En la altitud medí las cantidades; sonaba en aquel momento un diapente y esa consonancia perfecta simuló por un momento la suerte del mundo; en mi rebotica compuse con los mejores dátiles, la más sabrosa de las carnes de membrillo, vino tinto austero, esencia de mirra y aloes un emplasto que confortó el hígado de mi amada, quitó sus cámaras ardientes y arredró los vómitos que a lo largo del día había sufrido; diaforética sequé sus sudores con una gasa y tomé su mano hasta que se quedó dormida; en la altitud sopesé los síntomas de la enferma y decidí que al despertar le haría tomar un electuario de diapruno a base de ciruelas del mismo nombre, cañafístola, tamarindos y ruibarbo para ablandarle en su primer despertar los humores y cuando hubiera despertado de esta forma suave le daría diamargaritón caliente a base de perlas hechas polvo para fortificar tanto su corazón como su cabeza como su estómago y de cuya composición quitaría por sabio consejo de Dioscórides, Avicena más tarde y por último el gran Laguna la planta tapsia la cual es semejante a la cañaheja aunque tiene más delicado el tallo y menor la simiente; las hojas son como las del hinojo y en cada una produce una copa en todo semejante a la del eneldo, y en ella una flor amarilla; su raíz es por dedentro blanca y por fuera negra, grande, aguda, vestida de una gruesa corteza de la cual se saca un licor utilísimo en medicina porque tiene la virtud de calentar y desecar vehementísimamente. Así es que de su composición la quitaré no vaya a ser que le ocurra como a la muy afamada Turqueta, mujer admirada en la corte de Roma, la cual al beber el compuesto hecho con raíz de tapsia murió de cien mil espasmos, vascas y paroxismos. Y por terminarla de curar con la cadencia de un alejandrino, si volviera el catarro y la ronquera, le ofrecería, como si la Musa Erato fuera, jarabe de cabezas de blanca adormidera.
Definiciones tomadas del Diccionario de Autoridades 1ª Edición. Año 1732
Apuntes
Decimos dar y damos. Aunque a veces ese dar lleve consigo una tensión que va más allá de lo dado. Debe de haber en el dar una alegría caprichosa, un presente vivo; la turbia sensación de préstamo debe desecharse como se desecha en el beso el espacio entre las bocas.
Exultante podría ser el término. Diría que la lluvia daba alimento a la tierra; diría que al darle las manos le dio el aliento; diría que al dar la bienvenida pudo dormir tras el largo viaje; exultatio.
Podré aplicar el ungüento en la herida.
Podré someterme al armisticio y renegar de las guerras; dar la paz podré.
Dar lugar para nosotros. Apretarnos. Recogernos. Estrecharnos en algún sitio. Ir con la dicha del dador. Ir sin báculo. Ir despacio. Subiremos, escribo, por aquella ladera tras la cual se encuentra el sol. Lugar para sentarnos. Lugar para escuchar la música de Telemann. Lugar recóndito. Lugar refugio. Lugar ámbar sin espadas y sin dagas.
¡Dar luz!
Dar fuerzas cuando cae la noche y el invierno amenaza fuera y va entrando por los resquicios de las puertas y todo lo va enfriando menos ese dar fuerzas: tus brazos entre los míos, el olor de tu cabello, la cadencia de tu cadera, el botón de tu goce, el calor entre nosotros, la noche serena, la noche acalorada aunque el invierno por los resquicios de puertas y ventanas nos rodeé.
Dar gloria y sentir turbulencia. Se fue fraguando en la estratosfera. Se fue haciendo grande y verde. Se fue acercando. Se fue deslizando. Se quedó a nuestros pies y esperó el primer gemido.
En el espacio dar.
Dar
Dar: v.a. Donar, ceder graciosamente alguna cosa, transfiriendo al mismo tiempo el dominio de ella. Tiene este verbo la anomalía de mudar la a en o en la primera persona del presente de indicativo Yo doy, que antiguamente se decía Dó, lo que hoy se conserva entre los rústicos, que suelen decir Dó al diablo […] Viene del Latino Dare que significa esto mismo. Orozc. Epistolar. Epist. 7. f. 191. Si mucho tuvieres hijo, da mucho, y si poco, de esso poco da […]
Dar: Vale también cascar, golpear, apalear, castigar, herir. […] Lat. Percutere. Tundere. Ferire. Quev. Tacañ. cap. 20 Cierra conmigo uno de los dos… y con un garrote dame dos palos en las piernas y derríbame en el suelo y llega al otro y dame un trasquilón de oreja a oreja.
