...si somos lenguaje, emoción y memoria... ¿qué hará? Hay mañanas en las que basta una brizna de brisa a destiempo para que la ausencia de memoria le produzca congoja. Deduce racionalmente: si no hay vida compartida, si no hay recuerdos, si no hay memoria, falta un tercio de la vida...
¿Cuál de las nueve hijas huirá primero? ¿Era Juana Inés de la Cruz la décima musa? ¿Así la llamaron? Cuál de ellas.
Si no hay memoria no puede haber olvido. Si no hay memoria no puede haber emoción. Si no hay memoria no puede haber lenguaje para lo que se ignora. Sólo se puede decir lo que se puede decir. Ya nunca sabrá lo que te ocurrió un veintiséis de marzo de 2022. No hay memoria. No hija Musa que acuda a él y con ese recuerdo le inspire un cuadro, un verso, un canto.
No quiere ir a los libros de consulta y recordar el nombre y el arte de cada una de las nueve. Puede olvidarlos porque tiene memoria de ellos y así, si quisiera recordar, no tendría más que acudir a los grandes baúles de la memoria y buscar en el lugar correspondiente. ¿Pero lo que se ignora? ¿Dónde se busca? Olvido de ti sí, mas no ignorancia tuya escribió Cernuda y también escribió en otro poema, uno de los primeros poemas que cayeron en sus manos adolescentes y provocaron escalofríos y admiración, Donde habite el olvido/ en los vastos jardines sin aurora;/ donde yo sólo sea/ memoria de una piedra sepultada entre ortigas/ sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. ¡Si todo fuera olvido, la memoria podría ser recuperada! ¡Acudiría él a un hipnotizador o al más cruel de los psicoanalistas porque sabría que de su mano viajaría hasta el lugar donde mora el olvido y de entre sus raíces, en esa tierra dura como el pedernal, donde está arraigada la desmemoria arrancaría los recuerdos, por ejemplo aquel de un veintiséis de marzo de 2022! La ignorancia, en cambio, es el páramo de la memoria; en ella ni el más diestro zahorí podría encontrar el manantial oculto de los recuerdos; la ignorancia es una lobotomía radical.
Porque lo ignora todo de ti, porque le dejaste sin recuerdos y por lo tanto sin la posibilidad del olvido, Las Musas no acuden en su ayuda, no llegan hasta esas simas y recuperan para él ese veintiséis de marzo de 2022; en esa fecha como en tantas otras -tú bien lo sabes- tan sólo hay la negrura de lo anterior al nacimiento, un dormir sin soñar, la muerte pura.
Llevo varios días con una frase en la cabeza: Amo Normandie. Y tras escucharla me dice la cabeza, la misma que ha pensado la frase anterior, la misma que la volverá a pensar en un rato, Tú no conoces Normandie, apenas sabes nada de Normandie. Y es cierto tanto como que la amo. Yo he estado en Normandie. He viajado en tren y atravesé Normandie. He pasado unos días en Caen, la reconstruida Caen, y muchos años antes, muchos, muchos años antes, escribí una versión teatral de la novela de Joseph Roth La leyenda del Santo Bebedor en la que aparece como protagonista y protectora del borracho Santa Teresita de Lisieux. Mi amiga Caroline Lahougue, normanda y una de las primeras mujeres a las que amé, me señaló la basílica de Lisieux cuando viajábamos en tren de Paris a Caen (esa historia está recogida en un cuento -dividido en 8 capítulos- que puedes leer en este mismo blog llamado El Viaje -basta que cliquees sobre el nombre para que te lleve a él-). ¡Claro que quiero a La Normandie por Caroline pero también la quiero por Flaubert, por Monet, por Proust o por Prévert y su casa de Omonville-La- Petite! Amo Normandie por su belleza y su dureza, la imaginaria, la que yo he soñado, por la verdura de sus bosques, por sus brumas matinales cuando el otoño acorta la luz y la humedad se adueña de todos; amo Normandie porque desde su suelo, ¡Oh, Omaha!, desde su dolor, desde su previa destrucción, se pudo vencer a las hordas de la Wehrmacht; amo Normandie por el heroísmo del Dia D, aquel 6 de junio de 1944, que aún hoy debería resonar en los oídos de aquellos que han olvidado lo que aquel sacrificio, aquel esfuerzo, aquel sufrimiento perseguía; amo Normandie porque hay grupos de normandos que siguen luchando por la libertad y el derecho de los desheredados de la tierra y no sólo luchan con el ineficaz lamento o el discurso escrito sino que luchan en primera fila, hombro con hombro, junto a los migrantes a los que les dan no sólo alimento y cobijo sino también defensa ante la ley; amo Normandie, la que yo imagino, sí, pero que, no sé por qué extraño orden del mundo, creo que no debe de ser muy distinta de la real.
