Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Extracto de la novela Los hermanos Karamázov de F.M. Dostoyevski
Traducción del ruso Augusto Vidal.


Iván Karamázov (último)
Iván calló unos instantes; su rostro adquirió, de pronto, una profunda expresión de tristeza
- Escúchame: me he referido sólo a los niños, para que resultara más evidente lo que decía. De las otras lágrimas humanas con que está empapada la tierra desde la corteza hasta su centro, no diré ni una palabra; adrede he reducido mi tema. Soy un gusano y confieso humildemente que no puedo comprender en lo más mínimo con qué objetivo están así las cosas ordenadas. Tenemos, pues, que los propios hombres son culpables: se les dio el paraíso, ellos quisieron la libertad y robaron el fuego de los cielos, sabiendo a ciencia cierta que serían desgraciados; por tanto, no son dignos de lástima. Pero, según mi lamentable entendimiento, terreno y euclidiano, lo único que sé es que el dolor existe y que no hay culpables, que una cosa se desprende de otra de manera directa y sencilla, que todo fluye y se equilibra, pero esto no es más que un absurdo euclidiano, yo lo sé y no puedo estar de acuerdo con vivir ateniéndome a él ¿Qué me importa a mí que no haya culpables y que yo lo sepa? Lo que necesito yo es que se castigue; de lo contrario, me destruiré a mí mismo. Y que el castigo se aplique no en el infinito, en algún tiempo y en algún lugar imprecisos, sino aquí, en la tierra, y que yo mismo lo vea. He tenido fe, quiero ver por mí mismo, y si cuando la hora llegue ya he muerto, que me resuciten, pues si todo ocurre sin mí, resultará demasiado ofensivo. No he sufrido yo para estercolar con mi ser, con mis maldades y sufrimientos, la futura armonía a alguien. Quiero ver con mis propios ojos cómo la cierva yace junto al león y cómo el acuchillado se levanta y abraza a su asesino. Quiero estar presente cuando todos, de súbito, se enteren de porqué las cosas han sido como han sido. En este deseo se asientan todas las religiones de la tierra, y yo tengo fe. Sin embargo, ahí están los niños ¿qué voy a hacer con ellos entonces? Éste es un problema que no puedo resolver. Lo repito por centésima vez: los problemas son múltiples, pero he tomado sólo el de los niños porque en éste se refleja con nítida claridad lo que quiero expresar. Escucha: si todos hemos de sufrir para comprar con nuestro sufrimiento la eterna armonía ¿qué tienen que ver con ello los niños? ¿Puedes explicármelo, por ventura? es totalmente incomprensible por qué han de sufrir ellos también y por qué han de contribuir con su sufrimiento al logro de la armonía ¿Por qué han de servir de material para estercolar la futura armonía, sabe Dios para quién? Comprendo la solidaridad de los hombres en el pecado, también la comprendo en el castigo, pero no se puede hacer solidarios a los niños en el pecado, y si la verdad está en que ellos son, en efecto, solidarios con sus padres en todas las atrocidades por éstos cometidas, tal verdad no es, desde luego, de nuestro mundo, y a mí me resulta incomprensible. Algún guasón dirá, sin duda, que de todos modos el niño crecerá y tendrá tiempo sobrado para pecar, pero ése no creció; a los ocho años le despedazaron los perros ¡Oh, Aliosha, yo no blasfemo! Bien comprendo cuál deberá ser la conmoción del universo cuando cielo y tierra se unan en un solo grito de alabanza y todo cuanto viva o haya vivido exclame: “¡Tienes razón, Señor, pues se han abierto tus caminos!”; cuando la madre se abrace al verdugo que ha hecho despedazar a su hijo por los perros y los tres juntos proclamen, bañados los ojos en lágrimas: “Tienes razón, Señor”. Entonces, naturalmente, se llegará a la apoteosis del conocimiento y todo se explicará. Pero aquí está, precisamente, el obstáculo, esto es lo que no puedo aceptar. Y mientras estoy en la tierra, me apresuro a tomar mis medidas. Verás, Aliosha, es muy posible que en realidad, cuando yo mismo vea ese momento, sea porque viva hasta entonces, sea porque resucite, exclame junto con los demás, al ver a la madre abrazando al asesino de su hijo: “¡Tienes razón, Señor!”, pero no quiero hacerlo. Mientras me queda tiempo, procuro proteger mi posición y por esto renuncio por completo a la armonía suprema, que no vale las lágrimas ni de aquella sola niña atormentada que se daba golpes en el pecho con sus manitas, ¡y en su maloliente encierro rogaba al “Dios de los niños” con sus lágrimas imperdonables! Estas lágrimas no han sido expiadas. Han de serlo: de lo contrario, no puede haber armonía. Pero ¿cómo quieres expiarlas? ¿Acaso es posible? ¿Acaso por el castigo futuro? ¿Pero de qué me sirve el castigo, de qué me sirve el infierno para los verdugos, qué puede rectificar el infierno, cuando aquéllos han sido ya torturados? Y qué armonía puede haber si existe el infierno: lo que quiero yo es perdonar, abrazar, y no que se sufra más. Y si los sufrimientos de los niños han ido a completar la suma de sufrimientos necesaria para comprar la verdad, yo afirmo de antemano que la verdad entera no vale semejante precio ¡No quiero, en fin, que la madre abrace al verdugo que ha hecho despedazar a su hijo por los perros! ¡Que no se atreva a perdonarle! Si quiere, que perdone al torturador su infinito dolor de madre; pero no tiene ningún derecho a perdonar los sufrimientos de su hijo despedazado, ¡y que no se atreva a perdonar al verdugo, aunque la propia criatura se lo perdonara! Si es así, si las víctimas no se han de atrever a perdonar, ¿dónde está la armonía? ¿Hay en todo el mundo un ser que pueda y tenga derecho a perdonar? No quiero la armonía, no la quiero por amor a la humanidad. Prefiero quedarme con los sufrimientos sin castigar. Mejor es que me quede con mi dolor sin vengar y con mi indignación pendiente, aunque no tenga razón. Muy alto han puesto el precio a la armonía, no es para nuestro bolsillo pagar tanto por la entrada. Me apresuro, pues, a devolver mi billete de entrada. Y si soy un hombre honrado, tengo la obligación de devolverlo cuanto antes. Esto es lo que hago. No es que no admita a Dios, Aliosha; me limito a devolverle respetuosamente el billete.
- Esto es una rebelión –replicó Aliosha, en voz queda y bajando los ojos.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/08/2010 a las 20:27 | Comentarios {0}








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