In memoriam
Una buena historia en estos tiempos donde todo lo que ensalzaba se arrastra por extraños fangos de perlas pulverizadas y diamantes de cartón.
Un buen comienzo y un final que nos una con eso que fue.
Artificios.
En el tono de Whitman.
Más allá de Faulkner... mucho más allá.
Desmemorias.
Olvido.
Una línea y otra y otra (que sepáis que un día soñé la forma de escribir una novela).
Él fue de los que entendían la tensión de la frase (la verdadera proeza del escritor, todo lo demás es técnica y repetición, por mucho que os digan, por mucho que os hablen y os exijan estructura, argumento, personajes, esas cosas banales que se crean con el tiempo y la repetición. La tensión de la frase es el único arte del escritor, lo demás es oficio, bello también pero nunca sublime).
Este es un ejemplo perfecto de tensión en la frase: Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto,
pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra. (final de Cien años de soledad)
Este es otro ejemplo perfecto de tensión en la frase: Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro. (Principio de El amor en los tiempos del cólera).
Aprended, queridos míos, el secreto de la tensión, lo voluptuoso de la sintaxis (o lo seco si fuera menester) que nace no del conocimiento, ni del intelecto o cosas parecidas y sesudas sino que nace en el bajo vientre, en la voluntad; esas frases no están escritas desde el cerebro, están escritas desde la voluntad de vivir.
Hay hombres a los que hay que agradecer su arte y también es de agradecer que en las sociedades humanas, de vez en cuando, se permita que un artista de la talla de Gabriel García Márquez vea la luz entre los hombres. Porque en verdad, en verdad os digo, que hay muchos García Márquez ignorados, ocultos en su pueblito que quizá se llame Macondo o Iriarte o Klinsgor, donde en una pobre habitación escriben con tensión sus frases mientras fuera el mirlo canta con dulzura su encuentro.
Un buen comienzo y un final que nos una con eso que fue.
Artificios.
En el tono de Whitman.
Más allá de Faulkner... mucho más allá.
Desmemorias.
Olvido.
Una línea y otra y otra (que sepáis que un día soñé la forma de escribir una novela).
Él fue de los que entendían la tensión de la frase (la verdadera proeza del escritor, todo lo demás es técnica y repetición, por mucho que os digan, por mucho que os hablen y os exijan estructura, argumento, personajes, esas cosas banales que se crean con el tiempo y la repetición. La tensión de la frase es el único arte del escritor, lo demás es oficio, bello también pero nunca sublime).
Este es un ejemplo perfecto de tensión en la frase: Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto,
pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra. (final de Cien años de soledad)
Este es otro ejemplo perfecto de tensión en la frase: Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro. (Principio de El amor en los tiempos del cólera).
Aprended, queridos míos, el secreto de la tensión, lo voluptuoso de la sintaxis (o lo seco si fuera menester) que nace no del conocimiento, ni del intelecto o cosas parecidas y sesudas sino que nace en el bajo vientre, en la voluntad; esas frases no están escritas desde el cerebro, están escritas desde la voluntad de vivir.
Hay hombres a los que hay que agradecer su arte y también es de agradecer que en las sociedades humanas, de vez en cuando, se permita que un artista de la talla de Gabriel García Márquez vea la luz entre los hombres. Porque en verdad, en verdad os digo, que hay muchos García Márquez ignorados, ocultos en su pueblito que quizá se llame Macondo o Iriarte o Klinsgor, donde en una pobre habitación escriben con tensión sus frases mientras fuera el mirlo canta con dulzura su encuentro.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/04/2014 a las 11:44 | {2}