La madre abraza a la hija. Sobre el dolor, sobre el inmenso dolor de no entender. Aún así la madre abraza a la hija. El camino de la hija se enredó en el polvo. El camino de unas estrellas falsas como un diamante made in Taiwan. La droga tiene algo de diamante falso. Y aún así la madre, con todo el amor del mundo, con todo el dolor del mundo, abraza a la hija.
El amor tiene algo de misterioso e inexplicable, es una fuerza natural y como tal tan sólo medible a posteriori. El amor es gigantesco en su pequeñez. El amor aguanta el dolor y lo supera. El amor aguanta la incredulidad y la vence. Ese abrazo de la madre a la hija vale un mundo porque está dado con la vida entera y con sacrificio. La etimología de sacrificio (sacer facere) es hacer algo sagrado.
También el amor se conoce por su ausencia. Quienes nunca sintieron amor, lo concocen, lo añoran o luchan contra él porque su sola presencia los hace vulnerables. Los más soberbios suelen ser seres sin amor. Es su venganza.
Cuando sientes el abrazo del amigo, la compañía del hermano, la mirada serena de quien sabe que sufres, esa mano que coge la tuya y la aguanta y sabe esperar junto a ti sin pedir nada ni tan siquiera algo que le haga comprender; cuando llega la mañana y la madre sigue abrazada a su hija que tiembla de síndromes y químicas y está ahí, sin dormir, acurrucándola como cuando era muy pequeña; cuando la hermana dormita en un sofá de un hospital junto a su hermana que cada tanto intenta suicidarse y ella siempre acude y no pregunta y tan sólo le da a beber el agua que ella necesita y escucha sus quejas por el lavado de estómago; cuando la enferma recibe día tras día el cuidado de sus amigos, cómo le llevan la comida, cómo le hacen la casa, como solicitan su ánimo y alaban su belleza con la cabeza calva; cuando alguien sale de los momentos duros (quizá la hija dejó la droga, quizá la hermana quiso vivir o el hermano pudo por fin dormir tranquilo) y ves la alegría sincera del amigo, la palmada en la espalda del padre, el esfuerzo que mereció las nuevas arrugas en el rostro de la madre y sus palabras, Gracias, hija, ya estás en casa y el que vuelve a ver la luz se emociona y expresa su gratitud por no haber sido abandonado, por no haber sido preguntado; cuando ocurren estas cosas, y ocurren, las conozco, la vida es un momento luminoso en un rincón de este universo tan oscuro.
El amor tiene algo de misterioso e inexplicable, es una fuerza natural y como tal tan sólo medible a posteriori. El amor es gigantesco en su pequeñez. El amor aguanta el dolor y lo supera. El amor aguanta la incredulidad y la vence. Ese abrazo de la madre a la hija vale un mundo porque está dado con la vida entera y con sacrificio. La etimología de sacrificio (sacer facere) es hacer algo sagrado.
También el amor se conoce por su ausencia. Quienes nunca sintieron amor, lo concocen, lo añoran o luchan contra él porque su sola presencia los hace vulnerables. Los más soberbios suelen ser seres sin amor. Es su venganza.
Cuando sientes el abrazo del amigo, la compañía del hermano, la mirada serena de quien sabe que sufres, esa mano que coge la tuya y la aguanta y sabe esperar junto a ti sin pedir nada ni tan siquiera algo que le haga comprender; cuando llega la mañana y la madre sigue abrazada a su hija que tiembla de síndromes y químicas y está ahí, sin dormir, acurrucándola como cuando era muy pequeña; cuando la hermana dormita en un sofá de un hospital junto a su hermana que cada tanto intenta suicidarse y ella siempre acude y no pregunta y tan sólo le da a beber el agua que ella necesita y escucha sus quejas por el lavado de estómago; cuando la enferma recibe día tras día el cuidado de sus amigos, cómo le llevan la comida, cómo le hacen la casa, como solicitan su ánimo y alaban su belleza con la cabeza calva; cuando alguien sale de los momentos duros (quizá la hija dejó la droga, quizá la hermana quiso vivir o el hermano pudo por fin dormir tranquilo) y ves la alegría sincera del amigo, la palmada en la espalda del padre, el esfuerzo que mereció las nuevas arrugas en el rostro de la madre y sus palabras, Gracias, hija, ya estás en casa y el que vuelve a ver la luz se emociona y expresa su gratitud por no haber sido abandonado, por no haber sido preguntado; cuando ocurren estas cosas, y ocurren, las conozco, la vida es un momento luminoso en un rincón de este universo tan oscuro.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/02/2011 a las 23:45 | {0}