Dar: Se usa también por ordenar, aplicar y acudir; como Dar el remedio al enfermo, dar el consejo, el consuelo al dudoso y desconsolado. […] Cerv. Quix. tom I cap. 28. Ha sido ventura el hallaros, si no para dar remedio a vuestros males, a lo menos para darles el consejo.
[…]
Dar: Significa también suponer fatalmente alguna cosa, declararla por executada, aunque no se haya hecho ni visto; y así se dice Doy por hecho esto, doylo por visto.
[…]
Dar: Se toma algunas veces por sacrificar.
[…]
Dame y darete: Phrase que explica el arrojo de alguna persona, que por herir a otra se expone al riesgo de que le hieran. Lat. Aut tu me confice, aut ego te te. Moret. Com. La fuerza del natural. Jorn. 2ª
Sé tirar cien varapalos
menudos, como granizos;
y lo de dame y darete,
lindamente lo he aprendido.
[…]
Dar al diablo: Phrase que se explica en el desprecio grande que se hace de alguna persona o cosa. Lat. In malam crucem quidvis amandare, ablegare. Quev. Carta del Caball. de la Tenaza. Dala al diablo, que es siesta de Gentiles.
Dar algo: Phrase que en su misma confusión explicar dar alguna cosa a que esté aligado algún maleficio ù veneno. Lat. Veneficio afficere. Montes. Com. El Cab. de Olm. Jorn. 1.
Que el juicio perdió es mi pena,
que algo le han dado se ve.
[…]
Dar almohada. Phrase usada en Palacio, que significa recibir la Reina la primera visita de alguna Señora, a quien poniéndola almohada para que se siente, se la pone en posesión de la Grandeza de España. Lat. Principem foeminan ornatu ac magnificentia regia excipere reginam. Arteag. Rim. Com. la Gridonia, f, 157 Gridonia sentada, Armelinda cerca de ella, en la forma que la Reina recibe visitas, que llaman dar la almohada al besarla la mano.
Dar al traste. Term. náutico. Tropezar la nave por los costados en alguna costa de tierra o roca, en que se deshace o vara. Dícese más comúnmente Dar al través. Lat. Navigium transversum ferri.
[…]
Dar barro a la mano. Además del significado literal, que es acudir con material al que está trabajando : translaticiamente vale dar motivo para la murmuración, cólera o enfado de alguno, haciéndole presentes nuevos motivos para que extienda sus discursos. Lat. Copiam subministrare. Florenc. Mar. tom. 2. Serm. 2 de la Anunciación. La muerte entró por el pecado, la qual reinó desde Adán a Christo : y el Matrimonio, mediante la multiplicación y sucesión de los hombres, daban (como dicen) a la muerte barro a mano, y añadía leña al fuego.
[…]
Dar baya. Burlarse de alguno, zahiriéndole con palabras picantes, a fin de que se corra y avergüence. Quev. Tacañ. cap. 4. Aun no bien había empezado a caminar, quando los unos, y los otros nos comenzaron a dar baya, declarando la burla.
[…]
Dar con la del martes. Phrase vulgar que vale lo mismo que zaherir o burlar de alguno, echándole en la cara o publicando algún la hecho. […] Quev. Cuent. Y dizque se tuvo barruntos, que ella le había dado con la del Martes.
[…]
Dar con la peronia. Pharse que trahe el Comendador Griego, y dice, que la gente ordinaria significa con este barbarismo lo largo que ha sido un Predicador, a quien por no poder sufrirle cantaron el Prefacio antes que acabasse, para confundirle con las voces que respondían al Per omnia saecula saeculorum.
Dar con la puerta en los ojos. Desairar a alguno cerrándole la puerta quando quiere entrar en alguna puerta. Lat. Ostium alicui occiudere. Barbad. Correc. f. 39. Porque en ellas pensaban hacer el castigo sangriento en aquella señora, que les había dado tantas veces con las puertas en los ojos.