Vas por la carretera, camino de un hipermercado donde sueles hacer las grandes compras. No te quedan rastros de la vida dormida de la noche. Has desayunado frente a la gran ventana. Tienes el ánimo siempre dispuesto al enfado. El páncreas te dicen. El alma te dices. En todo caso, nada te ha pasado esta mañana, quizá la pereza normal de tener que recorrer cuarenta kilómetros para meterte en un establecimiento que no te gusta y con la inquietud, muy leve es cierto, de que la perra no esté demasiado tiempo en el garaje subterráneo (por los gases de los tubos de escape, te dices). No te has maquillado. Vas vestida con unos shorts rosas, camiseta amarilla y zapatillas deportivas blancas. Ir, comprar, volver, comer y a por la tarde, piensas mientras vas por la carretera y a medida que te alejas de tu casa, vas sintiendo cierto bienestar hasta que de improviso, como un cuchillo que atravesara la carrocería del coche, sientes la punzada de la impiedad, la que esquivas un día y otro, la sientes y una vez que se te ha clavado en el vientre ya no te suelta; es el dolor de una punzada en el centro del alma, donde más duele, donde no hay escapatoria, encerrada en el coche, camino de un hipermercado con la perra en el asiento de atrás que no debe de entender nada cuando te pones a llorar y te enfureces y quisieras que la vida fuera de otro modo, que no se hubiera producido ese dolor, que ahora está incrustado en el centro de tu alma y que, por experiencia, sabes que no te va a soltar en unos cuantos días. Vivir era esto, te dices y sigues con lo que tienes que hacer y lo haces y aguantas la punzada, la impiedad, ¡Oh, Sócrates!
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/08/2023 a las 19:04 | {0}La noche de la luna llena,
la estela mortuoria,
un eco de cantos de ángeles que llegan hasta los aledaños del tercer círculo del infierno,
las frases breves de los hombres sabios,
la insatisfacción y la lectura,
algo que se amargó con el tiempo,
dejar que el sueño se olvide,
la mano que no mece nada,
la santa sin milagros,
el dios envejecido por demasiada ira y demasiados aires,
el daimon juguetón del que nunca escribió nada y siempre anduvo preguntando,
la noche y su orgía,
la voz del amigo apenas alcanza para satisfacer una inspiración y aún así es tanto,
hacerse viejo y ser igual de necio,
saber morir muerto de miedo,
caminar un día más y agradecerlo,
desentendido de lo que quizá ocurra,
cocinar con gusto la ensalada fría,
animar al aire a que traiga buenas nuevas,
la sal de la vida en las salinas,
los desiertos altos en los que el frío mata,
el carácter, eso sería, el carácter, la llama si se quiere, el hálito si nos ponemos cursis, la esencia si olorosos,
ya llega agosto,
será por eso,
cuando el inicio del miedo,
una supuesta compresa en una piscina privada,
la broma en la mirada,
y llegar tan lejos como permita el día,
y beber mucho, que el medio interno se mantenga limpio
y las cloacas de nuestro estado no supuren mercurio,
deja que todo avance mientras se detiene,
la aurora, será la aurora, ese instante en que despiertas y quisieras por el bien del mundo seguir dormido,
¿Y tú? ¿Recordarás cómo empezó todo?
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Ensayo poético
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/08/2023 a las 18:01 | {0}