Escribe Escoto Eurígena en el siglo IX: El amor es el cese del movimiento. En principio la definición, esencialista, me parece bonita (parece contener algo dulce). Luego, sometido a la enseñanza intelectual de Karl Popper, (sometido con entusiasmo; sometido con alegría; descubriendo a un pensador que me hace sentir -en mi pequeño mundo- pensador yo) me hace pensar en la quietud y más allá en la inmovilidad y por ahí, por ese que nada se mueva surge Platón y su intento atrabiliario de permanecer sometidos al peso de lo inmóvil. O por decirlo de manera más clara: ¿Por qué el movimiento no es amor? ¿Qué tiene el movimiento de odioso (entendiendo el odio como el opuesto del amor)?
El movimiento lo es en todo. Movimiento es una conversacion. Movimiento es una mano que tiende hacia otra mano. Movimiento es un pensamiento. Movimiento es una pausa. Movimiento es giro. Y aunque, como dice el Tao: Treinta radios convergen en el cubo de una rueda,/ pero en su nada/ está la utilidad del carro./ El barro se moldea para hacer vasijas,/ pero en su nada/ está la utilidad de la vasija./ Se horadan puertas y ventanas/ para hacer una casa,/ pero en su nada/ está la utilidad de la casa./ El ser es lo tangible,/ pero en la nada está la utilidad, el radio, el barro, la puerta, la ventana y el ser aportan su sustancia para que la nada surja y así en ese movimiento entre algo y nada podría decirse que reside el ámbito del amor. Porque podría arriesgarme a insinuar una característica del amor si dijera: para nada por algo.
El movimiento lo es en todo. Movimiento es una conversacion. Movimiento es una mano que tiende hacia otra mano. Movimiento es un pensamiento. Movimiento es una pausa. Movimiento es giro. Y aunque, como dice el Tao: Treinta radios convergen en el cubo de una rueda,/ pero en su nada/ está la utilidad del carro./ El barro se moldea para hacer vasijas,/ pero en su nada/ está la utilidad de la vasija./ Se horadan puertas y ventanas/ para hacer una casa,/ pero en su nada/ está la utilidad de la casa./ El ser es lo tangible,/ pero en la nada está la utilidad, el radio, el barro, la puerta, la ventana y el ser aportan su sustancia para que la nada surja y así en ese movimiento entre algo y nada podría decirse que reside el ámbito del amor. Porque podría arriesgarme a insinuar una característica del amor si dijera: para nada por algo.
Ahora que el sol ha vuelto a coronar la cima de las montañas
y que la perrilla corretea entre hierbas;
ahora que me he visto en el gallinero del teatro
y he sentido el vértigo de las alturas:
ahora que he dejado de entender los términos del contrato
y la fuerza primera se va convirtiendo en lastre;
ahora que dudo:
ruego a mi conciencia que me dé sosiego,
ruego a mi sentido común que me guíe en la cordura,
ruego a mis ojos que no vean doble,
ruego a mis piernas que no flaqueen,
ruego a mi hígado que se mantenga incólume en sus síntesis,
ruego a mi páncreas que genere sus fluidos con mesura,
ruego a mi columna que se mantenga flexible,
ruego a mis manos que dibujen hoy una sonrisa en el aire,
ruego a mis labios que pronuncien las palabras correctas.
Ahora, en esta tierra extraña.
Así sea.
y que la perrilla corretea entre hierbas;
ahora que me he visto en el gallinero del teatro
y he sentido el vértigo de las alturas:
ahora que he dejado de entender los términos del contrato
y la fuerza primera se va convirtiendo en lastre;
ahora que dudo:
ruego a mi conciencia que me dé sosiego,
ruego a mi sentido común que me guíe en la cordura,
ruego a mis ojos que no vean doble,
ruego a mis piernas que no flaqueen,
ruego a mi hígado que se mantenga incólume en sus síntesis,
ruego a mi páncreas que genere sus fluidos con mesura,
ruego a mi columna que se mantenga flexible,
ruego a mis manos que dibujen hoy una sonrisa en el aire,
ruego a mis labios que pronuncien las palabras correctas.
