Krishnamurti y Nityananda
Abro una enorme digresión entre los dos últimos epígrafes y este cuarto que es la mitad del ocho, como fue el octavo hijo de su madre la persona de la que escribo. Y lo inserto en este título porque este hombre del que escribo tiene una relación directa con este tema. Que conste que no voy a colocar al final del relato el nombre de su protagonista por una cuestión de técnica narrativa sino porque quiero hablar de la creencia. La protagonista es la creencia.
K. fue el octavo hijo de S. Nació a las 12 y media de la noche del 11 de mayo (12 según el calendario occidental) de 1895. Desde el principio K. fue un niño enfermizo, distraído, como ausente; de hecho su hermano menor N. tenía que ir muchas veces a buscar a K. y con dulzura conducirle de nuevo a casa. K desarrolló una constitución enfermiza. Su madre murió cuando él contaba 10 años. Tras su muerte K. solía verla con frecuencia.
Al mismo tiempo y por la misma época un grupo de personas entre ellas, y la más importante, la señora B. estaban intentando encontrar un sincretismo filosofico-religioso entre las creencias (o las fes) de oriente y occidente y crearon una Sociedad para el Conocimiento de Dios. Esta Sociedad, muchos de cuyos miembros tenían una elevada posición social, tenía sedes en varios países. En uno de ellos, Oriental, una tarde, a la orilla del mar, un miembro de esta Sociedad se encontró con K. y la vida de K. cambió a la Sociedad. Este chico distraído, mal estudiante, como ido, fue el designado como un nuevo Mesías, un nuevo líder espiritual, El Elegido. Y K. aceptó su destino hasta el 3 de agosto de 1929. día en el que, ante miles y miles de seguidores de la Sociedad, iba a ser designado como el Guía Espiritual Supremo. K. miró a la multitud y lo primero que hizo fue disolver la organización. Terminó su discurso con estas palabras: Durante dos años he reflexionado sobre esto (la disolución de la Orden) lenta, serena y cuidadosamente y he decidido ahora disolver la Orden, dado que soy su jefe. Pueden ustedes formar otras organizaciones y esperar la venida de otro. Es un asunto que no me interesa, como tampoco me interesa crear nuevas cárceles y nuevas decoraciones para esas cárceles. Mi único interés es hacer que los hombres sean absoluta e incondicionalmente libres.
Y K. se fue.
Y K. fue Krishnamurti.
K. fue el octavo hijo de S. Nació a las 12 y media de la noche del 11 de mayo (12 según el calendario occidental) de 1895. Desde el principio K. fue un niño enfermizo, distraído, como ausente; de hecho su hermano menor N. tenía que ir muchas veces a buscar a K. y con dulzura conducirle de nuevo a casa. K desarrolló una constitución enfermiza. Su madre murió cuando él contaba 10 años. Tras su muerte K. solía verla con frecuencia.
Al mismo tiempo y por la misma época un grupo de personas entre ellas, y la más importante, la señora B. estaban intentando encontrar un sincretismo filosofico-religioso entre las creencias (o las fes) de oriente y occidente y crearon una Sociedad para el Conocimiento de Dios. Esta Sociedad, muchos de cuyos miembros tenían una elevada posición social, tenía sedes en varios países. En uno de ellos, Oriental, una tarde, a la orilla del mar, un miembro de esta Sociedad se encontró con K. y la vida de K. cambió a la Sociedad. Este chico distraído, mal estudiante, como ido, fue el designado como un nuevo Mesías, un nuevo líder espiritual, El Elegido. Y K. aceptó su destino hasta el 3 de agosto de 1929. día en el que, ante miles y miles de seguidores de la Sociedad, iba a ser designado como el Guía Espiritual Supremo. K. miró a la multitud y lo primero que hizo fue disolver la organización. Terminó su discurso con estas palabras: Durante dos años he reflexionado sobre esto (la disolución de la Orden) lenta, serena y cuidadosamente y he decidido ahora disolver la Orden, dado que soy su jefe. Pueden ustedes formar otras organizaciones y esperar la venida de otro. Es un asunto que no me interesa, como tampoco me interesa crear nuevas cárceles y nuevas decoraciones para esas cárceles. Mi único interés es hacer que los hombres sean absoluta e incondicionalmente libres.
Y K. se fue.
Y K. fue Krishnamurti.
Mayo, 1988
1
Pequeña luz,
pequeño amor,
dulce transcurrir,
secreta voz.
2
Hayan tus ojos
contemplado
una vieja y tuya
fotografía
de tu mirada infantil.
3
La calle ensuciada,
el perro viejo y su hez,
las bailarinas de caminar
abierto en sus extremos,
la gitanería.