[…]
Dar cortinazo. Hacer desaire a alguno. Es tomada la analogía de los que galantean, a los quales, cuando no son admitidos, suelen las damas cerrarles la cortina de su coche o estancia, para que no las vean; y porque esta acción se ejecuta con ímpetu y furia, se usa del aumentativo Cortinazo, que no se halla fuera de esta frase.
[…]
Dar en un bajío. Además del sentido literal, que es hacerse pedazos la nave, por haber tropezado en algún peñasco oculto en el agua; metafóricamente se dice del que con alguna acción se precipita, destruyendo algún negociado, o cegándole con la cólera; y también se extiende y aplica a los Oradores que hablando en estilo sublime, caen repentinamente en alguna humilde expresión. Lat. In scopulos impingere, allidi. Quev. La Cun. y la Sepult. cap. 1. El cuerpo se te dio por navío de esta navegación, en que vas sujeto a que el viento de con él en el bajío de la muerte.
[…]
Dar higas. Frase con que se explica el desprecio que se hace de alguno o alguna cosa, aunque no se ejecute la acción. Lat. Obseoenum in modum formatam manum in aliquem porrigere; illi ostendere. Sant. Ter. Su Vid. cap. 29. Mandábame… que siempre me santiguase quando alguna visión viesse y diesse higas… dábame este dar higas grandísima pena.
Dar higa la escopeta. Es no dar lumbre el pedernal contra el rastrillo. Pudo tener origen esta frase del desprecio y burla que hacen los demás cazadores del que se queda frío por no lograr el tiro.
[…]
Este es un ruego a mis lectores de los Estados Unidos de América.
El 29 de diciembre de 2014 las páginas de Inventario fueron visitadas 3.418 veces fundamentalmente desde los Estados Unidos de América.
El 1 de enero de 2015 las visitas fueron 3.393 también desde los Estados Unidos.
Y este es mi llamamiento o ruego: ¿Podría alguno de los lectores (o varios) que tanto han visitado mis páginas escribirme un comentario a este post sólo para saber a quién/quiénes debo tal honor?.
Gracias de antemano.
13 de enero de 1966
En el circuito cerrado de la sangre del paciente en la cama 6 de la sala 4ª del piso 3º, la muerte ha entrado. Ese hombre va a morir y no lo sabe. El jefe de planta doctor J., nos ha prohibido a todo el personal médico y auxiliar que en ningún caso se le diga a paciente alguno que la esperanza ya no existe. Yo miro al hombre cuando le pongo la cuña y no puedo evitar pensar mientras observo, por el rabillo del ojo, el esfuerzo que comienza a hacer para defecar, que esos excrementos son sus últimos excrementos, que ese esfuerzo es de sus últimos esfuerzos y que esa vergüenza que siente por cagar en la sala, impedido como está para levantarse, y la que sentirá más tarde cuando vuelva para retirarle la cuña y limpiarle, debería gozarla porque apenas le queda tiempo para sentirla; la muerte se une en esta mañana de enero con la vida que late en mí. Sé que estoy embarazada y sé que voy a abortar. Dos muertes se unen. Me gustaría decirle al paciente de la cama 6: Escucha, amigo, tú has vivido. Estuviste paseando cogido de la mano de tu padre por algún parque; viste el mar; viste pájaros y los escuchaste cantar; además has tenido hijos que no te quieren mucho, que se sienten aburridos e incómodos cuando vienen a las horas preceptivas de visita; tuviste un trabajo; tuviste aficiones; fuiste consciente de ti; en cambio el ser que empieza a latir en mis entrañas nunca verá la faz del mundo; para él todo será mi interior; si pensara creería que es pez, se llamaría a sí mismo pez; el ser que hay en mí no caminará sobre sus piernas ni abrirá sus ojos al mundo y se sorprenderá