Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Fotografía de Brett Boardman
Fotografía de Brett Boardman
14h. 06m.
¿Dónde, hermanos, se volvieron oscuras las almas? ¿Qué suceso? ¿Qué giro tomaron los acontecimientos para que hoy -reunidos bajo el amparo de Tarish- tengamos que preguntarnos cuál fue el inicio? Yo me veo aquí tras el ara, recordando a Aretha Franklin cantando I say a little prayer y al mismo tiempo bailándola en mi imaginación, más en mi recuerdo. Bailemos si queréis; hagamos como en nuestra baja adolescencia cuando aún la palabra guateque tenía cierto sentido; eran ya los estertores de la palabra, eran los últimos tiempos de las últimas palabras; eran los tiempos de la música soul y allí, en la baja adolescencia, una muchacha llamada Sandra de intensos ojos azules, intensos de color y tristes de gesto, se apretaba contra mi torso y yo sentía sus pechos nuevos, recién salidos a la vida y ella debía de sentir la dureza que se iba creando en mi entrepierna y desear, quizá, y quizá también temer lo que estaba por acontecer. No, mejor, lo que podría acontecer. Tardes de primavera, de los quince años. Tardes en una casa burguesa de la ciudad de Menish, ignorantes aún de que la vida tiene una zona en sombra en la que se oculta la semilla del diablo. Nuestros padres, Santos Cerdos de la Puta Parca, bien que se lo callaban y mantenían esa mirada arrobada hacia sus cachorros idéntica a la que hoy nosotros lanzamos a los nuestros, igual de padres cerdos, igual de padres hipócritas. 
Es hora de volver a la pregunta, ¿Dónde, hermanos, se volvieron oscuras nuestras almas? ¿Por qué me elegisteis a mí como Sumo Puto y me obligasteis a seguir escuchando a Etta James y su tema At last? Vosotros conocíais las obligaciones del Sumo Puto ¿Fue por eso? ¿Fue entonces cuando nos miramos y supimos que el idóneo era yo? ¡Hijas e hijos del Puto Cabrón, cómo os maldigo! Porque sabéis que cumpliré mi obligación y llegaré hasta el final y haré la elección que me pedís y esta noche, al amparo de la luna que crece, la más bella pareja de nuestra juventud será despedazada y comida por la Comunidad de los Putos Padres mientras por los baffles suena a toda pastilla Easy de los Commodores y echamos en el inocente ponche unas gotas de ácido lisérgico -fórmula secreta que habré de transmitir a mi sucesor igual que el anterior, el siempre detestado Sumo Puto Teresión, me la transmitió a mí al oído y por el oído juro que me llegaba hasta el gusto la repugnancia de su aliento- para mayor frenesí de nuestra Comunión.
Y así, vuelvo de nuevo a la pregunta, ¿Dónde, hermanos, se volvieron oscuras nuestras almas? Y a renglón seguido, harto de estos hábitos rojos y de esta tiara verde amarilla, paso a proponeros un cambio en el rito. No respondáis de inmediato. Dejemos que la decisión sea votada justo en el ocaso, una hora antes de traer hasta este ara a la pareja más bella de nuestra juventud para que sea descuartizada en vivo y comida en crudo por Nos, los Putos Padres. Mi propuesta es la siguiente: ¿Por qué no giramos la rueda del suplicio hacia los Putos Viejos y mediante su sacrificio invocamos la llegada de la Primavera comiéndonos ritualmente el símbolo del Invierno que es la vejez? Escojamos a la Vieja más bella y al Viejo más bello de entre Nos, si es que tal adjetivo se puede otorgar a quien ha participado del horror de comerse a los más jóvenes durante décadas, y arranquémosles los miembros y atravesémosles las tripas con hierros al rojo y violemos sus agujeros con punzones y degustemos sus carnes secas mientras libamos con viejos vinos criados en barricas de roble.
Por el poder que me confiere mi condición de Sumo Puto, os conmino a que en el plazo de nueve horas depositéis vuestra decisión en la urna de hierro, estando excluidos de la votación los menores de quince primaveras y los mayores de cincuenta inviernos.

