He visto el segundo. Se encontraba tras la segunda curva al pasar el puerto; era estable como una roca y fugaz como el suspiro. No he querido detenerme. No he querido asustarme. "Ver un segundo", he pensado. A lo mejor era un segundo convertido en partícula (si es que el segundo es onda). De inmediato lo he olvidado hasta que ha llegado el sueño y se me ha aparecido de nuevo, en la misma curva, en todo su esplendor. Nos hemos mirado y he pensado "¡Cuánto ilumina la luna llena!". El segundo se mantenía quieto y eso me ha producido una gran extrañeza porque los segundos deberían de correr como alma que llevara el diablo. A lo mejor era un segundo perdido que no sabía hacia donde ir. O quizá fuera un segundo suspendido (como cuando se besa y el tiempo se alarga o cuando la clase se hace densa como el Mar Muerto) en la mente de alguien que pasó en ese instante por allí. O quizá fuera el segundo que es excepción de la regla. Es decir un segundo quieto, estable, constante. Durante el tiempo que nos hemos estado haciendo compañía no ha aparecido un alma. Yo esperaba vislumbrar entre los matorrales a un trasgo o a un hada o a un sátiro o a una ninfa de la fuente cercana; esperaba, cómo decirlo, un suceso extraordinario: que se abriera la luna y me mostrara o que el cielo se hiciera de un color lechoso como el final de las manzanas o que los árboles largos en el tiempo susurraran enseñanzas; yo esperaba la aparición o una escalera que me subiera a la octava esfera. Cuando ya daba por hecho que la noche junto al segundo sería pura quietud y a lo lejos se vislumbraba (quizá fuera espejismo) la alborada, lentamente, poco a poco, el segundo se ha puesto a danzar al compás del viento sobre los árboles, las jaras y los matorrales; era una danza con aire judío y mi sorpresa ha ido en aumento cuando sin yo quererlo mis pies me han puesto a bailar en fila con el segundo y juntos, llevados por la música vegetal, hemos bailado más y más, al ritmo creciente de la música, la cual ha llegado hasta el cielo y las constelaciones se han puesto en corro, se han unido sus puntas y han girado, haciendo con su giro girar al cielo entero teniendo como centro el blanco lleno de la luna. Y hemos bailado. Y hemos bailado. Y más. Y más hasta que el segundo ha lanzado un gran grito llamado Ahhhh que me ha lanzado hasta mi cama y me ha dejado cubierto con el edredón, en una posición comodísima y con la certeza de haber bailado con el Alma del Mundo.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/01/2011 a las 11:41 |