4
Parece la lluvia
lloviendo en el cuarto.
Y grita la gata
su deseo obsesivo.
Tararea una mujer de su casa
mientras tiende la ropa menuda
de sus hijos.
5
La mujer madura
del cuarto se apoya, fatigada,
en el ángulo del descansillo.
Pasa un joven,
los ojos cerrados de ella
provocan un deseo ciego,
repentino en el corazón del poeta.
6
Condenado a muerte,
como todos;
con un rostro sin mandíbula inferior,
como pocos;
enflaquecido por el tedio y la amargura,
como tantos,
se altera ante las ansias de vida de un artista,
como siempre.
7
Un hombre
sube día tras día
apesadumbrado
las escaleras.
La actitud de su cuerpo
clama, muda,
por algo que no llegará nunca.
Puede que se trate
de un metódico maníaco depresivo
o, como se decía antes,
de un hombre melancólico.
8
Taracatá.
Un dós,
un dos trés
cuatro cinco séis
siete ócho
nueve diéz.
9
Este silencio,
curva escasa en una cuerda,
roto, acaso,
por un actor desgañitándose
en el teatro contiguo.
Este silencio, digo,
permite ver a través de las paredes.
10
Con qué desapasionada
maniobra pinza
la muchacha rizada del tercero
sus bragas recién lavadas.
11
¡Qué delicado el aroma
del aguarrás mezclado
con aceite de linaza!
¡Qué acierto la esencia
de cola de conejo
flotando en el aire cerrado!
¡Qué consistencia pegajosa
provoca en la nariz
la fragancia del alkil!
12
Veladura sobre veladura
tic-tac
otra más
tic-tac
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/02/2009 a las 16:17 | {1}
Lámina de Anatomia Japonesa
Una bata blanca. Unos conocimientos aprendidos malamente (las universidades, los centros docentes en general albergan el statu quo de las sociedades). El sacerdocio ¡El sacerdocio científico! Hoy que la ciencia es la gran religión, la panacea, la hostia en botes perfectamente clasificados con sus códigos de barras ¡Oh, los códigos de barras! Las salas de espera de las urgencias, el trajín de carros, cubos, frascos, sueros, sillas de ruedas, camillas, aparatos y más aparatos y pasillos sucios eternamente recorridos por limpiadores ¿Y esas luces de neón? ¿Y esa mujer que se sienta asustada ante el dolor de una punción? Y las jerarquías, ¡ah, las jerarquías! No nos saltemos las jerarquías y callemos la boca ante las expresiones mistéricas de los sumos sacerdotes que te miran extrañados de que un ser enfermo les hable a ellos y tome medidas por ellos y esboce un posible diagnóstico. Estos reyes del método científico son los únicos que se pueden saltar a su libre albedrío el susodicho. Ellos diagnostican sin tener las pruebas, ellos que sin prueba no son nada ¡El empirismo, señores, el empirismo!
Y la espera antes de la consulta/confesionario en esas salas ya grises o ya amarmoladas, ya grandes o ya minúsculas. Esos pacientes (en el doble y real significado) que se miran a los ojos sin apenas atreverse como si las chiribitas también contagiasen la enfermedad (antiguamente se creía y aún hoy habrá gente que lo crea, yo lo creo -como creo en el big bang y lo divino o en los efectos curativos de la ayahuasca o en la ligereza de un sueño que se vive despierto o como creo en todo lo que es posible- que el amor entraba por los ojos por medio de una especie de rayos que llamaban chiribitas, de ahí la expresión sus ojos echaban chiribitas) hasta que por fin unos ojos se encuentran frente a frente y surge la conversación y ésta hace más llevadera la espera y cuando toca el turno el que se queda suele decir, Y que haya suerte, que no sea nada.
La consulta/confesionario suele ser tan desgarbada, tan falta de ángel, tan escasa de simpatía. Hay una zozobra de sentimientos (cuando el sentimiento es parte fundamental de la enfermedad, el paciente dice, Siento un dolor aquí.) porque éstos se intentan resolver con la razón, científica en este caso ¿Cómo se lucha contra unos papeles? ¿Cómo escapar de los protocolos? ¿Cómo conseguir que el médico no busque una enfermedad sino un enfermo?
¡Qué mal se llevan la burocracia y la enfermedad! ¡Y qué mal se llevan los hospitales y el invierno! Luego muchos se curan. Otros mueren. Otros son internados y ahí empieza otro diario. Y a veces dejas, sin quererlo, a una viejecita asustada sentada en una sala. Le han abierto una vía, está incómoda, llama sin cesar, ¡Señorita, señorita! No acude nadie. Nadie dice, Tranquila abuela, estamos aquí, vamos, estese tranquila, cada poquito vendré a ver qué tal se encuentra. Nadie lo dice. A lo mejor una paciente que está a su lado le coge la mano por ella, que por cierto se llama Gloria, y también porque al ver a la anciana desvalida se ha acordado de dos viejecitas suyas (su madre y su tata) y las ha imaginado como Gloria se encuentra ahora, asustada y sola y vieja.