con los payasos, no le gustarán los payasos como me gustan a mí. Así es que, paciente de la cama 6, no te quejes. Eso le diría si el jefe de planta no nos lo tuviera prohibido. Así es que al volver y recoger su cuña y asearle le hablo de que hoy tiene menos fiebre y eso suele ser una buena señal y él sonríe y me agradece que le hable y tenga la capacidad de no expresar con un gesto de asco o de náusea el olor hediondo que desprenden sus deposiciones. A la hora del almuerzo me encuentro con Danila. Estoy fumando y miro por la ventana. Es cierto que estoy pálida. Me pregunta qué me pasa. Le digo que estoy preñada. Danila me propone hablar fuera. Acepto. Me vendrá bien hablar. Además ella puede hacerme el legrado. Mejor en casa, pienso. Cuando salimos noto a Danila sensible con mi embarazo y cuando escribo sensible quiero decir casi cursi y si no escribo cursi desde el principio es porque el adjetivo no cuadra con Danila; antes de que pueda transmitirle mi decisión me hace saber que la tendré para lo que necesite, que ella será su segunda madre si hace falta; me dice que si U. no se quiere hacer responsable de la paternidad entre nosotras sabremos criarlo; luego pone un gesto triste y se calla algo y ese algo yo no quiero saberlo en ese momento por mucho que su gesto esté pidiendo a gritos que le pregunte. Miro el reloj. Le digo que tengo que subir. Me hace ver lo casual de que me haya tocado en la sala de prenatal justo cuando me he enterado de que estoy preñada; le contesto que le he pedido a nuestra jefa el traslado y me lo ha concedido; hubiera querido añadir que nunca estaré en esa sala, que jamás tendré hijos, que detesto a esos seres indefensos, aulladores y perdidamente enamorados y temerosos de sus mayores porque recuerdo lo mucho que me imponía mi padre, lo mucho que respetaba a mi madre, a ella que no sentía el más mínimo respeto por sí misma; porque sé que fuera como fuera el recién nacido, creería a lo largo de toda su vida deberme algo y yo no podría evitar ejercer ese poder sobre él; lo haría, sí, lo haría porque hay algo rematadamente humano en esa obediencia a los papeles: primero niña, luego joven, luego adulta, luego vieja, luego muerta y cuando niña obediente, cuando joven hembra, cuando adulta madre, cuando vieja abuela y cuando muerta difunta. Así es que he callado mis intenciones y he pensado durante un momento si sería capaz de hacerme el aborto yo misma; enfermar una semana; soportar el dolor; y también he pensado que no he pensado en U. para hacerlo, él que es médico; no he pensado en U. en ningún momento y por un instante ha sobrevolado en mi espinazo un arrebato de temor como si ese hombre pudiera convertirse del día a la noche en mi enemigo y he creído saber que los amores suelen tener esos desenlaces quizá por lo mucho que una se desnuda ante el otro.
Al volver a la sala 4ª del piso 3º me he acercado a la cama 6, el paciente tenía los ojos cerrados y espasmos en su respiración; le he puesto la mano en la frente, me he acercado a su oído y le he murmurado, Usted está a punto de morir. Si tiene algo que poner en orden hágalo. No diga que se lo he dicho, se lo negarán y a mí me buscará un problema.
Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/12/2014 a las 18:41 |
Me dice Fernando que ha hablado con su hermano Antonio y que él espera noticias tanto de mi madre como mías. Así es que he decido que ya que a algunas buenas gentes de este mundo les interesa nuestra historia y la añoran, vuelvo a publicarla y pido humildemente perdón por el desorden con el que quizá se muestren.
