13 de enero de 1966
En el circuito cerrado de la sangre del paciente en la cama 6 de la sala 4ª del piso 3º, la muerte ha entrado. Ese hombre va a morir y no lo sabe. El jefe de planta doctor J., nos ha prohibido a todo el personal médico y auxiliar que en ningún caso se le diga a paciente alguno que la esperanza ya no existe. Yo miro al hombre cuando le pongo la cuña y no puedo evitar pensar mientras observo, por el rabillo del ojo, el esfuerzo que comienza a hacer para defecar, que esos excrementos son sus últimos excrementos, que ese esfuerzo es de sus últimos esfuerzos y que esa vergüenza que siente por cagar en la sala, impedido como está para levantarse, y la que sentirá más tarde cuando vuelva para retirarle la cuña y limpiarle, debería gozarla porque apenas le queda tiempo para sentirla; la muerte se une en esta mañana de enero con la vida que late en mí. Sé que estoy embarazada y sé que voy a abortar. Dos muertes se unen. Me gustaría decirle al paciente de la cama 6: Escucha, amigo, tú has vivido. Estuviste paseando cogido de la mano de tu padre por algún parque; viste el mar; viste pájaros y los escuchaste cantar; además has tenido hijos que no te quieren mucho, que se sienten aburridos e incómodos cuando vienen a las horas preceptivas de visita; tuviste un trabajo; tuviste aficiones; fuiste consciente de ti; en cambio el ser que empieza a latir en mis entrañas nunca verá la faz del mundo; para él todo será mi interior; si pensara creería que es pez, se llamaría a sí mismo pez; el ser que hay en mí no caminará sobre sus piernas ni abrirá sus ojos al mundo y se sorprenderá con los payasos, no le gustarán los payasos como me gustan a mí. Así es que, paciente de la cama 6, no te quejes. Eso le diría si el jefe de planta no nos lo tuviera prohibido. Así es que al volver y recoger su cuña y asearle le hablo de que hoy tiene menos fiebre y eso suele ser una buena señal y él sonríe y me agradece que le hable y tenga la capacidad de no expresar con un gesto de asco o de náusea el olor hediondo que desprenden sus deposiciones. A la hora del almuerzo me encuentro con Danila. Estoy fumando y miro por la ventana. Es cierto que estoy pálida. Me pregunta qué me pasa. Le digo que estoy preñada. Danila me propone hablar fuera. Acepto. Me vendrá bien hablar. Además ella puede hacerme el legrado. Mejor en casa, pienso. Cuando salimos noto a Danila sensible con mi embarazo y cuando escribo sensible quiero decir casi cursi y si no escribo cursi desde el principio es porque el adjetivo no cuadra con Danila; antes de que pueda transmitirle mi decisión me hace saber que la tendré para lo que necesite, que ella será su segunda madre si hace falta; me dice que si U. no se quiere hacer responsable de la paternidad entre nosotras sabremos criarlo; luego pone un gesto triste y se calla algo y ese algo yo no quiero saberlo en ese momento por mucho que su gesto esté pidiendo a gritos que le pregunte. Miro el reloj. Le digo que tengo que subir. Me hace ver lo casual de que me haya tocado en la sala de prenatal justo cuando me he enterado de que estoy preñada; le contesto que le he pedido a nuestra jefa el traslado y me lo ha concedido; hubiera querido añadir que nunca estaré en esa sala, que jamás tendré hijos, que detesto a esos seres indefensos, aulladores y perdidamente enamorados y temerosos de sus mayores porque recuerdo lo mucho que me imponía mi padre, lo mucho que respetaba a mi madre, a ella que no sentía el más mínimo respeto por sí misma; porque sé que fuera como fuera el recién nacido, creería a lo largo de toda su vida deberme algo y yo no podría evitar ejercer ese poder sobre él; lo haría, sí, lo haría porque hay algo rematadamente humano en esa obediencia a los papeles: primero niña, luego joven, luego adulta, luego vieja, luego muerta y cuando niña obediente, cuando joven hembra, cuando adulta madre, cuando vieja abuela y cuando muerta difunta. Así es que he callado mis intenciones y he pensado durante un momento si sería capaz de hacerme el aborto yo misma; enfermar una semana; soportar el dolor; y también he pensado que no he pensado en U. para hacerlo, él que es médico; no he pensado en U. en ningún momento y por un instante ha sobrevolado en mi espinazo un arrebato de temor como si ese hombre pudiera convertirse del día a la noche en mi enemigo y he creído saber que los amores suelen tener esos desenlaces quizá por lo mucho que una se desnuda ante el otro.
Al volver a la sala 4ª del piso 3º me he acercado a la cama 6, el paciente tenía los ojos cerrados y espasmos en su respiración; le he puesto la mano en la frente, me he acercado a su oído y le he murmurado, Usted está a punto de morir. Si tiene algo que poner en orden hágalo. No diga que se lo he dicho, se lo negarán y a mí me buscará un problema.
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Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/12/2014 a las 18:41 | {0}