Narrativa

Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/03/2020 a las 14:04 | Comentarios {0}


Eva y Adán de Alberto Durero. 1507
Eva y Adán de Alberto Durero. 1507

19h 37m
Había un vergel no muy lejos. Se veía a ojos vista. A veces era necesario hacer un parasol con la mano para poder verlo. Sonreíamos al hacerlo.
En el centro del vergel un estanque sobre el cual las glicinias colgaban y se reflejaban en sus aguas. Las aguas del estanque verdes por la mañana, muy oscuras en las noches sin luna, casi azules cuando Selene se mostraba grávida. Éramos felices. Sí, podemos decirlo, éramos felices.
Cuando nos despertábamos las aves canoras parecían darnos la bienvenida a la vigilia y cuando llegaba la hora descansar -siempre a altas horas de la madrugada- los búhos, las lechuzas y los ratoncillos nos despedían con sus voces más escuetas. Es cierto que también más austeras.
¡Cuántas veces corrimos tomados de la mano por el sendero que conducía al estanque!
¡Cuántos ocasos ascendimos por el borde del acantilado hasta su cima para admirar al sol iniciando su inmersión en el mar! Todo era salvaje y como salvaje imprevisible y como imprevisible audaz.
Habíamos decidido poner una mosquitera en nuestro lecho no tanto por los insectos que pudieran alimentarse de nuestras sangres por las noches cuanto por la delicia de sabernos separados por unos muros de muselina del resto del mundo; muros transparentes que se mecían al compás de la brisa o que vibraban coléricos si el aire era vendaval. Nos queríamos.
Una mañana recordamos cuando nos conocimos. Acabábamos de ver a Nijinsky volando para hacernos creer que la consagración de la primavera era él y la Pávlova reuniéndose en el centro de un escenario de la ciudad de Paris. Nosotros sabíamos que no era cierto. Habíamos oído hablar de que el arte buscaba la sublimación de la vida. Habíamos escuchado hondas conversaciones tras la danza pero en ninguna de ellas encontramos la ligereza del ballet ni, por supuesto, hubo frase que se acercara al prodigio de la música de Stravinsky. Creemos recordar que se nos saltaron las lágrimas al tiempo que la sonrisa mostraba nuestros dientes blancos vestidos con un esmalte en todo igual al nácar. Por Nijinsky y la Pávlova huimos. Por las música de Stravinsky nos quisimos.
En el estanque de aguas verdes pasamos horas. Llevamos nuestros lienzos, nuestros caballetes y nuestras cajas de óleos y pasamos el día, mejor sería decir pasamos la luz intentando atraparla. Cuando lo conseguimos hay en nuestras almas unas alegrías tales que los vencejos vuelan un poquito más rápido y las ramas de los flexípedes sauces parecen revivir. Pintamos callados mientras recordamos que más tarde dormiremos una noche más... una noche más... dormiremos una noche más... una noche más... así cantan las aguas del estanque... una noche más...
Hay un vergel no muy lejos. Estamos a punto de llegar.
 

Narrativa

Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/02/2020 a las 19:42 | Comentarios {0}


Tránsito de Fernando Loygorri 2016
Tránsito de Fernando Loygorri 2016
13h. 40m.
Han pasado tantas cosas desde el amanecer, incluso antes, en la madrugada. Cierta inquietud. Sueño de bufón en una colina. Una ráfaga de olor a bóvido.