11 de enero de 1966
Glosa
Viajo en el extraño invierno de mi propia desventura, no, no la de Ricardo III, que consiste en sentirme a disgusto conmigo mismo; desando y ando senderos que muy probablemente mañana no me sean gratos; cuando me hablan de la gente fuerte, que en todo ve una oportunidad no puedo evadirme del pensamiento de su llanto a solas, de su desesperación igual de fuerte, de su ansia de normalidad; viajo en el extraño invierno de mi propia desventura y me alegra de que el sol luzca y de que sea capaz de aguantar la embestida de los años y al mismo tiempo vuelo y me regodeo en esta pérdida de la vida que cimento un día y otro día; sería la escarcha; sería la belleza del vuelo del mirlo que hoy se ha escapado por las plumas del regocijo de Volga; siento en mis cabellos la flor de la ausencia; siento en mis manos la cadencia de una caricia que se aísla y se escapa sola, sin rumbo; veo en las página de Wislawa mis propias páginas y por extensión sospecho que las páginas de todos los seres humanos; porque ha de ser la fortaleza una cosa extraña como cuando surge en lo alto del bosque como construcción extraña al lugar que corona; viajo en esta mañana de diciembre: me he levantado tarde en el sentido de que mis propias responsabilidades me advierten de que me levanto tarde y tardo en despertarme y tomo el café con leche a gusto pero mirando a Volga que tiene ganas de salir; tengo frente a mí el diario de mi madre, sus días en Tirana, el desencuentro con U. y esos días duros que han de pasar las personas que aman mucho cuando se dan cuenta de que el objeto de su amor es tan sólo eso: un objeto. A medida que voy leyendo se va convirtiendo mi madre en un personaje, se aleja de mí, se va convirtiendo en papel, tan sólo papel como todo lo que me rodea es papel mojado y sé que debería estar en el día de hoy, en todos los días de mi existencia, en esta existencia que tiene como fin la soledad, acompañado, en un centro de trabajo; debería estar trabajando como mi madre que todas las mañanas se levantaba a las seis y media, se tomaba lo primero que pillaba para tener algo en el estómago, se lavaba lo que podía oler mal y salía a la calle y no volvía a su casa hasta las seis de la tarde y todo el día, todo el día se lo pasaba en un hospital, siempre con gente enferma rodeándola y encontrando en los resquicios de un tiempo que no le pertenecía –le pertenecía al Estado- el encuentro con un hombre al que no le puso nombre sino tan sólo inicial. U. que es mi padre y del que tan sólo conozco esa inicial y las duras palabras que mi madre le dedica desde el momento en que U. decide no reconocer su paternidad y abandona a mi madre en su embarazo y la denuncia como reaccionaria y envían a mi madre a una campo de reeducación y es por eso, por la denuncia de mi padre por lo que yo nazco. Escribe mi madre en un momento: “Si no me hubiera denunciado, habría abortado. En aquel momento las autoridades de Albania promovían el nacimiento de niños y en el centro de reeducación me vigilaron hasta el delirio para que no me provocase un aborto. Aún así lo intenté”. ¿Cómo se juzga? Dicen lo que saben que somos seres que no podemos evitar el juzgar de continuo las acciones de los demás y que no aceptar ese hecho es ir contra la vida; de hecho esta glosa que ahora escribo es un juzgar; toda la literatura es un juicio; todo arte es un juicio; y deduzco: una sociedad sin cánones es una sociedad condenada a la extinción; pienso Roma en sus últimas bocanadas; pienso la Edad Media y la muerte de Dios; pienso la soberanía de la mente; pienso en Oliveira una mañana cuando talábamos árboles para reconstruir el bohío que había sido devastado tras una lluvias inclementes que habían caído día tras día durante seis semanas; todo era el sonido de la lluvia contra las hojas, las ramas y la tierra amazónica; el sonido que acababa ahogando incluso nuestras propias voces hasta el punto de que Oliveira dejó de hablar para no volvernos locos, lo último que me dijo hasta que las nubes se agotaron fue, No hablemos. La lluvia lo dice todo. Fueron días y días en completo silencio, viendo cómo nuestra choza se iba cayendo a pedazos hinchados de agua y agua y agua que parecía querer llevarse por delante todo lo que los hombres habíamos hecho en este mundo que me cuesta decir que es miserable porque hay gentes fuertes que ven en todo una oportunidad y porque no puede ser que este pensamiento mío hijo de ser aborto abortado tenga la razón de su parte; Oliveira y yo, hombro con hombro, brazos