Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Una suposición

El gran enemigo de la escritura es el frío en los pies. Es imposible dejar de pensar en él. Absorbe la inspiración y la congela en el extremo sur de mi cuerpo; ¿el frío en los pies me impide compartir la estupidez y la impostura que se dan en una gala? O ¿no es el frío en los pies? Es la constatación de un hecho. Es conocer lo que ocurre tras los focos. Es hacerme viejo y no ser sabio. Es darme de cabezazos contra los muros vegetales del laberinto.

Me hice sangre. En ese momento fui consciente. Lo soy en muchos otros. Observo la carrera del muchacho. Se me hincha el corazón cuando el perro se revuelca en la nieve y adquiere, de inmediato, el aire de un cachorro; es que la infancia vuelve y en aquel medio parece que fue dichosa.

Sé lo que son los sabañones. Es innegable la belleza de estos días y tan fríos. En esta parte del mundo en noviembre se nubla el cielo y no vuelve a ser azul casi hasta abril. Sí, claro que hay días de sol entre medias pero son escasos y apenas destacan como si fueran conscientes de su pequeñez. Ayer pensé en una situación que se podría haber dado y me pareció preciosa. La eché mucho de menos; tendría que decírselo, lo bien que lo pasamos.

Sé que sin baremo no hay medida. 

A veces estoy en sitios raros. Hoy por la tarde caía una lluvia espesa y fría. He tenido que coger el coche para ir a cambiarle las ruedas. He encontrado un taller en un pueblo que se encuentra a unos diez kilómetros de mi casa. He dejado a Nilo. Me he cogido una novela con la intención de leerla en la recepción del taller mientras esperaba a que me cambiaran las ruedas. El taller se encuentra en un sitio aislado, en una salida de la autovía, ni siquiera está en un polígono donde pueda haber un bar. Una vez que tomas la salida, a unos doscientos metros, giras a la izquierda y subes por una carretera que va a morir en la explanada del taller, el cual está en paralelo con la autovía. La recepción es inhóspita pero tiene el detalle de un sofá naranja chillón de sky estilo años sesenta y eso le da un aire rockero, no sé por qué. La recepción tiene dos puertas: una de entrada y la otra que da al taller propiamente dicho que es una nave de unos cuarenta metros de larga. De frente cuando entras hay un mostrador, a la derecha la puerta que da al taller, una puerta de hoja de cristal y aluminio; a la izquierda hay un pequeño despacho acristalado y al fondo una estufa de pellet, el sofá y una máquina de café; ante el sofá una mesa baja con revistas de coches; al fondo los servicios, uno para mujeres y otro para hombres. El suelo es de loseta; las luces de neón blanco en el techo iluminan sin calidez el espacio. Es fría. En este sitio, con la lluvia espesa que caía de un cielo de un solo gris, iba yo a pasar la siguiente hora y cuarto intentando ocupar el tiempo trasladándome a otro lugar y otro tiempo. Por circunstancias que animan la pesquisa tan sólo he estado un cuarto de hora y he quedado con el mecánico en hacer el cambio mañana martes a partir de las diez. Desde que llegué a este sitio, en una nueva mudanza de mi vida, me asalta a menudo la pregunta, ¿Qué hago aquí? Puede ser que me lo pregunte en la recepción de un taller que se encuentra al borde de una autovía o en el pasillo de un supermercado que se encuentra a 36 kilómetros de mi casa o frente a un cercado tras el que una vaca me mira como si no me viera o en la noche cuando salimos el perro y yo para hacer un último pis y me quedo contemplando las estrellas, las luces del pueblo que titilan al otro lado del valle mientras inspiro el frío de la noche, la humedad que lo va invadiendo todo. También entonces me asalta la pregunta, ¿Qué hago aquí?

Si pudiera tener certezas, supondría.
 

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/03/2025 a las 19:39 | Comentarios {0}


Me declaro libertino (en el sentido que a esta palabra se le daba en el siglo XVIII, es decir, en moderna terminología: librepensador). La reflexiones que voy a ir plasmando a lo largo de las próximas semanas tienen un carácter provisorio y se acogen a una de las características de uno de los métodos científicos: estas reflexiones son falsables. Incluso yo mismo, a lo largo de este periodo que hoy se inicia, podré mostrar la falsabilidad de algunas de ellas.
Estas reflexiones no pertenecen a ningún heterónimo. De cada una de las palabras que escriba en este libro el único responsable soy yo: Fernando García-Loygorri Gazapo. Por supuesto que cuando utilice citas facilitaré el nombre del autor y el título del libro o fuente de donde las haya sacado.



149.- ¿Ha de ser la frase brillante aspiración principal de un escritor?

150.- ¿Qué es una frase brillante? ¿Es lo mismo que una frase ingeniosa?

