Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Me declaro libertino (en el sentido que a esta palabra se le daba en el siglo XVIII, es decir, en moderna terminología: librepensador). La reflexiones que voy a ir plasmando a lo largo de las próximas semanas tienen un carácter provisorio y se acogen a una de las características de uno de los métodos científicos: estas reflexiones son falsables. Incluso yo mismo, a lo largo de este periodo que hoy se inicia, podré mostrar la falsabilidad de algunas de ellas.
Estas reflexiones no pertenecen a ningún heterónimo. De cada una de las palabras que escriba en este libro el único responsable soy yo: Fernando García-Loygorri Gazapo. Por supuesto que cuando utilice citas facilitaré el nombre del autor y el título del libro o fuente de donde las haya sacado.



81.- Aunque no esté muy seguro con la forma en que lo expreso, el puritanismo de izquierdas anima a que la derecha se apropie de conceptos como el de libertad.

82.- Al igual que hay una banalización del concepto de mal, hay una banalización del concepto de libertad. (Hágase notar que el reverso de la libertad es el mal).

83.- El puritanismo -venga de donde venga- tiene como condición sine qua non la intolerancia. El respeto a las minorías -por ejemplo- no puede partir de un supuesto vocabulario neutro (léase puro → puritanismo). Valga un ejemplo: mi amigo A. me contaba hace unos días lo siguiente: Porque ésos -llamo con ese pronombre a dos personas racistas- escuché que me llamaron moro. Yo me di la vuelta y les respondí, Soy marroquí, de una gran ciudad de Marruecos y no un pueblerino como vosotros. Y mi amigo A. añadió, Porque la palabra moro no es ni buena ni mala, es la intención con que se dice la que la convierte en una cosa u otra. En su boca es insultante, sin embargo tú me puedes llamar moro porque en tu boca no es insulto.

84.- El puritanismo no es sutil. El puritanismo confunde forma y fondo y suele acompañarse de cierto grado de victimismo.

85.- ¿Tiene sentido? ¿Realmente son cuestiones políticas? ¿Qué subyace en la dinámica general de una época? ¿Cuando nos volvemos expansivos, alegres en la búsqueda, se debe a esa energía interna? ¿Es el inconsciente colectivo? ¿Gea? ¿Tendrían sentido, entonces, la división en centurias o en milenios? Sentido en cuanto que son cifras redondas. ¿Necesita esta época -lo entendamos o no- estúpidos como Donald Trump para dirigir la nación más peligrosa -por poderosa- del mundo? ¿Necesita esta época de la llamada humanidad gentes autoritarias, con aires de asesinos fríos como Vladimir Putin? Estos dos nombres sólo los escribo en tanto en cuanto personificaciones de una tendencia, de un sentir social.

86.- Por eso me pregunto ¿de qué estrato puritano escribo? ¿Cómo se definen exactamente los términos izquierda y derecha políticas? Entiendo mejor el término derecha. Las derechas son la parte conservadora de la sociedad, la que quiere conservar lo que atesora cueste lo que cueste y sea sacrificado quien tenga que ser sacrificado. El término izquierda, hoy, me resulta más impreciso.

87.- ¿Seguiré reflexionando sobre esto? ¿Te parece que tiene interés?
 

Ensayo

Tags : Reflexiones para antes de morir Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/06/2024 a las 20:17 | Comentarios {0}


Me declaro libertino (en el sentido que a esta palabra se le daba en el siglo XVIII, es decir, en moderna terminología: librepensador). La reflexiones que voy a ir plasmando a lo largo de las próximas semanas tienen un carácter provisorio y se acogen a una de las características de uno de los métodos científicos: estas reflexiones son falsables. Incluso yo mismo, a lo largo de este periodo que hoy se inicia, podré mostrar la falsabilidad de algunas de ellas.
Estas reflexiones no pertenecen a ningún heterónimo. De cada una de las palabras que escriba en este libro el único responsable soy yo: Fernando García-Loygorri Gazapo. Por supuesto que cuando utilice citas facilitaré el nombre del autor y el título del libro o fuente de donde las haya sacado.



