13h. 28m.
...no pude mirarte a los ojos, frente a aquellas montañas, aquella tarde de hace veintidós años, ya no éramos jóvenes, ya se veía en los pliegues del rostro que habíamos empezado a tomar decisiones y que esa actividad, llena de peligros, nos había hecho más tristes, más defensivos; tú habías querido seguirme; lo vi en el aire de tu cabello, cómo se ondulaba al compás de un viento que venía de levante; podrías haberme dicho que no; podrías haberte dado la vuelta y haberme abandonado en mi propio exilio, al albur del amor de los demás. No lo hiciste. Caminamos juntos un trecho. Nos degustamos como lo harían dos crías que descubren el juego sin saber que son felinos y que llegaría un día en el que se disputarían el mismo terreno. Jugamos. Nos bebimos. Nos abandonamos. Nos rechazamos y ahora te reconozco que no pude mirarte a los ojos, que aún hoy no puedo mirarte a los ojos, porque si lo hiciera, porque si me atreviera, verías en los míos el veneno que destilo. Me he vuelto un hombre malo. Probablemente siempre fui un hombre malo. Nada bueno puede salir de los desamados. Luché, bien lo sabes, por revertir esa situación de partida. Recuerda que reí mucho y te hice reír e incluso llegó un día en el que pensamos que quizá todo había pasado, habíamos superado el exilio, estábamos listos para volver; incluso supusimos que nos recibirían con los brazos abiertos, que tan sólo bastaría una palmada en la espalda para sellar los años del oprobio, los años de la represión, los años del castigo, los años del abandono... ¡qué mal hicimos! Ahora lo sé. He elucubrado todo este tiempo sobre qué hubiera ocurrido, qué hubiera sido de nosotros si nos hubiéramos quedado en nuestro exilio, si con la lentitud propia del amor herido hubiéramos ido olvidando los agravios hasta que éstos hubieran quedado convertidos en una anécdota de sobremesa, con los nuevos amigos, narrada en una lengua extranjera que ya casi era nuestra, bajo otros cielos, bajo otros tipos de techumbre. Sobre ello elucubré, ya a la vuelta, tras ser conscientes de que no iba a haber reconciliación y de que el perdón, si se daba, tendríamos que pedirlo nosotros, los agraviados, al ser ellos los vencedores de todo: del Estado, de la familia, de la ética, de la moral, de la salud y de la ciencia. Volvimos y nos equivocamos y porque nos equivocamos nos separamos y nos hicimos daño, todo el daño que no les podíamos hacer a ellos, a los vencedores. Fue entonces cuando descubrí que siempre había sido un hombre malo y que mi relación contigo había sido la consecuencia necesaria de esa maldad. Por esto sigo sin poder mirarte a los ojos y te sigo despreciando y te deseo el mayor de los males, el más doloroso y largo sólo para que no me recuerdes nunca amable, para que nunca tengas ni un atisbo de cariño hacia mí, para que me recuerdes con todo el desprecio que pueda generar tu mente y para que me maldigas cada uno de tus días, los que te queden hasta morir, me maldigas a mí que tanto te quise durante los años del exilio cuando por los mañanas, nada más despertar, nos mirábamos a los ojos y nos decíamos, Todo está bien. Nos tenemos.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/02/2020 a las 13:27 | {0}