151.- Por ejemplo: Óscar Wilde ¿era ingenioso o brillante? Pongo el ejemplo del escritor irlandés porque está mucho más valorado en el Continente que en las Islas y porque a mí siempre me pareció más lo primero que lo segundo y, en la escala de valores que uno idea con el tiempo, considero más importante la brillantez que el ingenio. También podría poner el ejemplo de Ramón Gómez de la Serna y sus Greguerías.

152.- Montaigne sería para mí un ejemplo claro de escritor de frases brillantes que aúnan lo sencillo en la expresión con lo hondo y meditado del concepto que transmite. Así también me pasa con Antonio Machado aunque su Juan de Mairena sea en ocasiones más ingenioso que brillante pero esto es porque, en esas ocasiones, quiere el autor que lo que realce sea el humor y no el pensamiento que esconde.

153.- ¿Por qué hace ya 52 años que no dejo de escribir? ¿Por qué escribo?

154.- Escuché hace no mucho a una Muchacha inmigrante que para poder llegar a España había delinquido contra la salud pública y había pasado varios años en prisión al ser descubierta. Tras cumplir su pena, el dueño de un restaurante la contrató -este señor sólo contrata a ex-presidiarios para hacerles más suave la reinserción- Una periodista -que había ido al restaurante para hacer un reportaje sobre reinserción social- le preguntó a la muchacha que una vez que había salido de la cárcel ¿qué quería ser en la vida? La muchacha -que no debía de tener más de veintitrés o veinticuatro años- le respondió con una sencillez llena de ternura, Nada, yo lo que quiero ser es nada. Eso quiero. estar sin ser nada. Pocas veces he escuchado frase más brillante que ésta.

155.- ¿Ser nada supone quedarse en silencio? ¿Ser nada supone renunciar a tu oficio? ¿Por qué al escucharla sentí que aquello también a mí me concernía, casi me llamaba? Ser nada.

156.- ¿Qué es nada? ¿Y ser?

157.- Hoy la tarde transcurre sana.
 
Años 80. Foto enviada hace unos días por Nahia. Era joven y escritor.
Años 80. Foto enviada hace unos días por Nahia. Era joven y escritor.

Ensayo

Tags : Reflexiones para antes de morir Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/02/2025 a las 19:26 | Comentarios {0}


Guys in the Victorian Era
Guys in the Victorian Era

A veces el corazón late lento como si quisiera detenerse y dejar el cuerpo en el que habita tirado en la cuneta
A veces un miedo pánico se apodera de una mujer en el pasillo de una estación del metro y echa a correr
A veces se imagina la cantidad de bocas que en este mismo instante están engullendo. Bocas de todas las latitudes. Bocas de todos los seres con bocas
A veces se aísla y el silencio crece tanto que es como una barrera de coral entre él y el mundo
A veces quiere morir, sí, así lo quiere y de inmediato el impulso de vida, la mañana de mañana, saber que esto que ocurre ahora pasará, dejará de doler...
A veces diría que no se habla del suicidio por un sentido supersticioso de no mentar a la bicha. Tendría, piensa el escritor, que hablar del asunto
A veces escribir un tratado
A veces sucumbir a la belleza de la La Jerusalén liberada de Tasso
A veces en la cima del mundo, otras alma del mundo, otras mente que piensa el mundo, otras física del mundo en sí, otras espíritu burlón o bufón o juglar que duerme una noche del siglo XII en un pajar de Frómista
A veces el esfuerzo
A veces el espejo roto
A veces un aire de duelo ante el almendro en flor
o sólo flor o sólo almendro o sólo duelo o aire tan sólo
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/02/2025 a las 20:37 | Comentarios {0}