19h. 26m. al día siguiente
...llegaron inquietudes. Nada tenían que ver conmigo. Me sentía libre hasta que me dio un apretón en las tripas y me tuve que esconder tras un árbol, al borde del camino... surgieron dos mujeres con dos perros... una de ellas llevaba una falda muy corta... tenía el pelo moreno y rizado y parecía su semblante el de una persona bondadosa... no sé por qué pensé de ella... me entró vergüenza de que me hubieran visto minutos antes... ¿por qué tuvimos la necesidad de sentir vergüenza de una función del cuerpo?... de tantas funciones del cuerpo... todo lo que sea expulsar... nada que sea ingerir... así llegó la tarde, la tarde de ayer, mientras leía sobre mujeres y hombres presas de una moral que relaciono siempre con un corsé que corta la respiración generación tras generación... mis propias trabas... no escribir nunca sobre lo actual o hacerlo de manera que no se note... pero mejor no hacerlo... no hacerlo nunca... no relacionarme mucho... sabiendo como sé que en la confrontación de ideas llega un momento en el que te quedas vacío como el aire que media entre dos montañas o un simple tono inapreciable para el ojo humano... la mañana... la lectura... pelusas por el suelo... la urgencia por barrer... una ducha caliente... mirarme desnudo en el espejo... imaginar un encuentro sexual en ese cuarto de baño con dos mujeres y un hombre a los que acabo de conocer en una esquina... demasiado pequeño el baño para tanto sexo... me digo... el coche... la carretera... algo vago no llega a concretarse en mi pensar... el edificio de comunicación del Estado... el estudio de grabación... los silencios entre las personas... lo que no se quiere ver... vuelta... carretera con un carril cortado... poco tráfico... el coche, me digo, el coche al que le hablo y le agradezco los servicios que me presta... la vuelta... la montaña... las montañas secas, cada vez más secas, una sequía que va reduciendo el pantano a pasos de gigante... la tierra se come el agua... vence la orilla...

Narrativa

Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/02/2020 a las 13:39 | Comentarios {0}


Underground de Bob Mazzer ca. 1960.
Underground de Bob Mazzer ca. 1960.
13h. 28m.
...no pude mirarte a los ojos, frente a aquellas montañas, aquella tarde de hace veintidós años, ya no éramos jóvenes, ya se veía en los pliegues del rostro que habíamos empezado a tomar decisiones y que esa actividad, llena de peligros, nos había hecho más tristes, más defensivos; tú habías querido seguirme; lo vi en el aire de tu cabello, cómo se ondulaba al compás de un viento que venía de levante; podrías haberme dicho que no; podrías haberte dado la vuelta y haberme abandonado en mi propio exilio, al albur del amor de los demás. No lo hiciste. Caminamos juntos un trecho. Nos degustamos como lo harían dos crías que descubren el juego sin saber que son felinos y que llegaría un día en el que se disputarían el mismo terreno. Jugamos. Nos bebimos. Nos abandonamos. Nos rechazamos y ahora te reconozco que no pude mirarte a los ojos, que aún hoy no puedo mirarte a los ojos, porque si lo hiciera, porque si me atreviera, verías en los míos el veneno que destilo. Me he vuelto un hombre malo. Probablemente siempre fui un hombre malo. Nada bueno puede salir de los desamados. Luché, bien lo sabes, por revertir esa situación de partida. Recuerda que reí mucho y te hice reír e incluso llegó un día en el que pensamos que quizá todo había pasado, habíamos superado el exilio, estábamos listos para volver; incluso supusimos que nos recibirían con los brazos abiertos, que tan sólo bastaría una palmada en la espalda para sellar los años del oprobio, los años de la represión, los años del castigo, los años del abandono... ¡qué mal hicimos! Ahora lo sé. He elucubrado todo este tiempo sobre qué hubiera ocurrido, qué hubiera sido de nosotros si nos hubiéramos quedado en nuestro exilio, si con la lentitud propia del amor herido hubiéramos ido olvidando los agravios hasta que éstos hubieran quedado convertidos en una anécdota de sobremesa, con los nuevos amigos, narrada en una lengua extranjera que ya casi era nuestra, bajo otros cielos, bajo otros tipos de techumbre. Sobre ello elucubré, ya a la vuelta, tras ser conscientes de que no iba a haber reconciliación y de que el perdón, si se daba, tendríamos que pedirlo nosotros, los agraviados, al ser ellos los vencedores de todo: del Estado, de la familia, de la ética, de la moral, de la salud y de la ciencia. Volvimos y nos equivocamos y porque nos equivocamos nos separamos y nos hicimos daño, todo el daño que no les podíamos hacer a ellos, a los vencedores. Fue entonces cuando descubrí que siempre había sido un hombre malo y que mi relación contigo había sido la consecuencia necesaria de esa maldad. Por esto sigo sin poder mirarte a los ojos y te sigo despreciando y te deseo el mayor de los males, el más doloroso y largo sólo para que no me recuerdes nunca amable, para que nunca tengas ni un atisbo de cariño hacia mí, para que me recuerdes con todo el desprecio que pueda generar tu mente y para que me maldigas cada uno de tus días, los que te queden hasta morir, me maldigas a mí que tanto te quise durante los años del exilio cuando por los mañanas, nada más despertar, nos mirábamos a los ojos y nos decíamos, Todo está bien. Nos tenemos. 

