Rayos de sol y una pieza de Erik Satie. Azuladas bajo la piel pálida corren sus venas que parecen transportar una sangre con potencias de estrellas muy lejanas y aroma de almendras. Si se traslada de una lengua a otra, las variaciones de los sonidos suspenden en el aire gotitas de anís. Si escucho, en la noche, un gemido suyo (gemido de sueño inalcanzable, muselina su garganta, vaivén de recuerdos de la infancia, la luna llena, la barra del bar primero, su gesto embriagado en la azotea de un edificio frente al mar, su lento caminar que se encamina hacia la entrada de un cementerio bajo un cielo sereno como es la muerte de los muertos, su espalda junto a la estatua de Federico, una vuelta a sus cabellos lacios y rubios ricos en matices, rubios como el sonido de la playa de Ohma, su ropa interior delicada como el corazón de las gacelas, aquéllas evocadas en los lejanos cuentos orientales, su mirada perdida en una evocación trágica, la larga y hermosísima conversación edificada sobre la verdad sin reproches ni lamentos ni quejas sino como elevación de la vida verdadera la que se vive para ser amada y los silencios posteriores con algo de Martini rojo y clara con limón) aviva en mí la etérea conformación de la existencia en nada pasajera y siempre transitando. Un paseo, una acera, una sonrisa a la vera de una ilusión de monumentos con langosta, la ceñida ante los vientos enemigos, la deriva por un mar hondísimo hasta llegar a la calle Corrientes donde Madame L. será feliz y mirará las calles de Buenos Aires con su mirada entre verde y gris donde se dejará llevar por el acento porteño y una noche, entre tangos y halagos, sabrá por qué está allí y reirá con su risa más infantil la que le surge de la suavidad de su piel y la certeza de su fatum. O arriba de la escalera en la hermosa construcción de la T4 mientras se mantiene hasta que desaparezco y yo asiento con mi torpe caminar el seguro paso que entre los dos vamos dando.
Evoco su figura frente a un acantilado, el viento pega a su cuerpo su traje, sus cabellos -como rayos de sol- se expanden, su mirada fija en el horizonte busca la otra mitad de su mundo, sus brazos abrazan su vientre que dio el fruto amado de un hijo sagaz, sus piernas se mantienen firmes entre la violencia y el humor -secreto pasadizo por donde el dolor huye, transformación súbita del llanto en risa, comunión brutal entre el ansia de vivir y la obligación de morir-.
Evoco su figura frente a un acantilado, el viento pega a su cuerpo su traje, sus cabellos -como rayos de sol- se expanden, su mirada fija en el horizonte busca la otra mitad de su mundo, sus brazos abrazan su vientre que dio el fruto amado de un hijo sagaz, sus piernas se mantienen firmes entre la violencia y el humor -secreto pasadizo por donde el dolor huye, transformación súbita del llanto en risa, comunión brutal entre el ansia de vivir y la obligación de morir-.
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones para antes de morir
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Diario
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/04/2011 a las 19:39 | {0}