Cubierta de nubes.
Un tubo.
Lámpara gris.
Caballo por peón.
Cenicero.
Folio
Un pie sobre fondo gris y blanco.
Tarjeta de sonido.
Trasparencia.
Preciosa
Podría
Disculpa
Esto
Papelera
Plástico, plástico, plástico.
Madera aún no carcomida.
Cuarzo.
¿Ojo de tigre?
Cachimba en soporte.
Extracto de cuenta bancaria.
Verde.
Rojo.
Almacén léxico.
Otros servicios.
La regla.
Lápiz.
Taza.
Atril.
Bordón.
Canica.
Altavoz.
Dos zapatillas deportivas.
Perro.
Rabo.
Puerta.
Cristal.
Suelo jaspeado.
Pantalla.
Espiral de colores.
Uñas.
Dedos.
Mano.
Muñeca.
Libreta.
Cigarrillo.
Un tubo.
Lámpara gris.
Caballo por peón.
Cenicero.
Folio
Un pie sobre fondo gris y blanco.
Tarjeta de sonido.
Trasparencia.
Preciosa
Podría
Disculpa
Esto
Papelera
Plástico, plástico, plástico.
Madera aún no carcomida.
Cuarzo.
¿Ojo de tigre?
Cachimba en soporte.
Extracto de cuenta bancaria.
Verde.
Rojo.
Almacén léxico.
Otros servicios.
La regla.
Lápiz.
Taza.
Atril.
Bordón.
Canica.
Altavoz.
Dos zapatillas deportivas.
Perro.
Rabo.
Puerta.
Cristal.
Suelo jaspeado.
Pantalla.
Espiral de colores.
Uñas.
Dedos.
Mano.
Muñeca.
Libreta.
Cigarrillo.
Dice:
He sido despojado del hígado y aunque vivo y hablo, la muerte es salada. A través de la puerta está el Mundo y sus interpretaciones. Yo me consuelo con intuir que otros creyeron saber. No derramaré lágrimas y mis manos tiemblan. La lozanía de la luz de mayo atraviesa la frontera.
Estoy dispuesto a enfrentarme a la fiera porque sé que mi discurso no puede ir sino a mi favor. Como la tarde siempre corre a favor de la noche.
No hablaré del fracaso. Todo eso queda puertas afuera.
Aún así sé que va a llegar la hora de volver a mis aposentos. Echaré las persianas. Desaparecerá la luz iluminada y en la umbría de mis sueños desearé que la mañana sea benigna. No hay tiempo, mendigo, para suplicar una salva de aplausos. Mantengo la cabeza alta y los hombros rectos como una buena pianista que supiera colocar su columna vertebral para que no la dañe el ataque a La Rondeña de Albeniz.
Agua caliente en una vasija de loza.
Balanza de cocina para el peso exacto.
Voy a desandar, me sugiero; voy a tumbarme de lado sin mirar lo que queda de pared o el rastro de la araña que se tiende coqueta en el ángulo muerto. Pudiera ser mañana. Pudiera darse el elixir. Pudiera sobrecogerse el Mundo y bostezar cachorros y recién nacidas.
Yo enciendo la llama del último sol. Yo surco las aguas del Estrecho. Yo hundo los pies en la arena. Yo alojo el yodo en mis tobillos. Yo observo la tos del enfermo. Y acumulo en un cajón los últimos goces.
Indagaré, entonces, el optimismo.
He sido despojado del hígado y aunque vivo y hablo, la muerte es salada. A través de la puerta está el Mundo y sus interpretaciones. Yo me consuelo con intuir que otros creyeron saber. No derramaré lágrimas y mis manos tiemblan. La lozanía de la luz de mayo atraviesa la frontera.
Estoy dispuesto a enfrentarme a la fiera porque sé que mi discurso no puede ir sino a mi favor. Como la tarde siempre corre a favor de la noche.
No hablaré del fracaso. Todo eso queda puertas afuera.
Aún así sé que va a llegar la hora de volver a mis aposentos. Echaré las persianas. Desaparecerá la luz iluminada y en la umbría de mis sueños desearé que la mañana sea benigna. No hay tiempo, mendigo, para suplicar una salva de aplausos. Mantengo la cabeza alta y los hombros rectos como una buena pianista que supiera colocar su columna vertebral para que no la dañe el ataque a La Rondeña de Albeniz.
