
Vuelo... de espaldas... más allá de una canción.... más allá... esta mañana al salir, con el frío de una sierra algo nevada... el paseo.... en el silencio del camino verde, con los sonidos del mundo, el que tuvo que ser alguna vez enteramente así... las correrías del perro... los pedazos de mundo mordidos.... el agua azulísima como de nieve y unos piragüistas avanzando inútilmente y orzando en la boya... la roca... el cielo... las montañas nevadillas... y ese aire frío como el hierro, cruel como el cuchillo, inclemente como la pena... no es un día de queja, es un día de duelo... la muerte.... donde nada muere... hasta la palabra morir tiene algo vital, algo por completo sonoro, como las últimas palabras tibetanas que golpean el tímpano del moribundo para hacerle grato el tránsito... la belleza de haber sabido la mano y la mirada.... o una tarde de agonía llena de alegría... mansamente se arriba a la orilla donde espera el barquero... no temas su mirada... no temas el ofrecimiento de su mano para que des el paso sin caer a la Estigia... ven, parece decir, mi mano es callosa porque el remo, sólo porque el remo... quítate el talismán de tu cuello, abandona la piedra verde en el lugar donde aún ha de reposar muchos milenios y ahora ven, amigo, vas a visitar la otra orilla... así diría el día... con la vida fluyendo por mis ojos, colorida cuando está compuesta de átomos incoloros... sometida a los fueros de la gravedad y al mismo tiempo ingrávido yo con la mirada fija en la roca que despunta de las aguas del lago, una roca pequeña que a vista de pulga sería el techo del mundo... muere querida, le diría, si me recordase a la hermosa y navegante Ofelia, la coronaría de flores de loto para que así no perdiera la esencia pura (pura porque también existen esencias impuras) de los puntos cardinales y entonaría un largo himno casi homérico por el buen fin de su travesía... y abriría su pulmón y lo miraría delicadamente, brana a brana... y abriría sus ojos hasta llegar a su retina y adoraría en un silencio lleno de luz sus conos y sus bastoncillos... y acariciaría los filamentos que tras el tímpano vibran para que el cerebro sepa que el sonido existe... así el día, al trasluz...
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/01/2013 a las 20:12 |