Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Pobres peces
En la madrugada de ayer, Osama Bin Laden ha sido asesinado por un grupo (imagino que de élite) de las fuerzas armadas de los Estados Unidos.
Poco tiempo después de ejecutado, el presidente de los Estados Unidos y premio Nobel de la Paz, Barak Obama, anunciaba por televisión, a la nación, el ajusticiamiento del terrorista más buscado del mundo. Poco minutos después las calles de las principales ciudades de los Estados Unidos se llenaban de ciudadanos ebrios de felicidad por la muerte de un hombre. El mundo entero, según crónicas leídas en periódicos de varios países, sentía un inmenso alivio y muchos gobiernos felicitaban al de los Estados Unidos por el final del monstruo. Según relata la prensa, el cadáver del muerto fue arrojado al mar, en un lugar no precisado para que no se pueda convertir en centro de peregrinación, tras haberlo tenido el Ejército americano en su poder con la idea de mostrar y demostrar al mundo que el hecho es cierto.
La venganza se celebra y yo recuerdo las frases que encabezan el prólogo del Informe de la Comisión sobre Personas Desaparecidas Nunca Más, dirigido por Ernesto Sabato, sobre la represión cometida por la Junta Militar Argentina en las terribles décadas de los 70 y los 80. Dicen así: Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países. Así aconteció en Italia, que durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante los tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio; y en ocasión del secuestro de Aldo Moro, cuando un miembro de los servicios de seguridad le propuso al General Della Chiesa torturar a un detenido que parecía saber mucho, le respondió con palabras memorables: «Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No, en cambio, implantar la tortura » .
El final memorable de este terrorista cruel y despiadado, habría debido ser que en vez de abatido, hubiera sido apresado, conducido a los Estados Unidos y juzgado -con todas las garantías legales- por los tribunales de justicia americanos. Creo además que hubiera supuesto un espaldarazo a la democracia americana y una verdadera razón -llena de peso y de justicia- para considerar a Obama digno merecedor del premio Nobel de la paz; el final de este asesino de masas en manos de la Justicia, habría mostrado al mundo de los dictadores y a aquellos que utilizan la Violencia, que el Imperio de la Ley basta para acabar con quienes quieren imponer el Terror como forma de conviviencia.
¿Por qué -pensarán los peces- infectan los humanos nuestras aguas con semejantes restos del horror? ¿No tienen bastante con lanzarnos sus residuos orgánicos, sus fugas de petróleo, su contaminación radioactiva como para enviarnos como alimento el cuerpo del hombre que destrozó con sus soflamas las vidas de miles y miles de seres humanos, desde Nueva York hasta Madrid, desde Nueva Dehli hasta Londres?
La noticia de hoy no es buena.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/05/2011 a las 13:31 | Comentarios {1}


Testamento literario de Ernesto Sabato el cual murió ayer a los 99 años de edad en la mítica ciudad de Buenos Aires. Editado por Seix Barral.
Siempre recordaré el impacto que provocaron en mi juventud dos de sus obras: El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas.
Y cuánto me emocionó, en mi madurez, este librito -La Resistencia- lleno de anhelos, decepciones y esperanzas.


La Resistencia (extracto de la primera carta titulada Lo pequeño y lo grande)
El hermoso consuelo de encontrar el mundo en un alma, de abrazar a mi especie en una criatura amiga.
F. Hölderlin

