Diario de Milos Amós tras su descenso de la montaña
Primera hora
Nostalgia en el sueño de la noche. La certeza de un encuentro. ¿Por qué no sé? Me preguntaba al despertarme. El recuerdo de una equivocación cuando tenía coche y conducía como un engañado más. Fue en un cruce. No miré bien a los lados. Giré a la izquierda y escuché un largo bocinazo. El que había frenado me adelantó haciendo rugir su motor. Yo me disculpé con la mano pero él me esperó en la carretera. ¿Qué intenciones albergaba? En una rotonda le engañé y giré hacia otro lado. Temblé durante varios kilómetros.
Desayuno. Fumo un cigarrillo. Con la primera calada me voy a cagar. Leo Hojas de hierba. Me sueno la nariz. Moco líquido como si hubiera cogido frío durante la noche. Me limpio. Termino el café. Vuelvo al cuarto de baño y necesito mirarme en el espejo.
Segunda hora
Me miro en el espejo.
Tercera hora.
Siento la necesidad de encontrarme con alguien. Confiarle mi vida. Caminar por un sendero entre alambradas. Imaginar el cielo nublado y un gran monumento entre montañas. Hay un vuelo de buitres y otro de halcones. Corre la liebre y pace el toro. Se escucha la cadena de una bicicleta y un sordo rumor de multitudes airadas que elevan al aire consignas. Siento la necesidad de aprender. Y también la gana de reírme.
Cuarta hora
Me aseo. El agua caliente me produce una erección. Intento masturbarme pero me echo a llorar. No sé por qué. No lo sé y empiezo a cantar una canción. Creo que es una vieja balaba galesa. Cuando en el principio del mundo los árboles acudieron a la batalla. Me seco. No me afeito. No me pongo agua de colonia. Me lavo mucho los dientes hasta que las encías me sangran. Escupo la sangre. La huelo.
Quinta y sexta horas
Escribo.
Séptima hora
Apenas como. Salgo a la calle. Ha bajado un poco la temperatura. No ocurre nada en el trayecto hacia La Hamburguesa feliz.
Desde la octava hasta la decimosexta hora
El coreano se ha quemado un dedo. Mi compañera tiene la regla. Me lo ha dicho para que le echara una mano. Tiene jaqueca y un fuerte dolor de riñones. Estoy sangrando como una cerda, me dice. Está pálida. Más sin gracia que de costumbre y algo despistada.
Una mujer de unos cuarenta años me ha pedido un hamburguesa con doble de queso y pepinillos y una cerveza. Sin patatas fritas, me ha dicho. Mientras se lo servía me miraba. Me he sentido incómodo. No era guapa. No me atraía. Me hubiera ido con ella. ¿Por qué? Me ha pagado y me ha dicho: un hombre tan mayor y tan tímido. No sé por qué le he contestado: Acabo de salir de prisión. El gesto de la mujer ha cambiado. Casi tira lo que contenía la bandeja por el suelo. Habrían quedado manchas como la culpa o el desconsuelo.
Malos pensamientos, me he dicho en la decimocuarta hora.
Decimoséptima hora
Vuelta a casa. El sonido de un coche de policía. Un recuerdo de la infancia. Un hombre ebrio se tambalea en la plataforma del autobús. Una mujer con niño intenta protegerlo del espectáculo del borracho. Un frenazo. El hombre cae al suelo y rueda. El conductor llega a la parada y sin contemplaciones echa al hombre del autobús. El hombre queda tendido en la acera. No se mueve.
Decimoctava hora
Me meto en la cama. Tengo mucha hambre pero no quiero comer. No leo. Apago la luz. La oscuridad no me da esperanzas. Siento muy grande la cama. Doy vueltas y más vueltas. Pienso una vez y otra. Intento respirar acompasadamente. No lo consigo. Pienso: Bajé de la montaña porque estaba curado. Pienso: Nunca se está curado del todo. Pienso: la vida es la larga convalecencia de la muerte. Pienso: ser muerto es estar sano. Pienso: me llamo Milos Amós. Y ese pensamiento me permite la mínima tregua para que el sueño me alcance y me quedé, inquietamente, dormido.