Agua caliente en una vasija de loza.
Balanza de cocina para el peso exacto.
Voy a desandar, me sugiero; voy a tumbarme de lado sin mirar lo que queda de pared o el rastro de la araña que se tiende coqueta en el ángulo muerto. Pudiera ser mañana. Pudiera darse el elixir. Pudiera sobrecogerse el Mundo y bostezar cachorros y recién nacidas.
Yo enciendo la llama del último sol. Yo surco las aguas del Estrecho. Yo hundo los pies en la arena. Yo alojo el yodo en mis tobillos. Yo observo la tos del enfermo. Y acumulo en un cajón los últimos goces.
Indagaré, entonces, el optimismo.
Ópera Barroca Viento (es la dicha de amor). Dramaturgia y dirección de escena Andrés Lima. Música José de Nebra.
La luna en Lucena. Un gráfico sefardí de la creación: Cábala y Canto. Conferencia impartida por Fernando Carbonell.

Tras una gran cristalera se alza la masa imponente de una gran montaña.
La escalera de Jacob.
Por el escenario cuerpos jóvenes se mueven lánguidos y sexuales hasta llegar a la desnudez.
La desnudez. El pecho. Los testículos. Las nalgas.
Recuerdo la montaña mágica. El maravilloso grupo de enfermos pulmonares tan cerca de la muerte que vivían sus presentes ausentes de esperanza y por lo mismo lo vivían con la intensidad propia de un ataque de tos (sangre, flema, ansia de aire).
En primer plano, contraviniendo la ortodoxia de la puesta escena, una mezzosoprano, bella como su técnica, enlaza escala tras escala, floritura tras floritura, un aria terca en su repetición y endiabladamente hermosa, mientras tras ella, ¡vade retro!, los cuerpos del cuerpo de baile nos cuentan la historia de una penetración posterior, de un abrazo, de una lengua, del despilfarro gozoso de los flujos. ¡Oh, si se pudiera hacer el amor con una voz!
Y, de repente, tras una noche de elevaciones, suspiros -solitarios, siempre solitarios-, recomendaciones y sonrisas ocurre el milagro de una muchacha triste en una conferencia sobre los cantos sefardís.
Los cantos sefardís. La cocina y las mujeres sefardís. La cábala y su mundo mágico-aritmético. Y un hombre entregado a su causa (¿Cuál es esa causa? ¿Por qué tanto empeño?) canta y explica, graciosamente, cordobesamente, lucenamente, la gloria de la raza errante, la que indujo a tantos a creer en el castigo, en la salvación y en Él-(oi) y mientras canta, la muchacha triste acoge en su mano izquierda su seno derecho y el que escribe, mientras escucha, quisiera presentarse a la muchacha triste y decirle: Quisiera, muchacha triste, ser hueco de tu mano izquierda.
La orquesta barroca y los cantos sefardís se armonizan en una misma tonalidad: la generación de la vida. Pero algo ocurre distinto entre los públicos que acuden a la ópera barroca y la conferencia de cantos sefardís. Los primeros -burgueses envejecidos de abono teatral- se ofenden de la desnudez y se niegan a aplaudir. Los segundos celebran con un vino amontillado la esencia de la vida. La muchacha triste no bebe, entonces le ofrezco un vasito de vino y ella, entre rubor y soledad, rechaza cogerlo y se gira un poquito para ocultar cómo el rubor de sus mejillas ha encendido la luz de sus ojos azules. Y yo siento, mientras el conferenciante escribe la letra ה, que cuando menos me atreví a dirigirle la palabra y si hubiera habido más tiempo y si ella no hubiera salido escopetada tras la conferencia y si yo no hubiera sido todavía tímido, la habría perseguido como en la ópera barroca y la habría tomado entre mis brazos y dulcemente, mientras le canto un canto sefardí fusionado con armonías barrocas, hubiera besado su boca hasta llegar hacia allí.
La escalera de Jacob.
Por el escenario cuerpos jóvenes se mueven lánguidos y sexuales hasta llegar a la desnudez.
La desnudez. El pecho. Los testículos. Las nalgas.