HAY DÍAS en que me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Éste es uno de esos días.
Y, entonces, me he puesto a escribir casi a tientas en la madrugada, con urgencia, como quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio, o como un barco que, a punto de desaparecer, hiciera una última y ferviente seña a un puerto que sabe cercano pero ensordecido por el ruido de la ciudad y por la cantidad de letreros que le enturbian la mirada.
Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Les pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que -únicamente- los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana.
Mientras les escribo, me he detenido a palpar una rústica talla que me regalaron los tobas y que me trajo, como un rayo a mi memoria, una exposición "virtual" que me mostraron ayer en una computadora, que debo reconocer que me pareció cosa de Mandinga. Porque a medida que nos relacionamos de manera abstracta, más nos alejamos del corazón de las cosas y una indiferencia metafísica se adueña de nosotros mientras toman poder entidades sin sangre ni nombres propios. Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida. Las palabras de la mesa, incluso las discusiones o los enojos, parecen ya reemplazadas por la visión hipnótica. La televisión nos tantaliza. Quedamos como prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de la luz que con su intensidad nos toma. No puedo menos que recordar ese mismo efecto que produce en los insectos y aun en los grandes animales. Y entonces, no sólo nos cuesta abandonarla, sino que también perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano. Una calle con enorme tipas, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubes de un atardecer. La floración del aromo en pleno invierno no llama la atención a quienes no llegan ni a gozar de las jacarandás en Buenos Aires. Muchas veces me ha sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/05/2011 a las 13:07 | Comentarios {0}


Rayos de sol y una pieza de Erik Satie. Azuladas bajo la piel pálida corren sus venas que parecen transportar una sangre con potencias de estrellas muy lejanas y aroma de almendras. Si se traslada de una lengua a otra, las variaciones de los sonidos suspenden en el aire gotitas de anís. Si escucho, en la noche, un gemido suyo (gemido de sueño inalcanzable, muselina su garganta, vaivén de recuerdos de la infancia, la luna llena, la barra del bar primero, su gesto embriagado en la azotea de un edificio frente al mar, su lento caminar que se encamina hacia la entrada de un cementerio bajo un cielo sereno como es la muerte de los muertos, su espalda junto a la estatua de Federico, una vuelta a sus cabellos lacios y rubios ricos en matices, rubios como el sonido de la playa de Ohma, su ropa interior delicada como el corazón de las gacelas, aquéllas evocadas en los lejanos cuentos orientales, su mirada perdida en una evocación trágica, la larga y hermosísima conversación edificada sobre la verdad sin reproches ni lamentos ni quejas sino como elevación de la vida verdadera la que se vive para ser amada y los silencios posteriores con algo de Martini rojo y clara con limón) aviva en mí la etérea conformación de la existencia en nada pasajera y siempre transitando. Un paseo, una acera, una sonrisa a la vera de una ilusión de monumentos con langosta, la ceñida ante los vientos enemigos, la deriva por un mar hondísimo hasta llegar a la calle Corrientes donde Madame L. será feliz y mirará las calles de Buenos Aires con su mirada entre verde y gris donde se dejará llevar por el acento porteño y una noche, entre tangos y halagos, sabrá por qué está allí y reirá con su risa más infantil la que le surge de la suavidad de su piel y la certeza de su fatum. O arriba de la escalera en la hermosa construcción de la T4 mientras se mantiene hasta que desaparezco y yo asiento con mi torpe caminar el seguro paso que entre los dos vamos dando.
Evoco su figura frente a un acantilado, el viento pega a su cuerpo su traje, sus cabellos -como rayos de sol- se expanden, su mirada fija en el horizonte busca la otra mitad de su mundo, sus brazos abrazan su vientre que dio el fruto amado de un hijo sagaz, sus piernas se mantienen firmes entre la violencia y el humor -secreto pasadizo por donde el dolor huye, transformación súbita del llanto en risa, comunión brutal entre el ansia de vivir y la obligación de morir-.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/04/2011 a las 19:39 | Comentarios {0}




Algún día

algún día
Me llamarán por mi nombre
Me explicarán lo inexplicable
Me arrullarán las razones

Algún día
sonará la trompeta de Jericó
vendrá un aire limpio a ensuciarlo todo
como ocurre con los trapos y el polvo.

Algún día

algún día
un aspaviento significará
un destello será toda la luz
y viajaré dormido sin esperar del paisaje
una belleza que en nada me atañe.

Algún día
entenderé

algún día
entenderé

Como se construye el presente
así lo entenderé
Como la ausencia es todo
así lo entenderé
Como nada tiene razón
así lo entenderé.

