19h 37m
En el centro del vergel un estanque sobre el cual las glicinias colgaban y se reflejaban en sus aguas. Las aguas del estanque verdes por la mañana, muy oscuras en las noches sin luna, casi azules cuando Selene se mostraba grávida. Éramos felices. Sí, podemos decirlo, éramos felices.
Cuando nos despertábamos las aves canoras parecían darnos la bienvenida a la vigilia y cuando llegaba la hora descansar -siempre a altas horas de la madrugada- los búhos, las lechuzas y los ratoncillos nos despedían con sus voces más escuetas. Es cierto que también más austeras.
¡Cuántas veces corrimos tomados de la mano por el sendero que conducía al estanque!
¡Cuántos ocasos ascendimos por el borde del acantilado hasta su cima para admirar al sol iniciando su inmersión en el mar! Todo era salvaje y como salvaje imprevisible y como imprevisible audaz.
Habíamos decidido poner una mosquitera en nuestro lecho no tanto por los insectos que pudieran alimentarse de nuestras sangres por las noches cuanto por la delicia de sabernos separados por unos muros de muselina del resto del mundo; muros transparentes que se mecían al compás de la brisa o que vibraban coléricos si el aire era vendaval. Nos queríamos.
Una mañana recordamos cuando nos conocimos. Acabábamos de ver a Nijinsky volando para hacernos creer que la consagración de la primavera era él y la Pávlova reuniéndose en el centro de un escenario de la ciudad de Paris. Nosotros sabíamos que no era cierto. Habíamos oído hablar de que el arte buscaba la sublimación de la vida. Habíamos escuchado hondas conversaciones tras la danza pero en ninguna de ellas encontramos la ligereza del ballet ni, por supuesto, hubo frase que se acercara al prodigio de la música de Stravinsky. Creemos recordar que se nos saltaron las lágrimas al tiempo que la sonrisa mostraba nuestros dientes blancos vestidos con un esmalte en todo igual al nácar. Por Nijinsky y la Pávlova huimos. Por las música de Stravinsky nos quisimos.
En el estanque de aguas verdes pasamos horas. Llevamos nuestros lienzos, nuestros caballetes y nuestras cajas de óleos y pasamos el día, mejor sería decir pasamos la luz intentando atraparla. Cuando lo conseguimos hay en nuestras almas unas alegrías tales que los vencejos vuelan un poquito más rápido y las ramas de los flexípedes sauces parecen revivir. Pintamos callados mientras recordamos que más tarde dormiremos una noche más... una noche más... dormiremos una noche más... una noche más... así cantan las aguas del estanque... una noche más...
Hay un vergel no muy lejos. Estamos a punto de llegar.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/02/2020 a las 19:42 | {0}