72.- Siento un pesimismo atroz. Desde los Grandes Hermanos nos lanzan una vez y otra mensajes de esperanza con respecto a eso llamado humanidad. La humanidad, dicen. ¿Debiera existir la  elefantalidad? ¿La amebidad quizá? o ¿Por qué no la piernalidad? En esos mensajes sobre eso llamado humanidad nos transmiten esperanza pero son mensajes huecos, como si ya fueran generados por IA, dichos por personas -no me tiene por qué caber la más mínima duda- que honestamente creen en ellos.

73.- Las conspiraciones siempre han existido. Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? exclamaba Cicerón en el año 63 aec en el senado romano para denunciar la conjuración de Catilina. Cuando la civilización occidental era aún joven, las conspiraciones, si se descubrían, se aireaban a los cuatro vientos, incluso se denunciaban en los centros de poder. En su declive ya, la civilización occidental ha inventado un término/insulto para quienes denuncian conspiraciones. Conspiranoicos se nos llama y así se une la denuncia a una alteración mental (sea lo que sea paranoia y alteración y mente).

74.- Siento un pesimismo atroz cuando no se puede ni siquiera debatir que la epidemia de la Covid-19 haya podido ser un complot.

75.- Es una tormenta perfecta la que se abate sobre la civilización occidental -la civilización es la cristalización de una cultura y por lo tanto toda civilización presupone el inicio de un fin-; vivimos tal malestar de la cultura que llega a la culpa individual (insisto en la ambigüedad de algunas palabras, en este caso la palabra individuo [Edward Bernays]). Vivimos un momento de la historia occidental -toda Historia no es más que la interpretación de unos hechos- en el que el amor puede no verse correspondido por una mera ideología.

76.- Siento un pesimismo atroz porque los totalitarismos van a volver a vencer; porque el Imperio norteamericano apuesta por dos viejos machos para llevar las riendas imperiales, siento un pesimismo atroz; pesimismo siento cuando observo cómo el posfeminismo señala determinadas palabras como moralmente reprobables cuando las palabras en sí no tienen moral ninguna.

77.- Siento un pesimismo atroz cuando asisto a la angustia con la que Julia -el personaje protagonista de la película noruega La peor persona del mundo, la señorita Julia del siglo XXI- vive su vida, la pena con la que transita por ella en un mundo opulento.

78.- Cuando se habla del futuro de la humanidad, ¿de que humanidad se habla? ¿De esa mayoría de humanos que no lee? ¿De los que no tienen pensamiento crítico porque se les negó la posibilidad de tenerlo desde la escuela? De hecho se les cercenó en la escuela. La escuela no quiere persona críticas. ¿Se habla de la humanidad que sólo atiende al panem et circenses? ¿Esas van a ser las gloriosas personas de la nueva humanidad?

79.- Siento un pesimismo atroz ante la meritocracia y ante la permisividad con la hipocresía y el engaño de tantos y tantos gobernantes (ya sean políticos, económicos, científicos, religiosos o mediáticos).

80.- Siento un pesimismo atroz ante la sacralización de la ciencia. El único cambio que se ha producido es que los nuevos sacerdotes visten bata blanca en vez de sotana negra.
 

Ensayo

Tags : Reflexiones para antes de morir Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/06/2024 a las 02:19 | Comentarios {0}



Vamos caminando por la calle. Nos llama un amigo común y nos dice que el Rey nos dará audiencia. Ninguno habíamos pedido audiencia al rey. Es un rey, además, que ya no es rey; es un rey abdicado, un rey muy viejo y muy alto. Aceptamos. Entramos en el zaguán de un edificio de la calle Ortega y Gasset en el barrio de Salamanca de la ciudad de Madrid en España. La casa parece estar distribuida alrededor de un patio central -al verla me recuerda a una casa de mi infancia, la casa del torero Antonio Bienvenida, a la que fuimos un día mi madre y yo con nuestra perra Pocholita, una pekinesa negra, a la que la madre del torero quería cruzar con su pekinés negro- . Al entrar nos topamos con el viejo rey apoyado en la baranda que rodea el patio. Nos encontramos en un primer piso, en una especie de galería; el patio abajo tiene ecos de un jardín francés en miniatura. El rey nos saluda. Nosotros -como si fuéramos cortesanos de toda la vida- inclinamos la cabeza en señal de respeto. Él nos ofrece la mano y al estrechármela la siento flácida y sudorosa. Desaparece el Rey. Nos dicen que en un momento seremos recibidos, parece que su majestad va a hacer un anuncio importante. Me doy cuenta de que mi amigo ha desaparecido. Me doy cuenta de que la aparente sencillez de la distribución de la casa alrededor de un patio central, no era tanta. Me he perdido. Deambulo por habitaciones, pasillos, gabinetes, estancias que no sé a qué están destinadas; la casa se empieza a llenar de gente, cientos y cientos de personas que vagan de un sitio para otro seguramente buscando lo mismo que yo; hay un momento en el que buscando a mi amigo y la sala de audiencias acabo en la cocina y allí veo un ejército de cocineros y pinches y una cantidad pantagruélica de comida. Alguien comenta que el rey renuncia a ser emérito. Por fin veo al rey a través de la rendija de una puerta, está inclinado sobre una mesa iluminada por una lámpara y parece estar absorto en la lectura de un documento mientras en su mano izquierda tiembla, trémula, una pluma.

