cueva, me digo. Condenado a las cuevas, me digo.
Establezco una referencia para saber dónde se encuentra el túnel. Luego empiezo a nadar rodeando el perímetro de la cueva. Busco un lugar seco. Una cala en miniatura. Algo de arena. Nado a braza y el eco de la braza me recuerda al paso de una manada de búfalos por un río. Maúlla de nuevo Lilith. ¿Por qué ha entrado en la gruta? Me detengo. Consigo ver la silueta de una repisa a media altura entre el lago y la cima. Una repisa de piedra. No podría llegar hasta allí. O sí. Tengo frío. Necesito salir del agua. Vuelvo al punto de partida. No hay cala. Las dimensiones de la gruta. No sabría decirlas. Nado hasta el ara de piedra en el centro de la laguna. Es más alta de lo que había calculado. Intento escalar por su fuste. Me escurro. Decido ir hasta la zona donde vi la repisa e intentar subir. Me estoy cansando. En ninguna zona he hecho pie. Llego hasta la pared y empiezo a subir. La luna ilumina lo justo para que pueda ir agarrándome a la piedra. Una piedra que parece pómez, esponjosa, áspera. Subo lentamente. Me pregunto, ¿Qué habrá? Alcanzo la repisa y me encaramo a ella sin problemas. Antes de dejarme ir saco las velas de la bolsa y las enciendo. El foco de luz de las velas hace que el espacio de la gruta se oscurezca. No hay signos de vida en la repisa. Pensé mientras subía si habría una colonia de murciélagos. Inspecciono el suelo. No parece haber restos de excrementos. Apago las velas. Me tumbo. Descanso.
¿He dormido? ¿He soñado con Caín y las posibles muertes de Abel? Abro los ojos. Aún es la noche. Vislumbro primero una variedad de luz verde que se refleja en el techo de la cueva y que juega con las rugosidades de la roca y parece conformar ángeles y demonios sobre mi cabeza. Pienso, Una capilla sixtina sin amor. Me siento y me asomo al borde de la repisa y mi corazón sufre un golpe, una excitación estética. La luz verde emana de las aguas. Toda la masa de agua despide lo que mi mente científica quiere llamar flúor y mi mente mística asocia con almas vagabundas ahogadas en el mar.
Sobre el ara está Lilith. Y Lilith danza. Pienso, ¿Cómo ha llegado hasta ahí? ¿Por qué danza? ¿Está seca?
Recuerdo, Paredes de cristal, vigas de cedro; plata y oro, finas vasijas de cristal, aceites costosísimos, lechos, escabeles, baldaquines, candelabros de oro, perlas; vigas de madera de olivo; plata, cristal, oro puro, vidrio, fragancias de Líbano, lechos de plata, lechos de oro, dulces especias, paños rojos y púrpuras hilados por hábiles hilanderas y trenzados por ángeles urdidos.
Escucho a Lilith que canta mientras danza,
No te distraigas muchacho.
Mi boca se ha hecho ancha.
Mi corazón se estrecha.
No te distraigas muchacho
la barca sólo vendrá una vez
La serpiente emerge su cabeza de las profundidades de la laguna. Lentamente se enrosca en el fuste del altar. Es una serpiente inmensa, del color del oro, con ojos de rubí. Repta y rodea con sus anillos el cuerpo de Lilith. Lilith canta y parece gemir. Lilith danza y se deja enroscar. La serpiente abre su boca y empieza a engullir a Lilith. Lilith canta y se deja engullir. La serpiente se yergue sobre el altar y adquiere el color verde fosforescente de las aguas. A medida que se eleva la serpiente jadea los maullidos de Lilith. Crece cabello en su cabeza. Empieza a mudar la piel y de la muda nace un cuerpo de mujer. Una mujer desnuda. Sus cabellos negros despiden fulgores azules. Su boca es roja. Su piel blanca como la muerte. Su pecho generoso como la vida. Su cintura estrecha y sus caderas anchas. Piernas largas. Pies de ébano. Es una mujer inmensa con unos ojos verdes que parecen atraer todo lo que miran. Las sombras provocadas por la luz del mar en las paredes y el techo de la gruta le dan la bienvenida. La mujer inmensa baila la danza de Lilith. Se contonea. En su movimiento quedan restos de reptil. Me ve. Pienso, No estoy aquí. Se acerca a mí. Alarga su brazo izquierdo que termina en una mano cuyos dedos están unidos por una membrana. Pienso, Esto es morir. Los dedos de la mujer gigante rozan mi pómulo herido y siento la viscosidad de su piel y una gran excitación. Pienso, Esta mujer gigante es espantosa. Pienso, Cómo deseo el espanto que me provoca. La mujer gigante abre la boca y ríe. La mujer gigante abre las piernas y pare setenta y dos águilas blancas. La mujer gigante gira sobre sí misma y crea en la cueva un torbellino. Cuando cesa el viento la mujer gigante es un delfín hembra. Habla su idioma. Se hunde en las aguas. Huyen las águilas. Se apaga el verdor del mar. Por las grietas de la montaña se anuncia la luz del día. Me lanzo desde la repisa y busco el túnel de salida. Nado y no pienso. Nado y sé que no me voy ahogar. Pienso, Seguir. Hasta el fin.
Fin de la trancripción del cuaderno negro de Olmo.
Nota de los narradores:
Tan sólo añadir que por mor de la curiosidad que nos provocó el relato y con la ayuda de los guardias rurales, buscamos la oquedad a la que hace referencia Olmo, la cual, en efecto, se hallaba en el acantilado. Buceamos y lo único que encontramos fue un túnel de unos tres metros de largo que no llevaba a ninguna parte. Lo curioso es que sí parecía como si se hubiera producido un derrumbe. Entre las rocas amontonadas encontramos lo que podría ser una muda de serpiente.
FIN
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Sobre las creencias
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Perdido en la mudanza (lost in translation?)
Carta a una desconocida
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Tags : Marea Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/07/2016 a las 12:41 | {0}