No hago de la parte el todo.
Y la espera antes de la consulta/confesionario en esas salas ya grises o ya amarmoladas, ya grandes o ya minúsculas. Esos pacientes (en el doble y real significado) que se miran a los ojos sin apenas atreverse como si las chiribitas también contagiasen la enfermedad (antiguamente se creía y aún hoy habrá gente que lo crea, yo lo creo -como creo en el big bang y lo divino o en los efectos curativos de la ayahuasca o en la ligereza de un sueño que se vive despierto o como creo en todo lo que es posible- que el amor entraba por los ojos por medio de una especie de rayos que llamaban chiribitas, de ahí la expresión sus ojos echaban chiribitas) hasta que por fin unos ojos se encuentran frente a frente y surge la conversación y ésta hace más llevadera la espera y cuando toca el turno el que se queda suele decir, Y que haya suerte, que no sea nada.
La consulta/confesionario suele ser tan desgarbada, tan falta de ángel, tan escasa de simpatía. Hay una zozobra de sentimientos (cuando el sentimiento es parte fundamental de la enfermedad, el paciente dice, Siento un dolor aquí.) porque éstos se intentan resolver con la razón, científica en este caso ¿Cómo se lucha contra unos papeles? ¿Cómo escapar de los protocolos? ¿Cómo conseguir que el médico no busque una enfermedad sino un enfermo?
¡Qué mal se llevan la burocracia y la enfermedad! ¡Y qué mal se llevan los hospitales y el invierno! Luego muchos se curan. Otros mueren. Otros son internados y ahí empieza otro diario. Y a veces dejas, sin quererlo, a una viejecita asustada sentada en una sala. Le han abierto una vía, está incómoda, llama sin cesar, ¡Señorita, señorita! No acude nadie. Nadie dice, Tranquila abuela, estamos aquí, vamos, estese tranquila, cada poquito vendré a ver qué tal se encuentra. Nadie lo dice. A lo mejor una paciente que está a su lado le coge la mano por ella, que por cierto se llama Gloria, y también porque al ver a la anciana desvalida se ha acordado de dos viejecitas suyas (su madre y su tata) y las ha imaginado como Gloria se encuentra ahora, asustada y sola y vieja.
No hago de la parte el todo.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/02/2009 a las 13:26 | {0}
Hércules (los dos)
Cuando veo jugar a Rafael Nadal y Roger Federer en la final de un Gran Slam tengo siempre presente lo agonístico que es el deporte tanto en su dimensión física como en su dimensión espiritual (y no escribo mental porque la lucha, el esfuerzo supremo, la superación en el momento más duro tiene mucho de eso que podríamos llamar espiritual, alma [ánima, ánimo, aliento, podríamos seguir expandiendo el significado a lo ancho y a lo alto del árbol léxico]). Federer y Nadal son dos héroes en su viejo sentido, cercanos a los dioses y sin embargo mortales, generados de un inmortal y sin embargo humanos y débiles y como siempre en este caso lo miserable no eleva lo sublime sino que lo rebaja.
Nadal y Federer son dos héroes trágicos unos de los cuales sabe que va a morir aunque luego, como el ave Fénix, resurja de sus cenizas y vuelva en plena forma, renovado, al siguiente torneo. Y cuando se enfrentan surgen dos formas (con todos sus matices, sin Mani cerca, ni absoluto) de entender la agonía y la búsqueda de la salvación.
El tenis de Rafael Nadal es la eficacia excelente y el de Roger Federer la excelencia eficaz. Rafael Nadal no tiene la elegancia, la finura, el refinamiento, la casi levedad de Federer en la pista; él más bien es pétreo, aguerrido, es espartano y al mismo tiempo (de aquí la negación de los absolutos) es sutil, inteligente y audaz. Roger Federer es ligero, tranquilo, parece dolerle en lo más profundo de su sensibilidad la necesidad de golpear con fiereza la bola, la necesidad de tener que esforzarse para no morir, para ganar la lucha, pudiendo ser todo bello, caballeresco, sin sudor.
Es antiquísima la sensación de euforia que produce su lucha como debía de ocurrirles a aquéllos que escucharon al ciego Homero cantar los prodigios de Telemaco en su busca de Odiseo; y hablo de este último porque Nadal tiene algo de Odiseo, tiene esa fe ciega en sí mismo, esa capacidad de luchar y luchar y seguir luchando contra el ponto, cien Cíclopes o un Titán. Fe, espíritu y tierra.