Es un pueblo hermoso y pequeño, de casas blancas. Estoy acompañando a una muchacha a su casa. Yo también soy un muchacho. Estoy nervioso. Siento que le gusto. A mí ella me gusta mucho. Llegamos a la puerta de su casa. Me dice, Ya hemos llegado. Le pregunto si no podemos estar un poco más juntos. Me dice que sí pero que no haga ruido que su madre está en casa. Entramos. Vamos a su habitación. Me encanta esa muchacha. Tengo unos deseos ardientes de besarla, de tocarla. Entramos en su habitación. Nos sentamos en su cama. Es la habitación de una chica que no ha llegado a los veinte años. Nos besamos. Nos acaloramos. Nos acariciamos. Cuando toco sus senos siento una erección como nunca jamás la había sentido, es la pura flecha de Cupido entre mis piernas. Suavemente, como si me matara con una canción, acerco mi mano al botón de su pantalón; ella detiene mi mano cuando la punta de mi dedo corazón empieza a sentir el vello de su pubis. Me dice, No hasta que no conozcas a mi madre. Saco la mano. Le pregunto si no sería posible conocerla ahora y por un motivo que no acierto a recordar pero que hila esa pregunta con lo que sigue a continuación, me responde que sí pero que ese pueblo fue durante muchos años como el cortijo de una familia llamada Puertas. A mí me sorprende, porque yo conozco a esa familia, le digo, de hecho esa familia es la familia de una novia que tuve (en realidad le digo que yo fui yerno en esa familia. Que estuve casado con la hija de uno de los miembros de esa familia). Entonces ella me enseña una fotografía de esa familia y, en efecto, resultan ser ellos. Me llama la atención en la foto sus dentaduras, las de todos, unos dientes grandes, blancos, casi agresivos en su risotada (parece que en la foto se carcajean). Me presenta la muchacha a su madre que resulta ser A. -la madre real de la mujer con la que estuve casado- y comenta, mirando la fotografía que me había enseñado su hija, que en efecto esa es la familia que durante años se creyó la dueña del pueblo. La madre me devuelve la foto. Me mira con una mirada terrible y dice,  Pero hace muchos años que ya no viven. 
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/06/2024 a las 12:52 | Comentarios {0}