Recuerdo la montaña mágica. El maravilloso grupo de enfermos pulmonares tan cerca de la muerte que vivían sus presentes ausentes de esperanza y por lo mismo lo vivían con la intensidad propia de un ataque de tos (sangre, flema, ansia de aire).
En primer plano, contraviniendo la ortodoxia de la puesta escena, una mezzosoprano, bella como su técnica, enlaza escala tras escala, floritura tras floritura, un aria terca en su repetición y endiabladamente hermosa, mientras tras ella, ¡vade retro!, los cuerpos del cuerpo de baile nos cuentan la historia de una penetración posterior, de un abrazo, de una lengua, del despilfarro gozoso de los flujos. ¡Oh, si se pudiera hacer el amor con una voz!
Y, de repente, tras una noche de elevaciones, suspiros -solitarios, siempre solitarios-, recomendaciones y sonrisas ocurre el milagro de una muchacha triste en una conferencia sobre los cantos sefardís.
Los cantos sefardís. La cocina y las mujeres sefardís. La cábala y su mundo mágico-aritmético. Y un hombre entregado a su causa (¿Cuál es esa causa? ¿Por qué tanto empeño?) canta y explica, graciosamente, cordobesamente, lucenamente, la gloria de la raza errante, la que indujo a tantos a creer en el castigo, en la salvación y en Él-(oi) y mientras canta, la muchacha triste acoge en su mano izquierda su seno derecho y el que escribe, mientras escucha, quisiera presentarse a la muchacha triste y decirle: Quisiera, muchacha triste, ser hueco de tu mano izquierda.
La orquesta barroca y los cantos sefardís se armonizan en una misma tonalidad: la generación de la vida. Pero algo ocurre distinto entre los públicos que acuden a la ópera barroca y la conferencia de cantos sefardís. Los primeros -burgueses envejecidos de abono teatral- se ofenden de la desnudez y se niegan a aplaudir. Los segundos celebran con un vino amontillado la esencia de la vida. La muchacha triste no bebe, entonces le ofrezco un vasito de vino y ella, entre rubor y soledad, rechaza cogerlo y se gira un poquito para ocultar cómo el rubor de sus mejillas ha encendido la luz de sus ojos azules. Y yo siento, mientras el conferenciante escribe la letra ה, que cuando menos me atreví a dirigirle la palabra y si hubiera habido más tiempo y si ella no hubiera salido escopetada tras la conferencia y si yo no hubiera sido todavía tímido, la habría perseguido como en la ópera barroca y la habría tomado entre mis brazos y dulcemente, mientras le canto un canto sefardí fusionado con armonías barrocas, hubiera besado su boca hasta llegar hacia allí.
Mira fijamente el punto rojo de la foto durante quince segundos.

Si te apetece, rellena los puntos suspensivos entre corchetes y mándalo luego como comentario. Es un juego.
La [....] ya está casi [...] y ayer le [...] a un amigo que quizá ese [...] influía con cualidad [...] en mí.
No [...] desmoronarme.
No [...] seguir mirando la [...] y recordando que hubo un día y bajar las [...] y llegar al borde de la [...] y [...] y [...] abrir el [...] y caérseme los [...] y pensar "Hoy el [...] tampoco viene".
¿Será una cuestión [...]? ¿Será la [...]? ¿Será el [...]?
Un astrónomo al ser [...] sobre la [...] del hombre en el [...] respondió: [...] [...] exactamente pero en todo caso [...] que somos algo muy [...] Entonces sentí [...] y [...] [...] [...] [...] [...]
Esta [...] me he puesto delante de la casa y me he dicho. [...] y ahora estoy aquí como [...].
No [...] desmoronarme.
No [...] seguir mirando la [...] y recordando que hubo un día y bajar las [...] y llegar al borde de la [...] y [...] y [...] abrir el [...] y caérseme los [...] y pensar "Hoy el [...] tampoco viene".
¿Será una cuestión [...]? ¿Será la [...]? ¿Será el [...]?
Un astrónomo al ser [...] sobre la [...] del hombre en el [...] respondió: [...] [...] exactamente pero en todo caso [...] que somos algo muy [...] Entonces sentí [...] y [...] [...] [...] [...] [...]
Esta [...] me he puesto delante de la casa y me he dicho. [...] y ahora estoy aquí como [...].
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Tags : Listas Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/06/2013 a las 11:53 |