Federer me recuerda (por su forma de dolerse en la derrota) a un jugador de ajedrez yucateco llamado Carlos Torre. Este jugador en la década de los 20 del pasado siglo fue uno de los mejores pero hubo de abandonar el ajedrez magistral porque le dolía hasta la locura el tener que sacrificar la belleza de una posición por la victoria.
Ambas formas de lucha las admiro. Ambas formas de lucha son sublimes.
Nadal y Federer son dos héroes trágicos unos de los cuales sabe que va a morir aunque luego, como el ave Fénix, resurja de sus cenizas y vuelva en plena forma, renovado, al siguiente torneo. Y cuando se enfrentan surgen dos formas (con todos sus matices, sin Mani cerca, ni absoluto) de entender la agonía y la búsqueda de la salvación.
El tenis de Rafael Nadal es la eficacia excelente y el de Roger Federer la excelencia eficaz. Rafael Nadal no tiene la elegancia, la finura, el refinamiento, la casi levedad de Federer en la pista; él más bien es pétreo, aguerrido, es espartano y al mismo tiempo (de aquí la negación de los absolutos) es sutil, inteligente y audaz. Roger Federer es ligero, tranquilo, parece dolerle en lo más profundo de su sensibilidad la necesidad de golpear con fiereza la bola, la necesidad de tener que esforzarse para no morir, para ganar la lucha, pudiendo ser todo bello, caballeresco, sin sudor.
Es antiquísima la sensación de euforia que produce su lucha como debía de ocurrirles a aquéllos que escucharon al ciego Homero cantar los prodigios de Telemaco en su busca de Odiseo; y hablo de este último porque Nadal tiene algo de Odiseo, tiene esa fe ciega en sí mismo, esa capacidad de luchar y luchar y seguir luchando contra el ponto, cien Cíclopes o un Titán. Fe, espíritu y tierra.
Federer me recuerda (por su forma de dolerse en la derrota) a un jugador de ajedrez yucateco llamado Carlos Torre. Este jugador en la década de los 20 del pasado siglo fue uno de los mejores pero hubo de abandonar el ajedrez magistral porque le dolía hasta la locura el tener que sacrificar la belleza de una posición por la victoria.
Ambas formas de lucha las admiro. Ambas formas de lucha son sublimes.
Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/02/2009 a las 17:17 | {0}
Resumen: Milos Amós, escritor, quema toda su obra por una cuestión emocional, abandona su casa y se lanza a los caminos donde le ocurren varios sucesos. Al final acaba en un cenobio, en lo alto de una montaña en plena cordillera de no se sabe dónde. Allí conoce a la cenobita Cristeta y se queda pasmado cuando contempla su cuerpo desnudo en lo alto de una cima.
Es puntiagudo el filo de la pluma. Silencio. Es perfecta la palabra escalofrío. Silencio. Abriré los ojos y estaré entre sus brazos. Silencio. Desayunaremos pan y mantequilla y mermelada de nísperos. Silencio. Hasta que el sonido le entra por los oídos. Es el viento, es el viento del páramo. Silencio. La contemplación de su belleza me dará de nuevo fuerzas. Silencio. La sensación de niebla en la ropa y el sabor de la roca en su boca. La mano que parece herida. El ojo que lo siente hinchado. Silencio. Luego entraremos juntos en la inmensa biblioteca del cenobio y seremos felices para siempre dibujando capitulares. Silencio. Su respiración. Su memoria que recuerda lo futuro. Abre el ojo sano. Se ve a ras de suelo. La noche en el llano.
Es puntiagudo el filo de la pluma. Silencio. Es perfecta la palabra escalofrío. Silencio. Abriré los ojos y estaré entre sus brazos. Silencio. Desayunaremos pan y mantequilla y mermelada de nísperos. Silencio. Hasta que el sonido le entra por los oídos. Es el viento, es el viento del páramo. Silencio. La contemplación de su belleza me dará de nuevo fuerzas. Silencio. La sensación de niebla en la ropa y el sabor de la roca en su boca. La mano que parece herida. El ojo que lo siente hinchado. Silencio. Luego entraremos juntos en la inmensa biblioteca del cenobio y seremos felices para siempre dibujando capitulares. Silencio. Su respiración. Su memoria que recuerda lo futuro. Abre el ojo sano. Se ve a ras de suelo. La noche en el llano.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/01/2009 a las 13:00 | {0}
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Ensayo
Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/02/2009 a las 13:50 | {0}