No me he deshecho. Respiro. Hoy mismo he sentido con una intensidad digna de perro el olor de la tierra después de la tormenta. ¡Qué tormenta la de anoche! ¡Cómo eran los rayos luces estroboscópicas que iluminaban las montañas como si buscaran capturar su fisonomía en una fracción de segundo! Yo volaba. Parecía drogada con LSD. Recordaba aquellos años. Recordaba los miedos que pasé y las intuiciones que me regalaron la posibilidad de haber llegado hasta aquí. Ya mayor, en el inicio del fin, cuando la Muerte, en su paseo constante entre los seres con vida, pronto dará conmigo, más bien se tropezará conmigo porque cuando la muerte mata a los viejos no es que vaya a por ellos, es que con ellos se tropieza porque los viejos ya no están ágiles para esquivarla y se dejan coger y se entregan de buena gana porque vivir cansa, vaya que si cansa. Aún no me he deshecho, no soy como el cartón que al contacto con el agua se ablanda, no, soy de carne y hueso. Con los años debe ser. Por lo años, diría más bien. Son ellos los maestros (luego ya que la alumna, en este caso, aprenda, es otra cosa). Son los años los que han sugerido a este cuerpo que ya avanza hacia el tropiezo, No te deshagas -me han dicho-; no por otros; deshazte por ti si quieres pero los otros viven su vida, toman sus decisiones o no las toman sino que a veces se dejan llevar por una pereza que les impide tomarlas; decía el poeta -me siguen diciendo lo años- que sólo hay dos pecados: la pereza y la impaciencia y muy probablemente el poeta tenga razón. No te dejes vencer, querida. Aguanta hasta el final que si la vida cansa también es corta y una. Merece la dicha el cansancio de vivir. Merece el agradecimiento de haber sido autoconsciente y haber acudido a tu trabajo y haber pagado con tu dinero. Lo demás no estaba en tu mano, querida; lo demás son avatares. Tú tan sólo podrías ser responsable del mal que hiciste y ésa es una cuestión moral que, valga la paradoja, en poco te atañe. Sigue entera. Sigue atenta. Sigue viva. Sigue alegre cuando puedas. No duermas si no quieres y cuando quieras échate, cierra los ojos, sueña todos esos mundos que has soñado, casi siempre, por cierto, inquietantes quimeras. Porque la noche está callada, no te deshagas; porque seguro que respira aunque lejos, no te deshagas; porque la aurora boreal volverá a verse en Islandia, no te deshagas; porque la perra corrió una tarde más, no te deshagas; porque conseguiste llegar a  casa, a tu casa, querida, la que pagas con tu medios, modesta y hermosa, la que te acoge, la casa en la que cuando llega la noche surgen por todos los rincones los aromas de las flores. Por tu casa, entonces, no te deshagas; mantén firme la espalda; cuida que el azúcar no te llegue a los ojos; anima a la sangre a que fluya serena por los cauces de tus venas; ama el sexo que tanto te entretiene; cuida la voz que sedujo a veces y si eres inocente, si en lo profundo de tu conocimiento del mundo y de ti misma, te sabes inocente, entonces, querida, no te deshagas; deja que sea el universo quien se encargue de esas gaitas y tú a lo tuyo: aprende un poco más mañana, sé generosa mañana, sonríe en cuanto puedas, que no te huela el cuerpo a mala, cocina tu alimento, ocúpate de los seres que tienes a tu cargo, no hagas esperar si alguien te espera y responde si alguien te llama. Aunque canse, querida, emociónate y deja que las aves vuelvan a cantar el paraíso.
 

Ensayo

Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/06/2024 a las 02:01 | Comentarios {0}



Era la última hora de la tarde. Tras las montañas el cielo había adquirido unos tonos bermellones que parecían, de tan bellos, abrirse a los infiernos. Estaba sentado en lo alto de su jardín, en una silla de madera con un cojín que hacía más cómodo el asiento. No bebía nada. No fumaba nada. Respiraba, miraba, escuchaba, sentía en su piel el final del día, la caída en la noche de la tarde. Dejaba que su mente vagara. Había vivido muchos más años de los que él mismo siempre había creído. Desde niño, sí, pensó que moriría pronto, no más allá de los cuarenta, no mucho más allá. Si hubiera muerto a los treinta y ocho no habría tenido la hija. Pensó su nombre una vez más. Recordó la película Testament del director canadiense Denys Arcand. En ella la directora de una residencia de ancianos cuenta que desde hace catorce años no sabe nada de su única hija. Él no sabe nada desde hace cuatro años de la suya. ¡Qué abismo se ha abierto en su vida! ¡Qué agujero negro que absorbe casi toda su energía! Ahora, por lo menos, puede volver a sentir los bermellones del atardecer tras las montañas y cree que quizá llegue a asumir esa idea de los aborígenes australianos que entienden la educación como un acompañamiento y no como un lazo eterno, si no dogal, si no collar. Aún así la echa de menos y recuerda su nombre cada día y siente ese prurito de culpa y luego lo desdeña, lo aparta, como si tuviera materia, con un gesto de la mano, se levanta de la silla con cojín, entra en su casa, va hasta la cocina, se hace una cena, recuerda el rostro de su hija cuando apenas levanta un palmo del suelo y le desea desde lo más sincero de su ser que la vida le sea intensa y le dice en voz muy baja, muy, muy baja, porque ésa es la única manera de que se pueda oír en cualquier parte, que nunca, nunca, aunque su ausencia lo arrase, la dejará de querer.
 

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/06/2024 a las 16:59 | Comentarios {0}


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