Te diría palabras. Aire. Movimiento. Llovería mientras te hablara. Mantendría el gesto serio y urdiría alguna estrategia. El tiempo no sobraría. Bien lo sabes tú. Más lo sabrás cuando hayas avanzado un poco. La tarde ya no sería fría. La luna andaría desvanecida. Las estrellas apenas serían nada en la vasta oscuridad de un universo sin ti. Palabras. Sonidos por el aire. Aleteo de las cigüeñas que han vuelto a Castilla y siguen siendo una hermosura. Lo demás se escaparía como ocurre cuando la carta se va convirtiendo en monólogo y queda al final el rescoldo de algo que -el que la escribe es consciente- abarcaba mucho más. ¿Cuándo callaría? No lo sé. ¿Desaparecería la emoción que nació de una ausencia demasiado larga? No lo sé. ¿Sabría definir semejante emoción? Sí, exclamaría; sí, sabría, te lo sabría expresar mientras la seriedad de su gesto derivaba. Cuando se hubiera calmado el maremoto; cuando se hubieran retirado las aguas de ese cuerpo que hasta entonces había sido tierra; cuando las voces empezaran a significar algo; sobre una ola ya mansa; en las lindes de la espuma y sus días; a punto de escupir un alacrán te diría algunas cosas buenas para callar desde entonces hasta el final y bajaría los parpados y adoptarían su cuerpo y sus miembros la posición del loto y permanecería quieto durante aquello que no se puede medir, durante aquello inefable, durante los largos tránsitos entre una inspiración y la siguiente, durante el recorrido del ámbar por el mundo, esa faz, esos nombres, esas nadas. Quizá pronunciara palabras pero como quien avienta paja por un campo sin dueño; quizá moviera la boca (o sufriera en el dedo anular izquierdo un movimiento reflejo, ligera contracción que nada supone, sin acción entonces). Eso sería todo. Habrías de ser tú quien interpretara sus expresiones corporales; nombrarlas incluso como si con ello provocaras el sortilegio que libera la posibilidad de entender. Eso sería todo antes de que siguieras tu camino, convencida de que el monolito que dejas atrás era realmente de piedra.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/02/2025 a las 18:44 | Comentarios {0}



La primera luz la recibió en diciembre y quedó ciego (dicen que años más tarde, poco antes de morir, creyó entrever lo que él entendió gris una tarde en la que se produjo una gran tormenta de nieve. Recordamos que nos decía que aquello ocurrió un mes de abril. Temía el mes de abril. Decía junto con el otro que era, en efecto, el mes más cruel. Nosotros cuando marzo terminaba, le animábamos con algún vino de la Ribera del Duero y algún queso viejo de oveja). Nunca se quejó de aquella fatalidad sobre todo porque -según nos confesaba- aquella luz primera salió del pezón de su madre y lo deslumbró para siempre. (Eso nos lo decía, muy serio, hasta tal punto serio que no sonreía ni un poquito, no fuera a ser que una medio sonrisa produjera en alguno de nosotros la más leve sospecha de un doble sentido en la frase: aquella luz cegadora salió del pezón de mi madre -esa es la literalidad de la expresión que usaba para evocar aquel momento deslumbrante-). También reconocía en los últimos años de su azarosa y vagabunda existencia que la ceguera trajo consigo la oscuridad y que a ella -la ceguera- achaca mucho de los desaires que la vida le procuró y fueron esos desaires los que le convirtieron en un hombre taciturno, muy hosco con los demás, que albergaba -nos decía ya en el lecho mortuorio- una ira tal contra el género humano que sabía que cualquier cosa que dijera sobre el mismo habría de estar teñido de cierta malignidad porque él, insistía, con los desengaños, los engaños, las desorientaciones, las traiciones, los sinsentidos, los sinsabores, las grandes soledades, el abandono de su progenie, la callada por respuesta de una ex-mujer que tuvo cuando un día quiso saber por qué alguna como ella le quiso (o le aseguro querer), las trampas en los pesos, las risas por su torpeza y por tantas otras cosas que le vinieron pasando a lo largo de su vida (como si de alguna manera, concluimos, se sintiera un poco como el buscón del gran Quevedo) habían acabado convirtiéndole en un ser malhumorado, poco compasivo, lleno de rencor, un rencor, nos aseguraba, que le pudría las entrañas de la mente, un rencor, nos aseguraba, al que había combatido con todas sus fuerzas, en mitad de las tinieblas, sin un atisbo de luz, el cual, aseguraba, había terminado, también él, por vencerle y así no podía negar ante nosotros que era un acomplejado de mierda, lleno de bilis, con unas terribles ganas de matar y agradecía el don de la ceguera porque si no, nos juraba, se habría convertido en asesino cruel y constante. El pobre ciego, entonces, bajaba la voz y musitaba algo parecido a lo que sigue: pero el buen ángel caído se apiadó de mí y me quemó los ojos con la luz que salió despedida de los pezones de mi madre y de esta manera evitó que mis manos se pusieran al servicio de la muerte. Perdonadme lo demás. Perdonad lo que haya podido salir de mi boca. Tenéis mi permiso para cortarme la lengua si fuera preciso. Eso decía el viejo, sentado en una butaca junto a la ventana, en la sala de la residencia para ancianos donde lo conocimos. Nos dijeron las empleadas que lo encontraron a la puerta de la residencia, cuando llegaron las del turno de la mañana; nos contaron que tardó un buen rato en entrar en calor porque parece ser que llevaba allí tirado desde las tres de la madrugada. El viejo murió a las tres semanas de llegar. Nadie lo vino a visitar. Quizás hablara más de la cuenta pero le dejábamos, para lo que iba a durar...
 
Cuentecillo Pezón y ojo

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/02/2025 a las 19:04 | Comentarios {2}


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