Al principio sentí una ecuación (Cielo azul + canto de pato x [trino de pájaro/viento en el quejigo] = x). Me olvidé. Era el cielo simplemente azul y el sol de la última tarde. Supe algo que me acercaba a la Ciudad de Dios y la Peste y se me ocurrió -por culpa de Artaud- que Ciudad de Dios + Peste = Teatro. Subí las cuestas. Bajé los despeñaderos. Bebí en el manantial sonoro. Respiré al compás de la necesidad. Reduje el esfuerzo. Sonreí por la época de las ciudades. Deduje un verso: Lo triste tras de ti. En el segundo bosque la vi. Parecía nueva y pensé: Ha sido la lluvia. Porque anoche cayó la lluvia y yo callé. Porque anoche la farola se detuvo un momento en su constante iluminar. Porque anoche recibí al edredón como si fuera el Paraíso. Estaba allí como recién puesta. Creí que nunca la había visto y posiblemente nunca la había visto. Veo tan poco de todo lo que hay. Era hermosa y tenía vetas de cuarzo. Blanca con requiebros amarillos. Tendía a lo esférico como la felicidad. Pasé de largo. Apenas me detengo. Seguí hasta el confín que yo mismo me he marcado y allí la luz anunciaba ya el verano, también el aire, también un olor de vegetación a punto de explotar. Hice algo novedoso: salté un muro y paseé un rato por el otro lado del mundo con el temor al jabalí y a la serpiente. Y entonces sentí una ecuación (Crepúsculo x cerviz = y). La tarde se pobló de gotas. Cerré los ojos y el universo se hizo más grande. Volví. El agua era alegremente azul. Dos muchachas habían dejado sus mountain bikes en el suelo de la rada y se hacían fotografías. Se las veía felices en sus días de vacaciones. La música de la juventud alentaba entonces la montaña nevada y hacía más hermoso un rayo de luz que entre nubes espolvoreaba su claridad en la ladera de un monte. Me detuve. Pensé en la roca y en la limpieza de los charcos que había ido vadeando, unos al ir, otros al volver; en otros me hundí sólo para ver como los reflejos quedaban convertidos en nada bajo mi paso. Conduje con cierto atrevimiento porque hay veces en las que la curva me llama a acelerar y yo sé que no voy a sobrepasar el límite justo y que entonces sentiré la extraña libertad que encierra en ocasiones la velocidad. Y aún ahora no he despejado las incognitas de las ecuaciones que sentí y se me repite el verso como la blancura de la roca, Lo triste tras de ti.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/03/2016 a las 01:23 | {0}