Nostalgia en el sueño de la noche. La certeza de un encuentro. ¿Por qué no sé? Me preguntaba al despertarme. El recuerdo de una equivocación cuando tenía coche y conducía como un engañado más. Fue en un cruce. No miré bien a los lados. Giré a la izquierda y escuché un largo bocinazo. El que había frenado me adelantó haciendo rugir su motor. Yo me disculpé con la mano pero él me esperó en la carretera. ¿Qué intenciones albergaba? En una rotonda le engañé y giré hacia otro lado. Temblé durante varios kilómetros.
Desayuno. Fumo un cigarrillo. Con la primera calada me voy a cagar. Leo Hojas de hierba. Me sueno la nariz. Moco líquido como si hubiera cogido frío durante la noche. Me limpio. Termino el café. Vuelvo al cuarto de baño y necesito mirarme en el espejo.
Segunda hora
Me miro en el espejo.
Tercera hora.
Siento la necesidad de encontrarme con alguien. Confiarle mi vida. Caminar por un sendero entre alambradas. Imaginar el cielo nublado y un gran monumento entre montañas. Hay un vuelo de buitres y otro de halcones. Corre la liebre y pace el toro. Se escucha la cadena de una bicicleta y un sordo rumor de multitudes airadas que elevan al aire consignas. Siento la necesidad de aprender. Y también la gana de reírme.
Cuarta hora
Me aseo. El agua caliente me produce una erección. Intento masturbarme pero me echo a llorar. No sé por qué. No lo sé y empiezo a cantar una canción. Creo que es una vieja balaba galesa. Cuando en el principio del mundo los árboles acudieron a la batalla. Me seco. No me afeito. No me pongo agua de colonia. Me lavo mucho los dientes hasta que las encías me sangran. Escupo la sangre. La huelo.
Quinta y sexta horas
Escribo.
Séptima hora
Apenas como. Salgo a la calle. Ha bajado un poco la temperatura. No ocurre nada en el trayecto hacia La Hamburguesa feliz.
Desde la octava hasta la decimosexta hora
El coreano se ha quemado un dedo. Mi compañera tiene la regla. Me lo ha dicho para que le echara una mano. Tiene jaqueca y un fuerte dolor de riñones. Estoy sangrando como una cerda, me dice. Está pálida. Más sin gracia que de costumbre y algo despistada.
Una mujer de unos cuarenta años me ha pedido un hamburguesa con doble de queso y pepinillos y una cerveza. Sin patatas fritas, me ha dicho. Mientras se lo servía me miraba. Me he sentido incómodo. No era guapa. No me atraía. Me hubiera ido con ella. ¿Por qué? Me ha pagado y me ha dicho: un hombre tan mayor y tan tímido. No sé por qué le he contestado: Acabo de salir de prisión. El gesto de la mujer ha cambiado. Casi tira lo que contenía la bandeja por el suelo. Habrían quedado manchas como la culpa o el desconsuelo.
Malos pensamientos, me he dicho en la decimocuarta hora.
Decimoséptima hora
Vuelta a casa. El sonido de un coche de policía. Un recuerdo de la infancia. Un hombre ebrio se tambalea en la plataforma del autobús. Una mujer con niño intenta protegerlo del espectáculo del borracho. Un frenazo. El hombre cae al suelo y rueda. El conductor llega a la parada y sin contemplaciones echa al hombre del autobús. El hombre queda tendido en la acera. No se mueve.
Decimoctava hora
Me meto en la cama. Tengo mucha hambre pero no quiero comer. No leo. Apago la luz. La oscuridad no me da esperanzas. Siento muy grande la cama. Doy vueltas y más vueltas. Pienso una vez y otra. Intento respirar acompasadamente. No lo consigo. Pienso: Bajé de la montaña porque estaba curado. Pienso: Nunca se está curado del todo. Pienso: la vida es la larga convalecencia de la muerte. Pienso: ser muerto es estar sano. Pienso: me llamo Milos Amós. Y ese pensamiento me permite la mínima tregua para que el sueño me alcance y me quedé, inquietamente, dormido.
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Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/07/2011 a las 12:45 | {0}