Pensamiento de Isaac Alexander en su esfuerzo por transmitir un SOS sentimental
De la nota me conforta su silencio. Y el silencio me augura la nota.
No estamos aquí para ser inmortales (la inmortalidad es un concepto miserable que no merece la pena vivir) sino para ser la nota que surge nítida entre dos silencios (que haya silencio no quiere decir más que no hay escucha). Y más aún: somos una nota que forma parte de la armonía de un determinado instante universal.
Pudimos ser esa nota. Pudimos ser ese instante. Dichosos seamos.
Porque entonces cada emoción, cada vibración, cada creación de un glóbulo rojo en nuestra médula ósea, es la esencia misma del discurrir universal. Siempre seremos mientras sea el universo. Esa es nuestra eternidad (que tenderá magníficamente a cero) y siempre, en su momento preciso, se podrá reproducir la nota que fuimos, la que sonó el momento exacto, cuando la armonía lo exigía.
En contra del mundo en el que vivimos deberíamos desindividualizarnos. Dejar de ser ese Yo que siempre escribimos con mayúscula y al que incluso le damos la notoriedad de llamar nombre propio.
Al releer tiempos pasados, sintió el peso de ese Yo. ¡Qué quejoso! ¡qué vasta eternidad de ombligos!
Ser especie. Y cuando me levanto y siento yo -Isaac Alexander- el esperpento de mi incapacidad y mi debilidad ante ser nadie, lo mucho que lucho por no desprenderme de mis particularidades, lo que se llamó señas de identidad, la cantidad de miles de millones de recursos materiales que la sociedad invierte para que cada uno de sus individuos se crea durante un instante individuo y dueño de su destino (crea que se crea), quisiera ser silencio ya, plácido silencio en el cap de Creus, una tarde verano mientras mis ojos se perdían en el mar y no eran en absoluto yo, ni nadie, eran física mirando.
Y así temblaré cuando al vibrar sueno aunque lentamente me voy acercando a la quietud pura, máximo silencio que sería en la metafísica del Todo: ignorancia.
En ese mar callado...
Nebulosa...
¿Cómo lo llamo, amor, si ayer al besar tu boca sentía que la nota brillaba sin llegar a ser aguda en ese instante para siempre ése, sin más solicitud?
¿Cómo me acuno en la barcarola con mis dedos deshollados? ¿Cómo sonrío si al mismo tiempo siento desdicha y fuego?
Porque sé que de la nota me conforta la promesa de su silencio y del silencio el augurio de la nada calma.
En estos días de abril.
Vals Las.
No estamos aquí para ser inmortales (la inmortalidad es un concepto miserable que no merece la pena vivir) sino para ser la nota que surge nítida entre dos silencios (que haya silencio no quiere decir más que no hay escucha). Y más aún: somos una nota que forma parte de la armonía de un determinado instante universal.
Pudimos ser esa nota. Pudimos ser ese instante. Dichosos seamos.
Porque entonces cada emoción, cada vibración, cada creación de un glóbulo rojo en nuestra médula ósea, es la esencia misma del discurrir universal. Siempre seremos mientras sea el universo. Esa es nuestra eternidad (que tenderá magníficamente a cero) y siempre, en su momento preciso, se podrá reproducir la nota que fuimos, la que sonó el momento exacto, cuando la armonía lo exigía.
En contra del mundo en el que vivimos deberíamos desindividualizarnos. Dejar de ser ese Yo que siempre escribimos con mayúscula y al que incluso le damos la notoriedad de llamar nombre propio.
Al releer tiempos pasados, sintió el peso de ese Yo. ¡Qué quejoso! ¡qué vasta eternidad de ombligos!
Ser especie. Y cuando me levanto y siento yo -Isaac Alexander- el esperpento de mi incapacidad y mi debilidad ante ser nadie, lo mucho que lucho por no desprenderme de mis particularidades, lo que se llamó señas de identidad, la cantidad de miles de millones de recursos materiales que la sociedad invierte para que cada uno de sus individuos se crea durante un instante individuo y dueño de su destino (crea que se crea), quisiera ser silencio ya, plácido silencio en el cap de Creus, una tarde verano mientras mis ojos se perdían en el mar y no eran en absoluto yo, ni nadie, eran física mirando.
Y así temblaré cuando al vibrar sueno aunque lentamente me voy acercando a la quietud pura, máximo silencio que sería en la metafísica del Todo: ignorancia.
En ese mar callado...
Nebulosa...
¿Cómo lo llamo, amor, si ayer al besar tu boca sentía que la nota brillaba sin llegar a ser aguda en ese instante para siempre ése, sin más solicitud?
¿Cómo me acuno en la barcarola con mis dedos deshollados? ¿Cómo sonrío si al mismo tiempo siento desdicha y fuego?
Porque sé que de la nota me conforta la promesa de su silencio y del silencio el augurio de la nada calma.
En estos días de abril.
Vals Las.
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Ensayo
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/04/2014 a las 12:28 | {0}