y piernas con brazos y piernas, desaguábamos hora tras hora, día tras día, apenas comíamos, él se pasaba horas con los ojos cerrados, en los alto de un árbol, respirando al ritmo de la lluvia, sin aparente esfuerzo en su inmovilidad, sin aparente esfuerzo por mantener el equilibrio, sin aparente hambre o sed y nunca supe por qué de repente abría los ojos, me buscaba con la vista y con un gesto me pedía que volviéramos al tajo y nunca supe porque ese era siempre el momento justo; el momento justo para él y para mí porque solía ocurrir que cuando él abría los ojos para hacerme la seña yo solía estar a punto de derrumbarme como desde siempre recuerdo estar a punto de derrumbarme una vez cada día, una vez al menos y muchos de ellos he acabado derrumbado porque no soy fuerte, porque no tengo esa fortaleza que se puede ver en los estibadores de los grandes puertos del mundo o en las monjas católicas acarreando niños escuálidos en los inmensos suburbios de las ciudades indias o en esas mujeres que han sido violadas en cualquier guerra y mantienen ante la cámara una mirada que denota un mundo interior terrible y al mismo tiempo piadoso, un mundo lleno de una rabia que se convertiría en fuego o en devastación o en castración del hombre que la ha violado; me falta esa fortaleza de los prohombres, de Nelson Mandela en su prisión que ha servido de guía a tantos y tantos hombres y no se quiera ver en mis palabras cierto grado de ironía, no hay gota de eso que tiene tantas caras y que intenté descubrir en un libro de Alexander Nehamas y vaya si lo descubrí; esa fortaleza digo que tenía Oliveira en su quietud subido en las ramas altas de un baobab, en la horquilla entre dos ramas gruesas, casi suspendido en ellas, casi levitado; esa fuerza de Oliveira capaz de quitar la vida sin la menor sombra de duda; porque la fuerza se opone a la duda, de alguna manera se opone a ella en la idea general que de la fuerza tenemos los hombres; cuando Oliveira se quedaba suspendido en la ramas altas de milenario árbol, suya era la fuerza; nada, ni la lluvia terrible, ni los sonidos angustiosos de todo un mundo ahogándose (porque yo en aquellos momentos de tromba creía escuchar la muerte de los millones de seres aerobios que estaban siendo anegados por las aguas, desde los insectos a los pequeños roedores y esas alimañas que en cualquier día caluroso habría detestado; porque yo sentía una inmensa tristeza por ellas quizá egoístamente estaba viéndome reflejado en su muerte y sentía ya la angustia del ahogamiento y rogaba al cielo que dejara de una puta vez de mearnos sobre nuestros cuerpos indefensos, no recubiertos por ningún tipo de piel impermeable) parecían alterarle, él estaba allí meditando las horas, esperando el momento de actuar, sabiendo de hecho cuál era ese momento mientras yo, abajo, subido en la hamaca me devanaba los sesos pensando por qué estaba allí, qué me había llevado hasta el curso del río Amazonas, cómo era posible que la vida fuera tan miserable que ni tan siquiera te ofrecía una mínima explicación de lo que sucedía y me maldecía por esperar la seña de Oliveira para ponerme a actuar y me maldecía por pensarlo y no ponerme a ello, por no decirme, ‘Joder, ya eres mayorcito. Toma de una puta vez el hacha o el cubo o lo que coño sea y ponte a actuar’; esa fuerza que tenía milagrosamente Wislaswa y que a mí me inquietaba por esa resolución nocturna en forma de llanto y cómo las pocas veces que me acerqué a ver si se encontraba realmente mal, ella me respondía con una contundencia que no amainaba en absoluto su llanto; quiero decir, ella seguía llorando mientras su fuerza me enviaba de inmediato a la cama bajo pena de darme un bofetón que me iba a dejar incrustado en la pared; esa resolución de levantarse aún a sabiendas que lo que espera abajo es un lodazal y un esfuerzo titánico por empujar las aguas o el tedio o el dolor fuera de los márgenes de la vida de cada cual; mantener el dolor en la frontera, dejarlo entrar cuando su empuje sea tan devastador que ni cien Hércules podrían hacerle frente y una vez que ese dolor ha entrado tener la fuerza de vivirlo, agarrarse los machos y mirarlo de frente y saber que el tiempo del sufrimiento ha llegado y respirar hondo y no parpadear, no parpadear jamás, no dejarse vencer ni por las noches eternas de Tirana ni por los diluvios inclementes de la selva.
Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/12/2014 a las 13:40 |
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/01/2015 a las 21:46 |