Narrativa

Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/02/2020 a las 13:27 | Comentarios {0}


21h. 57m
...entonces yo sé que somos los últimos antiguos y sé también que probablemente este concepto no sea original. En la frontera todo se difumina, es un espacio/tiempo en el que me siento a gusto, sobre todo cuando no puede haber guardianes ni poderes que vigilen unos límites que aún no están fijados. Yo escribo y pienso para nosotros, los Últimos Antiguos,  porque estoy convencido de que a las entidades que vendrán tras nosotros y que no tendrán como soporte vital materia orgánica sino que estarán hechos de silicio y algoritmos, nuestra forma de pensamiento les parecerá pobre. No es momento de reírse de aquellos que quieran dejar huella porque incluso los primeros que tuvieron esa intención quedan demasiado cerca como para llegar a ser importantes. No es una cuestión de risa o de burla. Es una cuestión de aceleración exponencial de los sucesos. A alguien escuché no hace mucho explicar que antes de llegar a ser plenamente homo sapiens, seremos ya transhomo; no quedará de nosotros ni rabia, ni dolor, ni angustia, ni euforia. Esas emociones se estudiarán por neoantropólogos y tan sólo para mostrar a la nueva especie las características fundamentales de su antecesora. Por decirlo como Harari: Nuestra especie actual será más parecida a los chimpancés que la nueva a nosotros.
Canto entonces a los Últimos Antiguos y no nos ensalzo porque no siento una especial pena por nuestra extinción. Sencillamente me sorprende lo rápido que está muriendo todo y cómo de nuestras propias cenizas -cenizas mezcladas con minerales y números en Silicon Valley- surgirán las nuevas entidades sin problemas a la hora de colonizar otros planetas, sin la tristeza hondísima de un niño malquerido, sin una necesidad de agua.
Hace ya muchos años escribí una novela llamada Las Últimas y es curioso porque muchas de las ficciones que escribí en aquel entonces -entre 2005 y 2011- se están proponiendo hoy en día por científicos como probables futuros bastante cercanos. Y lo más curioso es que no es una novela de ciencia-ficción.
Porque quiero soñar un día más me avengo a ser uno de los últimos antiguos.
Porque quiero seguir creando ficciones.
Porque anoche una mujer se pegó a mí en la madrugada.
Porque hoy un amigo me ha hecho reír.
Porque desde lejos me llega la juventud de mi descendencia.
Porque en Francia mi amiga sigue luchando.
Porque queda poco para que exista la idea de Francia o la idea de España y ¡qué decir de la idea de la divinidad!
Somos los Últimos Antiguos. El tiempo se nos acabó. Espero que de nosotros les sorprenda a las entidades venideras que fuimos capaces de crear mundos inexistentes.
Tristán e Isolda (La Muerte) de Rogelio Egusquiza 1910
Tristán e Isolda (La Muerte) de Rogelio Egusquiza 1910

Narrativa

Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/02/2020 a las 21:57 | Comentarios {0}


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