Ahora, en esta tierra extraña.
Así sea.
Tan tierna, pegada a un radiador, ella radiante. Embriagada. Pura exaltación de los sentidos decía, muy suavemente, Déjame, déjame morir así.
Fue su intención pasada la primera media hora. No antes. En su quietud pensó, Meditar es observar sin fijarse e inmediatamente indagó en un continuum que no le atañía si sería mejor quitar el reflexivo se al verbo fijar y concluir entonces que, Meditar es observar sin fijar. Terminó en todo caso por considerar que Meditar es observar sin fijarse completaba mejor la idea que había surgido de un muro rojo que se ponía delante de sus ojos de repente. Delante de sus ojos ciegos. Queremos decir de sus ojos cerrados. Abiertos sus ojos sí ven o creen ver. En ese observar sin fijarse observó a su hermana parada en un semáforo, a su madre levantándose con dificultad de una cama antiquísima, también observó el vuelo de un mirlo entre unos arbustos al que perseguía un perro más bien pequeño y más bien blanco y negro; observó sin fijarse el frío en las montañas coronadas -a modo de jaspe- por una nieve más bien avara, observó su lucha por no fijarse en la mujer a la que deseaba, por no fijarse en su coño, que no se bajara las bragas y se abriera ante él un mundo húmedo y unos muslos torneados; observó cómo dejó de luchar y cómo la mujer ponía el culo en pompa; observó la cercanía del negro con tintes circulares de luz, también la anatomía olorosa de algo que pasó y el terror a verse echado de su mundo por su propia indulgencia para consigo mismo; de nuevo el muro rojo y unas lentas y profundas inspiraciones le favorecieron observar la nada un instante, sólo un instante hasta que se dio cuenta de que la nada estaba y por lo tanto había dejado de estar; observó el dolor en la pierna izquierda y supo mantenerlo en observación, sin fijarse en él y deambuló por una ciudad y unas luces y por un encuentro y unas palabras que al momento siguiente quiso recordar y no pudo. No vamos a incidir en las imágenes eróticas que observaba. Eran hermosas aunque él las rechazara. Era ese momento en que quería dirigir el pensamiento. Dirigir, digámoslo sin tapujos, la meditación. Era el momento inconsciente de las grandes esperanzas: una iluminación, una navegación por un mar calmo de ideas y pasiones; un llegar sin atracar. Seguir. Y que su mente elaborara formas simbólicas: la colocación de la mano, la dirección de la mirada, la flor del loto, la serpiente cósmica, el monstruo de los Cabellos Pegajosos... entonces sonó la media hora. Ahí tendría que haberse detenido. Abrir los ojos. Volver al mundo. Decirse, Lo has hecho bien. Venga, mañana otra vez y ponerse con su diario vivir. No fue así. Decidió seguir con los ojos cerrados, las piernas cruzadas, las manos con las palmas hacia arriba apoyadas en los muslos, la cabeza inclinada cuarenta y cinco grados y la respiración lenta y honda. Entonces el muro rojo se preñó de puntitos negros y se fue acercando a su rostro hasta casi arañarle las mejillas. Sintió una emoción muy viva, creía estar muy cansado, al borde del desfallecimiento, vinieron imágenes de sándalo y largartijas, la huella de un tornero en un desierto y voz del muhecín invitando a fumar hachis; inspiró de nuevo la contingencia; inspiró con anhelo la espera; inspiró con las costillas el apaciguamiento y dejó que las corrientes se hicieran las dueñas de un juego de pelota; el dolor de la pierna izquierda adquiría forma de agujas. Observó la caricia de la mujer. Observó cómo se recostaba en la cama y se dejaba. Observó cómo la observaba. Creyó intuir que fuera de aquella habitación nevaba. Sonaba el tiempo. Observó sin fijarse en el discurso que pronunciaba. Apenas podía distinguir el brillo de unas gafas en el auditorio. Tras él una gran orquesta y un coro vestido de blanco. Inspiró de nuevo. Repitió una frase que no significa nada. Supo que la repetía una y otra vez. Se quedó en ella. Podríamos decir que la saboreó un rato. Sabe que volvió un instante la nada. Supo que tenía que abrir los ojos. Volver al mundo. Iniciar su jornada. Y lo hizo. Y sintió un cansancio universal como si a sus espaldas se hubieran subido cien bueyes listos para el holocausto. A duras penas llegó hasta su cama. No recuerda cómo se echó una manta por encima. No recuerda cuándo se quedó dormido. Aún duerme. Aún, aún duerme.