Algún día

algún día
la comedia
la comedia
LA COMEDIAAAAAA
(que debe de ser muy, muy fundamental)


Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/04/2011 a las 21:24 | Comentarios {0}


A Caroline Lahougue que en ocasiones lee quejas en este blog


Diccionario de Autoridades

Queja. f.s. Expresión de dolór, pena o sentimiento. Lat. Quereja. Querimonia. Questus. BARBAD. Cab, perf. f. 9: Porque con ellas injuriamos al cielo, a quien debiendo gracias, demos quejas. JAUREG. Pharfal, lib. 3: Esforzad quejas, lastimad el viento.

Queja: Se llama también el sentimiento que se tiene de algún agravio , injuria, menosprecio o desáire. Lat. Querimonia. GUEV. Epis. a D. Pedro de Acuña. Formais contra mí una mui gran queja, diciendo que há un año que no os vi. LOP. Arcad. f. 58. Que á quien la envidia dexa,/ de amigo ni enemigo tiene queja.

Queja. En lo forense vale lo mismo que querella. Recop. lib. 2. tit.21. l.6.. Los escribanos del crimen de los alcaldes de las chancillerías lleven de la queja que se diere de palabra, doce maravedís.

Quejarse. v.r. Explicar con la voz o el dolór ò pena que se siente. Es formado del nombre queja. Lat. Queri, Conqueri, Lamentari. LOP. Arcad. f.20. Yo descanso el rato que me quejo, y muero el que disimúlo. VALDIV. Sagrar. lib.3. Oct. 40. Quéjese el rey y la ciudad se queje/ que no admito sus glorias enemigas.

Quejarse. vale también dar à entender la queja o sentimiento que se tiene de otro. Lat. Querelas facere. Querimoniam jaètare. SAAV. Empre. 27.. Claudio se quejó al Senado de que se admitieran las supersticiones extrangéras.

Quejarse. Significa también lo mismo que querellarse.

Quejarse de vicio. Phrase que vale sentirse u dolerse con pequeño motivo, u de lo que no debe. Lat. De nihilo questus ciere. In puticis morsu clamare.

Quejicoso, sa. adj. El que se queja demasiadamente, y las más veces sin causa, con melindre y afectación. Lat. Facilè querelus, queribundus. NIEREME. Epistola. 15. Son mal sufridos y quejicósos, tienen themas, y pundonóres vanos.

Quejido. s. m. Voz lastimosa de algún dolor o pena, que aflige y atormenta. Lat. Questus. Gemitus. ANT. PER. Cart. part. 1. cart. 134.. Que los trabajos me han reducido a estado de niño, en los quejidos, y en el término de hablar. PIC. JUST. f.85. Una veces decía oy oy: otras decía, ay, ay, con unos quejidos tales que parecía que verdaderamente la robaban.

Quejosissimo, ma. adj. superl. Mui quejoso. Lat. Valdè queribundus. LOP. Arcad. f.20. Ya te parecerá a ti... que soi yo el favorecido y el quejóso.

Quejumbre s.m. Lo mismo que queja. Es voz antiquada. CHRON. GEN. part. 4. cap. 3. Mas para esto hacer bien, ha menester que lo tengamos en gran poridad, è que non demos à entender que ninguna quejumbre habemos de él.

Quejumbroso, sa. Delicado y que de todo forma queja. Es voz de poco uso. Lat. Facile queribundus. AMAY. Deseng. cap. 16. Por ser la condición de los convidados delicadísima y quejumbrósa.

Quejura. s.f. Priessa o acceleración congojosa. Trahen esta voz Nebrija y el P. Alcalá en sus Vocabularios pero no tiene uso. Lat. Inflantia. Properatio.

Y así espero que si la queja es expresar en la escritura un dolor o una pena, bienvenida sea la crítica pues al igual que se puede expresar la alegría también tienen derecho los desaires y dolores viejos a expresarse. Pero si la queja por la queja viene porque lo escrito sea quejumbroso o quejosissimo o quejicoso, entonces habré de someterme a examen de conciencia y ver de arreglar tan descomunal desaguisado. Pues me parece a mí que semejante característica pertenece más a espíritu miserable que a alma sensible.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/04/2011 a las 19:09 | Comentarios {0}


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