Lo he decidido.
Esta mañana.
Entre los copos de nieve.
Siguiendo con la lengua fuera a mi perro. Agarrado a él.
Voy a amarte.
Como si fueras la Madre Tierra.
Te tendré frente a mí y besaré tu frente.
La tarde entonces.
El alba entonces.
Un Fuego de San Telmo y una caricia.
Voy a amarte.
Tendida.
Desnuda.
Abierta.
Tu boca.
La almohada.
La mano.
Tu espalda.
Las nalgas.
Tu pubis.
Mi verga.
Mis manos.
Mis nalgas.
Mi espalda.
Mis labios. Tus labios.
Tus dientes. Mis dientes.
Voy a amarte.
Terriblemente.
Con la locura de un hombre maduro.
Con la vehemencia del que acaba de atravesar el desierto.
Con la ilusión de la cometa surcando el aire, cerca del cielo.
El velo de mi paladar en la punta de tu lengua.
Nuestros pasos al pasar la alameda.
El sonido del río y el deshielo.
La cumbre.
La comida y la sonrisa.
La comida y tu pecho.
La comida y mi pecho.
Voy a amarte sin desvelos.
Voy a amarte como pinche de cocina
y como grumete viejo.
Y saltaré a la comba.
Y desafiaré a la alcoba.
Y supondré el futuro.
Y me sentiré el héroe del manantial
donde ahora te miras y peinas tu cabello.
Voy a amarte
este veintiocho de febrero
y mañana cuando sea marzo
te amaré de nuevo.
Esta mañana.
Entre los copos de nieve.
Siguiendo con la lengua fuera a mi perro. Agarrado a él.
Voy a amarte.
Como si fueras la Madre Tierra.
Te tendré frente a mí y besaré tu frente.
La tarde entonces.
El alba entonces.
Un Fuego de San Telmo y una caricia.
Voy a amarte.
Tendida.
Desnuda.
Abierta.
Tu boca.
La almohada.
La mano.
Tu espalda.
Las nalgas.
Tu pubis.
Mi verga.
Mis manos.
Mis nalgas.
Mi espalda.
Mis labios. Tus labios.
Tus dientes. Mis dientes.
Voy a amarte.
Terriblemente.
Con la locura de un hombre maduro.
Con la vehemencia del que acaba de atravesar el desierto.
Con la ilusión de la cometa surcando el aire, cerca del cielo.
El velo de mi paladar en la punta de tu lengua.
Nuestros pasos al pasar la alameda.
El sonido del río y el deshielo.
La cumbre.
La comida y la sonrisa.
La comida y tu pecho.
La comida y mi pecho.
Voy a amarte sin desvelos.
Voy a amarte como pinche de cocina
y como grumete viejo.
Y saltaré a la comba.
Y desafiaré a la alcoba.
Y supondré el futuro.
Y me sentiré el héroe del manantial
donde ahora te miras y peinas tu cabello.
Voy a amarte
este veintiocho de febrero
y mañana cuando sea marzo
te amaré de nuevo.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/03/2013 a las 10:18 |